viernes, 6 de diciembre de 2024

La misericordia

Hablar de psicoanálisis a médicos residentes en pediatría, en un hospital llamado La Misericordia. Esta idea me obsesionó desde que pude juntar todas las piezas de la invitación que me hizo la Dra. Ximena Cortés.

Ustedes deben saber que los hospitales fueron un invento cristiano en el contexto del Imperio Romano, que obedeció al impulso evangélico de las llamadas obras de misericordia corporales: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mateo 25: 35-36)

Aquí no estoy visitando a los enfermos, sino a los médicos, por lo tanto, esta acción no se me contará en el juicio final como una obra de misericordia.

La misericordia es un concepto que tiene al corazón en su propia constitución etimológica. Se trata de compadecerse con el corazón. Compadecerse implica padecer con, experimentar el dolor ajeno como propio en una identificación con el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo, el preso, con el muerto que no tiene sepultura. Consiste en padecer como propias las desventuras de un prójimo que, a pesar de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, se encuentra en situaciones que desfiguran esa dignidad que le fue otorgada como un bien irrenunciable y absoluto por su Creador.

Son las siete obras de misericordia corporales porque para el cristianismo el cuerpo es un problema fundamental. Y es sobre el cuerpo que quiero hablarles, puesto que la misericordia es algo que se siente en el cuerpo. Es necesario abordar entonces no tanto el cuerpo de quien está en la indignidad de la enfermedad y de los otros males que el evangelio precisa con mucha claridad, sino el problema del cuerpo de quien los atiende, es decir, de ustedes.

Compadecerse, experimentar la misericordia… ¿No es acaso el problema fundamental de su profesión, el problema en todo el sentido de lo que esa palabra significa? Si falta del todo están condenados a convertirse en tramitadores de un sistema que muchas veces se vuelve inhumano, pero si está en demasía, esta pasión puede paralizarlos frente a las acciones necesarias que muchas veces ocasionan sufrimiento en la búsqueda de un bien mayor y mediato.

Es un reto operar con la identificación con el sufrimiento ajeno, sobre todo en el caso de los niños, que son el objeto de su proceder. Deben intuir que en su formación se constituyen poderosas defensas que regulan esta identificación. Para comenzar la defensa primordial es una noción del tiempo, producir un sufrimiento ahora que con el tiempo aumente las probabilidades de restablecimiento de la salud es un saber que permite realizar el trabajo que es necesario hacer ahora. Es una idea que los pacientes adultos pueden aceptar, aunque sea de mala gana, pero tratar de explicarle a un niño que van a puyarlo con una aguja hoy para disminuir la probabilidad de enfermar gravemente mañana, es raramente aceptable para el pequeño paciente, cuyo nombre se convierte así en una amarga ironía.

Otra forma de defensa es tomar distancia subjetiva del sufrimiento del paciente, lo cual puede estar facilitado por la masividad de los dispositivos de salud y la especialización en la profesión. Mientras más personas se atienden, mientras más grande es el hospital, mientras más especializados están en un órgano o en un proceso biológico, menos tendrán que vérselas con el sujeto sufriente que es el objeto de su trabajo. Esta defensa también tiene un límite, pues este sujeto sufriente se encarga de hacerles saber sin ninguna objetividad que el sufrimiento que padece él o sus seres queridos es, en ese momento, lo más importante que está aconteciendo en el universo entero. Porque cuando se está en el dolor todo lo demás se relativiza y muchos padres preferirían que les pasara algo horrible a ellos mismos que ver a sus hijos padecerlo. Y el carácter contagioso de este dolor, el sufrir en el propio corazón el sufrimiento ajeno, es el fundamento mismo de la existencia histórica de un hospital y del deseo de aliviar el dolor en el cual se soporta.

Entonces el tiempo que tarda en curarse o la distancia del sufrimiento subjetivo son defensas débiles puesto que el fundamento mismo de su práctica no está en el sufrimiento del otro, sino en la urgencia que imprime el misterio de la elección vocacional por la cual ustedes, cada uno, decidió que se iba a dedicar a curar al prójimo.

Este es un problema que se le presentó muy pronto a Freud al momento de inventar el psicoanálisis, pues el psicoanálisis es un invento que responde a un descubrimiento, el descubrimiento de que podía haber sufrimiento corporal que no se podía hacer corresponder al daño en un órgano o al disfuncionamiento de un proceso biológico.

Es con las epidemias de histeria y de neurastenia en el siglo XIX que coincidieron con los desarrollos de la medicina clínica, que se reveló un tipo de padecimiento que los médicos de la época no podían sino llamar como mentirosos. Atribuyéndoles así la intención de mentira a los pacientes que los sufrían, se defendían de la urgencia en la que los ponía que el poder de la ciencia y del saber médico, ahora por fin dando frutos después de milenios, no parecían dar con los modos de curación, al fallar precisamente la cadencia causa-efecto que es necesario establecer para tratar un síntoma.

Mucho del lenguaje del primer psicoanálisis está lleno del lenguaje médico y todavía se mantiene así, por ejemplo, esta noción de síntoma. El síntoma en psicoanálisis sigue siendo un concepto central, solo que el descubrimiento de Freud trastocó profundamente la relación entre causa y efecto, escindiendo a los psicoanalistas de los médicos desde el principio, al escindir la causalidad orgánica de la causalidad psíquica.

Freud se dio cuenta muy pronto de que los llamados “enfermos”, otra deuda con el lenguaje médico, que le llegaban a muchos neurólogos de la época, no estaban realmente mintiendo, sino que creían verdaderamente en sus síntomas. Aunque el médico les explicara que sus síntomas no eran reales desde el punto de vista orgánico, eso no les impedía a ellos sufrirlos como tales.

Entonces si no están mintiendo es que hay algo que no se sabe. Esta ignorancia que fue el descubrimiento de Freud, y que había estado escondida tanto para los médicos como para los enfermos es el fundamento de la noción de inconsciente. El inconsciente existe en la escisión entre el organismo biológico del enfermo y un cuerpo hecho de representaciones psíquicas más o menos organizadas de entre las cuales algunas se prestan para expresar conflictos psíquicos.

Este cuerpo de representaciones psíquicas es el que, por decirlo así, enferma de ese tipo de aflicción que no puede catalogarse como orgánica. El cuerpo de representaciones es más extenso que el organismo biológico y es el que puede padecer por imitación imaginaria o por desplazamiento simbólico el sufrimiento de los demás, puesto que, al decir de Lacan, este cuerpo funciona como un lenguaje. Y es a causa de su existencia que ustedes pueden contagiarse de misericordia.

Por la naturaleza de este descubrimiento Freud también se percató muy pronto de que las defensas habituales del médico no le serían funcionales para inventar un modo de tratar ese cuerpo significante. Una de las defensas que era precisamente postular al neurótico como mentiroso, había que desecharla decididamente si es que quería saber qué eran esos sufrimientos corporales no causados por el daño de ningún órgano. En cuanto a las otras dos defensas había que o reevaluarlas o darles otro uso.

La defensa de tomar distancia es la anécdota de Breuer con Ana O, cuando el médico sale disparado frente al reto de que su persona ha sido inmiscuida en el sufrimiento mismo de la enferma. Ana O era una muchacha histérica a la que Breuer estaba tratando y consigue leer el deseo de Breuer de tener un hijo y entonces hace un embarazo histérico.

Mientras que para un médico involucrarse en el padecimiento del paciente es un acontecimiento que no debe suceder y que si sucede está contraindicado y habría que remitir al paciente, Freud descubrió que estar involucrado en el padecimiento del paciente, que quedar atrapado en el argumento de ese padecimiento era la única manera de tratarlo. Es que el cuerpo de representaciones al ser más extenso que el organismo biológico y funcionar como un lenguaje, involucra a los seres amados y por decirlo así se pone en red con otros cuerpos, y es necesario que el analista entre en esa red para que pueda operar. Este fue el descubrimiento de la transferencia.

La primera defensa, la de saber que los procedimientos toman un tiempo y que el sufrimiento actual puede ser el beneficio de mañana, tal vez sea la más honesta de las defensas del médico que heredamos los psicoanalistas. Un análisis no es un proceso fácil y el analista no puede estar dominado por el deseo de aliviar el sufrimiento, de la misma manera como el médico no puede estar dominado por ese deseo cuando aplica un procedimiento que causa sufrimiento.

En el caso del analista, además, dado que las otras dos defensas han sido decididamente rechazadas: el sufrimiento del analizante no puede ser escondido detrás de la hiperespecialización ni de los grandes números del hospital dado que el análisis no tiene modo de medir su eficacia estadísticamente y el hecho de que funcione para alguien siempre es una conjetura. No trabajamos con ensayos clínicos que nos digan el porcentaje de éxito del tratamiento. No servirían de nada, puesto que cada análisis y cada analista están, por decirlo así, hechos a la medida. Tampoco puede este sufrimiento ser desacreditado llamándolo mentiroso, cuando el analista sabe que ese sufrimiento es real, aunque la causa no sea orgánica.

Entonces frente al sufrimiento del analizante, el analista se encontraría sin otra defensa que en confiar en que este momento pasará y que mañana será mejor. ¿Cómo entonces no encontrarse a merced de su propia misericordia para poder hacer lo que tiene que hacer?

Para nosotros ese problema tiene una solución desde el principio de la historia de nuestro discurso. Freud invitaba a los que iban a practicar el análisis, que en su mayoría eran médicos al comienzo, a pasar por un análisis ellos mismos. Las sociedades psicoanalíticas muy pronto convirtieron esa invitación en una prescripción y para mi Escuela, que es la lacaniana, es impensable que alguien practique el psicoanálisis sin que haya pasado él mismo por el proceso.

Les propongo a conversación la idea de que los médicos pueden beneficiarse así de un análisis personal. El problema con las defensas es que siempre son sobrepasadas, pero si alguien que practica la medicina puede encontrar el fundamento singular del deseo por el que eligió su profesión, podrá navegarla mejor. Decidirse por esclarecer el modo singular del deseo de curación o de alivio que se encuentra en la elección vocacional de cada uno, operará como el cloche de la caja de cambios de un auto sincrónico, permitiendo separar al cuerpo de representación del médico practicante para que pueda hacer lo que tiene que hacer y al mismo tiempo no tomar distancia del lugar donde lo ubica el paciente que se dirige a él, permitiéndole una mejor escucha clínica del sufrimiento que lo inunda.

Encontrar el fundamento inconsciente del deseo por el que uno opera una práctica es una ventaja en el tratamiento del cuerpo de quien la practica, ahorrándose tanto sufrimientos innecesarios como defensas que siempre están a punto de quebrarse, además de requerir esfuerzos adicionales a la ya ardua labor que implica atender a los enfermos. Médicos psicoanalizantes podrían estar en mejores condiciones de lidiar con el hecho de que sus cuerpos están en la primera línea del combate imposible frente al sufrimiento orgánico, la caducidad del cuerpo y la muerte.

De este modo el deseo esclarecido, que se soporta en un deseo de saber los fundamentos singulares que nos constituyen, es un mejor tratamiento de las pasiones asociadas con la misericordia que las defensas que la profesión ha construido alrededor de ellas.

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