sábado, 26 de marzo de 2016

Locura y cuerpo en El Informe de Roma de Jacques Lacan


Texto presentado como contribución al Seminario de la Sección Clínica de Caracas, que este año trabaja alrededor del tema "El cuerpo en la psicosis"

¿Cómo romper el muro del lenguaje? (1 pág. 304) Esta pregunta, la encontramos en “El inconsciente y el cuerpo hablante” (2), pero es original del Informe de Roma. Entre uno y otro ha habido un progreso en virtud del cual cambia la cualidad del muro, su consistencia, su hechura, su materia y la distribución de los tres registros. Pero el objetivo estratégico de la técnica no cambia. Hay que romperlo. Por lo que este texto es para nosotros programático y sorprendente. Programático porque plantea desde el vamos de la enseñanza su reforma del psicoanálisis, que pasa por un necesario retorno a Freud. Ruptura en la continuidad que implica dejarse guiar por la orientación lacaniana de Miller.

Sorprendente por lo profético, pues habría que perder un poco de tiempo preguntándose qué habrán pensado quienes lo leyeron cuando fue escrito hace más de 60 años. Sin duda que no lo mismo que nosotros, cuando vemos desfilar allí al toro y esbozarse al cuerpo que habla. Parte de ser lacaniano es siempre sorprenderse por lo que ya estaba allí a la vista de todos desde el principio pero que constituye el último descubrimiento de nuestra época. Determinándose nuestra relación con el progreso de la disciplina por la ganancia en simplicidad que debe dejar como saldo el esfuerzo del recorrido en común.

¿Pero de qué está hecho ese muro que hay que romper? ¿Y para qué romperlo si se nos advierte que tal tarea es tanto más necesaria cuanto infructuosa, pues lo que se extiende en su más allá es de por sí inalcanzable dado que “no hay nada que no sea para nosotros tinieblas exteriores” (1 pág. 304)? Y finalmente ¿cómo lo realizaremos?


La primera pregunta la abordaremos a partir de las tres paradojas de la relación entre la palabra y el lenguaje: La locura, el síntoma y las objetivaciones del discurso del yo del hombre de la civilización científica. (1 pág. 269) Comentaremos primero la segunda paradoja, seguiremos con la tercera y culminaremos con la primera. No solo por cierto recurso al suspenso al introducir una de las dos categorías que reúnen a la sección clínica este año, sino porque como se verá es la primera la que da la clave de las otras dos y esto se capta mejor cuando se presenta de última.

El síntoma es entendido en este punto como resultado de la expulsión de la palabra del “discurso concreto que ordena la conciencia” (269). “Expulsión” es una traducción casi literal de Verdrangung, más que de una fuerza represada de lo que se trata es de un esfuerzo por desalojar lo que molesta. Esta palabra expulsada “encuentra su sostén o bien en las funciones naturales del sujeto… que hace de la enfermedad la entrada del vivo en la existencia del sujeto, o bien en las imágenes que organizan el límite del Umwelt y el Innenwelt su estructuración relacional”. Para que este interior y ese exterior pueda bordearse con el Fort Da, tiene que estar constituido al menos en potencia, hasta el punto de que es hacia ese exterior hacia donde se expulsa la palabra definida como “Símbolo escrito sobre la arena de la carne y sobre el velo de Maya”.

Es por ello que la interpretación opera con la eficacia de la magia, para disgusto de nuestras sensibilidades epocales (294), redoblando la antipatía de nuestros enemigos o la indiferencia de aquellos que o no se han topado con el sufrimiento neurótico, o redoblan la cobardía de la expulsión de la palabra con la tontería de la cuantificación científica.

Pues esta es la tercera paradoja, donde se erige el muro de lenguaje frente a cualquier intento de liberación de la palabra. Una solidaridad colectiva para proteger las estrategias del yo, donde “Colaborará eficazmente en la obra común en su trabajo cotidiano y llenará sus ocios con todos los atractivos de una cultura profusa que, desde la novela policíaca hasta las memorias históricas, desde las conferencias educativas hasta la ortopedia de las relaciones de grupo, le dará ocasión de olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo que de desconocer en una falsa comunicación el sentido particular de su vida” (271)

No creo que sea un abuso suponer lo que para un francés significa el uso del significante “colaboración” a menos de diez años de acabada la resistencia generalizada mediante la cual ese pueblo se sacudió la bota nazi. Pero más agudo resulta el hecho de que Lacan nos señala esta tentativa colectiva del yo, con el término de delirio. Tal es como recoge en este punto la psicología de las masas. Y tal es como se entiende que le llame “locura” y no “psicosis”.

En esta paradoja del lenguaje y la palabra, la primera que presenta, se trata de la “libertad negativa de una palabra que ha renunciado a hacerse reconocer” cuya “formación singular de un delirio…objetiva al sujeto en un lenguaje sin dialéctica”. En su libertad negativa, esta palabra pierde su carácter de tal, ubicándose como estereotipo, donde el sujeto “es hablado más que habla él” (269). Exactamente como las masas deliran según la tercera paradoja que hemos examinado.

Desde la locura, pasando por la cobardía del neurótico en cuanto a los fundamentos de su deseo hasta llegar a la tontería generalizada, tal es el recorrido del escamoteo de la palabra que a nosotros se dirige en tanto que psicoanalistas. Las primeras dos las tratamos con una experiencia que aspira a ser irrepetible, la tercera establece el problema de una acción lacaniana. Pues el paralelismo entre la locura concebida así, y el obstáculo a la transferencia propio de su constitución excluyente del reconocimiento, que la distancia del síntoma neurótico, plantea el reto de cómo dirigir una tal acción a un lenguaje que no requiere de un Otro, llámese activista, político, o psicoanalista.

Si el delirio de la locura tiene el valor de lo singular, el delirio de las masas es escamoteo estereotípico de la palabra, precisamente en el mismo sentido de una Sociedad de Apoyo Mutuo contra los efectos del discurso analítico o de su equivalente, el acontecimiento imprevisto que revela el carácter evanescente de sus fundamentos.

Pero no es que tengamos muchas opciones. Es en este texto que se encuentra la famosa exhortación que dice: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes” (309)

Esta obra continuada de Babel, si se trata del reto a Dios que trajo como consecuencia la confusión de las lenguas, va en el sentido contrario tanto a la pretensión despótica de una lengua única, así esté basada en la cifra, como la del entendimiento a pesar de la diversidad de lenguas en el que la globalización pretende realizar el Pentecostés que vendría a ponerle punto final. Esta obra continuada se realiza en la emergencia de la palabra plena, con respecto a la cual no hay que confundirnos por su recurso a lo verdadero. Pues para ese momento la verdad no era simplemente la adaequaetio intellectus ad rem.

La palabra plena ha sido definida no solo como letra, sino que como la “convergencia de los habiendo sido. Es decir que de suponer otros encuentros desde uno cualquiera de esos momentos que han sido, habría nacido de ello otro ente que le haría haber sido de manera totalmente diferente.” (245) Se entiende como el encuentro con la absoluta contingencia de cómo me he constituido, y no como reza mi palabra vacía en la cual me solazo pensando que “No he sido esto sino para llegar a ser lo que puedo ser” (241)

Y con esto abordamos la segunda pregunta que nos hicimos: ¿Para qué romper el muro del lenguaje? Para darle libertad a la palabra, para que se realice. Ya vimos cómo aparece en el texto al menos una vez el tema del cuerpo precisamente ligado a esta palabra. Es “el vivo” que habla como palabra expulsada y que constituye al síntoma neurótico. (269)

Luego de esta primera hay tres referencias más al cuerpo que intentaré recorrer, pero advierto que ninguna tiene la fuerza de esta concepción temprana del corazón del sufrimiento humano. La segunda es una cita de Jones, donde este dice que “de los millares de símbolos en el sentido en que los entiende el psicoanálisis, todos se refieren al cuerpo propio, a las relaciones de parentesco, al nacimiento, a la vida y a la muerte” (283). Razón más que suficiente para excluir para siempre el recurso al arquetipo, pues la palabra está anudada al cuerpo de manera ineluctable. También por cierto sirve para excluir cualquier evolucionismo madurativo del ser que habla, pues en ese nivel estamos todos en el balbuceo.

En tercer lugar la referencia a Reich, quien rechaza la doctrina freudiana allí donde se consuma con la noción paradojal de instinto de muerte, yendo a buscar “más allá de la palabra la inefable expresión orgánica”. La partición de aguas con esta concepción establece los querubines con espadas de fuego en las entradas del Edén freudiano para quienes quieran volver a confundirse allí con la identidad entre el organismo y el cuerpo, y del fin del análisis con un orgasmo. Esto obligará más adelante a un rodeo para captar al cuerpo hablante y a lo real, que sería imposible de dar partiendo de dicha identidad.

Finalmente, la cuarta referencia al cuerpo, confieso que es un poco más rebuscada, pero surge de la reducción de la noción de realidad en virtud de la potencia de lo simbólico que se despliega sobre todo en el segundo capítulo del escrito. Es una reducción que nos adelanta la arqueología de lo real como nos llega hoy, pues si bien es cierto que aquí se confunden real y realidad, hasta el punto de ser intercambiables, no lo es menos que lo que queda de realidad en la experiencia analítica, una vez sometida esta a la potencia del aparato estructuralista, son apenas unos trozos.

Con lo cual desembocamos en la tercera pregunta que le dirigimos al texto. ¿Cómo rompemos el muro del lenguaje para liberar la palabra? Son pocos los recursos, a saber, el no-actuar del analista y su límite la intervención, que se reparte entre su palabra que hace eco del momento de concluir del sujeto, el uso del dinero y del tiempo.

Es la aparición del cuerpo del analista mediante los trozos de realidad de los que dispone para intervenir o preservarse de hacerlo. Para que se teja sobre esos trozos la madeja que permitirá al sujeto captarse como captado como un bloque en el muro del lenguaje. Y al vivo que lo hace sufrir como el recordatorio imperecedero de su huida. Sirviéndose para ello de la piedra angular y de desecho con la que se lo identificó, y que marcó el destino del movimiento psicoanalítico desde ese mismo año, la sesión corta, “que rompe el discurso para dar luz a la palabra” (303)

Nuestra posición está prescrita en el texto en tanto estamos del mismo lado del muro de quien nos habla, pues “es por encima de ese muro, que es el mismo para él y para nosotros, como vamos a intentar responder al eco de su palabra.” (304)

Hagamos abstracción de la doctrina del reconocimiento del deseo o de la necesidad de una regresión a la constitución del sujeto en el estadio del espejo, para que aparezca en su carácter prístino el plan de la obra, que va de la palabra entendida como letra y como trozo del vivo directamente a enfrentarse al problema del “instinto de muerte” como “expresión mítica del límite de la función histórica del sujeto” (306) mediante las resonancias del lenguaje (305). Para cerrar su revisión de 1966 introduciendo en ese marco el pun que se lee réson, tomado del poeta Francis Ponge (310)

Desde la analogía de la psicosis como estructura clínica a la locura generalizada de un lenguaje estereotípico que excluye el acceso del hablante a su palabra, devolver al psicótico la palabra toma una dimensión totalmente diferente. Consiste en virtud del apoyo que tomamos de la clínica estructural para superarla, en pasar de la locura ya sea entendida como “formación singular de un delirio” o como “la comunicación donde delira el discurso”, por medio del síntoma “como entrada del vivo en el discurso”, al resón de la palabra, fundamento contingente escrito sobre la arena de la carne.

Bibliografía
1. LACAN, J. Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Escritos 1. México : Siglo XXI, 1984.
2. MILLER, J.-A. El Inconsciente y el Cuerpo Hablante. wapol.org. [En línea] 2014. [Citado el: 19 de 03 de 2016.] http://wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=13&intEdicion=9&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=2742&intIdiomaArticulo=1.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario