El cuerpo real.
La mutación de la
física a comienzos del siglo XX permitió una redistribución de los errores y un
entendimiento antes impensable del universo. La materia oscura es casi una
especulación de la astrofísica para poder dar cuenta de los defectos en algunos
cálculos. Constituye la gran mayoría de la masa del universo, pero no puede ser
medida, ni observada, si acaso puede ser colegida de su enorme influencia en el
comportamiento de la materia observable.
Cuando se habla del
cuerpo, dependiendo del discurso en el cual se esté inscrito, se habla del
cuerpo deseable o repugnante, sano o enfermo, que enorgullece o avergüenza,
enloquecido o en sus cabales, embrujado o santificado. Estos modos de hablar y
de intervenir sobre el cuerpo dejan un remanente a ser interpretado, es la
condición de posibilidad en cada discurso de que quede un resto fuera de su
sentido. Ahí tenemos el principio de su solidaridad o de su rivalidad. Pero ese
resto es interpretado como lo ajeno, como lo extraño. Es el cuerpo de las
etiologías esenciales en la medicina, el principio de la proliferación de
categorías nosológicas en psiquiatría, la ley de las negociaciones entre la
magia y las religiones. Este cuerpo límite es todavía algo no-integrado pero
integrable, donde el saber aspira a llegar.
El cuerpo real, por el
contrario, es lo no-integrado no-integrable, aquel que no ha sucumbido a la
seducción del estadio del espejo, aquel que no se ha alienado en la cadena significante
de ningún discurso. No es lo no integrado que se resiste para hacer existir a
los discursos. Es cuerpo sin-sentido, puro despropósito. Es el efecto del
avance de la simbolización de la existencia que opera el tratamiento
psicoanalítico con un resultado similar al de la física: Los errores sobre la
repetición del modo de goce particular del sujeto se redistribuyen, pero le
permiten un entendimiento antes impensable de su universo. Esos errores
presuponen una calculabilidad particular, pero apuntan a lo incalculable
singular.
Ahí donde ya no se
está sujeto, todavía hay un ser que habla. El psicoanálisis, al igual que la
física, no se contenta con una entelequia metafísica. Pero hasta allí llegan
las similitudes. El sujeto que se psicoanaliza puede captar los efectos del
cuerpo real en sus elaboraciones, en la sistematización de su inconsciente, en
el rescate de aquellas funciones corporales que se han visto comprometidas por
la dinámica pulsional, y con lo cual ha tratado de establecerse como un paradigma
de sí, como el modelo de una suerte de excepción de la circulación del deseo, o
como la amante enloquecida de esa excepción.
El falo puede tomarse
así como un significante excepcional que organiza el deseo, es decir, que
traduce una positividad singular no simbolizada como una negatividad particular
a ser colmada. El discurso analítico está en posición de captar al sujeto del
inconsciente, a aquel que hace esta traducción, pero una vez que el sujeto
puede captar la hendidura fundamental de su ser, en la cual el discurso
cotidiano desfallece, y tiene lugar un nuevo discurso más rico, y más
determinante, sólo en ese momento es que se puede llegar a captar lo que
deforma al inconsciente, lo que lo determina en última instancia, lo que lo
muestra como la máscara definitiva detrás de la cual no hay ya verdad ni error,
sino determinación pura. Una determinación que está organizada siempre como una
contingencia que ha dejado una marca.
Con Lacan sabemos que
el síntoma es lo que determina en última instancia al inconsciente. El
tratamiento analítico se basa en la creencia del sujeto en que es al contrario.
Una creencia que no es una estafa, puesto que el inconsciente es un tratamiento
del síntoma, pero a lo que se apunta no es ni a hacer cesar este tratamiento, ni
a curar su causa. Es a aislar la causa de la cura que es el inconsciente, ahí
donde se ha puesto de manifiesto que el sujeto no es más que una cura fallida
de su síntoma.
De este modo, el
organismo tomado por el significante y por el juego de espejos que es el cuerpo
semblante, escamotea ese otro cuerpo que se perfila más allá del inconsciente y
que hace del primero un cuerpo sufriente, angustiado, inhibido. Este cuerpo
sufriente es el objetivo y el propósito de toda política contemporánea, de toda
estrategia de mercadeo comercial o ideológico en la actualidad. Es este cuerpo
sufriente el que le sirve de soporte a toda la panoplia de ungüentos, píldoras,
saberes o pensamientos que se le ofrecen para calmar su miseria, pero que
requieren con urgencia el incremento acelerado de esa miseria para poder
circular. Estos objetos podríamos agruparlos bajo el nombre de gadgets.
Al gadget podemos
oponer la clínica del objeto fóbico, clave de la segregación social. Mientras
el gadget escamotea al cuerpo real, funcionando como subrogado de la falta en
ser del sujeto, el objeto fóbico descompensa al cuerpo semblante revelándolo
como un constructo. Más allá del sentido inconsciente del objeto fóbico, está
su carácter de letra, de insignificancia, de sin-sentido, que es
paradójicamente el punto de partida de la defensa del sujeto contra él. El
objeto fóbico deja sin respuesta frente a la mostración del carácter de
constructo del cuerpo, pero el gadget hace ver como que este carácter es
provisional. El objeto fóbico es el planteamiento de un problema esencial para
el sujeto de un modo irreconocible, el gadget es el planteamiento de una
solución espuria. En la experiencia del deseo de gadget o de la angustia
producto del encuentro con el objeto fóbico, vemos dos modos de relación del
sujeto al cuerpo real. En el gadget captamos la clave del mercadeo que operan
los agentes del des-orden global, en el objeto fóbico está la clave de la
segregación contemporánea, pasando por el rodeo de una desresponsabilización
del sujeto en el horror que le produce su propio cuerpo real, y que aparece
bajo la insignificancia de este otro siniestro y radical que lo angustia.
En los sujetos que
consienten al psicoanálisis se produce un movimiento en el cual el síntoma
parte del goce de ser una excepción a la circulación, pasa por ser el corazón y
el sentido particular del sujeto, hasta el momento en el cual se cristaliza la
marca del encuentro contingente con el cuerpo real. Con esa marca el sujeto
puede plantearse un modo singular de establecer vínculos sociales, un estilo
que le da la posibilidad de integrarse, de circular, a condición de
salvaguardar el modo específico como puede hacerlo, poniendo límites a las
demandas de eficiencia o fidelidad que vienen de los mega conglomerados contemporáneos
de producción y reproducción de la miseria de existir.
Los agentes de los
modos de organización de la sociedad global, en sus diferentes niveles y
tendencias, requieren de un cuerpo agujereado y pulsionante. Enigmatizado hasta
el extremo para el sujeto sufriente al cual le sirve de soporte, el cuerpo
donde se multiplican las bocas, los anos, los oídos, los ojos, no es más que
una colección creciente de zonas erógenas, que garantiza la máxima circulación
de productos e identidades y un ab-uso del tiempo vital. Los estragos de ello
no se hacen esperar. Ahí es donde los psicoanalistas, en el margen, acechamos.
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