Hablar de psicoanálisis a médicos residentes en pediatría, en un hospital llamado La Misericordia. Esta idea me obsesionó desde que pude juntar todas las piezas de la invitación que me hizo la Dra. Ximena Cortés.
Ustedes deben
saber que los hospitales fueron un invento cristiano en el contexto del Imperio
Romano, que obedeció al impulso evangélico de las llamadas obras de
misericordia corporales: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed,
y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me
vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."
(Mateo 25: 35-36)
Aquí no estoy visitando a los enfermos, sino a los médicos, por lo tanto, esta acción no se me contará en el juicio final como una obra de misericordia.
La
misericordia es un concepto que tiene al corazón en su propia constitución
etimológica. Se trata de compadecerse con el corazón. Compadecerse implica
padecer con, experimentar el dolor ajeno como propio en una identificación con
el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo, el preso, con
el muerto que no tiene sepultura. Consiste en padecer como propias las desventuras
de un prójimo que, a pesar de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, se
encuentra en situaciones que desfiguran esa dignidad que le fue otorgada como
un bien irrenunciable y absoluto por su Creador.
Son las
siete obras de misericordia corporales porque para el cristianismo el cuerpo es
un problema fundamental. Y es sobre el cuerpo que quiero hablarles, puesto que
la misericordia es algo que se siente en el cuerpo. Es necesario abordar
entonces no tanto el cuerpo de quien está en la indignidad de la enfermedad y
de los otros males que el evangelio precisa con mucha claridad, sino el
problema del cuerpo de quien los atiende, es decir, de ustedes.
Compadecerse,
experimentar la misericordia… ¿No es acaso el problema fundamental de su
profesión, el problema en todo el sentido de lo que esa palabra significa? Si falta
del todo están condenados a convertirse en tramitadores de un sistema que
muchas veces se vuelve inhumano, pero si está en demasía, esta pasión puede
paralizarlos frente a las acciones necesarias que muchas veces ocasionan
sufrimiento en la búsqueda de un bien mayor y mediato.
Es un reto operar
con la identificación con el sufrimiento ajeno, sobre todo en el caso de los
niños, que son el objeto de su proceder. Deben intuir que en su formación se
constituyen poderosas defensas que regulan esta identificación. Para comenzar
la defensa primordial es una noción del tiempo, producir un sufrimiento ahora
que con el tiempo aumente las probabilidades de restablecimiento de la salud es
un saber que permite realizar el trabajo que es necesario hacer ahora. Es una idea
que los pacientes adultos pueden aceptar, aunque sea de mala gana, pero tratar
de explicarle a un niño que van a puyarlo con una aguja hoy para disminuir la
probabilidad de enfermar gravemente mañana, es raramente aceptable para el pequeño
paciente, cuyo nombre se convierte así en una amarga ironía.
Otra forma
de defensa es tomar distancia subjetiva del sufrimiento del paciente, lo cual
puede estar facilitado por la masividad de los dispositivos de salud y la especialización
en la profesión. Mientras más personas se atienden, mientras más grande es el
hospital, mientras más especializados están en un órgano o en un proceso
biológico, menos tendrán que vérselas con el sujeto sufriente que es el objeto
de su trabajo. Esta defensa también tiene un límite, pues este sujeto sufriente
se encarga de hacerles saber sin ninguna objetividad que el sufrimiento que
padece él o sus seres queridos es, en ese momento, lo más importante que está aconteciendo
en el universo entero. Porque cuando se está en el dolor todo lo demás se
relativiza y muchos padres preferirían que les pasara algo horrible a ellos
mismos que ver a sus hijos padecerlo. Y el carácter contagioso de este dolor,
el sufrir en el propio corazón el sufrimiento ajeno, es el fundamento mismo de
la existencia histórica de un hospital y del deseo de aliviar el dolor en el
cual se soporta.
Entonces el
tiempo que tarda en curarse o la distancia del sufrimiento subjetivo son
defensas débiles puesto que el fundamento mismo de su práctica no está en el
sufrimiento del otro, sino en la urgencia que imprime el misterio de la
elección vocacional por la cual ustedes, cada uno, decidió que se iba a dedicar
a curar al prójimo.
Este es un
problema que se le presentó muy pronto a Freud al momento de inventar el
psicoanálisis, pues el psicoanálisis es un invento que responde a un
descubrimiento, el descubrimiento de que podía haber sufrimiento corporal que
no se podía hacer corresponder al daño en un órgano o al disfuncionamiento de
un proceso biológico.
Es con las
epidemias de histeria y de neurastenia en el siglo XIX que coincidieron con los
desarrollos de la medicina clínica, que se reveló un tipo de padecimiento que
los médicos de la época no podían sino llamar como mentirosos. Atribuyéndoles
así la intención de mentira a los pacientes que los sufrían, se defendían de la
urgencia en la que los ponía que el poder de la ciencia y del saber médico,
ahora por fin dando frutos después de milenios, no parecían dar con los modos
de curación, al fallar precisamente la cadencia causa-efecto que es necesario
establecer para tratar un síntoma.
Mucho del
lenguaje del primer psicoanálisis está lleno del lenguaje médico y todavía se
mantiene así, por ejemplo, esta noción de síntoma. El síntoma en psicoanálisis
sigue siendo un concepto central, solo que el descubrimiento de Freud trastocó
profundamente la relación entre causa y efecto, escindiendo a los psicoanalistas
de los médicos desde el principio, al escindir la causalidad orgánica de la
causalidad psíquica.
Freud se
dio cuenta muy pronto de que los llamados “enfermos”, otra deuda con el
lenguaje médico, que le llegaban a muchos neurólogos de la época, no estaban
realmente mintiendo, sino que creían verdaderamente en sus síntomas. Aunque el
médico les explicara que sus síntomas no eran reales desde el punto de vista
orgánico, eso no les impedía a ellos sufrirlos como tales.
Entonces si
no están mintiendo es que hay algo que no se sabe. Esta ignorancia que fue el
descubrimiento de Freud, y que había estado escondida tanto para los médicos
como para los enfermos es el fundamento de la noción de inconsciente. El
inconsciente existe en la escisión entre el organismo biológico del enfermo y un
cuerpo hecho de representaciones psíquicas más o menos organizadas de entre las
cuales algunas se prestan para expresar conflictos psíquicos.
Este cuerpo
de representaciones psíquicas es el que, por decirlo así, enferma de ese tipo
de aflicción que no puede catalogarse como orgánica. El cuerpo de
representaciones es más extenso que el organismo biológico y es el que puede
padecer por imitación imaginaria o por desplazamiento simbólico el sufrimiento
de los demás, puesto que, al decir de Lacan, este cuerpo funciona como un
lenguaje. Y es a causa de su existencia que ustedes pueden contagiarse de misericordia.
Por la
naturaleza de este descubrimiento Freud también se percató muy pronto de que las
defensas habituales del médico no le serían funcionales para inventar un modo
de tratar ese cuerpo significante. Una de las defensas que era precisamente postular
al neurótico como mentiroso, había que desecharla decididamente si es que quería
saber qué eran esos sufrimientos corporales no causados por el daño de ningún órgano.
En cuanto a las otras dos defensas había que o reevaluarlas o darles
otro uso.
La defensa
de tomar distancia es la anécdota de Breuer con Ana O, cuando el médico sale
disparado frente al reto de que su persona ha sido inmiscuida en el sufrimiento
mismo de la enferma. Ana O era una muchacha histérica a la que Breuer estaba
tratando y consigue leer el deseo de Breuer de tener un hijo y entonces hace un
embarazo histérico.
Mientras
que para un médico involucrarse en el padecimiento del paciente es un
acontecimiento que no debe suceder y que si sucede está contraindicado y habría
que remitir al paciente, Freud descubrió que estar involucrado en el padecimiento
del paciente, que quedar atrapado en el argumento de ese padecimiento era la
única manera de tratarlo. Es que el cuerpo de representaciones al ser más
extenso que el organismo biológico y funcionar como un lenguaje, involucra a
los seres amados y por decirlo así se pone en red con otros cuerpos, y es
necesario que el analista entre en esa red para que pueda operar. Este fue el
descubrimiento de la transferencia.
La primera
defensa, la de saber que los procedimientos toman un tiempo y que el
sufrimiento actual puede ser el beneficio de mañana, tal vez sea la más honesta
de las defensas del médico que heredamos los psicoanalistas. Un análisis no es
un proceso fácil y el analista no puede estar dominado por el deseo de aliviar
el sufrimiento, de la misma manera como el médico no puede estar dominado por
ese deseo cuando aplica un procedimiento que causa sufrimiento.
En el caso
del analista, además, dado que las otras dos defensas han sido decididamente
rechazadas: el sufrimiento del analizante no puede ser escondido detrás de la
hiperespecialización ni de los grandes números del hospital dado que el
análisis no tiene modo de medir su eficacia estadísticamente y el hecho de que
funcione para alguien siempre es una conjetura. No trabajamos con ensayos clínicos
que nos digan el porcentaje de éxito del tratamiento. No servirían de nada,
puesto que cada análisis y cada analista están, por decirlo así, hechos a la
medida. Tampoco puede este sufrimiento ser desacreditado llamándolo mentiroso,
cuando el analista sabe que ese sufrimiento es real, aunque la causa no sea
orgánica.
Entonces frente
al sufrimiento del analizante, el analista se encontraría sin otra defensa que
en confiar en que este momento pasará y que mañana será mejor. ¿Cómo entonces no
encontrarse a merced de su propia misericordia para poder hacer lo que tiene
que hacer?
Para nosotros
ese problema tiene una solución desde el principio de la historia de nuestro
discurso. Freud invitaba a los que iban a practicar el análisis, que en su
mayoría eran médicos al comienzo, a pasar por un análisis ellos mismos. Las
sociedades psicoanalíticas muy pronto convirtieron esa invitación en una
prescripción y para mi Escuela, que es la lacaniana, es impensable que alguien
practique el psicoanálisis sin que haya pasado él mismo por el proceso.
Les propongo
a conversación la idea de que los médicos pueden beneficiarse así de un análisis
personal. El problema con las defensas es que siempre son sobrepasadas, pero si
alguien que practica la medicina puede encontrar el fundamento singular del
deseo por el que eligió su profesión, podrá navegarla mejor. Decidirse por esclarecer
el modo singular del deseo de curación o de alivio que se encuentra en la
elección vocacional de cada uno, operará como el cloche de la caja de cambios
de un auto sincrónico, permitiendo separar al cuerpo de representación del médico
practicante para que pueda hacer lo que tiene que hacer y al mismo tiempo no
tomar distancia del lugar donde lo ubica el paciente que se dirige a él, permitiéndole
una mejor escucha clínica del sufrimiento que lo inunda.
Encontrar
el fundamento inconsciente del deseo por el que uno opera una práctica es una
ventaja en el tratamiento del cuerpo de quien la practica, ahorrándose tanto sufrimientos
innecesarios como defensas que siempre están a punto de quebrarse, además de requerir
esfuerzos adicionales a la ya ardua labor que implica atender a los enfermos.
Médicos psicoanalizantes podrían estar en mejores condiciones de lidiar con el
hecho de que sus cuerpos están en la primera línea del combate imposible frente
al sufrimiento orgánico, la caducidad del cuerpo y la muerte.
De este
modo el deseo esclarecido, que se soporta en un deseo de saber los fundamentos
singulares que nos constituyen, es un mejor tratamiento de las pasiones
asociadas con la misericordia que las defensas que la profesión ha construido alrededor
de ellas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario