lunes, 27 de mayo de 2019

Elogio de la cólera



Si el odio pasa por incrustar en el semejante lo que, parafraseando a Parménides, de mi verdad constituye la inconmovible entraña, propiciando esa paranoia invertida en la cual me convierto en su persecutor. Si la indignación es metonimia del objeto en su pérdida, desencadenando la dinámica de su recuperación. La cólera con su brutal honestidad mueve el cuerpo a descargar un exceso que se suscita en un aquí y ahora de la existencia. Plana, franca, encontrará en el odio una orientación o en la indignación una historia.

Esto en parte explica que la cólera muchas veces encuentre su razón en una elaboración secundaria, pues es resistente a la verdad. Si bien se tiene por loco a quien por nada se encoleriza, quien da razón de su cólera miente.

No es que le hayan quitado ni que le estorbe la existencia de quien en ese estado le parece insignificante. Ahí nada cuadra y todo pierde su para qué: La ley a la que he servido con tanto cuidado se revela como un amo arbitrario, el amor se desenmascara como una ilusión, el asesinato no busca tanto matar como hallar un límite a este cuerpo que se volvió de pronto excesivo, que arde sin consumirse, como la zarza que se presenta a Moisés con el nombre de "Soy".

De la montaña de la cólera se baja con las leyes escritas de un nuevo pacto. De la cólera se despierta, como de una pesadilla, para seguir durmiendo en el vínculo social. Si no es que se despierta, como Áyax, para observar el horror de las consecuencias de un acto que transita por la ceguera.

En nuestro discurso, al comienzo de la experiencia vemos aparecer la cólera frente a la brusquedad de la maniobra del analista, para luego ir desluciéndose como una cicatriz de una herida que perdió todo sentido.

Porque esa maniobra está calculada para actualizar, bajo condiciones experimentales, la herida incurable que aparece primero en la experiencia freudiana como castración materna. Luego como piedra de escándalo que determina los recorridos. Finalmente como resto sintomático de lo que nunca estuvo destinado a calzar.

Si la indignación es una pasión del tres, y el odio es una pasión del dos, en la cólera el uno se encuentra siempre a destiempo con su soledad. 

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