De la invención del individuo a la irrupción del inconsciente - “…nunca podrá imponerme nada.”

“…nunca podrá imponerme nada.”

Las “Meditaciones Metafísicas” están presentadas como una experiencia subjetiva, escritas en primera persona. Esto es parte de lo que caracteriza al momento cartesiano. En 1600, Giordano Bruno había sido juzgado y condenado a muerte. Antes de esto había sido condenado a retractarse Copérnico. La inquisición, que había nacido como un instrumento de control de la Iglesia, era utilizada ampliamente como un instrumento de control civil por parte de los príncipes.

En el seno de la iglesia había discusiones y debates y la historia personal de Galileo da cuenta de esto. El mito de un hombre solo frente al poder de la iglesia tomada como un conjunto no es más que eso, un mito. Había muchos discípulos y seguidores de Galileo que ya no pensaban según la manera oficial de pensar de la iglesia, que era el aristotelismo. Varios de sus maestros también, incluidos cardenales y sacerdotes. La Italia de esa época no era un orden cerrado, totalitario. Más bien la idea que tenemos de un Galileo solo contra la iglesia es una fantasía de la época madura de la ilustración, ciento cincuenta años más tarde.

Copérnico había retomado una idea que se remontaba a la antigüedad, según la cual la tierra y todos los astros giraban alrededor del sol. Esta idea no sólo contradecía el saber establecido, sino que además contradecía la evidencia empírica, pues desde que la gente comenzó a mirar el cielo, nadie vio nunca que la tierra girara alrededor de ninguna parte, sino que todo giraba alrededor de la tierra.

El sistema copernicano además se sostenía con dificultad, y no solucionaba ningún problema de los que había en el momento. Seguía imaginándose un mundo organizado en sucesivas esferas cristalinas, al igual que el de Ptolomeo, cambiando de un único centro la tierra por el sol. Ninguno de los problemas de cálculo que tenía el sistema ptolemaico para ese momento se solucionaba con eso. Había que esperar a bien avanzado el siglo XVII para que Kepler postulara la idea de que los cuerpos celestes no se movían en círculos perfectos, sino elipses, lo cual sí permitió resolver problemas.

Previo al momento cartesiano, Copérnico es enjuiciado por la inquisición y obligado a retractarse. Poco después se repite la historia con Galileo. Pero en el medio de los dos a Giordano Bruno lo quemaron en la plaza pública. No solamente había retado al saber del momento, mediante intuiciones y descubrimientos importantes, sino que había inventado un sistema de creencias panteísta. Se fue con Calvino y luego Calvino lo botó, en este momento sería un personaje adorable, pero en ese momento fue insoportable, muy díscolo, demasiado crítico e imaginativo.

El acontecimiento de su juicio y ejecución fue traumático para la comunidad del saber, pues básicamente fue quemado por sus opiniones. Cuando a Galileo le hacen un juicio, apenas catorce años después de esto, lo que está en la mente de todo el mundo es Giordano Bruno. De modo que para cuando Descartes está escribiendo había que cuidarse muchísimo. Lo cual desde el punto de vista tanto del pensamiento científico como del filosófico, no es algo malo necesariamente.

Una de las razones por las cuales obligan a Galileo a retractarse del sistema heliocéntrico, es porque había otro pensador intermedio, que construyó un sistema que integraba los nuevos descubrimientos pero mantenía el geocentrismo. Antes de eso, entre sus descubrimientos hubo algunos que echaron abajo el sistema aristotélico, por ejemplo, que la luna tenía montañas. Aristóteles había dicho que la luna era un espejo perfecto y que todo lo que había en el cielo de la luna para arriba era cada vez más perfecto, lo cual calzaba muy bien con la visión cristiana del mundo, según la cual aquí abajo está la caída, el pecado original, y en el cielo, más cerca de Dios, están las cosas más perfectas.

Es una gran casualidad que el pensamiento griego y el pensamiento judío pudieran acoplarse tan bien en el pensamiento helénico primero y luego en el pensamiento cristiano. Es una historia que va desde quinientos años antes de Cristo, cuando Alejandro Magno conquista el cercano oriente hasta que Tomás de Aquino incorpora el pensamiento aristotélico al pensamiento cristiano. Una bola de nieve gigantesca de sentido, irrefutable, imparable.

Pero Galileo escuchó que alguien había inventado lo que luego se llamó telescopio. Galileo no era óptico, pero era ingenioso y uno de sus maestros no compartía el prejuicio de muchos de sus contemporáneos para experimentar con las cosas y para realizar el trabajo manual. Galileo corrige los defectos del primer telescopio. Los divertimientos de la nobleza italiana de la época consistían en invitar a gente como Galileo para que les mostraran lo que estaban inventando, usaban el telescopio para ver hacia las ciudades que estaban en la costa de enfrente.

Galileo en cambio dirige el telescopio hacia arriba, cosa que aparentemente a nadie se le había ocurrido. A partir de este gesto, y en el transcurso de dos años, descubre entre otras cosas las montañas de la luna, que las estrellas no cambian de tamaño con el telescopio conforme pasa el año, lo cual significaba que había una distancia enorme entre las estrellas y el sol, más grande de lo que se podía haber calculado o imaginado hasta entonces. Con esto confirmó una hipótesis de Copérnico de que existe un gran agujero entre el sol y las estrellas y por esa época postula también una teoría de las mareas.

El pensador intermedio, un jesuita, pensaba que la tierra estaba en el centro del universo y todo lo demás giraba alrededor del sol. Este es un sistema que corrige y amplía el sistema ptolemaico, pero es más gentil con el saber establecido. Pero Galileo descubre cuatro puntos luminosos girando alrededor de Júpiter, lo cual rompe tanto con la idea ptolemaica de que todo el universo gira alrededor de la tierra, como con la copernicana de que todo giraba alrededor del sol.

Había astros que estaban girando alrededor de otros astros, ni alrededor del sol, ni de la tierra. Junto con las montañas de la luna, fue otro descubrimiento impensable para el saber contemporáneo, por lo cual Galileo se convierte en una celebridad con la carga de envidias y rencillas que esto trae aparejado frecuentemente.

Es ahí cuando se produce lo que podríamos llamar la hamartia de Galileo. En el juicio le dicen que tiene que retractarse de su afirmación de que la tierra girara sobre su propio eje. Él no tenía como probar eso en ese momento. Le dicen que se retracte de eso y que diga que no está probado. Para el saber de ese momento era importante mantener la idea de que la tierra era un punto fijo y lo cierto es que Galileo no tenía cómo probar lo contrario. Es su error trágico, su hamartia, porque no tiene cómo probarlo con el método científico que está inventando. De modo que transgrede el propio orden de discurso que está inaugurando.

Así sucede la condena de Galileo. Primero Copérnico, luego Bruno consumiéndose como una tea en una plaza. Finalmente Galileo, amigo del papa, célebre por haber destruido el sistema aristotélico, fue juzgado y obligado a retractarse. En ese contexto es que Descartes debe desarrollar su pensamiento. No es un contexto totalitario, no es que los universitarios no pudieran decir lo que quisieran, pues si la universidad se fundó en los albores de ese milenio fue para que los universitarios pudieran decir lo que quisieran. Ese es el fundamento de la universidad en la Edad Media. Estaba protegida por el Papa y por el Rey para que cualquiera que estuviera ahí pudiera desarrollar las ideas libremente, dentro del contexto de la cristiandad, de los consensos básicos de lo que había que creer.

La modernidad repiensa el principio de la libertad de cátedra, pero ya existía desde el vamos del discurso universitario. La condición era la argumentación lógica cuidándose siempre de que el sistema no diera muestras de herejía. Es en esa tradición de articulación lógica que empalma luego el método científico.

Como dice Miller en “Todo el mundo es loco”, hay que leer a estos grandes filósofos en un doble registro. Hay un registro en el que Descartes hace profesión de fe en cada página y otro registro que es el que me interesa subrayar. Baaz y Zalozyc, que escribieron “Descartes y los fundamentos del psicoanálisis”, parten de la crítica lacaniana de Descartes, pero insisten en la idea de que a Descartes hay que verlo más en lo que sus enunciados tienen de acto. Ni todo acto es un enunciado, ni todo enunciado es un acto. La mayoría de lo que se enuncia es lo que llama Lacan en “Función y Campo de la Palabra” el “muro del lenguaje” y la palabra vacía. Para conseguir un enunciado que sea un acto, para que se precipiten los enunciados que constituyen acto, hay que hacer un trabajo de destilación. Es por esto por lo que un psicoanalista debe cuidar sus dichos, no puede proferirlos como un político en una plaza. Debe guardar los enunciados pues los suyos tienen como paradigma el acto, es decir, algo que enmarca un antes y un después.

Lo que tiene carácter de acto en Descartes no es si creía en Dios o no, sino la calidad del Dios del que hablaba. En el medio de la lambisconería cartesiana por demostrar que Dios existe, rehabilitando para ello hasta la prueba ontológica de San Anselmo, hay unos desplazamientos que inventan una clase de Dios nuevo.

El eco de este razonamiento lo encontramos aún en la teología del siglo XX, en Ratzinger, a quien no le faltan críticos e inclusive gente que dice que es un hereje, pues su pensamiento tiene un núcleo modernista, pero sobre todo cartesiano. La demostración racional de Dios es “yo deseo lo infinito” y no puedo desear lo infinito si no existe algo que corresponda a eso. De esta manera Ratzinger fundamenta la existencia de Dios en el deseo. Es un efecto del momento freudiano que en el último escalón de la demostración ratzingeriana de Dios esté un deseo, pero es un argumento equivalente al que inventa Descartes en su momento, solo que este no lo fundamenta en el deseo sino en un pensamiento y con eso funda la modernidad. “Como yo, que no soy perfecto, puedo pensar un Dios perfecto, debe existir lo perfecto”. Eso no demuestra nada. Cualquiera puede responder, como le respondieron ya en su momento, que el hecho de que él piense que algo exista, no significa que exista. Como a Ratzinger se le puede decir: el hecho de que usted desee algo no significa que exista, y por cierto Freud viene de postular exactamente lo contrario.

Pero esta idea funda un orden nuevo de cosas en el cual el sujeto se autoriza a sí mismo a decir que en él está la prueba de la existencia de Dios. Es el cambio copernicano a nivel del sujeto. En el centro ya no está Dios, sino el sujeto que piensa. Y la verdad depende de la deducción lógica que hace el sujeto que piensa.

En la primera meditación, Descartes demuele todo a partir de la duda, que tampoco es que la haya inventado él como casi nada de lo que está ahí. Descartes es un bricoleur. “De todo lo que pueda dudar voy a suponer que es falso”, es lo contrario de lo que hace uno normalmente. Cuando empiezo a dudar de algo que me importa, doy el beneficio de la duda. Es el tiempo del autoengaño que a veces puede extenderse más de lo necesario.

Tengo un socio y empiezo a ver que se me pierde el dinero, y el tipo anda con una moto último modelo por la ciudad, y un chismoso viene y me dice que el socio tiene una cuenta en el banco con tanto dinero. Y yo le doy el beneficio de la duda. Pienso que soy yo el mal pensado, pongo la falta sobre mí, hasta que generalmente es demasiado tarde. Descartes hace lo contrario. Como si yo rompiera la sociedad porque falta un billete de 20 mil pesos en la caja. Es una locura.

Descartes dice “voy a lanzar esto contra los fundamentos” que son dos, los sentidos y el pensamiento. De los sentidos duda a partir de que se sueña. La prueba de que no se puede confiar en los sentidos es que uno sueña. Luego cómo dudar de lo que es muy evidente racionalmente por ejemplo, que dos más tres son cinco y que un triángulo tiene tres lados. Esto que Kant va a llamar juicios analíticos, juicios que en su misma definición contienen lo definido. ¿Y si Dios me hace creer esto? Pero luego del destino de Copérnico, Bruno y Galileo, y no hay que descartar que él mismo sea un creyente, sustituye a este Dios que engaña por el “genio maligno”. Puede estar haciéndome creer que un cuadrado tiene cuatro lados y que dos más tres son cinco. Como puede dudar de esto, entonces ya no queda nada.

El final de la primera meditación es desalentador. Recrea ese momento histórico en el cual en una escuela de Roma se llega a la conclusión de que no valía la pena emitir ningún juicio. Pero en vez de decir me callo la boca y se acaba el libro en la primera meditación, como lo haría un verdadero escéptico, dice: “por lo cual con gran cuidado procuraré no dar crédito a ninguna falsedad, y prepararé mi ingenio tan bien contra las astucias de ese gran burlador, que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada”. (DESCARTES, 2006, pág. 24)

Este presupuesto, antes de formular el “pienso, luego existo” saca de la negatividad una positividad. Consiste en una autonomía y una inviolabilidad del espíritu, algo en mí que no puede tocarse, que no puede ser vendido ni comerciado, que por más que haya tiranos y toda clase de gente malvada haciendo todo lo que quiera con todo el poder que quiera, existo más allá. Eso lo veremos crecer durante toda la modernidad hasta eclosionar en los derechos humanos.

Invento central, presupuesto del pienso-luego-existo y del Dios garantía. Ficción que difiere del Dios cristiano. Recordemos que es una época marcada por décadas de guerras de religión, en la cual está en discusión si la revelación pasa directamente de lo escrito a mi conciencia o necesita de la interpretación de la iglesia.

Pero Descartes no está en esa discusión. Inventa lo intangible del sujeto, que no es protestante pero que tampoco es católico. “Prefiero no saber nada a ser engañado”, devuelve el golpe al escepticismo y con esto cumple su cometido de fundamentar el nuevo saber dándole forma filosófica a lo que hicieron Galileo y Kepler. Para ello pasa por este procedimiento ascético, esta pura negatividad de la duda cartesiana.

Después de este momento de hibris, Descartes dice: “Mas este designio es penoso y laborioso, y cierta dejadez me arrastra insensiblemente al curso de mi vida ordinaria…” (Ibíd.) No puede sostenerse en este “no engañado” todo el tiempo, presentando una primera versión de la idea freudiana del sueño como rectificación de la realidad, como realización de deseo. “… y como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme despertar y conspira con esas gratas ilusiones para seguir siendo más gratamente engañado” (Ibíd.).

El final desalentador de la primera meditación nos prepara para la segunda meditación. Aunque reconozcamos un gesto freudiano, hay que decir que esto está en las antípodas del pensamiento freudiano, pues toma como presupuesto su libertad. Esa ficción que luego se ramifica y estalla, como un hongo debajo de la tierra hasta que aparece su floración en la revolución francesa y se inventa la idea de cada hombre un voto.

La intangibilidad es un nuevo axioma. Antes de esto los esclavos no son dueños de sí mismos, ni las mujeres, ni los niños. La democracia griega implicaba la libertad concreta para ejercer el derecho. Libre significa no solo que no eres esclavo sino que se tiene con qué. En la modernidad la libertad es una abstracción. Según la Constitución se es libre, pero si uno es pobre está sometido a toda clase de condicionantes. Los griegos, que eran descarnados, planteaban que para poder decidir y votar no podías ser la mujer de alguien, ni el esclavo de alguien, ni alguien que no tuviera medios. Si votaba una mujer, era injusto porque es como si votara dos veces el padre o el marido de quien ella dependía en lo concreto.

A comienzos de la modernidad comienza la dispersión de la idea de que la intangibilidad del individuo es universal. Mientras que en el cierre de la modernidad, hay que preguntarse si el inconsciente freudiano, que devuelve al sujeto a su alienación constituyente deja la democracia intacta. También el hecho de que somos esclavos de pulsiones, que ni siquiera sabemos que están ahí, demuele esa ficción. El derecho a votar está sostenido sobre la idea de que soy un individuo intangible que no puede ser engañado por nadie, aunque sea pobre o dependa de otro. Ni porque pertenezca al último estrato social en América Latina, las mujeres pobres negras. Hasta ellas tienen derecho a votar, porque en ese nivel esencial, ellas son iguales a un hombre blanco rico.

Trabajos citados

DESCARTES, R. (2006). Meditaciones metafísicas. Bogotá: Universales.


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