jueves, 27 de mayo de 2021

Analogías cuánticas útiles para un psicoanalista



A partir de una conversación con mi amiga Stefany Larrota

A partir del principio de incertidumbre de Heisenberg se deduce que se crean y se destruyen partículas en el espacio vacío, es la fluctuación cuántica del vacío. Son partículas virtuales que aparentan violar las leyes de la termodinámica y de la conservación de la materia. Una singularidad en rotación, puede producir pares de partículas. No es imposible que un par partícula-antipartícula pueda producirse justo en el horizonte de sucesos, ese a partir del cual nada puede escapar. Entonces pongamos que uno de los elementos del par aparezca del lado de acá del universo y el otro par aparezca del lado del agujero negro, en ese caso la partícula virtual que queda “de este lado” no se destruirá al no chocar con su antipartícula perdida para siempre, atrapada por la singularidad.

Dada la magia de las leyes de conservación de la energía y de la materia eso significaría que para que ese elemento del par nuevo se creara, el agujero negro tendría que perder algo minúsculo, pero pérdida al fin. De esto se deduce que un agujero negro que no tenga materia ni energía a disposición para continuar su acreción podría evaporarse con el tiempo, una partícula de luz a la vez, hasta un punto en el cual estallaría liberando masa y energía. Menos de la que se tragó, porque habría que restar la radiación que emitió durante todo el tiempo que existió. Esto es lo que se llama la radiación de Hawking, porque él fue quien postuló esta posibilidad teórica basada en las leyes de la física cuántica en los años 70.

Usemos esto como analogía de cómo funciona un psicoanálisis. El síntoma lacaniano es un tragador de sentido. Lacan postula que al síntoma hay que privarlo de sentido, pero toda la historia del sujeto está comprimida en su síntoma, destruida y degradada al punto de que reconstruirla no es posible. Además, la historia de un sujeto no se detiene con el inicio de su análisis, su síntoma sigue alimentándose del sentido ambiente, de la radiación de fondo de microondas de su vida cotidiana. El analista aparte de no dar sentido para que no se alimente el síntoma, debe estar atento a lo que emana tenuemente de ese lugar para atajarlo, para que el sujeto capte que su síntoma puede perder. Y lo más importante, que su síntoma no sólo se satisface ganando sentido, sino también perdiéndolo.

Con el tiempo esa pérdida minúscula puede quitarle masa al síntoma. Así como la radiación de Hawking hace excepción del hecho de que nada tendría que poder salir de un agujero negro, el estilo hace excepción del hecho de que el síntoma sólo puede empeorar con el tiempo - o mejorar desde su propio punto de vista de síntoma. Al síntoma hay que hacerlo empeorar, hacerlo padecer hambre de sentido. Un psicoanálisis es como un gran colisionador de hadrones capaz de crear un ambiente raro en el cual haya una asepsia de sentido, para que una singularidad pueda experimentar su propia pérdida.

El estilo es la evaporación del Uno solo que no quiere nada del Otro, sino que traga lo que se le echa para velar su existencia de singular. Eso tampoco quiere nada del analista, pero no va a perder la ocasión para usar lo que el analista le ponga para mantener la opacidad, como ha hecho con todo lo que ha pasado por la historia del sujeto.

El analista cuenta con la hipótesis de que una singularidad puede satisfacerse también perdiendo, es así como puede operar la via de levare. Este es el fundamento económico de la posibilidad de un análisis.

En el caso del neurótico es muy difícil esta vía porque su fantasma generalmente está articulado a la plusvalía, el cree que el Otro quiere quitarle, pero eso sólo es el efecto ideológico del fundamento material que es el hecho de que el goce de perder existe en el síntoma. Entonces el neurótico puede permitirse perder cosas para ganar sentido, por ejemplo, como un sacrificado. Pero en general está dispuesto a perder cualquier cosa menos su ganancia de sentido, con la que alimenta a ese parásito que es su síntoma.

Si el neurótico se encuentra con Otro que lo priva del sentido, cómo puede sostenerse ese vínculo: porque se capta en algún nivel que perder sentido también produce satisfacción, algunas clases de chiste tienen esta misma estructura, como lo demostró Freud. Es lo que él llamaba "el placer de disparatar", cuya pérdida e intento de recuperación, por cierto, está en la base de las adicciones.

Es que el neurótico cree que la única satisfacción que hay es en la acumulación de sentido, por eso teme perder el sentido, por el temor de perder la satisfacción. Pero el síntoma siempre se satisface, sea que acumule sentido o que lo pierda.

Que el Uno logre pasar algo al Otro, que lo que existe pueda pasar una partícula al ser, es lo que en Lacan se llama un “decir”. Es un misterio que esto suceda. Si la historia ha sido destruida por el síntoma, el único valor de esta reconstrucción resultará ser la verificación de que el síntoma ha perdido su pregnancia. Un decir es testimonio de un estilo, esto es, de una pérdida del síntoma, pues es una pérdida a su manera, con su marca. El estilo es la única cosa de la que se tiene evidencia material en relación con lo que el síntoma hizo con la historia.

El decir de alguien puede ser un decir de odio al vínculo social, de deseo de destruir el orden social. Puede haber dedicado su vida a sostenerlo como una formación reactiva. Pero la manera de tratar este odio no es atiborrar de luz esa oscuridad, sino dejarla perder de a poco, manteniendo su modo de existir antisocial.

El psicoanalista sesión tras sesión hace vacío, acoge, sanciona, consuena estas cesiones y las nuevas reorganizaciones que se producen. Opera con el principio “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” o para decirlo con menos sentido: [- x - = +]. El “mal goza perdiendo” es un axioma que puede sostener una ética en lo real. Las soluciones y el funcionamiento, “el bien”, vienen por añadidura, son inevitables, no hay que hacer ningún esfuerzo para eso. “El bien” solo es un peso insoportable cuando se sostiene sobre un principio de hacer pasar mal por bien, pérdida por ganancia [- x + = -], o el bien por mal... la estrategia neurótica de usar el placer y la alegría para hacerse la vida miserable. [+ x - = -]

En las psicosis se puede captar este funcionamiento de un modo menos problemático. Un paciente paranoico va a dejar claro que no solo no necesita nada del psicoanalista, sino que va a escupir cualquier interpretación que este le dé como una cucharada de veneno. Entonces si el psicoanalista hace presión negativa, es decir, hace vacío, en ese vacío puede desprenderse algo por el solo hecho de hablar. Su problema no se resuelve, sino que algo se desprende de su masivo síntoma trayendo algo de alivio y permitiéndole una cierta organización. Que la gente no se cura y que hablar alivia es algo que siempre se había sabido, lo que no había habido hasta Freud era alguien que tuviera el coraje para no realimentar el síntoma, para no cubrir la pérdida de sentido con alguna operación filosófica o religiosa.

En una neurosis es difícil captar estos fenómenos porque los neuróticos están decididos a alimentar sus síntomas con sentido y al analista se le hace muy difícil no caer en esa trampa. El neurótico quiere que su síntoma siga creciendo y haciéndole la vida más miserable, porque mientras más miseria, más sentido y mientras más sentido, más satisfacción. Solo algo análogo a la evaporación de un agujero negro puede llevarlo a perder la esperanza, al tiempo que se percata de que esa pérdida conlleva también una satisfacción. Porque la satisfacción es como el tejido espacio-tiempo en esta analogía.

En cambio, el psicótico habla sin esperanza desde el principio, y al hablar sin esperanza inadvertidamente obtiene un alivio del solo hecho de hablar, porque el síntoma también goza perdiendo, y eso es lo que busca el psicótico desde el principio. Lo cual echa un poco de luz al misterio de por qué un Uno querría construirse un Otro.

Cuando el síntoma colapse sobre sí mismo, al quedarse sin sentido, devolverá lo que le queda. Pero por el acto del analista de privarle del sentido y de acoger lo que expulsa, lo que habrá en el síntoma será mucho menor de lo que había al principio. Es el alivio del verdadero olvido, diferente del de la represión primordial que dio inicio a la singularidad. Para esto es necesario, como suele suceder en la física cuántica, que haya un observador que modifique el curso que acaecería sin éste, creando un vacío artificial de sentido y que esta función se preserve en el tiempo, ocupada ahora por el mismo que antes fue un analizante.

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