miércoles, 12 de marzo de 2025

Clivajes en la clínica

Cura el curandero, pero también el curador. El psicoanalista es ahí quien dirige la cura que hace el hablante sobre su propio síntoma, su posición es la del curador de una obra en progreso. Es de esto de lo que es responsable de manera irrenunciable. Sin poder esconderse en la coartada de que no existe el psicoanalista. Si no existe el psicoanalista es como que no exista la mujer. No existe en tanto que universal, pero eso no impide que tengan que arreglárselas con existir una por una.

El problema de la no existencia se resuelve en parte por medio de lo que existe, que es el significante. No queda otra alternativa, y el significante “psicoanalista” existe en la cultura, es un hecho. Y es un hecho que Lacan los emancipó al hacerlos autorizarse de sí mismos, cosa que él plantea como de Perogrullo, como si cayera por su propio peso.

¿El saber clínico viene a parasitar su pureza singular, el ideal beatífico de su inexistencia? ¿O como todo singular, el nombre de psicoanalista solo se alcanza por medio de la dialéctica de lo particular y lo universal, que implica el saber clínico?

Si el saber clínico se simplifica, y tiende a simplificarse, sabemos que estamos en el buen camino, por el que nos conducimos a un saber que, aunque no pueda reducirse a la verdad, es su homeomorfo. Todo lo contrario de la deriva nominalista de la nosología psiquiátrica. Pero como todo nudo, solo es no trivial si es irreductible. La clínica psicoanalítica nunca se disolverá en la singularidad absoluta, sencillamente porque no nos podemos aproximar a ella sino por medio de la dialéctica entre lo universal y lo particular. Y cuando lo singular aparenta ser nombrado es por la abducción de un universal que se construye a medida de un hecho repetitivo absolutamente específico.

Este proceso requiere tiempo, al principio todo es coherencia, es decir, los enunciados están superpuestos en cuanto a su valor de goce. Es la manera como opera la palabra comúnmente, olvidando la enunciación, desplazándose sobre ella para que quede olvidada.

La primera función del deseo del analista es el clivaje que determina lo que se llamaría un diagnóstico, del cual Miller nos recuerda que para nosotros es un primer momento de concluir que permite abrir las puertas del análisis. Así que mientras que normalmente el diagnóstico en otros discursos implica el final, para nosotros implica un inicio. Un inicio que puede no obstante tardarse siguiendo la textura lógica que el tiempo tiene para nosotros desde que Lacan lo formalizó en su texto de hace 80 años.

El deseo del analista es el instrumento de medición que permite esta decoherencia en al menos dos dimensiones que se desdoblan a su vez. La doble elección fundante del hablante se articula alrededor del uso del S1, sea que se utilice para identificarse o se proyecte al lugar del Otro, sea que aparezca como el redondel quemado de la diferencia relativa, o que aparezca como la impugnación al universal del vacío de los significantes. Es que el S1 o Φx, como aparece esta identidad a la altura de los seminarios 19 y 20 de Lacan, no implica la función fálica como se expresa en las fórmulas relativas al fantasma o a la metáfora paterna.

El S1 en el seminario 20 es El Significante, y como tal está emancipado del complejo de Edipo, por lo que la sexuación es independiente de la función paterna y solo se someterá a las leyes de su dualidad discreto-continuo, de modo que la primera decoherencia que podemos describir es la que se produce entre los hablantes masculinos, para quienes en su universo los significantes son discretos y se comportan como partículas y los hablantes femeninos, para quienes en su universo los significantes son continuos y se comportan como ondas.

Clivaje y decoherencia son dos modos de nombrar la función de distinción que la escucha del psicoanalista imprime sobre el material, permitiendo que se ordene y al mismo tiempo que se produzca una modificación de la relación con la satisfacción y con el sufrimiento que produce sus excesos. Modificación que no tiene que esperar al final del análisis, sino que se produce apenas con la captura de la persona del psicoanalista en las redes significantes del hablante mediante la transferencia.

El colapso de la dualidad discreto-continuo, que también puede plantearse como la dualidad vacío-diferencia, de la función Φx, escande a los hablantes entre dos posiciones sexuadas y la potencia de nominación de esa misma función los escande entre los que tienden a alejarse del real y los que están decididos a nominarlo, que es lo que introduce la diferencia estructural entre las neurosis y las psicosis.

En un nivel más capilar, los neuróticos eligen el campo cartesiano al repartirse entre los que hablan mediante la res cogitans, las obsesiones y los que hablan mediante la res extensa, las histerias. Mientras que los psicóticos se reparten entre aquellos que intentan alcanzar el real mediante la percusión de la letra sobre el cuerpo, las frenias y los que se dedican a un tratamiento del agujero que deja la pérdida irreparable del objeto, que son los que orbitan esa catástrofe subjetiva que llamamos “melancolía”. Este campo podríamos llamarlo “freudiano” porque esta configuración así simplificada solo es posible a partir de la lectura lacaniana de su invención. Lo que nos da como resultado que el campo freudiano es idéntico al campo de la psicosis en cuanto es el de los que estamos decididos a la labor imposible de nominar lo real.

Recapitulemos: Los sujetos entonces hacen una doble elección fundante, una de las cuales se caracteriza como sexuación, que consiste en una enunciación de diferencia generalizada entre los significantes, para los femeninos o en una enunciación de vacío generalizado para los masculinos. La otra elección fundante consiste en decantarse por el campo cartesiano entre los que funcionan preferentemente por la res cogitans o vacío relativo, las obsesiones, y la res extensa, como diferencia generalizada, las histerias. O decantarse por el campo freudiano, entre los que encarnan la percusión de la letra sobre el cuerpo, o diferencia relativa, en el caso de la parafrenia y la paranoia, y los que dan testimonio viviente de la pérdida del objeto, o vacío generalizado, por la vía de la melancolía y la manía.


El lugar donde se solaza el hablante, su discurso común, donde encuentra su homeostasis sufriente, su cocinarse a fuego lento, donde se le va la vida en un desperdicio sin sentido, este lugar donde se defiende de la molestia que implica su propio síntoma, será diferente para los hablantes sea que se ubiquen del lado femenino o masculino, sea que se ubiquen en el campo cartesiano o en el freudiano.

Una palabra más sobre esta repartición: Las neurosis en asociación libre son idénticas en todo a las psicosis, funcionando así en el campo freudiano, que es el del deseo decidido por la nominación del real mediante la letra y el objeto.

Esta es la grilla por la cual nos orientamos cuando alguien nos habla. Es esto lo que se decanta en una decoherencia en las entrevistas preliminares. Las elecciones fundantes de cada hablante, la elección de sexuación y la de psiconeurosis, existen en una dimensión donde él solo puede sufrir sus consecuencias, reelaborar esas elecciones en análisis es un trabajo que hace el analizante pero que pasa por el deseo del analista, que como sabemos por Lacan, consiste la obtención de la máxima diferencia posible, la diferencia que podría nombrarse como absoluta.

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