Participación en el seminario "Cómo leemos las aventuras de Alicia" que coordinan Raquel Baloira y Alexander Méndez con motivo del 150° aniversario de la publicación del libro.
“…el arte no es otra cosa que un intento de
saltar del vacío...
…hay que saltar del vacío, tomar un lápiz,
un pincel, un montón de arcilla y garabatear…”
Alejandro Castro (1 pág. 9)
Una letter
ladder, para salir del pozo que uno mismo se construyó por leer mal, por no
percatarse de que en lugar de algo monstruoso lo que hay es una letra que de
manera inevitable no existe. Sobre esa letra que falta se teje una fantasía que
condena a la miseria de la fijación con los objetos. Hacer del agujero una
trampa es posible solo cubriéndola con una manta que es moraleja. Al pisar la
moraleja se cae en el vacío o se salta al vacío.
Ya habiendo caído esa diferencia pierde toda
importancia, puesto que de las consecuencias no queda otra que hacerse
responsable. Porque caer al vacío es irresistible, con las letras que sí
existen, puede construirse una letter
ladder, una escalera de letras para escapar del agujero, para salir de la
trampa, para saltar del vacío.[1]
Y vaya que no hay valla, la baya tienta para
que vaya uno a caer. Luego a tientas intentar detentar alguna desdentada
ostentación.
La moraleja concentra la potencia del muro del
lenguaje que se complace en derruirse mientras ostenta su fuerza con el
murmullo y el barullo. El hablante se ve llevado a meterle el hombro para
terminar aplastado por su poder de pacotilla. Como el de la reina de corazones,
cuyo jardín de ensueño ha captado el deseo de Alicia, hasta que por fin puede
entrar para verse enredada entre sus tejes y manejes. Una rosa blanca es una
rosa blanca, y para cortar una cabeza hace falta que esté pegada a un cuerpo.
El muro del lenguaje se crece y se goza en la dialéctica de cómo rodear estas
“verdades que son ciertas, aunque no evidentes” (2) , puede emparedarlas
pero no vencerlas. Son imposibles de soslayar. Son inevitables.
¿Cómo un discurso que prepara para lo
inevitable puede considerarse subversivo? Esa es la historia del discurso psicoanalítico.
Pues es tanto más subversivo cuanto más delira el muro del lenguaje frente al
cual se dispone con una sonrisa que no se desvanece después de más de cien
años. Él es la alegría singular que se desprende del malestar. (2)
Por eso cada una de las moralejas de la Duquesa
hay que tomarlas al revés, hasta destruir la idea misma de moraleja, es decir,
de máxima universal que permita sobrellevar los encuentros contingentes como si
fueran casos.
“Todo tiene moraleja, siempre que seas capaz de
encontrarla” (3 pág. 90) dice la Duquesa. La
primera que dispara es candorosa: “¡Oh, es el amor, es el amor, lo que hace girar
al mundo!” a lo que Alicia le responde murmurando, citando las propias palabras
de la Duquesa en el anterior encuentro, que se ocupe de sus propios asuntos (3 pág. 91) . La Duquesa
aprovecha la palabra “ocuparse” para lanzar la segunda moraleja: “Cuida el
sentido, que los sonidos se cuidarán solos” y Alicia piensa “¡cómo le gusta
encontrarle moralejas a las cosas!” (3 pág. 92)
Esta segunda moraleja, de una corrección
política exquisita, no solo es falsa sino profundamente peligrosa. Si algo se
puede entender después de esta conversación es por qué la cocinera le lanzaba
los platos por la cabeza. Esa sería la moraleja. Cuando alguien venga a decirte
que cuides del sentido, porque las palabras se cuidarán solas, lánzale platos
por la cabeza, amenázala con un picotazo de flamenco. Dile, “tengo derecho a
pensar” y finalmente desecha ese regalo tan barato[2].
Porque de lo que hay que cuidar, como se cuida
de un jardín, es precisamente de los sonidos, de las letras que conforman las
palabras. El sentido anda de su cuenta, es imposible saber dónde vas a terminar
cuando te distraes con él. Cuidar del sentido es, en el mejor de los casos, una
pérdida de tiempo. Por ello las fallas en los sonidos de quien habla son
preciosas para nosotros, son la pequeña puerta por la que se entra a la tierra
del asombro y de la interrogación[3].
¿Es esto lo que hay que transmitir sin descanso
a los niños hoy? ¿Qué las órdenes y los gritos, las arbitrariedades y las
seducciones que conforman el muro del lenguaje no son más que un mazo de naipes
y que no hay que tenerles miedo[4]?
Frente a este coraje, no la obscenidad de la
reina sino la debilidad del rey es el escollo más peligroso. Lo llamamos en
nuestra lengua “declinación de la función paterna o del nombre del padre”. Un
rey débil es el juez más cruel, que está detrás de las faldas de la reina
gritona pero es implacable para juzgar. Este rey débil es lo que llamamos un
superyó. Libera a los condenados por blandenguería antes que por justicia, pero
cuando le toca condenar es implacable. Frente a él, el gato prefiere abstenerse
y Alicia responde cortante. Las dos cosas son lo mismo. Cuando todos los reyes
estén desnudos y lo sepan, y no les importe, y se hagan más populares cuanto
más desvergonzados, habrá que llevar al hablante a sostener su posición, sea
niño o no. Pero para poderla sostener, primero tiene que encontrarla, extraerla
de entre las fisuras del muro del lenguaje.
Lo inevitable es lo que vence al muro del
lenguaje, lo que puede dar cuenta de su verdad mentirosa. Lo inevitable es un
nombre de lo que llamamos lo real. Lo que es lo que es. Alicia durante su sueño
puede crecer o decrecer, sin control primero o con control después, lo que nos
da una pista de lo que es un efecto terapéutico. Pero lo que llama al
despertar, lo inevitable, es que va a crecer. Al decir de Lacan el libro
“prepara a Alice Liddell a encontrarse con problemas precisos…” (2) .
¿Nos puede preparar a nosotros a responderle a
esta época de padres débiles y jueces crueles? ¿Podemos aprender la manera como
lo hacen los artistas, pero para propagarlo, para convertir al psicoanálisis en
una fuerza global que combata este muro del lenguaje, una niñita a la vez?
Trabajos citados
1. KIZER, M. Saber hacer: apuntes sobre
psicoanálisis, arte y cultura. Prólogo de Alejandro Castro. Caracas :
Sala Mendoza, 2015. Vol. Cuadernos de la Sala N°2.
2. LACAN, J. Homenaje
a Lewis Carroll. [trad.] Juan Luís Delmont. París : s.n., 1966.
3. CARROLL, L. Alicia
en el país de las maravillas. Barcelona : Edicomunicación s.a., 1999.
[1] Estos primeros párrafos, incluyendo
el pun de la letter ladder, se
refieren a la película de Winnie the Pooh de 2011. Cuando el niño Christopher
Robin deja una nota mal escrita (“Gon out bizi, back son” “salí a hacer una
diligencia, vuelvo pronto”) el osito y sus amigos interpretan que al niño lo
había secuestrado una criatura malvada llamada Backson (Ponto, en castellano).
Como le atribuyen la afición por pequeños objetos de valor, hacen un camino con
ellos en el bosque, abren un hueco en el suelo y ponen una manta encima para
que funcione como trampa. Como es de esperar todos caen en el pozo y para salir
al final Winnie the Pooh, inadvertidamente usa una escalera hecha de letras (a letter ladder), para salir de allí.
[2] Las últimas tres son cosas que hace
efectivamente Alicia, en su diálogo con la Duquesa.
[3] Asombro es lo que significa wonder como sustantivo, mientras como
verbo significa interrogarse.
[4] Esta frase, que es la que elige
Rosana Faría para la obra de arte que presenta en la exposición que sirve como
marco para el seminario “Cómo leemos Alicia”, es algo que primero se dice
Alicia a sí misma, cuando se encuentra con la corte de la Reina de Corazones en
el capítulo VIII (3 pág. 82) , y luego en el
momento del desenlace, cuando las cartas se le lanzan encima en el momento
cumbre del sueño antes del despertar, hace uso de eso para librarse, en el
capítulo XII (3 pág. 125) . Esta elisión de una
frase da un buen ejemplo de cómo funciona la represión.
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