Un amigo me
preguntó si el psicoanálisis era una carrera. Atiné a responderle que era más
bien un oficio. Me faltó la agudeza en el momento para responderle "sí…
contra el tiempo".
A quienes
participaron en las recientes jornadas de la NEL en Bogotá, el título les
evocará la enseñanza de Carolina Koretzky, al final de la cual plantea que el
análisis otorga un margen. Trataré hoy de articular de qué margen se trataría,
puesto que su esencia es que se trata de un margen de tiempo.
Pero ¿Cuál es el estatuto de este tiempo? No es el tiempo lógico, ni el tiempo cronológico. Tiene un carácter eminentemente subjetivo, pero sobre todo un valor de goce. El tiempo del goce es el de “estoy perdiendo el tiempo”, “no tengo tiempo para nada”, “me estoy quedando sin tiempo”, “contigo siento como que el tiempo no pasa” o “a dónde se me fue el tiempo”.
Ustedes
saben, hace apenas 26 años, un instante en términos históricos, se descubrió
que el universo se expande de manera acelerada y sin freno. Para explicar este
descubrimiento inventaron una “energía oscura” que no se sabe qué es.
Si el
tiempo lógico se distingue del tiempo cronológico como la relatividad se
distingue de la mecánica clásica, el tiempo del goce, de la precipitación del
universo hacia la nada, se parece a lo que sucede entre el tiempo para
comprender y el momento de concluir. En ese intervalo el tiempo se dilata y se
contrae sin razón ni concierto, pero sobre todo sin proporción con el sujeto
que no puede sino padecerlo.
Este tiempo
del goce es el tiempo de la inhibición y la compulsión. Del quedarse
petrificado frente a una agresión sufrida o de no poder detenerse frente a la
propia agresividad. Una clínica de la agresividad pasa por una clínica del
tiempo del goce, pues el goce por estar fijado se encuentra fuera del tiempo,
hasta que por contingencia de una asociación libre condesciende a desgastarse.
¿Cuánto
tiempo habrá pasado para los ucranianos desde el 24 de febrero de 2022? ¿Cuánto
tiempo ha pasado para los israelíes desde el 7 de octubre de 2023? ¿Cuánto
tiempo tardó en caer la primera torre gemela desde que la impactó el segundo
avión y cuánto tardó a partir de eso en caer la segunda?
La flecha
del tiempo es un concepto que implica que la precipitación del universo hacia
la nada, es decir, su pasión por disolverse no es una metáfora de Freud. El
descubrimiento de Boltzmann, el carácter probabilístico de la que puede ser la
ley más importante de la física, pone la incertidumbre en el medio del saber
científico justo en el momento en el que iba a realizarse su arquitectura más
acabada con la relatividad especial.
Boltzmannse suicidó en 1905, el mismo año en el que Einstein publicaba su artículo sobre
el efecto fotoeléctrico con el que le daba la razón a Boltzmann y el mismo año
de los Tres ensayos para una teoría sexual de Freud. Nadie le creyó y no
soportó el desprestigio del científico que tiene una idea adelantada a su
tiempo. Básicamente lo que dijo fue que la materia no es continua, está hecha
de partículas que en sus configuraciones tienden a los estados más probables.
Es lo que se llama la entropía. La entropía es la medida de aproximación al
estado más probable de un sistema. No es que un vaso de agua fría no pueda
comenzar a hervir espontáneamente sobre la mesa, es que es muy improbable. Lo
más probable es lo que tiende a suceder, que se equilibre su temperatura con el
medio exterior. Ahora estamos acostumbrados a pensar que el mundo está hecho de
partecitas, pero hasta hace poco más de un siglo no era así.
El goce
desde esta perspectiva plenamente freudiana es el camino hacia el estado más
probable del viviente. En virtud del aparato significante, este camino es
específico para cada hablante y no es propio de la especie. De hecho, esta
configuración causa que cada hombre y cada mujer sean el último ejemplar de su
propia especie que se extingue con él.
El
entramado significante es al mismo tiempo el límite y el camino hacia este
estado más probable del cuerpo viviente que habla. Por eso Lacan a la altura
del seminario XVII define al saber como medio de goce. Este saber no es la
articulación significante, que viene siempre como un segundo término a partir
de la erección del significante amo. El saber lacaniano es desarticulación,
descoyuntamiento significante. Es la entropía en la materialidad misma del aparato
significante. Es ruido.
Lo más
probable entonces es que el saber se desagregue en sus partes constituyentes, si
no se aplica trabajo, si no se articula como discurso. A esta desagregación es
que tiende la asociación libre. La apuesta del psicoanálisis parece ser
desbaratar el campo del saber mediante la caída de sus organizadores, las
identificaciones que le dan apariencia de orden, para que se produzcan nuevas
articulaciones que se las lleven mejor con el cuerpo, que no lo mortifiquen
tanto. Que se erija un nuevo organizador extraído del idiolecto de ese cuerpo,
precisamente tomado del campo de la repetición de su trauma.
Una apuesta
arriesgada que no es para todo el mundo. Pero es un tratamiento de la
agresividad que en sí misma constituye un exudado del hecho de hablar. Si cada
hablante es el último ejemplar de su propia especie, y organizamos nuestro
desordenado sustrato lenguajero por significantes amos que no borran esa
configuración fundamental, la entropía está en el corazón mismo de nuestra
constitución y constituye el objeto central de la satisfacción humana.
Nietzsche denuncia en su Genealogía de la Moral que el sacerdote ascético es un
dispositivo inventado para volver eso contra el propio cuerpo, la que como
ustedes saben es la tesis central de El Malestar en la Cultura: El arreglo más
probable de la cultura parece ser la renuncia pulsional como medio para la satisfacción
pulsional. Es un arreglo que ha sido profundamente trastocado por el imperativo
hedonista actual. Pero como Un Mundo Feliz ilustró, en el momento en el que el
arreglo milenario estaba siendo sustituido, la renuncia a dirigir la agresividad
contra sí mismo tenía que llevar a que se dirigiera a otros objetos. Eso es lo
que mostraron las dos guerras con las que se inició la nueva época. De todos modos,
el arreglo anterior no es que fuera tan estable, pero este nuevo arreglo
implica la decisión esencial de ir en el sentido mismo de la entropía, de
renunciar a cualquier resistencia frente a su fuerza irrefrenable y de descargarla
sobre los cuerpos de los que no se organizan según los propios ideales.
Lo que
conlleva a un mundo donde el clima, la tecnología, la economía, la política,
los grandes discursos están decididos a hacerse más indeterminados, más
inciertos. Es como la asociación libre aplicada a escala global, sin un deseo
de analista que la conduzca. Es así como puedo entender la fantasía de Miller
en 2004, la del ascenso del objeto a al cenit de la cultura, y por lo tanto la
equiparación de nuestro momento con la misma escritura del discurso
psicoanalítico.
En vez de
un analista que conduzca la discordia generalizada, para defenderse del
desorden del mundo del que se quejan, los pueblos que lo produjeron eligen
conductores que representan sus modos de goce colectivos, independientemente de
si esos conductores respetarán o no el imperio de la ley y en qué medida. La
democracia se vuelve entonces relativa al goce del pueblo.
De todos
modos, desde nuestro punto de vista, este arreglo es un callejón sin salida,
puesto que en el nivel cuántico en el que nos movemos en nuestro discurso, la
noción de pueblo es tan arbitraria como la de humanidad, estado o familia. Sin
embargo, es una defensa que marcará el futuro del psicoanálisis en los próximos
tiempos.
Erigir un nuevo organizador, que surja del idiolecto de un cuerpo específico, es la
apuesta por el sinthome. Mientras este organizador se establece, el analista
presta su persona para cumplir esta función. Es una manera de ir en contra de
la decisión global a favor de la entropía, de la incertidumbre, de la carrera
hacia la nada.
La agresividad
entonces es imposible de soslayar, y el mundo actual parece decidido por ella.
Pero gracias a Freud sabemos que su vector puede cambiar de sentido y volverse
hacia el mismo sujeto. Si el vector de la agresividad puede cambiar de dirección
y encarnarse en un objeto de odio en la vida social o transitar hacia el propio
yo del sujeto mediante el sufrimiento moral, entonces puede tener otros
destinos. Por ejemplo, dirigirse hacia eso de uno que es en sí mismo
intolerante.
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