Cura el curandero, pero también el curador. El psicoanalista
es ahí quien dirige la cura que hace el hablante sobre su propio síntoma, su
posición es la del curador de una obra en progreso. Es de esto de lo que es responsable
de manera irrenunciable. Sin poder esconderse en la coartada de que no existe
el psicoanalista. Si no existe el psicoanalista es como que no exista la mujer.
No existe en tanto que universal, pero eso no impide que tengan que
arreglárselas con existir una por una.
El problema de la no existencia se resuelve en parte por medio
de lo que existe, que es el significante. No queda otra alternativa, y el
significante “psicoanalista” existe en la cultura, es un hecho. Y es un hecho
que Lacan los emancipó al hacerlos autorizarse de sí mismos, cosa que él
plantea como de Perogrullo, como si cayera por su propio peso.
¿El saber clínico viene a parasitar su pureza singular, el ideal beatífico de su inexistencia? ¿O como todo singular, el nombre de psicoanalista solo se alcanza por medio de la dialéctica de lo particular y lo universal, que implica el saber clínico?
Si el saber clínico se simplifica, y tiende a simplificarse,
sabemos que estamos en el buen camino, por el que nos conducimos a un saber que,
aunque no pueda reducirse a la verdad, es su homeomorfo. Todo lo contrario de
la deriva nominalista de la nosología psiquiátrica. Pero como todo nudo, solo es
no trivial si es irreductible. La clínica psicoanalítica nunca se disolverá en
la singularidad absoluta, sencillamente porque no nos podemos aproximar a ella
sino por medio de la dialéctica entre lo universal y lo particular. Y cuando lo
singular aparenta ser nombrado es por la abducción de un universal que se
construye a medida de un hecho repetitivo absolutamente específico.
Este proceso requiere tiempo, al principio todo es
coherencia, es decir, los enunciados están superpuestos en cuanto a su valor de
goce. Es la manera como opera la palabra comúnmente, olvidando la enunciación,
desplazándose sobre ella para que quede olvidada.
La primera función del deseo del analista es el clivaje que
determina lo que se llamaría un diagnóstico, del cual Miller nos recuerda que
para nosotros es un primer momento de concluir que permite abrir las puertas
del análisis. Así que mientras que normalmente el diagnóstico en otros
discursos implica el final, para nosotros implica un inicio. Un inicio que
puede no obstante tardarse siguiendo la textura lógica que el tiempo tiene para
nosotros desde que Lacan lo formalizó en su texto de hace 80 años.
El deseo del analista es el instrumento de medición que
permite esta decoherencia en al menos dos dimensiones que se desdoblan a su
vez. La doble elección fundante del hablante se articula alrededor del uso del
S1, sea que se utilice para identificarse o se proyecte al lugar del Otro, sea
que aparezca como el redondel quemado de la diferencia relativa, o que aparezca
como la impugnación al universal del vacío de los significantes. Es que el S1 o
Φx, como aparece esta identidad a la altura de los seminarios 19 y 20 de Lacan,
no implica la función fálica como se expresa en las fórmulas relativas al
fantasma o a la metáfora paterna.
El S1 en el seminario 20 es El Significante, y como tal está
emancipado del complejo de Edipo, por lo que la sexuación es independiente de
la función paterna y solo se someterá a las leyes de su dualidad
discreto-continuo, de modo que la primera decoherencia que podemos describir es
la que se produce entre los hablantes masculinos, para quienes en su universo
los significantes son discretos y se comportan como partículas y los hablantes
femeninos, para quienes en su universo los significantes son continuos y se
comportan como ondas.
Clivaje y decoherencia son dos modos de nombrar la función
de distinción que la escucha del psicoanalista imprime sobre el material,
permitiendo que se ordene y al mismo tiempo que se produzca una modificación de
la relación con la satisfacción y con el sufrimiento que produce sus excesos.
Modificación que no tiene que esperar al final del análisis, sino que se
produce apenas con la captura de la persona del psicoanalista en las redes
significantes del hablante mediante la transferencia.
El colapso de la dualidad discreto-continuo, que también
puede plantearse como la dualidad vacío-diferencia, de la función Φx, escande a
los hablantes entre dos posiciones sexuadas y la potencia de nominación de esa
misma función los escande entre los que tienden a alejarse del real y los que están
decididos a nominarlo, que es lo que introduce la diferencia estructural entre las
neurosis y las psicosis.
En un nivel más capilar, los neuróticos eligen el campo
cartesiano al repartirse entre los que hablan mediante la res cogitans, las
obsesiones y los que hablan mediante la res extensa, las histerias. Mientras
que los psicóticos se reparten entre aquellos que intentan alcanzar el real
mediante la percusión de la letra sobre el cuerpo, las frenias y los que se
dedican a un tratamiento del agujero que deja la pérdida irreparable del objeto,
que son los que orbitan esa catástrofe subjetiva que llamamos “melancolía”.
Este campo podríamos llamarlo “freudiano” porque esta configuración así
simplificada solo es posible a partir de la lectura lacaniana de su invención.
Lo que nos da como resultado que el campo freudiano es idéntico al campo de la
psicosis en cuanto es el de los que estamos decididos a la labor imposible de
nominar lo real.
Recapitulemos: Los sujetos entonces hacen una doble elección
fundante, una de las cuales se caracteriza como sexuación, que consiste en una
enunciación de diferencia generalizada entre los significantes, para los
femeninos o en una enunciación de vacío generalizado para los masculinos. La
otra elección fundante consiste en decantarse por el campo cartesiano entre los
que funcionan preferentemente por la res cogitans o vacío relativo, las
obsesiones, y la res extensa, como diferencia generalizada, las histerias. O
decantarse por el campo freudiano, entre los que encarnan la percusión de la
letra sobre el cuerpo, o diferencia relativa, en el caso de la parafrenia y
la paranoia, y los que dan testimonio viviente de la pérdida del objeto, o
vacío generalizado, por la vía de la melancolía y la manía.
El lugar donde se solaza el hablante, su discurso común, donde encuentra su homeostasis sufriente, su cocinarse a fuego lento, donde se le va la vida en un desperdicio sin sentido, este lugar donde se defiende de la molestia que implica su propio síntoma, será diferente para los hablantes sea que se ubiquen del lado femenino o masculino, sea que se ubiquen en el campo cartesiano o en el freudiano.
Una palabra más sobre esta repartición: Las neurosis en
asociación libre son idénticas en todo a las psicosis, funcionando así en el
campo freudiano, que es el del deseo decidido por la nominación del real
mediante la letra y el objeto.
Esta es la grilla por la cual nos orientamos cuando alguien
nos habla. Es esto lo que se decanta en una decoherencia en las entrevistas
preliminares. Las elecciones fundantes de cada hablante, la elección de
sexuación y la de psiconeurosis, existen en una dimensión donde él solo puede
sufrir sus consecuencias, reelaborar esas elecciones en análisis es un trabajo
que hace el analizante pero que pasa por el deseo del analista, que como
sabemos por Lacan, consiste la obtención de la máxima diferencia posible, la
diferencia que podría nombrarse como absoluta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario