Tabla de contenido
Introducción
El Inconsciente entre real y simbólico
La Invención del Individuo
Del psicoanálisis como continuación del debate de las luces.
El Romanticismo y las mujeres
La irrupción del inconsciente
...
El concepto de lo que no tiene concepto
Si en un comentario de textos siempre hay que
poner atención al contexto en el cual un concepto encuentra en un momento
determinado una culminación, en el seminario XI el contexto es particularmente
ilustrativo, pues es el momento en el cual sucede lo que en la historia del
movimiento psicoanalítico Lacan llama su excomunión. Es el momento en el cual
la IPA ya no pudo soportar más la enseñanza ni la práctica psicoanalítica de
Jacques Lacan.
Se abre una novedad absoluta en el campo del
psicoanálisis, pues en las sonadas rupturas que había habido en él y que han
cundido el campo completo de la psicoterapia con producciones de disidentes del
psicoanálisis durante todo el siglo XX, solía suceder que quienes se salían de
la institución psicoanalítica no conservaban el nombre de psicoanalistas,
porque no existía nada fuera del campo psicoanalítico, fuera de la IPA fundada
por el mismo Freud, que pudiera hacerles sostener ese nombre.
La práctica habitual de la IPA parece haber
sido establecer mecanismos de negociación a veces muy largos, que podían
terminar en rupturas irreconciliables, pero que mantenían dentro del campo de
su institución a las diferentes corrientes. Se mantenía así una serie de modus
vivendi, donde cada uno estaba reconocido, por más que no se soportaran
unos con otros. Durante diez años antes de la excomunión de Lacan, había pasado
algo parecido en Francia.
Lacan al ser excomulgado no inventa otro nombre
sino que se llama a sí mismo psicoanalista y constituye una institución
alternativa a la IPA, que existía bajo la modalidad de la sociedad científica
desde Freud. Consigue una acogida institucional que le permite continuar su
seminario, luego de una interrupción de varios meses, y a partir de allí se
extiende un tiempo de elaboración sumamente productivo, entre cuyas invenciones
está la Escuela misma como institución hecha a medida del discurso
psicoanalítico.
Cuando Lacan usa la palabra “excomunión” más
allá de lo que significa en el marco de la Iglesia Católica, hace referencia a lo que hizo la
sinagoga con Spinoza. El trabajo sobre el concepto de
repetición en este seminario está vinculado a lo que no tiene nombre. Lacan se
podría decir que está en una posición similar. Él constituye la paradoja de un
practicante y un didacta que sostiene su nombre de psicoanalista y su enseñanza,
pero que existe fuera de la institución en donde ese nombre y esa práctica son
efectivos hasta ese momento.
Lo que sucedió allí fue el inicio de una
fecundidad en la cual existimos, en donde anidamos nuestra práctica, a partir
de la cual nos asociamos institucionalmente. En este espacio además pensamos
hacia dónde debe ir un psicoanálisis, cómo se debe llevar a cabo, cómo debe
pensarse el cambio en el discurso psicoanalítico, sea epistémico o político.
Cómo debemos plantear la relación del discurso psicoanalítico con los otros
discursos. Todo eso está en germen en ese acontecimiento.
Eso de lo que se puede decir que no tiene
nombre, es lo que Lacan en este momento encarna. El motivo y la causa de su
excomunión, para Lacan, era el hecho de haber tocado algo sagrado, porque
detrás de la apariencia de sociedad científica con la cual se cobijaban los
psicoanalistas, hay una forma religiosa en la cual la IPA era una especie de
monumento que guardaba el cadáver del padre muerto. Recordemos que el seminario
de “Los nombres del padre” se suspende luego de la primera sesión y luego es
retomado como “Los cuatro conceptos fundamentales”.
Él interpreta que tocó al padre, primero,
llevándolo a nombre y luego pluralizándolo. El padre existe en lo simbólico,
está anudado a una clase de real que requiere que se crea en él como unicidad y
como excepción. De modo que este seminario responde tanto a la cuestión política
como a la cuestión epistémica. Jacques Alain-Miller en “El comentario del
seminario inexistente” (MILLER, 1992) plantea que Lacan
sustituyó metafóricamente los nombres del padre por los conceptos
fundamentales. O sea que Lacan sigue hablando de lo mismo, pero haciendo acuse
de recibo de un efecto de censura por haber tocado algo que parece que no era
el momento de tocar, como si transferencia, repetición, inconsciente y pulsión
fueran nombres del padre en la obra freudiana. A partir de allí se radicaliza la
elaboración de los conceptos a partir de una crítica profunda, de una
reelaboración que tiene efectos no sólo sobre cómo concebimos estos conceptos,
sino sobre la práctica misma, sobre lo que hacemos cuando estamos escuchando el
hablar de alguien en el dispositivo.
Efectos políticos, epistémicos y clínicos, rara
vez se ven tan manifiestamente imbricados y rara vez se puede ver cómo se
sustituyen uno al otro, como en este momento especialísimo de la historia del
movimiento psicoanalítico.
De modo que hay que hacer un esfuerzo con el
texto porque el concepto de repetición no viene solo, sino anudado sobre todo
al de inconsciente y entre líneas al de transferencia y más allá al de pulsión.
¿Por qué el concepto de repetición aparece intrínsecamente vinculado al de
inconsciente? ¿A cuál concepto de inconsciente?
“…El psicoanálisis, en sus aspectos
paradójicos, singulares, de aporía, ¿puede ser considerado por nosotros como
algo que constituye una ciencia, una esperanza de ciencia?... Tomaré en primer
lugar el concepto de inconsciente… La mayoría de los presentes tiene alguna
noción de que he afirmado lo siguiente: el inconsciente está estructurado como
un lenguaje…” (LACAN, 1992, pág. 28)
En “La carta robada”, Lacan había concebido el
inconsciente como un lenguaje de manera estructuralista. Este inconsciente
funciona por sustitución y desplazamiento en la batería significante. Se ampara
en el redescubrimiento que había hecho Roman Jackobson de lo que Freud había
llamado treinta años antes “condensación” y “desplazamiento”, articulándolos a
un tiempo bajo la forma de los tropos “metáfora” y “metonimia”. Es sobre esta
base que Lacan hace este movimiento impresionante de casar las leyes del
proceso primario con las leyes fundamentales de la producción de sentido en el
estructuralismo. Aprovecha además el empujón de la fundación de la ciencia
lingüística que significó un terremoto en el campo entero de las ciencias
sociales.
“El inconsciente estructurado como un lenguaje”
tiene la marca de Lacan y él lo sabe. Para el momento del seminario 11, esa
definición había hecho mella. En sentido contrario, Lacan piensa que está
cosechando lo que las ciencias sociales tomaron del momento freudiano, de la
irrupción de lo inconsciente en el campo de lo humano. Por ello plantea que
Freud está hablando de eso de lo que hablan los lingüistas, desde antes
de que Ferdinand de Saussure dictara su Curso de Lingüística General,
instituyendo esa ciencia.
En el cuento de los tres hermanos está el
sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación. El sujeto que cuenta y el
que es contado. Está articulado también a la pura matemática combinatoria del
lenguaje. “esta estructura le da su estatus al inconsciente … ella nos asegura
que el término inconsciente encierra algo calificable, accesible y objetivable.
Pero cuando incito a los psicoanalistas a no ignorar este terreno, que les
brinda un apoyo sólido para su elaboración, ¿significa esto que pienso tener
así los conceptos introducidos históricamente por Freud bajo el término de
inconsciente? ¡Pues no! no lo pienso. El inconsciente, concepto freudiano, es
otra cosa que hoy quisiera hacerles ver” (1992, págs.
28-29)
Esto constituye un ejemplo de ruptura en la
continuidad, de lo que Miller llama Lacan contra Lacan. Un deslizamiento, una
oposición sin que haya una abolición de lo anterior, no es que el inconsciente
no está más estructurado como un lenguaje. Va a introducir una novedad que nos permitirá tomar un atajo para entender cómo capta el concepto de
repetición. Porque desde esta lógica el concepto de repetición tampoco será el
concepto de la pura combinatoria en la cual aparece siempre un mismo
significante. Será algo más, otra cosa, que incluye esto, pero que se distingue
de esto al mismo tiempo.
Es porque se trata de la hiancia, de la causa
como lo que cojea, articulada al ombligo de los sueños. “… no es en absoluto el
inconsciente romántico de la imaginación creativa… ¿Qué es lo que impresiona,
de entrada, en el sueño, en el acto fallido, en la agudeza? El aspecto de
tropiezo bajo el cual se presentan… Tropiezo, falla, fisura. En una frase
pronunciada, escrita, algo viene a tropezar. Estos fenómenos operan como un
imán sobre Freud, y allí va a buscar el inconsciente. Allí, una cosa distinta
exige su realización, una cosa que aparece como intencional, ciertamente, pero
con una extraña temporalidad. Lo que se produce en esta hiancia, en el sentido
pleno del término producirse, se presenta como el hallazgo…” (1992, págs. 32-33)
Es algo con lo que uno se topa, se tropieza, por
ello Freud dice que la marca del inconsciente es que el analizante diga “nunca
había pensado esto de esta manera”. En ese momento se encuentra tropezando con
algo de él que no se esperaba, es una sorpresa. Lo típico del inconsciente
lacaniano en este momento no es la articulación, sino el tropiezo y la
sorpresa. Está dando un acento nuevo, una nuance diferente. Se podría
olvidar el analista de la formación del inconsciente y no habría problema. Para
Freud la interpretación da en el blanco porque se produce otro tropiezo, otra
formación del inconsciente.
“La discontinuidad es, pues, la forma esencial
en que se nos aparece en primer lugar el inconsciente como fenómeno…” Al “¡Pues
no!” Lacan da una respuesta: El inconsciente introduce una forma nueva del uno,
que no es totalidad, “espejismo al que se aferra un psiquismo de envultura,
suerte de doble del organismo donde residiría esa falsa unidad… el uno que
la experiencia del inconsciente introduce es el uno de la ranura, del
rasgo, de la ruptura… Aquí brota una forma no reconocida del uno, el Uno
del Unbewusste. Digamos que el límite del Unbewusste es el Unbegriff,
que no es el no-concepto sino el concepto de la falta” (1992, pág. 33)
Si usamos la partícula en alemán un que es
aproximadamente in en español, tenemos el concepto del in, el
concepto de lo que no hay. Pasando así de un inconsciente articulado a un
inconsciente concepto de lo que no hay. Lo específico del inconsciente es el
tropiezo con aquello de lo cual no tengo representación, que se manifiesta
en la sorpresa frente a lo que me sucedió con ese lapsus, con ese olvido, con
ese sueño del que no tengo idea de por qué aparece tal persona, con esa agudeza
de la cual puede aparecer el embarazo o el estallido de la risa.
“¿Dónde está el telón de fondo? ¿Será la
ausencia? Pues, no [de nuevo]. La ruptura, la ranura, el rasgo ya de la
abertura hacen surgir la ausencia -igual que el grito, que no se perfila sobre
el telón de fondo del silencio, sino que al contrario lo hace surgir como
silencio.” (1992, pág. 34)
No es solamente la ausencia del concepto, no es
la ausencia de la conciencia, donde no llega la conciencia, en lo subliminal,
ahí donde se dice que los publicistas meten imágenes sexuales que no se ven a
simple vista para que uno quede captado subliminalmente. Lo inconsciente es una
positividad que aparece como negatividad. La positividad de un concepto de lo
que no hay. Un concepto de lo que no está representado.
A Spinoza le dieron la posibilidad de volver. A
los católicos excomulgados también se les da la posibilidad de volver a ser
integrados. “...a Spinoza solo en un segundo momento se le prohibió
volver”, recuerda Lacan en la primera sesión de su seminario XI, hay un primer
momento en el cual se le permitía volver y un segundo momento en el que le
dicen, “no usted no vuelve más”. Pero a Lacan no, está excomulgado de una vez y
para siempre, él encarna lo inconsciente que retornará inexorablemente, Lacan en
ese momento encarna lo que no tiene nombre.
Trabajos citados
LACAN, J. (1992). El Seminario de Jaques Lacan,
Libro 11: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Buenos
Aires: Paidós.
MILLER, J.-A. (1992). Comentario del
seminario inexistente. Buenos Aires: Manantial.
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