sábado, 11 de mayo de 2019

El materialismo psicoanalítico.

Conferencia dictada el 8 de mayo de 2019 en la Universidad INCCA de Colombia, en el marco de la Cátedra Itinerante Infancias y Paz.

La contradicción y el conflicto no constituyen accidentes del tejido de la realidad a la que nos enfrentamos con nuestros escasos recursos de pensamiento. La contradicción y el conflicto SON el tejido mismo de esa realidad. Claro que Marx, en la ruta de Hegel había previsto esto. Pero Freud lo postula con cuatro ampliaciones que hacen de su progreso una ruta segura hacia un materialismo y un realismo que nos invitan a sostener la especificidad de lo humano, sin renunciar al rigor de su tratamiento.

En primer lugar, este tejido contradictorio está en la misma constitución de la singularidad de cada hablante, por lo tanto no depende de las leyes de la historia, sino de las del significante. La oposición y los lugares diferenciados allí se hunden desde el comienzo de la llamada primera tópica freudiana, con el descubrimiento de lo inconsciente. La psicología de las masas se revela como un teatro de sombras donde se representa la guerra intestina que cada uno de nosotros libra contra sí mismo.

Más allá de la situación familiar de aquellos a quienes escuchamos, algo está pasando con cada uno de los personajes, que los lleva a tomar decisiones y actitudes que no controlan plenamente, que los esfuerzan en uno y otro sentido. Es que están siendo comandados por sus propias determinaciones y esto mina todo el orden microsocial de la familia. Es esperable que en su sucesión, las capas cada vez más complejas que conforman el orden social en la globalización se vean también afectadas por lo que sucede en este nivel cuántico de la constitución subjetiva.

En segundo lugar, la contradicción freudiana no es necesariamente útil, no lleva a un progreso de la historia. No se resolverá eventualmente. Se agota en su propio valor de uso, que es un valor de satisfacción para el cuerpo. Su tratamiento consistirá no en una revolución que solucione las contradicciones, que elimine los conflictos, sino más bien, como en la moderna teoría de la Transformación de Conflictos, en una redistribución homotópica de las condiciones para lograr un nuevo arreglo de lo que se agudiza y por lo tanto causa sufrimiento y mortificación.

En tercer lugar, como consecuencia de los dos anteriores, por ser la política y la historia funciones de esta contradicción primaria, el psicoanálisis despliega un tratamiento que desgaja al individuo de cualquier compromiso previo con el tejido social del cual es el producto. Nada de “revelarle” su verdadera conciencia de clase, ni de adaptarlo a su posición en el mundo. La ética de la propia responsabilidad en relación con las consecuencias de las elecciones que se han hecho, sirve aquí para desindividualizarlo y desmasificarlo por la vía de la separación de sus ideales más queridos. Una política de la diferencia absoluta, para que desde ahí pueda contribuir a las causas sociales que decida lo más separadamente posible de sus determinaciones significantes. Una ética del máximo grado de libertad posible en relación con el ensueño que su inconsciente determina.

En cuarto lugar, la materia de la que están hechos los determinantes del sujeto, se diferencia de la materia de la que están hechos los objetos que estudian las ciencias naturales. Éstas "partículas" se oponen según sus cargas, maneras de girar, masa, velocidad y otras características definidas. En cambio la materia de la que estamos hechos en tanto sujetos es una materia negativa. Está definida como un sistema de diferencias en el ámbito de las leyes que organizan el lenguaje. Por lo tanto se trata más de posición que de sustancia. Los significantes constituyen nuestras determinaciones como individuos y como grupos humanos, nuestra historia nos determina, pero es una historia hecha fundamentalmente de palabras que se escucharon mal en un momento determinado.

Esta mala escucha, estructural dada la polisemia del lenguaje, determina el mismo conflicto subyacente de manera que no es aclarando el equívoco e incluso el malentendido como puede construirse una paz, sino asumiendo en lo real la diferencia absoluta de las posibilidades interpretativas de los compañeros de lengua. Una transformación del conflicto implica aquí su reconocimiento como constituyente, y el rebajamiento de la paz de un ideal al producto siempre precario de un trabajo que hay que introducir para que la deriva de las subjetividades no desemboque en la violencia.

Un psicoanalista opera como un agujero negro en relación con la proliferación significante de quien viene a hablarle. Devuelve muy poco, pues eso que devuelve no debe tener el valor de un significante, sino el de un acto. Esto quiere decir, que responde solo cuando se puede delinear la materia lógica de la cual está hecho quien le habla. En este sentido su palabra no tiene el mismo estatuto que la palabra del paciente. Sino que está constituida por el destilado de las palabras recibidas y cuyo destino es delinear la forma sustancial de la que está hecho quien habla.

Es problemático que un maestro con entre veinticinco y cuarenta niños pequeños pueda encontrarse con algo que solo puede ser nombrado como la absoluta incomparabilidad de un sujeto con otro. Al mismo tiempo, las exigencias programáticas y las metas que se imponen desde las instancias superiores al salón de clases, pueden hacer perder de vista la tesitura específica de cada niño en relación con los contenidos que debe aprender. Además, si somos consecuentes con lo dicho hasta aquí, hay que contar con que el maestro en sí mismo es un sujeto y está sometido a su propio inconsciente que por definición no se le muestra, sino que lo comanda a actuar de una determinada manera y a funcionar frente a los retos que se le presentan en su profesión con más o menos acierto.

A pesar de todo esto tenemos el testimonio cotidiano de sujetos que se las arreglan para cumplir con todas estas exigencias en condiciones difíciles, y que además tienden a darle un lugar a la diferencia específica de cada niño. Foucault en un texto publicado en el libro Tecnologías del Yo, nos recuerda que para los griegos la función educativa se opone a la del político, en tanto que este último se ocupaba del tejido de la polis, mientras que el primero, junto con el médico en el sentido amplio que esta palabra tenía en la antigüedad, se ocupaba de cada uno de los individuos que conformaban ese tejido. Añadamos a esta lista al psicoanalista como aquel que se ocupa de lo que es transindividual en nosotros mismos, un espacio donde el conflicto de la existencia se revela a veces con una particular virulencia.

Si el educador se ocupa, como lo explica Hannah Arendt, de introducir a cada nueva generación en la cultura, debemos recordar que esto no es desde una tabula rasa, sino que el sujeto que le llega al educador ya está constituido por su modo de entrar en el campo de la palabra y del lenguaje, y que por lo tanto es con esa materia prima con la que ha de trabajar.

El maestro hoy está llamado a sostener la singularidad del niño y del adolescente, su manera específica de plantear el conflicto fundamental de la existencia y transmitirle el coraje para forzar a la cultura a abrir un espacio a cada uno con su diferencia.


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