martes, 21 de marzo de 2023

La formación de un lector


Los fundamentos materiales y libidinales del comentario de textos.

El inconsciente se sustenta en que los significantes tienden a encadenarse uno con otro, cuando estoy hablando los significantes se están encadenando, cuando me callo, los significantes se encadenan en mi pensamiento, cuando duermo los significantes se encadenan en mis sueños. Se encadenan para precipitarse hacia el momento en el cual la cadena se rompe, que es lo que irónicamente llamamos “formaciones del inconsciente”. Éstas constituyen la cascada en la que desemboca el fluir de ese río.

El Significante del Otro tachado es el signo de la ruptura de la cadena significante. Aquí el psicoanalista contiene los efectos de angustia que produce esta precipitación, sin inundarla de sentido. El significante del Otro tachado es a lo que tiende la cadena en la vertiente del inconsciente. Por eso Lacan lo hace equivaler a un S2. Es el agujero que el real aprovecha para hacerse representar. Es lo que convierte al síntoma en modelo de toda formación del inconsciente pues, aunque convoca al sentido para hacerse olvidar a sí misma, cada formación del inconsciente produce un agujero en el tejido significante que soporta la realidad.

El real también se hace representar mediante el significante donde comenzaría la cadena, dándole un valor “incepcional”. El valor incepcional de un significante constituye su posición de S1 de la cadena, su carácter fálico. Cuando la cadena comienza en el Falo y se dirige al significante del agujero en la cadena estamos en el inconsciente, por ello del inconsciente solo sabemos por el agujero que constituye su fracaso.

Esta cadena, como el río Chicago, puede fluir en sentido contrario. Es el reverso del inconsciente que llamamos la transferencia. En la transferencia la cadena va del significante del Otro tachado, que funciona entonces como S1 al significante fálico que funciona ahí como S2. Es el encuentro con una clave del funcionamiento inconsciente a la que conviene la operación del corte por parte del analista. Es el corte lo que puede restituirle su carácter de invención.

Hay un momento en el que estas mismas operaciones de corte y contención que son propias de la situación analítica, comienzan a manifestarse en la lectura de textos, en la formación del lector. Lo cual tiene efectos en la economía libidinal de la formación.

La pulsión se satisface con un significante nuevo. Si empuña ese significante frente a la adversidad, el hablante es macho, si ubicándose como discontinuidad en el tejido del saber, lo usa para localizarse, el hablante es hembra. La pulsión en sí misma, como Freud lo supo decir, es asexuada, pero cómo se sexúa cada uno depende de lo que le está facilitado. Y no es que no pueda cambiar de signo, una de las vías para esto es la impostura, la otra es la poética. La poesía es lo que hace posible para cada uno captar lo que el Otro cuerpo tendría para decir. Lo que implica que, a falta de relación sexual, haya lectura.

La lectura de los signos del goce del Otro cuerpo se proyecta sobre el mismo abismo que la formación del psicoanalista, la cual se realiza mediante la formación en sus equivocaciones en la lectura – “No haya formación del psicoanalista sino formaciones del inconsciente”. Cada lector tiene que encontrar la manera de pasar de su propio delirio como norma absoluta, incorporando la emergencia de un nuevo significante.

De ahí que no haya más que un psicoanálisis, uno de los aportes más sorprendentes y de actualidad que hizo Lacan, un aporte profundamente democratizante y anti-hermético. Que no haya más que psicoanálisis puro, hace que nuestro discurso pueda interesar a cada hablante en este siglo, pues es a partir de él que no estamos condenados al destino que nos depara nuestro inconsciente.

Que haya un solo psicoanálisis, es una inversión lacaniana de la prescripción de Freud de que para ejercer el psicoanálisis haya que psicoanalizarse. En la propuesta radical de Lacan, a quienes trabajamos como psicoanalistas nos entusiasma devenir objetos de desecho del discurso, en la misma operación a la que lógicamente tiende cada proceso analítico, independientemente de si quien se psicoanaliza va a operar como psicoanalista para otros o solo para sí mismo.

En el comentario de textos, la contención y el corte lo provee el encuentro libidinal con La Escuela en cuanto para cada uno es un significante de la falta en el Otro como límite del propio inconsciente y al mismo tiempo un significante que cada uno inventa para hacer representar lo que no se representa de sí mismo, mediante una transferencia.

Del estilo sexuado de cada uno dependerá que se tome a la Escuela más como el límite de la cadena significante en la cual uno se aliena o como el significante con el cual hacer representar y localizar lo nuevo como objeto de satisfacción. De la poética que introduce el proceso analítico dependerá el aprovechamiento que cada uno pueda hacer del reverso de su propia facilitación sexuada.


El lugar del comentario de textos en la formación psicoanalítica. 

Leí a un psicoanalista de la IPA decir que en su sociedad un psicoanalista se define como lo que es nombrado como tal por la misma institución. Es una solución recursiva al estilo de Carnap quien, frente al real de la ciencia, nunca mejor representado que por la mala solución del Deus ex machina cartesiano, atribuía a la comunidad la función de definir la verdad de una hipótesis científica.

El fundamento de esa definición de psicoanalista también está en la comunidad, y más específicamente en los sabios de esa comunidad. Con esta definición también se entiende por qué Lacan decía que la IPA era una iglesia, es que Carnap recurre a la comunidad de expertos donde resuena el fantasma comptiano de la institución del nuevo sacerdocio de los científicos.

Sea que los sabios de una comunidad definan lo que es un psicoanalista o lo que es una verdad científica, se capta en ambas tentativas una mimetización del que quizás sea el más exitoso de los dispositivos discursivos de los que tenemos conocimiento. Y vale la pena entender entonces cómo funciona este dispositivo.

La Iglesia Católica reconoce tres fuentes de revelación: La escritura, la tradición y el magisterio. Cada una haciendo sistema con las otras dos, constituyen la autoridad interpretativa. Los protestantes se alzaron en su momento con la consigna de la Sola Scriptura: el principio según el cual la única fuente de autoridad es el texto sagrado de la biblia.

Pero ¿quién decide cuáles libros son los que conforman el canon de esa escritura, y cuáles traducciones son las aceptables? Lo decide el colegio de los obispos, quienes son los sucesores de los apóstoles vía la tradición, que con el papa a la cabeza y mediante los concilios constituye el magisterio. De tal manera que no existe la Sola Scriptura, la letra siempre está acompañada de la función del magisterio y de la tradición.

Es la conjunción borromea de las tres fuentes de revelación lo que da consistencia discursiva a las verdades de la Iglesia. Evidentemente en un sistema semejante la poética tiene bastante poca maniobra, hasta que irrumpe como mística o como herejía, y el nudo borromeo de las tres fuentes de autoridad está ahí para hacer conformar lo nuevo a lo ya sabido, revitalizándolo al mismo tiempo.

Por ello ha sido una novela lo suficientemente consistente y flexible, que además incorpora en sí misma el enunciado de que las fuerzas de la historia no prevalecerán contra ella. La Escritura es el cemento discursivo de letra con respecto al cual las tradiciones pueden ser ajustadas, y actualizadas por el magisterio, que es el tejido meristemático de ese sistema.

Si decimos que la Escuela de Lacan es el reverso de la forma Iglesia, no puede ser su reverso sin contener los mismos elementos. De hecho, podemos ver estas tres fuentes de revelación operando cotidianamente entre nosotros. Efectivamente nosotros tenemos nuestras autoridades que establecen los textos que vamos a leer: Alguna forma de autoridad reconocemos para preferir unos establecimientos de los seminarios de Lacan por sobre otros, o algunas traducciones por encima de otras; tenemos nuestras tradiciones que pasan mudas de generación en generación, y tenemos también una jerarquía que dispone organización y temas de trabajo frente a los embates de la historia.

Sin embargo, en el núcleo de la formación de los psicoanalistas, rodeando su real, encontramos una suerte de contra-nudo borromeo que se opone punto por punto con las tres fuentes de autoridad y revelación que la Iglesia aisló como el soporte de su existencia, y que subsisten en nosotros como en cualquier grupo humano que quiera preservarse.

Este contra-nudo borromeo está constituido por los medios de transmisión en la formación de los nuevos psicoanalistas los cuales son el análisis personal, el control y el comentario de textos.

·         El análisis personal de cada candidato se opone a todo magisterio. No hay una autoridad personal o colectiva que decida sobre el curso del análisis de cada uno.

·         El control se opone a la tradición. En cada sesión de control el practicante va a encontrarse con la propia manera de fallar el acto analítico, sea porque no estuvo a su altura o porque lo estuvo y no se percató. El practicante y su colega con el que controla se encuentran así frente a frente con la emergencia inédita del inconsciente que debe conducir en última instancia el procedimiento.

·         El comentario de textos se opone a la escritura. El amor a la obra de Freud, de Lacan, de Miller y de algunos otros, se da por descontado entre nosotros, pero el trabajo de encuentro con el efecto del texto en cada uno en cuanto límite del texto y la devolución de ese encuentro hacia la Escuela desbarata la ficción de la unidad textual, de la unidad de obra o de la unidad de una comunidad de lectores inspirados por el mismo espíritu.

Este desmontaje cotidiano mediante el encuentro con el efecto de texto es un trabajo de lectura poco estudiado, en relación con el análisis y el control. Pero ese hecho nos revela también otro aspecto del reverso operativo que es la transmisión con relación a las fuentes de la revelación.

En la revelación, en términos lógicos, lo primero que se cuenta es la escritura, en segundo lugar, está la tradición y al final el magisterio. En la transmisión, entre nosotros, primero va el análisis, luego el control y finalmente la lectura y el comentario de textos. Todo el sistema de la revelación está puesto patas arriba, en primer lugar, punto por punto y, en segundo lugar, en las relaciones jerárquicas que cada uno de los elementos tiene con los otros dos.

La transmisión es el reverso de la verdad revelada. En vez de La Verdad, cada uno está llamado a establecer un vínculo con el borde de Su Real, cerniendo en su análisis el propio horror de saber, deteniendo cualquier tentativa de escudarse en la cita autorizada o en las prácticas tradicionales consolidadas para defenderse de los efectos-de-formación.

En vez del amor al prójimo, el problema de cómo hacer vínculo con los otros a partir de lo irreductible del Hay de lo Uno. Es decir, condescender al encuentro contingente con el dos cada vez que se dé la oportunidad, pues es ahí donde el real encuentra un modo de hacerse localizar para cada uno.


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