sábado, 22 de mayo de 2021

Los psicoanalistas y la cuestión social



Una exigencia incómoda me despierta de pronto. No es la primera vez y muy probablemente no sea la última. Su potencia para producir angustia da muestras de una consistencia que se contrapone con su permanente carácter aluvional y episódico. No, esto no va a parar.

El COVID nos engaña haciéndonos creer que el problema es un virus. Si no hubiera sido por la epidemia de ganadería no hubiera habido viruela. En Lacan está la idea de que lo social funciona como epidemia. La letra toma el cuerpo y lo pone a trabajar para su propia proliferación. Uno se defiende supurando sentido como un pus. Intentando así expulsar la letra del cuerpo, el sentido funciona como un vehículo de contagio de la letra que va de cuerpo en cuerpo produciendo la cuestión social.

¿Qué hacer? Tomemos la pregunta de Lenin. Es una pregunta límite, como las que solían hacerse los marxistas antes. No tenían tiempo que perder, el Señor no tardaba en llegar y había que estar preparados para las trompetas del apocalipsis de la historia. Ahora tenemos frente a nosotros el desierto del tiempo, el capitalismo sin esperanzas, y la cuestión social que da remezones un día sí y dos también.

¿Qué hacer? Sin cabezas de pájaro para espantar los fantasmas en los que ya no creemos, sin buenas intenciones con las que incensar la pestilencia de la cuestión social, esta se ceba con los cuerpos que se le lanzan sin ninguna esperanza. Tal vez el secreto mejor guardado del psicoanálisis sigue siendo, aún para los psicoanalistas que nos empeñamos en soñar, que de la extracción de la plusvalía el despojado obtiene satisfacción.

¿Qué hacer? La entropía comanda una complejidad creciente y prohíbe cualquier tentativa de devolver la flecha del tiempo. De nómadas a sedentarios y de sedentarios a proletarios en un abrir y cerrar de ojos. Y sin embargo hay cosas peores como no tener ni siquiera quien quiera comprar barata tu fuerza de trabajo. El páuper, lo llamaba Marx. La epidemia definitiva, el desecho de la maquinaria social, improductivo, cínico y violento. Desde la cúspide explota la economía especulativa y desde la base saca provecho de los goces ilegales. Es la figura que se le transparenta a la gente de bien cuando ve a los jóvenes, pero también la pesadilla que acecha a los estudiantes que saben que, a diferencia del coco, este personaje sí existe y puede haberse apropiado ya de su futuro.

¿Qué hacer? Hay que ver descarnadamente esta situación tal y como es. Una situación sin salida. Una situación en la que nos metimos nosotros mismos. De nada sirve jugar al pingpong de la culpa que la producción de sentido necesita para seguir supurando y extendiendo la pesadilla.

Reducir esa producción a la letra que me comanda es mi contribución modesta a esta polución generalizada. Hacer un borde para que mi odio no se vierta por todas partes sin ninguna clase de vergüenza. Me acompaña para ello un psicoanalista que, si quiere algo, quiere reducirme a mi real. Advenir donde ello era, eso es lo que puedo hacer. Para resistir mejor a la epidemia, a la cuestión social, para sostener un lazo social que esté más a resguardo de la violencia que me habita y hacer escuela.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario