domingo, 21 de julio de 2019

Psicoanalista extranjero




A comienzos de diciembre de 1998 iba tarde hacia mi casa. Llegué a la estación del metro de Plaza Venezuela, que tiene los andenes separados por la fosa por donde pasan los trenes. El andén de enfrente estaba repleto de la gente que estaba saliendo del juego de béisbol entre el Caracas y el Magallanes, por mucho los dos equipos más populares en Caracas. Por mi andén, que estaba casi vacío, iba caminando un muchacho afeminado. De pronto un bullicio de silbidos, burlas y groserías inundó todo el espacio de la estación. El muchacho desfiló con tranquilidad, se podría decir que hasta con orgullo, en frente de todos los que le gritaban y se burlaban de él.

Su dignidad fue impactante. Pero también lo fue un pensamiento que me golpeó como un rayo "en las próximas elecciones esto es lo que va a ganar".

Lamento no haber creído más en eso que de mí me estaba advirtiendo. Esa descreencia siempre me jugó en contra.

sábado, 13 de julio de 2019

El sacerdote ascético, el político populista y el psicoanalista


Supongamos que existe una figura llamada “el político populista”. Sigamos los pasos de Nietzsche cuando en La genealogía de la moral se ocupa de ese fantasma que lo persiguió toda su vida, siendo hijo de un pastor, que él llamó “el sacerdote ascético”. El sacerdote ascético aparece en todas las culturas y Nietzsche se pregunta por qué. Según él, el sacerdote ascético existe porque los pobres, los enfermos y desarrapados de la tierra se preguntan en un momento “¿por qué soy así?”, y para que no molesten el desarrollo de “la especie” surge esta figura que les da una explicación a su misterio. “Es tu culpa”, les responde. Esa es toda su eficacia. Culpabiliza al que salió perdiendo, para que no contamine el funcionamiento general, para que “los nobles” sigan con lo que sea que están haciendo y que creen que está bien. Una vez que el pobre y el enfermo reciben y asimilan su culpa, el sacerdote ascético les da los medios para hacer algo consigo mismos: los pone a rezar, a mortificarse a sí mismos, les prescribe ritos que les evitan pensar en su condición; les promete que si se portan bien y no vuelven a hacerlo ⎯¿pero qué fue lo que hicieron?⎯ mañana tendrán un premio. La vida que es poco atractiva para ellos se hace un tránsito necesario, una “prueba”. Les da una “verdad” qué descubrir y con la cual entretenerse.

El político populista toma el relevo, pero como nada cambió, como sigue habiendo perdedores de la historia, pobres, enfermos y desarrapados, entonces surge la pregunta de nuevo “¿por qué soy así?”. Lo nuevo desde hace más o menos dos siglos es que este personaje les responde “la culpa es de ellos”. Contra “ellos” los organiza, les da un oficio, los levanta en armas, les dice que el mañana es posible en esta vida, sólo hay que “cambiar” las cosas. Denuncia la “verdad” que con tanto esfuerzo había construido durante milenios el sacerdote ascético y les propone que en vez de esta verdad, hay que venerar la propia fuerza del colectivo que constituyen.