De la invención del individuo a la irrupción del inconsciente - La felicidad para todos

Tabla de contenido
Introducción
El Inconsciente entre real y simbólico
La Invención del Individuo
Del psicoanálisis como continuación del debate de las luces.
El Romanticismo y las mujeres
La irrupción del inconsciente
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La felicidad para todos

El periplo que hemos hecho sobre la modernidad tiene que ver con la pregunta ¿Cómo se fueron inventando las cosas que hicieron posible la emergencia del discurso analítico? Esto se basa en pensar que las cosas se inventan y luego se reconfiguran, se reutilizan. Así como la rueda es primero parte de una carreta jalada por un caballo y luego es parte de un automóvil que funciona con el motor de combustión interna y antes de eso se convirtió en el engranaje, que es el principio de la cadena de transmisión que hizo posible la segunda revolución industrial, que hace posible transformar la energía del carbón en el movimiento de la máquina.

Cómo pasa ese invento de la modernidad, el individuo, de castigo a ideal, cómo se articula a la cuestión política, cómo se desarrolla hasta convertirse en el soporte de una responsabilidad. Por una especie de necesidad interna que vemos en el juicio a Galileo y en el héroe de las tragedias de Shakespeare, ese individuo toma la palabra a nombre propio, y esto se va extendiendo a las mujeres, esa mitad de la población que en virtud de la primera división social del trabajo se comportó durante cientos de miles de años como una minoría.

Por ahí se desemboca en el romanticismo. Mientras que la ilustración convivió perfectamente con el despotismo de, es el romanticismo el que resignifica la noción de libertad. La ilustración no necesita de la proliferación de las libertades individuales. Si bien es cierto que alguien libre está según Kant compelido a buscar la libertad de los demás, si hay algo de lamentable su artículo Kant, y a pesar de la interpretación foucaultiana, es que termina dándole loas al emperador. No era un problema tener emperador hereditario, todavía en 1784. Pero apenas cinco años después estalla la revolución francesa y la noción de responsabilidad individual con el propio discurso que está articulando Kant, además del uso de la palabra en público, se reconfigura en una noción romántica de la libertad.

El romanticismo es un movimiento cultural con amplia conciencia de sí mismo, tomaremos como referencia del comentario de textos el llamado manifiesto romántico escrito por Víctor Hugo se convierte en el manifiesto romántico. Es el prefacio de una obra de teatro escrita como una tragedia dedicada a Oliver Cromwell. Sin embargo, aunque la obra nunca se montó sobre las tablas pervive el prefacio como estudio del movimiento romántico en la literatura, del cambio de época que significa.[1]

El primer rasgo que vemos delimitarse en el Prefacio es el uso de lo grotesco con una finalidad poética. Mientras que lo ideal, lo bello es Uno, lo grotesco es múltiple e infinito. Puede uno entonces captar que la historia de Fantine en “Los Miserables”, cómo se va convirtiendo de una mujer preciosa en una piltrafa humana, desfigurándose a sí misma, prostituyéndose, vendiendo sus dientes, su cabello, mientras trabajaba como obrera, para poder mantener a su hijita Cosette, es un recurso técnico que resalta la belleza del amor de Cosette y Mario y el heroísmo de Jean Valjean.

La historia del decaimiento de Fantine es la técnica del uso de lo grotesco para hacer que lo bello aparezca más claramente. Y según Víctor Hugo esto es un invento de la civilización cristiana, que no existía para los griegos, a quienes no se les ocurriría poner lo grotesco al lado de lo bello para hacerlo aparecer mejor.

En la literatura romántica también aparecen las mujeres escritoras. Las hermanas Brontë y Jane Austin entre otras muestran que los sentimientos y las quejas de las mujeres comienzan a contar. Las mujeres pueden quejarse del matrimonio, o hacer la pregunta por qué quieren hacer con sus vidas, sobre qué es eso que invade su cuerpo. Las mujeres se sientan a hablar de poesía con los hombres. Comienzan a hacer existir un discurso femenino con el cual las mujeres hablan del derecho al voto, no desde una igualdad abstracta, sino por la conveniencia de que lo femenino se inmiscuya en estas decisiones. De manera que no solo hay grandes mujeres en la literatura contadas por hombres, como Madame Bovary, sino mujeres contadas por mujeres y hombres vistos desde la perspectiva de las mujeres.

Si Sor Juana Inés de la Cruz, tuvo que disfrazarse de hombre y Santa Teresa de Ávila elige la vida de monja para no tener que casarse, y escribe porque quienes la obligan necesitan saber si eso que ella estaba diciendo que sentía era demoníaco o no. En cambio en el siglo XIX algo rompe con esto y es nuevo, el romanticismo tiene que ver con la emergencia de esto. De manera que cuando Kant dice “hable” “hágase responsable públicamente y por escrito de lo que piensa”, lo que sucede como respuesta es una pregunta por el derecho a la felicidad que tiene como su protagonista a las mujeres.

El romanticismo introduce no la pregunta por el derecho a ser libre, que ya es un presupuesto blindado por el ciclo revolucionario de la cuenca atlantica: la Fundación de los Estados Unidos, Revolución Francesa, y las guerras de emancipación de nuestros países. Toda la cuenca atlántica está ilustrándose, forzando los límites. Como la eslavitud es una objeción al carácter universal del "nacidos libres y para ser felices", se introduce la libertad de vientres. Que el hombre nació libre por naturaleza y que todos tienen alma es algo que se había discutido en Salamanca y donde habían ganado los curas que universalizaron el derecho de ser hijo de Dios, frente a las brutalidades de los esclavistas. Pero es en este momento que eso se generaliza.

La delicadeza de lo que sucede en ese momento es que frente al problema de la libertad de la palabra se introduce la pregunta por la felicidad del individuo. Para todos los revolucionarios de la cuenca atlántica esto era objeto de un consenso, hasta que queda sellado en el discurso de Lincoln como una verdad evidente: el gobierno no solo está para garantizar el orden y la libertad, sino también la felicidad.

En una confluencia entre las tecnologías de poder que Foucault denomina estado y pastorado, el estado debe cuidar la libertad de la ciudad y la felicidad de cada uno, sosteniéndose sobre la idea que aparece muy clara en el Discurso de Angostura, de que uno puede ser feliz ejerciendo la virtud. De allí la idea de que uno puede obtener satisfacción del trabajo pero un accidente histórico y no una maldición bíblica lo está impidiendo, lo que constituye el centro de la protesta socialista frente a la segunda revolución industrial. También la idea de que uno debe casarse por amor para ser feliz, cosa que estaba limitada a los pobres hasta ese momento. Esta confluencia de la felicidad y la virtud constituye una articulación entre política, economía y satisfacción, por donde se despliega la respuesta de Sade a Kant que Lacan articula.

La política es para ser felices, el arte se ejerce para ser felices. Pero al introducir el problema de la felicidad al lado del de la libertad, el romanticismo quiebra al individuo. Sus elementos grotescos salen a flote, su porvenir no está asegurado. Es cierto que el psicoanálisis no es un movimiento romántico, entre otras cosas porque no cree que sea posible la recuperación del objeto y su noción del inconsciente “procede de lo lógico puro”. Pero en el siglo XIX se estaba gestando la idea de que antes de la historia había habido algo que se perdió, y todo movimiento de la historia será una escena donde se intenta recuperar eso atávico perdido. Mientras que el neoclasicismo trata de restituir el ideal clásico, para el romanticismo la cultura es un esfuerzo por recuperar la naturaleza que se perdió con el advenimiento de la historia, la cultura es una corrupción de la naturaleza.

El alma ya no es un punto, ni solamente el soporte de una responsabilidad, tiene pasiones y tradiciones que la gobiernan sin que se dé cuenta. Es contradictoria, llena de complejidades. Está preñada de cosas atávicas, telúricas, ligadas a la tierra. Por eso los franceses son de determinada manera, tienen tal temperamento, los ingleses, los polacos, de tal otra. Es por la tierra de la que han surgido. Por eso Bolívar tiene que inventarse una raza producto del mismo mestizaje que aseguró durante cientos de años el intrincado y pesadillezco sistema de castas hispanoamericano.

El extravío colectivizante de los totalitarismos del siglo XX en este sentido es una defensa frente a una suerte de pulsión histórica globalizante que se expresa jurídica y políticamente como el derecho inalienable de cada uno a ser, no solo libre, sino también feliz y a encontrar la alegría en lo cotidiano, más allá de los grandes relatos de la historia. El derecho a la felicidad postula entonces una pregunta ética. Si yo soy múltiple, a cuál felicidad debo acceder. El discurso del amo se reajusta y plantea que hay que ser feliz mediante la virtud. Si se expresa con esa vehemencia, es porque es posible que uno pueda ser feliz de otras maneras diferentes a la virtud, que el pecado y el crimen no son caídas del alma sino modos de la felicidad. Las monstruosidades están en nosotros, son lo grotesco en nosotros. Lo que no se integra. Nuestra alma es mucho más complicada que un punto cartesiano, es algo profundo, abismal.

Este individuo debe entonces reconocerse en lo diferente que hay en él, preguntarse por lo que quiere. Cuando un marido lleva por el brazo al médico a una histérica porque es infeliz en su matrimonio, ese gesto machista ya implica que uno puede desorganizarse por infelicidad, que uno puede no estar satisfecho con el rol que le tocó en la vida, con las elecciones que hizo. Que uno tiene que hacer un tratamiento de eso.

¿Qué les pasa a estas mujeres? ¿Cómo que no les gusta vivir como viven? ¡Arréglenlas! Y ya en el discurso está supuesto que uno puede estar desarreglado de infelicidad. Más adelante Freud podrá decir que cuando un marido trae a su mujer o un padre a su hija homosexual quiere a que les quiten lo que molesta, hay que responder que no se puede hacer eso, que hay que investigar. Es el reconocimiento de que uno no es uno, que uno no es simplemente la diferencia entre una voluntad un entendimiento. Y que la pérdida de la voluntad no es una caída, sino la expresión de una multiplicidad que estaba esperando allí desde siempre.

Ese quiebre del individuo, esa explosión del individuo es posible a partir de introducir en la política, en la ética y en la vida el problema de la felicidad, una vez que la ilustración ha universalizado el problema de la libertad. Esa es otra condición de posibilidad del psicoanálisis. En la época de la declinación del padre en la que la gente quiere estar adaptada a los múltiples ideales que existen, para poder funcionar como máquinas, el psicoanalista introduce una espera frente al trauma como introducción de lo grotesco en la vida. 


[1] Todas las citas el Prefacio de Cromwell pueden encontrarse texto aquí 

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