(Comentario de “Solo vale la pena
sudar por los singular” de Lacan)
El síntoma nos dice que en algunos hablantes el real quiere hacerse ciudadano. Para ello no puede sino expresarse como un conflicto entre un existencial y un universal. No puede sino hacerlo así porque la lógica formal no soporta el singular, pero en el agujero que bordea la dialéctica del universal y el existencial encuentra su acomodo.
El singular está casi fuera de las palabras, el universal es inalcanzable, solo en el existencial del síntoma encontramos la vía regia del real. A falta de una notación en la lógica formal, el singular solo puede expresarse como un universal cuya extensión es uno solo, pero ese universal se escribe de manera diferente para cada sexo.
En nuestra experiencia el síntoma es lo único que existe, es decir, lo único que está de pie afuera del pequeño Uno, quien solo existe de mentiritas. Existe el síntoma porque al menos una parte de los hablantes lo eleva a la dignidad del Otro. Para todos los demás no es posible el psicoanálisis, esos son los que pasan como meteoros por el consultorio, a veces en persona, a veces como referencia del hablante sufriente a quien atendemos.
Para nosotros el síntoma es sexuado, puesto que Lacan lo dispuso así, introduciendo la negación en el par universal-existencial. Si el síntoma es sexuado es por el hecho constatado de que los cuerpos están prisioneros en la lógica, de ahí que esa sea la vía regia de entrada hacia el real.
El análisis por su parte no transcurre entre argumentos lógicos sino entre maniobras de macramé. Es por el hecho de que las mujeres niegan tanto al universal como al existencial, que su silogismo tardó en pasar del macramé a lo político. Tuvo que venir Freud, el padre, a revelar que la negación no es más que la afirmación de lo mismo que se quiere negar, que a nivel del inconsciente no existe la negación y que por lo tanto las mujeres no son ciudadanas del inconsciente, sino que encarnan el síntoma. De ahí la invención de la regla técnica fundamental, que se aplica a todos los que vienen a hablarnos, sin excepción: pura democracia. A algunos hace falta decírsela, porque son más lentos, los otros la cogen al vuelo porque vienen a amansar sus zapatos nuevos.
Quién lo iba a decir, resulta que más de un siglo de escuchar a las mujeres en la cama ha rendido sus frutos. Eso es lo que los psicoanalistas llamamos, sin ninguna vergüenza, la clínica. Para horror de los grandes moralistas como Foucault.
Pero si las mujeres encarnan al síntoma para los hombres, ¿qué hace semblante de síntoma para una mujer? Nada menos y nada más que el orden político bajo el cual gimen oprimidas. Ese orden político que es de su entera responsabilidad.
Es por lo que la clínica, como cualquier otro orden imperial que se respete, no haya podido sino extenderse al tiempo que se simplifica: Ahora escuchamos a las mujeres, pero también a los hombres, a los locos, a los autistas…
En este punto de simplicidad y extensión, la clínica lacaniana está adelante en la carrera, y según las leyes de la selección natural, que son simple estadística, no podrá sino prevalecer.
Una palabra final, en este texto se ironiza sobre los inteligentes y los normales. Son los que pueden vivir según el principio del placer, siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, a costa de renunciar a su particularidad. El psicoanálisis le exige la regla técnica fundamental al particular para ir en contra del principio del placer, yendo así contra la inteligencia y la normalidad.
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