De la invención del individuo a la irrupción del inconsciente - Del amor romántico al amor non-sense

Tabla de contenido
Introducción
El Inconsciente entre real y simbólico
La Invención del Individuo
Del psicoanálisis como continuación del debate de las luces.
El Romanticismo y las mujeres
La irrupción del inconsciente
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Del amor romántico al amor non-sense

I

Más que una invención del individuo, de lo que se trata la modernidad es de una exaltación del individuo. Victor Hugo está presentando un drama que tiene la estructura de una tragedia, que no se puede montar sobre las tablas. De lo que se trata es de un estudio sobre un personaje histórico del cual solo tenían en Francia una versión escrita por un obispo católico. Al ser Cromwell un reformador, anticatólico y antimonárquico, de un modo diferente al francés, esa versión no lo satisface.[1]

Para presentar este drama, el autor le da un lugar al drama en la historia de la creación poética. A diferencia de los neoclásicos que veían lo clásico como un ideal que se había perdido y que había que recuperar, para el romanticismo no se trata de algo que hay que recuperar, sino de algo que va complejizándose. La noción de historia que subyace en Victor Hugo en 1827 no es hegeliana ni positivista, sino que va desordenándose a medida que van incluyéndose elementos. Es una noción entrópica de la historia. Aumenta el desorden con el tiempo. A pesar de que faltan unos cuantos años para que la noción de entropía aparezca y ya está delineada aquí.

En el texto de Victor Hugo la historia es así, se va llenando de problemas y novedades. Coincide con los positivistas en los tres estadios de la vida social, pero a diferencia de ellos para quienes la vida social se va organizando cada vez mejor, la complejización viene con desorden. Así dice que para la humanidad, la primera creación poética es la oda, es darse cuenta de la maravilla. “En presencia de las maravillas que le deslumbran y que le embriagan, su primera palabra es un himno”. Es una idea que encontramos de nuevo en Tolkien, cuando en el momento de su despertar en la noche de Cuiviénen, los elfos se maravillan de las estrellas y comienzan a cantar.

En el despertar del mundo lo primero que se puede experimentar es un maravillarse frente a las cosas. “Existen en ese mundo familias pero no pueblos, padres pero no reyes, ese mundo es joven y lírico. Su plegaria condensa su religión y su oda es toda su poesía”. Después de esto viene un segundo momento en el que la comunidad patriarcal sucede a la sociedad teocrática y es la épica y la epopeya lo que se vuelve lo típico. Lo que para los neoclásicos, sus contrincantes, es la parte esencial de la poesía, para él no es más que un tránsito.

La cuestión se expande y se vuelve más complicada, sin volver a un estadio anterior. En esta segunda etapa la poesía es religión y la religión es ley. La modernidad comienza Victor Hugo con el cristianismo, la duplicidad del hombre es un tema propiamente moderno. El cristianismo para el autor tiene la virtud de que al introducir la complejidad en el hombre, no trata de reducirlo al ideal. Por lo tanto la representación artística no puede obviar lo grotesco y se expande en su creatividad.

 “Con el cristianismo y por su influencia se introdujo en el espíritu de los pueblos un sentimiento nuevo, desconocido de los antiguos y singularmente desarrollado en los modernos un sentimiento que es más que la gravedad y menos que la tristeza, la melancolía”. Cómo podemos entender la melancolía en el texto, sin dejarnos llevar por un significante que tiene tanto peso para nosotros. Hay que recordar su etimología como “bilis negra” en la teoría de los cuatro humores, que fue fundamental hasta el desarrollo de la medicina clínica precisamente en la época en la que está escrito este texto. Según esa teoría, desde Hipócrates pensaron que la enfermedad era un desequilibrio de los cuatro humores: la sangre, la flema, la bilis y la bilis negra. También producía afectos y temperamentos.

Esto es lo que aparece en la modernidad, según Victor Hugo, dándonos la idea de que los sentimientos pueden aparecer históricamente. “Entre la gravedad” es decir, tomarse en serio las cosas y “la tristeza”. “El hombre replegándose en sí mismo al presenciar tan enormes vicisitudes, comenzó a compadecer a la humanidad y a comprender las amargas irrisiones de la vida”.

“De este sentimiento… el cristianismo hizo emerger la melancolía”. La melancolía como sentimiento es una toma de distancia, es la posibilidad de observar la historia como algo exterior, más allá de la rutina, en la cual estarían inmersos los antiguos y más acá del padecimiento brutal de un mundo a partir del cual el individuo comienza a ser objeto de la historia.

Este momento implica que el individuo comienza a padecer la historia. “Hasta entonces las catástrofes de los imperios raras veces llegaban hasta el corazón de las poblaciones, solo las sufrían los reyes que caían y las majestades que pasaban, el rayo solo estallaba en las altas regiones y los acontecimientos se desarrollaban con toda la solemnidad de la epopeya. En la sociedad antigua, el individuo estaba colocado tan bajo que para que le hirieran los trastornos necesitaba que la adversidad descendiese hasta su familia de tal modo que él no conocía el infortunio fuera de los dolores domésticos, raras veces las desgracias generales del estado desarreglaban su vida. Eso cambia cuando la sociedad cristiana se abre paso en la sociedad moribunda imperial.”

No nos interesa la periodización histórica que hace Victor Hugo, sino la ley enunciada “las cosas no hacen sino complicarse” y el individuo necesita nuevas defensas para responder a esto. Pues esta complejidad creciente va dejando al individuo cada vez más sujeto de toda clase de atrocidades en la historia.

La invención del individuo es una transmutación de su valor en la historia, es una exaltación. Victor Hugo plantea un individuo sufriente hasta el extremo, que padece, es la pasión del individuo. Ese drama está en el corazón de lo que plantea este texto sobre el romanticismo, la ironía es que implica la pasión del individuo y al mismo tiempo por la intervención de lo grotesco en la vida, se introduce lo cómico.

Por eso Victor Hugo dirá que el cristianismo dirigió la poesía a la verdad. La apartó del ideal para concentrarse en la vida tal y como es. “entonces fue cuando fijándose en los acontecimientos, a la vez risibles y formidables, y por influencia del espíritu de melancolía cristiana”, de la cual venimos de decir que es la separación y la toma de distancia que permite la crítica, “y la crítica filosófica, la poesía dio un gran paso, decisivo, que semejante a la sacudida que produce un terremoto, cambiará la faz del mundo intelectual, obrará como la naturaleza, mezclará en sus creaciones pero sin confundirlas, la sombra y la luz, lo grotesco y lo sublime, el cuerpo y el alma, la bestia y el espíritu...”

Eso destruye la argamasa del mundo antiguo.

II

Tomamos como texto central del discurso moderno las Meditaciones Metafísicas, donde se capta la elaboración subjetiva del autor, en su lengua madre y en primera persona. No solo por lo que dice sino por cómo se escribe, marcado con el nombre propio y la lengua vernácula, nos permitió establecer varios rasgos específicos de ese momento.

La transmutación del valor del individuo en este momento, en términos nietzscheanos, acompaña la idea de la invención del individuo, pues hay algo de invención, pero no es que esta noción, este artefacto no existiera, sino que tenía un valor negativo. El ostracismo, por ejemplo, dejar a alguien suelto, librado a su individualidad, fuera de la comunidad era un castigo. El individuo excluido de sus vínculos comunitarios, lo vemos en Levi-Strauss con la eficacia simbólica de la maldición, podía equivaler a la muerte.

En la modernidad, en el cambio de siglo del XVI al XVII, lo vimos con Romeo y Julieta, con el affaire de Galileo con la Iglesia, y otros ejemplos de esa época, el individuo pasa de objeto de desecho a ideal al que hay que aspirar. El movimiento cartesiano, que no deja de ser elitesco en un principio, se desarrolla como movimiento político, revienta con la ilustración y poco después tenemos la revolución francesa.

Como un hongo que desarrolla su estructura micelial oculta e invisible y de pronto hace una floración. El individuo moderno aparece con la democracia cuando la modernidad está en sus postrimerías. Pero durante varios siglos este artefacto que llamamos “el individuo” estuvo digiriendo la vida comunitaria y los lazos que se habían heredado del amo antiguo y medieval desde adentro.

Eso nos lleva al problema del siglo XIX, el siglo en el que nace Freud, que es la orilla a la que nos aproximaremos con este trabajo. El romanticismo introduce otro problema diferente al de la libertad del individuo que es el de su felicidad. Lo que introduce la revolución francesa es que la gente tiene derecho a pensar como quiera, que ya había sido adelantado por los efectos de la reforma protestante y la modernidad, bajo el amparo del absolutismo.

La democracia moderna al final de la modernidad se plantea que la gente no solo quiere ser libre sino además feliz. El problema de la felicidad introduce el problema de la satisfacción y la pregunta ética por cuál es mi destino. Por cómo voy a organizar mi vida, los vínculos a partir de los cuales sustento mi vida. Con retrocesos, rupturas y negociaciones. Ahí tenemos por ejemplo el utilitarismo que se realiza en la máxima marxista “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, con la confusión entre necesidad y deseo en el corazón mismo de su programa de reingeniería social en la crítica al Programa de Gotha.

¿Quién lleva la pregunta por la felicidad más allá del utilitarismo? Las escritoras románticas son quienes rompen la juntura utilitarista entre las necesidades o bienes y la felicidad. Un discurso que viene de unas mujeres que escriben o de hombres que escriben sobre mujeres, el problema central de la novela como género en el siglo XIX. Madame Bovary, alguien que no sabe bien lo que quiere pero que sabe que quiere ser feliz y que no está satisfecha con su matrimonio, con el rol que tiene en la vida social.

Una mujer insatisfecha que se opone es el tema de la histeria. Mi felicidad no cabe en tu esquema. La realización de mi vida no cabe en los roles a los que estoy destinado, porque la libertad siempre fue para los varones y la prueba de esto es que a principios del siglo XX todavía se estaba discutiendo el voto femenino y las mujeres en Inglaterra estaban peleando por este derecho.

El tema de la libertad no bastaba. Lo que hizo reventar todo en mil pedazos como debía, más allá de que nosotros no sepamos qué hacer con los pedazos, es el problema de la felicidad, la pregunta por mi felicidad por cómo uso mis capacidades. La revolución francesa ya no es ilustrada propiamente hablando, es romántica. El romanticismo ha socavado la ilustración, tomó sus consignas, sus modos de ver el mundo y los invirtió. Muchos escritores románticos, por ejemplo se opusieron a los excesos de la revolución francesa y hablaban a viva voz en contra de ella.

El romanticismo profundiza la vocación global que ya traía la ilustración. El romanticismo es un movimiento de la cuenca atlántica, europeo y americano. En el discurso del congreso de Angustura, Bolívar expone que la finalidad del estado es hacer feliz a la gente y que la finalidad de la vida es la felicidad. El utilitarismo mismo tiene una vena que es la pregunta por la felicidad. La discusión es cómo llegar a la felicidad, pero es el tema de la cuenca atlántica, no ya el deber, como en Kant. Ni el honor que me proporciona cumplir mis deberes con relación a mi estado.

El individuo, que había aparecido como una micosis de la cultura, revienta con la pregunta por la felicidad, más allá del problema de la libertad de la palabra. Las revoluciones burguesas que surgen como respuestas legales a la pregunta de la libertad, traen el germen de cómo puede ser feliz el pueblo. Durante el siglo XIX, en el movimiento romántico aparecen mujeres escritoras de pleno derecho. Santa Teresa de Ávila, Santa Hildegarda, tan excepcionales, tan raras frente a la legión de hombres escritores, nos muestra que las mujeres siempre escribieron, pero que un efecto de discurso las ocultó, les impidió tomar la palabra. En cambio las hermanas Brontë y Jane Austin publican en su propio nombre, son famosas mientras están vivas. La nieta del intelectual judío, precursor de la Haskalá, Fanny Mendelssohn, mejor conocida por el apellido de su marido, Hansel, recibió reconocimiento en su momento.

Las mujeres se convierten en objeto de reflexión también para los hombres, si no cuál es el gran tema de la novela moderna. También hay héroes masculinos, pero no están solos. En La Ilíada Briseida es un botín de guerra, pero lo que saca a Aquiles de su cólera es que matan a Patroclo. Por ejemplo una madame Bovary es impensable antes de esta época, con los problemas que genera su pregunta decidida por su deseo. Ana Karenina, es el horror del agujero que es el deseo femenino. Se trata de la feminidad como tema exclusivo, obsesionante, dominante.

En el siglo de las epidemias de histeria, de las que ya no se puede decir que son posesiones demoníacas pero no se sabe bien qué son, constituyen un tema, un objeto de reflexión que la medicina clínica naciente trata como una simulación, pero el hecho es que aparece ese tema, con un nombre traído del lenguaje griego para el útero. Esto hace posible que un neurólogo que se traslada desde Viena hasta París a hacer sus estudios pueda escuchar en los pasillos del hospital los chistes sexuales que se producen alrededor de esta enfermedad, porque es ahora un objeto de estudio.

Ya no se trata de un problema intrafamiliar de algún marido incompetente para controlar a su mujer, sino de un problema de dispositivos estatales, de las monjas y los curas que manejan los hospitales, de qué hacemos con estas mujeres que ya no podemos llamar poseídas. Un problema para la medicina clínica naciente, para la categorización científica, pues no termina de convencer su supuesta simulación. El sufrimiento del que dan testimonio es real mientras que parodian el discurso neurológico que está en pleno florecimiento.

El problema de la feminidad implica abrir el camino al psicoanálisis y lo que le da carta de ciudadanía a la feminidad es el movimiento romántico. En “Las desventuras del joven Werther”, la novela romántica por excelencia, Carlota tiene algo que decir, no elige al héroe, sino decide otra cosa y eso lleva al suicidio al joven Werther. Qué quiere Carlota, es un misterio, pues entre ellos hay una chispa. Es una novela que tuvieron que prohibir porque los muchachos se suicidaban. Así irrumpe el romanticismo, con la pregunta por qué quiere una mujer.

Y no solo es una pregunta de los hombres. Las mujeres comienzan a preguntarse por su lugar en el mundo. En esas novelas aparece la discusión de si las mujeres debieran votar o no, no desde la igualdad, sino desde su diferencia. Si debían mezclarse en la vida pública o si debieran quedarse en sus casas. Y uno se percata de que entendió todo mal, que no es que el patriarcado significa diez mil años de derrota de las mujeres, frente al poder de los hombres, sino que ellas aceptaron algo.

Marx y Engels lo llaman una división del trabajo entre los hombres y las mujeres, la primera división del trabajo. No son diez mil años de sometimiento a las brutalidades del hombre, La pregunta es por qué las mujeres eligieron el silencio, no hablar, no escribir sobre su experiencia. Es una pregunta que Lacan actualiza a comienzos de los años 70 del siglo XX, pero que ya había estado en sus seminarios y en sus escritos ¿Por qué sus colegas mujeres, no hablan sobre su experiencia y prefieren sostener el fantasma del masoquismo femenino? ¿Es mejor guardar silencio sobre esto, estar en soledad con esta experiencia?

Mientras que los hombres quieren estar en la polis en sus vínculos político-homosexuales, las mujeres eligieron estar en el oikos. Los romanos luego fijaron esto en el derecho. Obviamente hay jerarquías y desigualdades en esta división del trabajo, pero eso no significa que lo que está del lado subalterno no sea sino puro objeto de opresión. La pregunta es qué se ganó con este silencio de diez mil años.

El feminicidio es un fenómeno estrictamente contemporáneo, no porque no se hablaba de eso, o porque era normal y no se sancionaba. San Pablo manda a los esposos a cuidar de las esposas como de sus propios cuerpos. No está mandado por la cultura que el hombre haga lo que le dé la gana con la mujer. Para Foucault el poder y la violencia son excluyentes. El poder se ejerce cuando se consiente. Son diez mil años más de poder que de violencia. El problema del poder es cómo hacer que el otro consienta. Ese pacto se rompió en el siglo XIX. Las mujeres comenzaron a hablar y cuando no podían protestar con palabras, hablaban con su cuerpo, en el lenguaje de la neurología, pero también en el lenguaje del hombre que es el idioma fálico, porque de lo otro no hay lengua. Eso es lo que llega a los consultorios de Breuer y Freud, es el desencadenamiento de las mujeres, la representación cultural del problema de qué es una mujer.

La pregunta es por qué la oreja de Freud permite darle una vuelta a este problema. Hay algo de su singularidad. A pesar de que se sabía de la causalidad sexual de los síntomas histéricos y Freud se preguntaba “por qué si se sabe, no se dice”. Bueno, Freud fue el al menos uno que sí lo dijo. Y rápidamente se buscó a colegas mujeres, como las grandes Lou Andreas-Salomé y Sabina Spielrein para que lo dijeran también e instruyó a su propia hija, que lo hayan hecho mejor o peor es otro problema.

El romanticismo introduce lo grotesco, que es una invención de la modernidad, entendida como la era cristiana según Victor Hugo. Mientras que la época clásica griega descubrió la belleza como un Uno, lo que es típico de la época posterior es la introducción de lo grotesco que es fracción y múltiple. Si la modernidad muere con el romanticismo, y nuestra época es otra cosa, lo que hay que preguntarse es por qué estamos tan desconcertados todo el tiempo. Podríamos hacer el gesto neoclásico de ver hacia atrás y nombrar con cosas viejas lo nuevo. No se trata ya de un amor dramático, ni un amor clásico, una vez que aparece el amor como tema la pregunta es qué estatuto tiene para nosotros, si es más bien del orden del non-sense.

El non-sense no es el sinsentido, es el no-sentido, el fuera-de-sentido. La experiencia amorosa para nosotros es del orden del non-sense y tiene una rama que va de lo abiertamente hilarante hasta lo horrorosamente gore. El gore es un género cinematográfico de finales de los 50, que tiene otro nombre que es el cine “Splash”, salpicar, porque se trata de salpicar al espectador con las tripas y la sangre. Una representación del cuerpo humano como algo lleno de vísceras y sangre.

El amor como non-sense va para nosotros de lo hilarante a lo gore. Desde el encuentro que describen los poetas como Jaime Sabines, el amor sin futuro, que no es más que un encuentro, a la microguerra sanguinaria entre los cuerpos sexuados, de la que somos lamentablemente los contemporáneos.




[1] Todas las citas del Prefacio de Cromwell pueden encontrarse aquí https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-VictorHugo.Cromwell.Prefacio.pdf

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