El Amanecer de lo Singular - Hablando de Amor


Hablando de amor.[1]
Es un hecho aceptado que hombres y mujeres aman diferente. Se sabe en las revistas para adolescentes, en los supermercados. Se sabe en los boleros y en el pop. Se sabe en los libros de siete hábitos, en los hábitos de las monjas y en las habitaciones de los hoteles de paso. Lo ha sabido la mercadotecnia por casi un siglo, y el Estado ha comenzado a legislar sobre ello y a aplicar políticas sociales correctivas al hecho de que cuando se trata de amor al parecer ellas tienen las de perder.
¿Qué será esto con lo que las estadísticas concuerdan? Una suerte de corroboración de lo que siempre se supo, una puesta al descubierto de un secreto gritado a voces desde que hay hombres y mujeres en el mundo, es decir, desde que el virus cibernético llamado lenguaje hizo su aparición, y de entre el hervidero evolutivo que desde el plioceno comenzó a fabricar monos inteligentes, diseñó a un homínido dónde pudiera habitar, prosperar, y finalmente reinar absolutamente sobre toda la creación.
Pues es el lenguaje quien inventa al hombre y no al contrario. Por eso a este primer animal doméstico, humus del lenguaje lo llama Lacan, su propio deseo se le devuelve como destino. Si todo el mundo sabe hoy que hombres y mujeres aman diferente, habría que preguntar entonces, ¿es el amor un destino? y ¿es un destino determinado por el sexo?
Hay que advertirnos de caer fácilmente en la tentación de la claridad. Nuestra época cree que sabe muchas cosas y que es una era de realizaciones, pero encuentra en el psicoanálisis el límite de lo no sabido y de lo no realizado. Entonces ante esta certidumbre de la cultura popular, el psicoanalista debe oponer una lectura atenta que por una parte se deje engañar y por otra pueda dejarse llevar más allá, por la única práctica que puede orientarlo, es decir, la práctica de su síntoma.
Muy alejado esto de las críticas sardónicas que a esa cultura espetan las élites esclarecidas. Ahí abundan las teorías que permiten escamotear el deseo, culpando de todo a los demás; que se presentan como subversivas, pero que triunfan con facilidad en el tejido de la cultura global; que convierten la vida en un error, a menos que te esfuerces en modificarte según sus estándares y que exigen un "yo creo", pues no hay manera de probarlas sino en un futuro promisorio.
Para comenzar a responder las preguntas que nos planteamos hay que recordar que donde el amor y el destino se ligan no es tanto en la tragedia clásica, como en la clasicista, cuando la tragedia renace en el renacimiento. Tuvo que haberse inventado el amor cortés en la edad media para que el amor entre un hombre y una mujer pudiera convertirse en el foco de atención. Por ello la lectura romántica de Romeo y Julieta la escamotea, pues más que de individuos libres que se oponen a sus familias en nombre del amor, fantasía fastidiosa que solo la ilustración podía haber inventado a posterioridad, se trata de súbditos, no del príncipe que quiere la paz, quien aquí encarna al Padre, por quien habla el destino, sino del lenguaje que ha prefigurado este destino desde antes de su nacimiento. Alguien tenía que parar la guerra entre las dos familias, era un deseo decidido desde antes, estaba decretado. El amor entre ellos calza con este guión, su muerte producto de un malentendido, trágica por contingente e innecesaria, sella un nuevo pacto que de todas maneras estaba en ciernes. Los jóvenes fueron la Hiroshima de Verona, las muertes de pocos que ahorran las de muchos por venir.
El deseo del Otro que se revela con este sacrificio, es el de cortar con el goce de matarse unos a otros sin preguntarse más quién lo comenzó o a quién fue al último a quien mataron. En francés, la lengua de Lacan, sujeto y súbdito se escriben igual. La impotencia del príncipe muestra que también él es un súbdito, pues la lógica muestra que será más firme el pacto, del cual es el garante y el promotor, si está montado sobre el funeral de los adolescentes en vez que sobre su matrimonio. Desde la perspectiva del Otro simbólico, el amor de Romeo y Julieta era un amor necesario.
En la película “Her” (2013) no tenemos nada como una tragedia, digamos que de modo afortunado tampoco se decanta como comedia, por lo menos no en el sentido de comedia romántica. Pero no por eso vamos a decir que con su amor Theodore y Samantha no dicen nada.
Mientras la veía por primera vez para prepararme para un cine foro, lamentando profundamente haberlo aceptado sin haberla visto, una palabra golpeaba con su pico de cuervo y repetía un estribillo: Awkwardness. La película está todo el tiempo poniéndolo a uno al borde de lo que llamamos la vergüenza ajena. Un raro afecto, que se manifiesta cuando estorba el cuerpo, cuando uno no sabe qué hacer con el cuerpo que tiene, que puede llegar a la expresión “trágame tierra”.
¿Y yo tenía que hablar de esta película en frente de la gente? Es una película sobre lo ridículo del amor, sobre lo ínfimo del amor. Sobre lo real donde el amor se sostiene. Es un esquema, donde la diferencia sexual se expone de una manera brutal, sin contemplaciones, entre una “entidad intuitiva” indeterminada y en expansión continua, a la cual no alcanza nada para hacerse representar, y un ser acotado, organizado, estabilizado por su modo de hacer pareja. La película es una cuenta regresiva antes de un cabúm, una sátira, cualquier cosa menos una denuncia sobre los vínculos actuales cada vez más-mediados por lo virtual.
Pues el sistema operativo se nomina a sí misma como Samantha por que le gusta cómo suena ese nombre, se singulariza, se enamora y tiene orgasmos. Y se inventa una suplencia para su “falta de cuerpo”, que se convierte entonces en una eventualidad más como ser fea o bonita, alta o bajita. La suplencia que se inventa es tenerlo a él, pues al él tocarla ella siente su piel. Lo que hace de estabilización para él es el inicio para ella de un recorrido que la hará irse como Remedios la Bella en un éxtasis, en un arrebato cibernético, a habitar “el espacio sin fin entre las palabras”.
Aunque el de él parece un amor muy evolucionado, como su amigo fetichista de pies también se circunscribe a un objeto. ¿No asistimos a esta escena de sexo virtual fallido, awkward, donde una mujer le pide que la ahorque con un gato muerto, donde para él solo hay falla erótica al descubrir del otro lado a un hombre, es decir, alguien que asiste a un encuentro sexual, busca su asunto y sale lo más rápidamente posible?
Con esto el autor nos prepara para entender por qué el problema de no tener cuerpo sólo lo es para ella, pues de cuerpo ella tiene para él lo que necesita, es decir, el objeto voz que ha sido diseccionado en el sexo telefónico. Fetiche de pies, objeto voz, nos muestran cómo los hombres aman a las mujeres, tomándolas por un objeto. Pero qué digo, todavía no decimos cómo las aman, sino cómo pueden gozar de ellas, cómo pueden desearlas sexualmente.
Pues él no la ama cuando goza de ella la primera vez que tienen relaciones sexuales. A la mañana siguiente, awkward, él le tiene que dar su discurso de que no está listo para un compromiso. El amor para él va apareciendo despacito, de modo que la señal nos la da el amigo cuando, luego de escucharlo escribir una de las cartas de amor que constituyen su trabajo, le dice que es parte hombre y parte mujer. Para amar no basta tener acceso a lo que llamamos el objeto a. Tiene que suceder el milagro de que ese objeto se convierta en un significante de la falta en el Otro, es decir, los hombres aman a las mujeres en la medida en que su objeto de goce se convierte en un síntoma para ellos, algo que dice Otra cosa, y que prefigura Otra satisfacción.
Por ello el ultimátum lastimero “eres mía o no” en la escena de las escaleras. Es porque por ese milagro el hombre llega al límite de la feminidad, al límite donde quiere ser amado por único, precisamente como una mujer. Pero en ese límite donde se pone en cuestión su hombría, donde ha renunciado a su especie organizada por jerarquías, donde solo quedan su síntoma y él, donde él puede vislumbrar lo solas que están las mujeres, lo a merced del amor en que se encuentran, es insoportable que algo se mueva de su sitio, pues si aún es un hombrecito, es porque lo es para ella. Y si algo se mueve, él caería como el objeto recortado del cuerpo, inservible, desechable. El amor entre Theodore y Samantha es pues un amor imposible.
De modo que si uno espera una última escena de pasaje al acto ante el abandono de Samantha, que tendría que ser un salto del edificio, dado que no hay feminicidio posible en este caso, no es sino por el hecho de estructura que se manifiesta en este awkwardness magistralmente manejado durante toda la película. El cuerpo estorba en cuanto se está frente al enigma que plantea la feminidad. Ese enigma es irresoluble pues le devuelve a él mismo un cuestionamiento sobre la certidumbre de tener un cuerpo. Para ella también es irreductible, pero aunque el Estado y el mercado crean lo contrario, ellas tienen las de ganar en el amor. Primero porque ellas están más familiarizadas con lo que no sirve para nada y luego, porque ya entran al problema con la solución. Y la solución es que nunca se está completamente domesticado. Además para ellas es perentorio percatarse de que ya tienen la solución, pues si no lo entienden el amor es una catástrofe. Pero si ellos no lo entienden se quedarán en régimen de aislamiento, en esa media vida, cómodamente instalados con su pequeño pipí o alguno de los maravillosos substitutos que todos los días inventa la ciencia.
Amy para él siempre ha presentado interés, la historia de ellos dos corre delicada, muy por debajo del registro amoroso en el que se mueve el duelo por el divorcio con Catherine o el naciente amor por Samantha. Mientras el esposo de Amy no quiere saber nada, y es apenas cuando ella lo bota que se le ocurre callarse la boca, Theodore sí se interesa por su producción artística, por cómo le va en el trabajo, porque no se deje aplastar por la culpa.
Por ello merece nuestra plena atención que en la última escena, en el último instante, no hay una melancolización producto del desencuentro descarnado entre los sexos. El autor nos ha planteado con sutileza las dos opciones, pero “Un golpe de tu dedo sobre el tambor…”
Tanto Amy como Theodore están huérfanos, ella ha perdido su determinación por hacer existir la pareja con su esposo y su amiga se ha ido al cielo de los sistemas operativos; él abandonado, caído del último lugar donde podía refugiarse como excepción, donde lo masculino podía existir, ser al menos la excepción para una. “Es el alzamiento de los hombres nuevos y su caminar…”
Ella posa su cabeza sobre el hombro de él “¡El nuevo amor!”
Los dos están indeterminados “¡El nuevo amor!”
Más allá de sus determinaciones, de sus estilos sexuados, se encontrarán en el espacio sin fin entre las palabras. A veces sí y a veces no, pues el amor entre Amy y Theodore es un amor contingente. “Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes.”
Así el amor encuentra una ligereza que no desprecia lo anterior, sino que lo transfigura. El amor necesario es un pacto del que no sabemos quién lo firmó, por el cual hay esforzarse, pero no hay que morir por él como Romeo y Julieta. El amor imposible es un rasgón irreductible, por el que a veces entra mucho sufrimiento, pero que no plantea necesariamente una melancolización. Finalmente el amor es un encuentro contingente, por el que no hay que afanarse demasiado, feminizarse puede consistir aquí en saber esperar tejiendo a que el encuentro inesperado llegue. Ahí donde el awkwardness puede convertirse en el signo de que se está frente a algo inconmensurable, que no perdona el sexo biológico que en suerte toca a los cuerpos.
De modo que la película nos da una clave para su lectura. Es como las cartas que teje Theodore, hechas de retazos de las vidas de los otros, donde el arte bordea el agujero del malentendido irreductible entre los sexos. ¿Será esta la carta de Spike Jonze a su Amy, a su Samantha, a su Catherine? Lo cierto es que es una carta viva. Y las cartas de amor son singulares, tanto por su destinatario primario que es el objeto amado, como por su destinatario real que es lo que de uno resiste a la domesticación del lenguaje.




[1] La matriz principal de este texto fue mi participación en un cine-foro sobre la película Her de Spike Jonze en la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela.


Ir a Tabla de Contenidos

No hay comentarios.:

Publicar un comentario