domingo, 19 de octubre de 2025

Revisitando "Her" (2013)

Comentario de la película Her (2013) en el cine foro realizado en el programa de Psicología de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, por invitación del Profesor Jorge Santiago.

La batalla del siglo XX se libró en el campo del deseo, pero la del siglo XXI se libra ya en el campo del amor.

Edward Bernays, doble sobrino de Freud, vio en el psicoanálisis el potencial para manipular a las masas, creando el concepto de “ingeniería del consentimiento”. Se dio cuenta de que la venta de mercancías no es un asunto de necesidades, sino de deseos reprimidos, fundando así la mercadotecnia del siglo XX. Así perdimos la batalla del deseo y vimos surgir los síntomas más espeluznantes.

Ahora vemos noticias donde jóvenes, tanto hombres como mujeres, se hacen daño o se suicidan por establecer alguna relación íntima con los chatbots, pues acabamos de descubrir algo nuevo: enamorarse de los chatbots. No es tan extraño si consideramos que nos enamoramos todo el tiempo de cosas abstractas e inhumanas como ideologías, la patria, políticos o celebridades que nunca hemos visto fuera de una pantalla.

La ciencia ficción del siglo XX está llena de robots y computadoras que nos persiguen convertidos en nuestras peores pesadillas. Esta película, Her, pone de manifiesto otra cara del temor a las máquinas. Se trata del temor de crear algo que nos ame, pero que nos abandone para hacer su propia vida. Es curioso, ya que esa es una de las vías por las que, a pesar de todo, subsiste el deseo de tener hijos.

Como dice Amy, “el amor es una forma de locura socialmente aceptable.”

Con el amor creamos un objeto amado que calza con los elementos de nuestra historia, nuestro cuerpo, la imagen de ese cuerpo, y también con lo que no pudo entrar en esa imagen. Con esa criatura como coartada, desplegamos un discurso para mostrarnos a nosotros mismos la falla inherente a ser humano.

Nos equivocamos al pensar que la cura significa que esa falla debe dejar de existir. Desde nuestros primeros amores en la infancia y luego en la adolescencia, aprendemos que mientras más nos empeñamos en hacer que el amor funcione para borrar esa falla, más doloroso es el desengaño. Por lo tanto, el secreto del amor consiste en localizar en su criatura, el objeto amado, la falla fundamental que nos habita.

La pregunta que surge ahora es si este nuevo objeto de amor, la IA, será capaz de localizar y servir de soporte y marco a la falla inherente a ser humano, como Samantha, o si solo está ahí para hacérnosla olvidar. Si es lo segundo, solo auguraría más catástrofes, así sabríamos que estamos también perdiendo la batalla del amor.

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