Qué no hace un psicoanalista
El seminario de verano se propuso abordar la pregunta: "¿Qué hace un psicoanalista?". Sin embargo, a lo largo de este ciclo, hemos visto que una forma de responder a esta pregunta es, paradójicamente, explorando lo que no hace. El texto que nos ocupa, en particular el capítulo final, nos invita a extraer algunas consecuencias de esta pregunta, que no es retórica. Debemos ofrecer al menos algunas formulaciones en torno a lo que hacemos y lo que hace el psicoanálisis en sí mismo.
A lo largo del texto, Lacan se muestra meticuloso al
explicitar, con su característico estilo irónico y su vasta erudición, tanto en
general como en lo relativo a lo que se llamaba “la literatura psicoanalítica”, lo que podríamos llamar
las tres grandes "herejías" posfreudianas. Lacan hace una crítica de ellas y propone su propia respuesta a la problemática de la dirección de
la cura. La palabra "herejía" proviene del griego hairesis,
que significa "elegir" o "recortar interesadamente", una
elección que desvía la doctrina original.
Se pueden caracterizar de la siguiente
manera:
- Fortalecer
el yo del sujeto: Remendando sus fallas a través de un
fortalecimiento artificial.
- Reparar
la sexualidad del sujeto: Corrigiendo sus dificultades en sus relaciones sexuales, como si el psicoanalista fuera una
celestina, o un entrenador sexual.
- Proponerse
como modelo de identificación: Presentándose a sí mismo como un
ejemplo de salud mental y tranquilidad, para que el sujeto se
identifique con él.
Gracias a Lacan, la tercera herejía es para nosotros la más escandalosa. Aunque en su época y aún hoy en otras orientaciones
psicoanalíticas, estas tres desviaciones se consideraban parte de la doctrina a
seguir. Las llamo herejías porque, al igual que en la dialéctica de la historia de la Iglesia,
una vez que una de estas "elecciones" se articula conceptualmente, se vuelve muy productiva. Por un lado permite identificar un tipo de error y, por otro, desarrollar la
doctrina que lo supera. Se podría decir que constituye uno de los lugares donde la persistente
pregunta de por qué Dios permitiría el mal, tiene una explicación más sencilla
de tragar para nosotros los pobres mortales.
De manera análoga, Lacan utilizó estas desviaciones para
responder a problemas fundamentales del psicoanálisis: el problema de las
relaciones del hablante con su mundo, la relación sexual y la finalidad del
tratamiento. Si las herejías son imposturas que de manera ilegítima y apresurada cierran una
pregunta que, en el peor de los casos, funciona mejor como pregunta, definitivamente habría que preferir mantener esas preguntas abiertas. Después de todo, como nos lo enseñaron los grandes apologetas de los primeros cinco
siglos del cristianismo: si no podemos responder, para eso existe la palabra “misterio”. Mientras que responder apresuradamente no ayuda en nada.
Los problemas que las herejías posfreudianas intentan
resolver no son del psicoanálisis sino del practicante. El
psicoanálisis no busca la adaptación del sujeto al mundo, ya que el yo es
incapaz de autoconstituirse y se funda en una alienación fundamental. Del mismo
modo, el psicoanálisis no busca remendar la sexualidad, pues ésta falla de manera inherente. Finalmente, el psicoanálisis no tiene como fin que
el analista se ofrezca como modelo de salud mental y de tranquilidad en la vida; aquí el psicoanálisis debe cada vez devolver la pregunta por su propia finalidad, a su dignidad de apertura absoluta.
Entonces en "La dirección de la cura...", Lacan desbroza el camino de estas
respuestas apresuradas. Sin embargo, hay que anotar que, a pesar de su dura crítica y su ironía, Lacan siempre mostró respeto
por sus colegas, reconociendo el valor de su trabajo y el hecho de que el
psicoanálisis a menudo logra sus objetivos a pesar de los errores de sus
practicantes. Lacan nunca les quitó el estatus de psicoanalistas, lo que nos
enseña una lección importante sobre cómo debatir y discutir dentro de la
comunidad analítica.
Tres que son cuatro, dos que son tres
En el último capítulo de “La dirección de la cura”, hay un dos
que es casi un tres: la dupla de demanda y deseo, que constituye el
núcleo del texto. Gira en torno a la relación de causa y efecto que hay
entre el significante y el sujeto que habla y su relación con su realidad,
sus pulsiones, con sus semejantes y consigo mismo. El resultado de esta incidencia
es el deseo, que se convierte en el centro de la doctrina lacaniana en este
momento de su enseñanza. Son "dos que son tres" porque existe un tercer
elemento que oscila y se articula de diferentes maneras. Por un lado, el deseo
emerge como un "retoño" de lo que la demanda no puede aniquilar por
completo de la necesidad. Por otro lado, la tríada del "nada" —amor,
odio e ignorancia— también se articula como un tercer elemento. El amor como
demanda de nada, el odio como intento de aniquilar al otro, y la ignorancia
como un saber que no sabe sobre esa diferencia entre el deseo y la demanda.
Así, ésta se presenta como un "filo" que articula todo. Más acá de la
demanda, la necesidad, que la demanda mortifica sin poder eliminar, emerge como
deseo. Más allá de la demanda, encontramos el amor, el odio y la ignorancia.
Estos ejes, demanda y deseo, articulados con la necesidad o con el amor, el
odio y la ignorancia, sirven como la propuesta de Lacan para responder a las
desviaciones que critica.
El "tres que son cuatro" se refiere a la estructura misma del texto y la dirección de la cura, que se organiza en torno a tres pilares: interpretación, transferencia y el ser del analista. Estos conceptos se entienden como la táctica, la estrategia y la política del análisis, respectivamente. Sin embargo, se convierten en cuatro al añadírseles la letra. La pregunta de cómo operar con el ser del analista, se presenta como una alternativa a la herejía de proponer al analista como modelo de identificación.
Al igual que las herejías históricas, que aún hoy nos
advierten de los peligros de las desviaciones en la doctrina, las críticas de Lacan
nos alertan sobre errores que evidentemente son posibles: intentar adaptar al sujeto a su realidad,
reparar sus relaciones sexuales, o postularse como un ideal de cómo se debe
vivir. La prueba de que esas desviaciones son posibles es que fueron formuladas por gente que se formó con el fundador mismo, lo que nos debe dar la humildad
de pensar que, si siendo ellos quienes fueron cometieron esos errores, nosotros
no estamos a salvo.
Finalmente, la letra se presenta como un objeto fundamental
del texto. En oposición a la palabra, la letra, con su función de causa final
del análisis, orienta tanto la táctica (la interpretación) como la estrategia
(la transferencia) y la política (el ser del analista). La pregunta de Lacan
sobre cómo debe terminar un análisis se perfila en este texto, y la letra se
erige como una respuesta a esa interrogante, en contraste con las respuestas
obscenas que las herejías proponían.
Escisión entre el Wunsch freudiano y el désir
lacaniano
Al abordar el problema del deseo en Lacan, es crucial
entender que su regreso a Freud lo obliga a realizar una clara distinción entre
el deseo freudiano (Wunsch) y su propio concepto (désir).
Lacan dedica buena parte de este capítulo a criticar enérgicamente la frase de
Sacha Nacht de que "un sueño no es más que un sueño”. “Hay que detenerse
en esos vocablos de Wunsch, y de Wish…, para distinguirlos del deseo, cuando ese
ruido de petardo mojado con que estallan no evoca nada menos que la concupiscencia. Son
votos.”
La primera distinción que Lacan establece es que el deseo no
son las tendencias. Lacan ironiza sobre el Wunsch y el wish,
describiéndolo como un "ruido de petardo mojado" que no evoca nada
menos que la concupiscencia. Con esta analogía, Lacan sugiere que el deseo del
sueño, tal como se manifiesta en el Wunsch, se desactiva en el mismo
acto de soñar, como un petardo que no estalla con fuerza. La concupiscencia, un
concepto teológico, se refiere a los efectos irresolubles del pecado original
sobre el alma, una inclinación al mal que permanece a pesar del perdón que
sobre el pecado original opera el bautismo. Así, Lacan asocia el Wunsch en
el sueño con algo que se apaga. Así mismo "son votos", que pueden ser “piadosos, nostálgicos,
contrariantes, bromistas”.
Pero si el sueño sirviera a un deseo de reconocimiento, por
qué se haría dormido. Lacan retoma así su vertiente más “económica” o
de satisfacción, esa en la que Freud deja el enigma de que el sueño sirve al
deseo de dormir. La satisfacción alucinatoria sirve para desactivar la
concupiscencia.
Esta distinción es fundamental: mientras Freud se interesa
en el Wunsch como el contenido latente del sueño, Lacan se enfoca en el deseo
del sueño, que es el punto de fuga, el lugar donde la interpretación encuentra
su límite. Es ese punto de la interpretación donde ya no se puede decir nada
con certeza, un punto de fracaso de la interpretación, pero que es, al mismo
tiempo, el lugar de apertura para el psicoanálisis. El sueño tiene un margen de
interpretabilidad entre el contenido manifiesto, que ya sabemos que no es lo
que es, y el ombligo del sueño, la función deseo donde fracasa la
interpretación del sueño.
La distinción entre el Wunsch freudiano, o los
significantes de la demanda que se pueden reconstruir en la interpretación de
un sueño, y el désir lacaniano que podemos asimilar al ombligo del
sueño, es una manera de Lacan de tomar distancia y, a la vez, tomar partido de
Freud. A diferencia de un anti-freudiano, Lacan parte de la base de que los Wunsch
o los significantes de la demanda tienen una función de orientación para
acercarnos a la problemática del deseo del sueño.
El Wunsch se compone de significantes que organizan
el sueño, pero el deseo lacaniano es la marca del vacío en la cadena
significante. Este vacío, este punto de fuga, no es una nada sin sentido, sino
un vacío que tiene un nombre y se puede nombrar. Lacan sostiene que "hay
que tomar el deseo a la letra" precisamente porque no hay un metalenguaje,
no hay otro significado que dé sustento al deseo; solo existe el vacío en la
cadena y los significantes que tenemos para arreglárnoslas con él.
Para ilustrarlo, Lacan analiza el sueño de la "bella
carnicera", extendiendo su análisis incluso al deseo de su esposo. Lacan
demuestra cómo el deseo del esposo por una mujer más delgada, es una forma de
preservar su propio deseo insatisfecho, una suerte de anorexia mental para no
ser aplastado por la "papilla de la satisfacción" de las redondeces
de su mujer. Es que ambos esposos mantienen un duelo para, más allá del amor
que se profesan y del goce con el que se complacen y para despecho de los
psicoanalistas que quieren remendar la relación sexual, mantener un deseo
insatisfecho. Con este ejemplo, Lacan lleva la cosa al extremo para mostrar
cómo la función deseo es fundamental para entender toda la estructura
subjetiva. A fin de cuentas “caviar” no era tan despreciable después de todo.
La palabra y la marca
En el punto 14 vemos la noción de la marca en su oposición a los significantes de la demanda. El
deseo se manifiesta a través de la demanda, pero siempre está "más
allá" de ella. A su vez, se encuentra "más acá" de otra demanda,
donde el sujeto, en su relación con el otro, fija un ser que busca proponer. Es
en este punto donde la marca se vuelve crucial.
Lacan sostiene que solo una palabra que pudiera levantar la
marca que el sujeto recibe de su expresión podría ofrecerle una absolución y
devolverlo a su deseo. Sin embargo, el deseo mismo es la imposibilidad de que
esa palabra exista. La marca emerge donde falla el significante, donde se encuentra el
límite de la función de la significación.
La marca surge de un proceso de mortificación de la
necesidad por parte de la demanda. El deseo, como un "retoño", es el
retorno de aquello de la necesidad que no puede ser mortificada. La marca de la
demanda nos da una pista sobre por dónde retorna ese deseo, ese cachito de vida
que queda después de la mortificación.
El deseo no es un retorno romántico o natural a un estado
original; es una desfiguración, un producto monstruoso del
significante que ha mordido el cuerpo. Intentar asfixiar este deseo con la
palabra solo redobla la marca, consumando la escisión que el sujeto sufre por
no ser sujeto más que en cuanto que habla. Así Lacan pone la espada de fuego en la entrada del jardín: No se puede volver una vez que la demanda ha desnaturalizado el
cuerpo.
La pregunta que se plantea es cómo hacer uso de esta marca.
Lacan rinde homenaje a Freud y a su concepto de la "escisión del yo", que traduce como la "escisión del sujeto". Esta se manifiesta
como el sujeto tachado y como la consecuencia de la falta de
una última palabra. La marca es, en un sentido figurado, la "baranda del
vacío" desde donde el deseo retorna una y otra vez, dado que no hay esa palabra que absolviera al deseo.
Para esto Lacan, retoma la noción de regresión. A pesar de su reticencia a usar este término debido al abuso del que fue objeto, le sirve para mostrar que, en el psicoanálisis, el progreso no es lineal. Se avanza yendo hacia las primeras experiencias de satisfacción. La pulsión
se convierte en la manifestación de este movimiento. La pulsión es el sujeto
tachado, articulado en la exclusión e inclusión (simbolizadas por el rombo), con los "desfiladeros" de la demanda, es decir, con el vacío que la
demanda deja en su articulación. Es en este punto donde los deseos del sueño se
convierten en representantes de la concupiscencia, que apuntan como líneas de
perspectiva al vacío que es la función deseo. La marca es, pues, la mediadora entre demanda y deseo, entre contenido latente y ombligo del sueño.
¿Qué hace un psicoanalista?
Como dijimos antes, Lacan aborda la pregunta de qué hace un psicoanalista a
partir de los cuatro pilares de la dirección de la cura: la interpretación, la
transferencia, el ser del analista y la letra. A diferencia de sus colegas, que
buscaban la curación o la identificación, redefine la función del
analista. El analista no se sacrifica como una "hostia para ser
consumida" por el sujeto que sería conformado a su persona
salvífica, ni busca sanar el desencuentro genital con la entrega oblativa. Su labor se centra en un dejar hacer.
El texto de Lacan nos lleva a considerar los medios que
utiliza el psicoanálisis para alcanzar su objetivo. La palabra tiene un poder
especial que se asocia con la interpretación. Sin embargo, la regla
fundamental no es guiar al sujeto hacia un discurso coherente, sino dejarlo
libre para intentarlo. La labor del analista es callar, dejar que el sujeto hable y que intente articular su deseo a través de la palabra.
La única resistencia es la del analista, que
debe tolerar la libertad de su analizante, y el fracaso en ese intento. El
sujeto, en cambio, busca sujeción a un amo que le diga qué hacer, como
aquellos esclavos que, una vez liberados, regresan al mismo lugar. La
transferencia es precisamente la búsqueda de ese refugio frente a la libertad que
se le ofrece.
La demanda es puesta entre paréntesis en el
análisis, ya que está excluido que el analista la satisfaga. Esto constituye el
principio de abstinencia como respuesta a la transferencia. Ante la demanda que la sociedad le dirige al psicoanálisis de que cure el síntoma, Lacan plantea una pregunta crucial: "¿A qué silencio
debe obligarse ahora el psicoanalista?". El silencio del analista adquiere un carácter histórico, como respuesta a esa demanda social que
puede inhabilitar la interpretación. Por eso Lacan se calla más que Freud,
porque socialmente las condiciones cambiaron y se hicieron más hostiles para la
interpretación psicoanalítica. El silencio, en este contexto, es un medio para
que la interpretación recupere su horizonte, la "virtud alusiva" del
dedo de San Juan.
Finalmente, concluye que la dirección del análisis no
obstaculiza la "confesión del deseo", sino que la promueve. El sujeto
es llevado a articular su Wunsch, para que entienda que su désir
no tiene que ver con aquel. La resistencia es la incompatibilidad
del deseo con la palabra, una incompatibilidad cuyo límite es la marca. El
desafío del analista es hacer que la palabra, vaciándose de su potencia como
tal, se reduzca a su carácter de letra.
Puntos clave de la sección de preguntas y respuestas
- La letra
no es el fonema o el sonido que evoca un recuerdo. El fonema es
"audible", pero puede carecer de sentido; la letra, en cambio,
es una marca que carece de sentido, pero permanece.
- La
marca es la herida que deja la demanda sobre el cuerpo, el rastro que
queda tras la extracción de un trozo de carne.
- La
pulsión no es una necesidad natural. "Comer sano" no existe,
pues el acto de comer está en el orden de la pulsión. El sujeto es un monstruo
o aberración porque no se relaciona con su cuerpo de manera natural. Y sus
“necesidades” no son naturales, sino que son la concupiscencia que queda
del pecado original que es la entrada del significante en el cuerpo.
- "Dar
lo que no se tiene" puede darnos la clave para entender cómo se
preserva el deseo. Esta frase se puede entender de dos maneras opuestas:
- Dar
lo que no se tiene (metonimia): cuando con el don del objeto, "la papilla de lo que se tiene", se transmite
el “no tener”, la propia imposibilidad de saber lo que el otro necesita.
- Dar
lo que no se tiene (metáfora): cuando el objeto que se da asfixia con una
supuesta solución que sustituye al enigma irresoluble que es el deseo.
- El retoño
del deseo moviliza los cambios de estado en el análisis. El deseo, al ser
un vacío o una "inexistencia", se convierte en el motor que
impulsa la dialéctica del análisis, ya que las respuestas a esa falta, los
significantes de la demanda que se van produciendo, no agotan el deseo.
- La
equivocación de proponer al analista como modelo de identificación es luminosa,
porque su función en la formación es encarnar la abstinencia, incluso con
sus impurezas. Ese modo de encarnar la abstinencia con sus impurezas, dado
que no existe el analista, es lo que se transmite en el análisis de
formación. Por eso hay que estar advertido de cuáles son las impurezas de
uno, de ahí la necesidad del análisis.
- Si
el Wunsch freudiano es la concupiscencia, el désir lacaniano
es la castidad.
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