domingo, 21 de julio de 2019

Psicoanalista extranjero




A comienzos de diciembre de 1998 iba tarde hacia mi casa. Llegué a la estación del metro de Plaza Venezuela, que tiene los andenes separados por la fosa por donde pasan los trenes. El andén de enfrente estaba repleto de la gente que estaba saliendo del juego de béisbol entre el Caracas y el Magallanes, por mucho los dos equipos más populares en Caracas. Por mi andén, que estaba casi vacío, iba caminando un muchacho afeminado. De pronto un bullicio de silbidos, burlas y groserías inundó todo el espacio de la estación. El muchacho desfiló con tranquilidad, se podría decir que hasta con orgullo, en frente de todos los que le gritaban y se burlaban de él.

Su dignidad fue impactante. Pero también lo fue un pensamiento que me golpeó como un rayo "en las próximas elecciones esto es lo que va a ganar".

Lamento no haber creído más en eso que de mí me estaba advirtiendo. Esa descreencia siempre me jugó en contra.


Lo cierto es que ya desde mucho tiempo antes de la escena del metro era un extranjero. Varias experiencias durante los años que siguieron y que culminan con mí salida de Venezuela casi diecinueve años después de esa noche fueron remarcando esa condición que en otro momento cubrí con un velo romántico.

Ahora ser extranjero de derecho por primera vez, trastornó los arreglos que había hecho con mi extranjeridad en mi propio país. Hay el peligro de tapar eso con lo que ya estaba familiarizado con un "ser extranjero" circunstancial. Pero ahí es donde esa enorme catástrofe que es el país donde nací me recuerda tres cosas:

Que por más que lo extrañe, allí donde mis derechos no hacían sino mermar, tenía que hacer de héroe todos los días, y eso cansa mucho.

Que lo que más me duele de allá son mis amigos, entre los que incluyo algunos familiares, algunos de mis colegas y algunos de mis alumnos y eso me da la idea de que la patria son los amigos. Y ahora tengo amigos en Caracas, aquí donde vivo y en muchas otras partes.

En tercer lugar, que operar como extranjero puede darme una orientación en mi práctica, porque aquí se escucha una lalengua diferente. Así que esta situación puede serme beneficiosa en mi empeño de dedicarme a la práctica psicoanalítica y abandonar esa enfermedad crónica en mi vida, llamada la universidad.

Para finalizar. Es posible que más de veinte años después, y gracias al psicoanálisis pueda creer un poco en la enunciación extranjera que me sostiene y que me orienta, a condición de no tomármela tan en serio.

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