De la invención del individuo a la irrupción del inconsciente - La verdadera fórmula del ateísmo


La verdadera fórmula del ateísmo.

Para Nietzsche en “La Gaya Ciencia”, el individuo primero es un castigo. Esto lo podemos ver con la eficacia simbólica de la maldición o del ostracismo, que pueden producir una catástrofe subjetiva que conlleva a la muerte. Luego entre finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII hubo una inversión, lo vimos con el uso masivo del mercenario, tomando absoluta responsabilidad de hacer el contrato con quien le esté pagando. No es alguien que sufre por ser excluido de la Gens o de alguna corporación medieval, de sus comunidades “naturales”, sino que se excluye voluntariamente de éstas para hacer otra cosa.

Esa transmutación del valor del individuo, de un castigo a un ideal, hace que se creen dispositivos para acoger esta novedad. En Hobbes vemos esta libertad bajo la forma de una negatividad. Teoriza el estado como ese espacio en el cual cada individuo hace un pacto de renuncia a la violencia. O Romeo y Julieta, que se publica en 1599, un año antes de que quemaran a Giordano Bruno, y antes de que Galileo se volviera una celebridad.

“Romeo y Julieta” es un romance antiquísimo, que se tradujo en esa época del italiano al inglés, lo cual posibilitó la versión shakesperiana. En ella el príncipe, que era impotente para imponer la ley a las familias poderosas de la ciudad, había amenazado con que aquel que siguiera con la guerra privada iba a ser ajusticiado. Pero como se trata de Romeo, que es el único hijo varón de esa familia tan ilustre, le conmuta la pena de muerte por el exilio.

Aquí el romance pasa a tragedia. La hamartia de estos amantes consiste en conocerse y enamorarse sin saber quiénes eran. Pero fallan el blanco al dar en el blanco, porque realizan el deseo del príncipe de detener la guerra. La muerte de ellos dos termina estableciendo un nuevo régimen, el príncipe puede decir que hubo que pasar por esta desgracia para parar la guerra privada entre las familias.

La invención del individuo es un presupuesto necesario, no suficiente y además contradictorio con la emergencia del psicoanálisis en los últimos años del siglo XIX. En el seminario 11 Lacan remarca que el sujeto con el que trabajamos en un psicoanálisis es el sujeto cartesiano. En el seminario XVII, el sujeto cartesiano gira por los lugares de los discursos, no cambia.

Cómo se compagina esto con que el sujeto como lo concibe Descartes sea una simplicidad como un punto. Sus tres potencias, voluntad, entendimiento y memoria son como las tres personas de la Trinidad, que no constituyen una composición, el alma es una con tres facultades. La posibilidad de pecar es la diferencia entre voluntad y entendimiento, mientras mi voluntad es más perfecta, puesto que Dios quiso que yo fuera libre, mi entendimiento es imperfecto. Entiendo menos de lo que puedo. Y como puedo más de lo que entiendo, de esa sustracción sale que me equivoco mucho, pero es porque Dios quiso que yo tuviera libertad, que es un bien mayor.

Como no me doy el tiempo para entender, entonces me equivoco, ahí resuenan los tiempos lógicos de Lacan. Descartes dice que tiene que esperar a que su entendimiento concluya para poder actuar, pero como mi entendimiento entiende menos de lo que mi voluntad puede, porque ésta es más perfecta, entonces lo que sucede es que me equivoco y peco, que en este punto son dos cosas idénticas.

En la tercera meditación está que la idea de Dios es como una marca que deja el artífice, la instancia de la letra en Descartes. Dios es exterior al alma, pero la marca es intrínseca al alma. Hay una relación entre el sujeto que desea y no entiende, la marca de su artífice y lo exterior de lo que no puede tener sino esa marca. Una relación tripartita entre el deseo, la letra y lo exterior al sistema. Me equivoco con respecto a eso y no tengo de eso sino una marca. Algo así como un representante del hecho de que exista la representación.

Para poder salir del universal supuesto de este exterior al sistema, y captar en primer lugar que es uno para cada uno, y en segundo lugar que no tiene nada de substancial, hubo que esperar casi trescientos años. En su emergencia esa estructura tripartita entre el sujeto, la marca del artífice, en donde el sujeto puede encontrar certidumbre, no quiere decir sin embargo que sepa algo de lo que lo causa. Por eso al final de la tercera meditación dice “Solo me resta examinar de qué modo he adquirido esta idea…”, esta marca.

Descartes está haciendo un bricolaje. En la segunda meditación cuando se pregunta “Qué sé de mi” y responde si es un animal racional, usando la respuesta aristotélica, al pensamiento filosófico para pasar a otra cosa, en medio de su actitud ladina a cuarenta años del juicio a Giordano Bruno y veinte del juicio a Galileo. Esta presión enunciativa que así se produce convoca a una precisión del enunciado que nos deja estas formulaciones de las que todavía estamos hablando hoy.

“Pero ¿qué es un hombre? ¿Diré, acaso, que un animal racional? No por cierto: pues habría luego que averiguar qué es animal y qué es racional, y así una única cuestión nos llevaría insensiblemente a infinidad de otras cuestiones más difíciles y embarazosas, y no quisiera malgastar en tales sutilezas el poco tiempo y ocio que me restan.” (DESCARTES, 2006, pág. 27) No quiere usar su tiempo en estas dificultades. Todo este trabajo de bricolaje con la prueba ontológica, con el método escéptico que no sigue hasta sus últimas consecuencias, con la definición medieval del alma como un punto, imagen de Dios Uno y Trino, lo realiza para tender una escalera y después soltarla y seguir a otra cosa: La simplificación del objeto, su reducción a cifra, permite esa matematización progresiva del mundo que nos dio la física, la química y la biología, para posteriormente desembocar en las ciencias sociales que se confían a la estadística. El vaciamiento del sujeto implica ese gesto de desinteresarse de lo que se está investigando, vinculado con la separación de la utilidad de los programas de investigación, que se capta desde el primer gesto de Galileo apuntando el telescopio al cielo y descubriendo los cuatro puntos luminosos que giran alrededor de Júpiter, desembarazando el saber de la ciencia de cualquier pregunta deontológica que le sirva de límite.

La idea de Dios “… ha nacido y ha sido producida conmigo, al ser yo creado, como también le ocurre a la idea de mí mismo…”. (DESCARTES, 2006, pág. 50) De la idea de Dios sé por el “pienso”. Podrá decir después que Dios es primero, pero el cogito funciona al revés. El punto inconsistente que es el sujeto es primero antes que la idea de Dios. En cualquier caso son por lo menos lógicamente sincrónicos.

“…no hay por qué extrañarse de que Dios, al crearme, haya puesto en mí esa idea para que sea como la marca del artífice impresa en su orden…” (DESCARTES, 2006, pág. 50) No hay forma de metaforizar eso de una mejor manera. La idea de la existencia de Dios es la marca del artífice. Es curioso también, y solo lo anotaremos al margen, que la metáfora de la marca del fabricante la usa también Freud en su artículo sobre la denegación (verneinung). Sobre esa marca sostengo mi certidumbre. “Cuando hago reflexión sobre mí mismo, no sólo conozco que soy cosa imperfecta, incompleta y dependiente, que sin cesar tiende y aspira a algo mejor y más grande que yo, sino que conozco también… que ese de quien dependo posee todas esas grandes cosas a que yo aspiro y cuyas ideas hallo en mí…” (DESCARTES, 2006, pág. 51)

La estructura tripartita en Descartes consiste en Dios, la marca y el sujeto. Pero si lo tomamos por su reverso qué encontramos. En el seminario XI Lacan vuelve a decir que “la verdadera fórmula del ateísmo no es ‘Dios ha muerto’” lo cual interpreta como una manera de arreglárselas Nietzsche con la castración. (1992, pág. 35) “La verdadera fórmula del ateísmo es ‘Dios es inconsciente’” (1992, pág. 67)

En el discurso de la ciencia y en el de la histérica el sujeto está frente a una marca. En el discurso de la ciencia el sujeto histérico está vaciado del goce que constituiría su verdad. Por eso mismo el sujeto de la ciencia es intercambiable, y se puede replicar una experiencia usando el mismo conjunto de pasos.

Para Descartes del otro lado de la marca está Dios. Los científicos pueden imaginarse que son ateos. Es el éxito del trabajo sucio que hizo Descartes, hacer un bricolaje para salir de ese problema y desencadenar un discurso maquinal donde quien se inscribe no tiene nada que ver con su propia verdad. “Una distracción poderosa” lo llama Freud en “El Malestar en la Cultura”.

Para nosotros Dios aparece de otra forma. Cuando Lacan dice que “Dios es Inconsciente” está por definir el inconsciente no como una articulación significante, sino como lo que hace tropezar. Las primeras sesiones del Seminario XI tienden a un nuevo desarrollo del objeto a. Si hay un tropiezo de la cadena significante, hay un objeto que la hace tropezar. Por eso nosotros nos ocupamos de Dios con otro nombre que es “lo real”.

Tomamos el testigo de lo que dejó Descartes en ese momento, volviendo a problematizarlo. No es un Dios glorioso, prefecto y universal, sino irrisorio. Con el impulso de su “excomunión”, Lacan formula “Dios es inconsciente”, pues para él la IPA era una institución religiosa disfrazada de sociedad científica. Como una pirámide, como el monumento funerario donde Freud escondió los secretos de su invención y su descubrimiento para que otro lo redescubriera, pues no confiaba en lo que había creado como movimiento psicoanalítico.

Si “Dios es inconsciente” nos dice que Dios no ha muerto y que eso es una coartada, Lacan se propondría como un ateo sin coartada. Esto pasa por no ceder diciendo que “Dios es el inconsciente”, pues eso sería reinstituir al Otro. Está estableciendo los bordes de lo que sería el inconsciente a partir del Unbegriff. Dios es eso que está más allá del inconsciente en tanto que discurso del Otro. La verdadera fórmula del ateísmo es “cada uno tiene un real”. La singularización del Dios que había sido universal, producido como una ilusión por la cultura, pero que no es que no significa nada, sino que debe ser sometido a interpretación como cualquier otra producción de la cultura.

Para orientarnos en lo que hacemos como psicoanalistas vamos a buscar la marca de lo que un real está produciendo constantemente. Bajo la forma de un tropiezo, una equivocación constante, encontrarse con la marca de lo que no era. A diferencia de Descartes que encuentra en la marca la garantía, la prueba del artífice que está detrás de la construcción de su alma.

Nosotros encontramos en la marca la prueba, la cifra repetida, de la demolición que lo real está operando constantemente sobre nuestro inconsciente. Como en la película Inception, donde en el borde, en el litoral, donde no hay más allá, no hay más ciudad, ahí está constantemente demoliéndose el límite de lo que es construido, eso no se queda quieto, está vivo, existe. Uno no puede ser ateo en el sentido de creerse que uno está solo en su psiquismo, una perfección del alma consigo misma, y con la potencia para construirse y reconstruirse a sí misma.

El ateísmo nuestro singulariza el problema de lo que nuestros padres culturales se imaginaron como Dios. Más allá del litoral, de la letra, de la marca hay algo que erosiona ese litoral y lo cambia, lo modifica y por eso el tratamiento psicoanalítico es largo y al mismo tiempo no es rutinario sino sorpresivo. Y por eso Lacan definirá en estas sesiones del seminario XI a la repetición como una invención.

La estructura tripartita que Descartes nos deja es así sacada de la fijeza en la que él quiere dejarla. En nuestra subversión del sujeto cartesiano moderno, el sujeto hace pareja con la marca que es el representante del hecho de que haya representación ahí donde no hay representabilidad. Esa marca tiene un vínculo con algo exterior a ella. Si no el psicoanálisis sería un análisis de discurso, un decodificar. La letra está constantemente interpretando el real, reconfigurándose también a partir de las erosiones que el real le va produciendo. No podemos más que matematizar eso, lo otro sería especulación y delirio. Así como Descartes no puede decir más de Dios, excepto que tiene una marca que es el testimonio de que algo dejó esa marca allí.

Para nosotros nuestro “artífice” nunca deja de afectarnos, es nuestra verdadera pareja.


De manera que lo que en Descartes es un punto, en Lacan es un vacío, la marca que hay que guardar es la del vacío exterior en el centro del ser y no guardarla se paga con angustia o con tristeza. Esa marca no es la garantía de lo que existe más allá de ella, sino que es mi responsabilidad sostenerla contra mí mismo, no es la garantía, sino el límite y la orientación de mi acto. Y no es la garantía porque ese es un vacío creativo que pone al trabajo al aparato, causando toda clase de malentendidos y que tiende a metabolizarse con el sufrimiento del mal encuentro.

Trabajos citados

DESCARTES, R. (2006). Meditaciones metafísicas. Bogotá: Universales.
LACAN, J. (1992). El Seminario de Jaques Lacan, Libro 11: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

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