Es un hecho aceptado
que hombres y mujeres aman diferente. Se sabe en las revistas para
adolescentes, en los supermercados. Se sabe en los boleros y en el pop. Se sabe
en los libros de siete hábitos, en los hábitos de las monjas y en las
habitaciones de los hoteles de paso. Lo ha sabido la mercadotecnia por casi un
siglo, y el Estado ha comenzado a legislar sobre ello y a aplicar políticas
sociales correctivas al hecho de que cuando se trata de amor al parecer ellas
tienen las de perder.
¿Qué será esto con lo
que las estadísticas concuerdan? Una suerte de corroboración de lo que siempre
se supo, una puesta al descubierto de un secreto gritado a voces desde que hay
hombres y mujeres en el mundo, es decir, desde que el virus cibernético llamado
lenguaje hizo su aparición, y de entre el hervidero evolutivo que desde el
plioceno comenzó a fabricar monos inteligentes, diseñó a un homínido dónde
pudiera habitar, prosperar, y finalmente reinar absolutamente sobre toda la
creación.
Pues es el lenguaje
quien inventa al hombre y no al contrario. Por eso a este primer animal
doméstico, humus del lenguaje lo llama Lacan, su propio deseo se le devuelve
como destino. Si todo el mundo sabe hoy que hombres y mujeres aman diferente,
habría que preguntar entonces, ¿es el amor un destino? y ¿es un destino
determinado por el sexo?
Hay que advertirnos de
caer fácilmente en la tentación de la claridad. Nuestra época cree que sabe
muchas cosas y que es una era de realizaciones, pero encuentra en el
psicoanálisis el límite de lo no sabido y de lo no realizado. Entonces ante
esta certidumbre de la cultura popular, el psicoanalista debe oponer una
lectura atenta que por una parte se deje engañar y por otra pueda dejarse llevar
más allá, por la única práctica que puede orientarlo, es decir, la práctica de
su síntoma.
Muy alejado esto de
las críticas sardónicas que a esa cultura espetan las élites esclarecidas. Ahí
abundan las teorías que permiten escamotear el deseo, culpando de todo a los
demás; que se presentan como subversivas, pero que triunfan con facilidad en el
tejido de la cultura global; que convierten la vida en un error, a menos que te
esfuerces en modificarte según sus estándares y que exigen un "yo creo",
pues no hay manera de probarlas sino en un futuro promisorio.
Para comenzar a
responder las preguntas que nos planteamos hay que recordar que donde el amor y
el destino se ligan no es tanto en la tragedia clásica, como en la clasicista,
cuando la tragedia renace en el renacimiento. Tuvo que haberse inventado el
amor cortés en la edad media para que el amor entre un hombre y una mujer
pudiera convertirse en el foco de atención. Por ello la lectura romántica de
Romeo y Julieta la escamotea, pues más que de individuos libres que se oponen a
sus familias en nombre del amor, fantasía fastidiosa que solo la ilustración
podía haber inventado a posterioridad, se trata de súbditos, no del príncipe
que quiere la paz, quien aquí encarna al Padre, por quien habla el destino, sino
del lenguaje que ha prefigurado este destino desde antes de su nacimiento.
Alguien tenía que parar la guerra entre las dos familias, era un deseo decidido
desde antes, estaba decretado. El amor entre ellos calza con este guión, su
muerte producto de un malentendido, trágica por contingente e innecesaria,
sella un nuevo pacto que de todas maneras estaba en ciernes. Los jóvenes fueron
la Hiroshima de Verona, las muertes de pocos que ahorran las de muchos por
venir.
El deseo del Otro que
se revela con este sacrificio, es el de cortar con el goce de matarse unos a
otros sin preguntarse más quién lo comenzó o a quién fue al último a quien
mataron. En francés, la lengua de Lacan, sujeto y súbdito se escriben igual. La
impotencia del príncipe muestra que también él es un súbdito, pues la lógica
muestra que será más firme el pacto, del cual es el garante y el promotor, si
está montado sobre el funeral de los adolescentes en vez que sobre su
matrimonio. Desde la perspectiva del Otro simbólico, el amor de Romeo y Julieta
era un amor necesario.
En la película “Her”
(2013) no tenemos nada como una tragedia, digamos que de modo afortunado
tampoco se decanta como comedia, por lo menos no en el sentido de comedia
romántica. Pero no por eso vamos a decir que con su amor Theodore y Samantha no
dicen nada.
Mientras la veía por
primera vez para prepararme para un cine foro, lamentando profundamente haberlo
aceptado sin haberla visto, una palabra golpeaba con su pico de cuervo y
repetía un estribillo: Awkwardness.
La película está todo el tiempo poniéndolo a uno al borde de lo que llamamos la
vergüenza ajena. Un raro afecto, que se manifiesta cuando estorba el cuerpo,
cuando uno no sabe qué hacer con el cuerpo que tiene, que puede llegar a la
expresión “trágame tierra”.
¿Y yo tenía que hablar
de esta película en frente de la gente? Es una película sobre lo ridículo del
amor, sobre lo ínfimo del amor. Sobre lo real donde el amor se sostiene. Es un
esquema, donde la diferencia sexual se expone de una manera brutal, sin
contemplaciones, entre una “entidad intuitiva” indeterminada y en expansión
continua, a la cual no alcanza nada para hacerse representar, y un ser acotado,
organizado, estabilizado por su modo de hacer pareja. La película es una cuenta
regresiva antes de un cabúm, una sátira, cualquier cosa menos una denuncia
sobre los vínculos actuales cada vez más-mediados por lo virtual.
Pues el sistema
operativo se nomina a sí misma como Samantha por que le gusta cómo suena ese
nombre, se singulariza, se enamora y tiene orgasmos. Y se inventa una suplencia
para su “falta de cuerpo”, que se convierte entonces en una eventualidad más
como ser fea o bonita, alta o bajita. La suplencia que se inventa es tenerlo a
él, pues al él tocarla ella siente su piel. Lo que hace de estabilización para
él es el inicio para ella de un recorrido que la hará irse como Remedios la
Bella en un éxtasis, en un arrebato cibernético, a habitar “el espacio sin fin
entre las palabras”.
Aunque el de él parece
un amor muy evolucionado, como su amigo fetichista de pies también se
circunscribe a un objeto. ¿No asistimos a esta escena de sexo virtual fallido, awkward, donde una mujer le
pide que la ahorque con un gato muerto, donde para él solo hay falla erótica al
descubrir del otro lado a un hombre, es decir, alguien que asiste a un
encuentro sexual, busca su asunto y sale lo más rápidamente posible?
Con esto el autor nos
prepara para entender por qué el problema de no tener cuerpo sólo lo es para
ella, pues de cuerpo ella tiene para él lo que necesita, es decir, el objeto
voz que ha sido diseccionado en el sexo telefónico. Fetiche de pies, objeto
voz, nos muestran cómo los hombres aman a las mujeres, tomándolas por un
objeto. Pero qué digo, todavía no decimos cómo las aman, sino cómo pueden gozar
de ellas, cómo pueden desearlas sexualmente.
Pues él no la ama
cuando goza de ella la primera vez que tienen relaciones sexuales. A la mañana
siguiente, awkward, él le tiene que dar su discurso de que no está listo para
un compromiso. El amor para él va apareciendo despacito, de modo que la señal
nos la da el amigo cuando, luego de escucharlo escribir una de las cartas de
amor que constituyen su trabajo, le dice que es parte hombre y parte mujer.
Para amar no basta tener acceso a lo que llamamos el objeto a. Tiene que suceder el milagro de que ese objeto se
convierta en un significante de la falta en el Otro, es decir, los hombres aman
a las mujeres en la medida en que su objeto de goce se convierte en un síntoma
para ellos, algo que dice Otra cosa, y que prefigura Otra satisfacción.
Por ello el ultimátum
lastimero “eres mía o no” en la escena de las escaleras. Es porque por ese
milagro el hombre llega al límite de la feminidad, al límite donde quiere ser
amado por único, precisamente como una mujer. Pero en ese límite donde se pone
en cuestión su hombría, donde ha renunciado a su especie organizada por
jerarquías, donde solo quedan su síntoma y él, donde él puede vislumbrar lo
solas que están las mujeres, lo a merced del amor en que se encuentran, es
insoportable que algo se mueva de su sitio, pues si aún es un hombrecito, es
porque lo es para ella. Y si algo se mueve, él caería como el objeto recortado
del cuerpo, inservible, desechable. El amor entre Theodore y Samantha es pues
un amor imposible.
De modo que si uno
espera una última escena de pasaje al acto ante el abandono de Samantha, que
tendría que ser un salto del edificio, dado que no hay feminicidio posible en
este caso, no es sino por el hecho de estructura que se manifiesta en este awkwardness magistralmente manejado durante
toda la película. El cuerpo estorba en cuanto se está frente al enigma que
plantea la feminidad. Ese enigma es irresoluble pues le devuelve a él mismo un
cuestionamiento sobre la certidumbre de tener un cuerpo. Para ella también es
irreductible, pero aunque el Estado y el mercado crean lo contrario, ellas
tienen las de ganar en el amor. Primero porque ellas están más familiarizadas
con lo que no sirve para nada y luego, porque ya entran al problema con la
solución. Y la solución es que nunca se está completamente domesticado. Además
para ellas es perentorio percatarse de que ya tienen la solución, pues si no lo
entienden el amor es una catástrofe. Pero si ellos no lo entienden se quedarán
en régimen de aislamiento, en esa media vida, cómodamente instalados con su
pequeño pipí o alguno de los maravillosos substitutos que todos los días
inventa la ciencia.
Amy para él siempre ha
presentado interés, la historia de ellos dos corre delicada, muy por debajo del
registro amoroso en el que se mueve el duelo por el divorcio con Catherine o el
naciente amor por Samantha. Mientras el esposo de Amy no quiere saber nada, y
es apenas cuando ella lo bota que se le ocurre callarse la boca, Theodore sí se
interesa por su producción artística, por cómo le va en el trabajo, porque no
se deje aplastar por la culpa.
Por ello merece
nuestra plena atención que en la última escena, en el último instante, no hay
una melancolización producto del desencuentro descarnado entre los sexos. El
autor nos ha planteado con sutileza las dos opciones, pero “Un golpe de tu dedo
sobre el tambor…”
Tanto Amy como
Theodore están huérfanos, ella ha perdido su determinación por hacer existir la
pareja con su esposo y su amiga se ha ido al cielo de los sistemas operativos;
él abandonado, caído del último lugar donde podía refugiarse como excepción,
donde lo masculino podía existir, ser al menos la excepción para una. “Es el
alzamiento de los hombres nuevos y su caminar…”
Ella posa su cabeza
sobre el hombro de él “¡El nuevo amor!”
Los dos están indeterminados
“¡El nuevo amor!”
Más allá de sus
determinaciones, de sus estilos sexuados, se encontrarán en el espacio sin fin
entre las palabras. A veces sí y a veces no, pues el amor entre Amy y Theodore
es un amor contingente. “Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes.”
Así el amor encuentra
una ligereza que no desprecia lo anterior, sino que lo transfigura. El amor
necesario es un pacto del que no sabemos quién lo firmó, por el cual hay
esforzarse, pero no hay que morir por él como Romeo y Julieta. El amor
imposible es un rasgón irreductible, por el que a veces entra mucho
sufrimiento, pero que no plantea necesariamente una melancolización. Finalmente
el amor es un encuentro contingente, por el que no hay que afanarse demasiado,
feminizarse puede consistir aquí en saber esperar tejiendo a que el encuentro
inesperado llegue. Ahí donde el awkwardness
puede convertirse en el signo de que se está frente a algo inconmensurable, que
no perdona el sexo biológico que en suerte toca a los cuerpos.
De modo que la
película nos da una clave para su lectura. Es como las cartas que teje
Theodore, hechas de retazos de las vidas de los otros, donde el arte bordea el
agujero del malentendido irreductible entre los sexos. ¿Será esta la carta de
Spike Jonze a su Amy, a su Samantha, a su Catherine? Lo cierto es que es una
carta viva. Y las cartas de amor son singulares, tanto por su destinatario
primario que es el objeto amado, como por su destinatario real que es lo que de
uno resiste a la domesticación del lenguaje.
[1] La matriz principal de este texto fue mi participación
en un cine-foro sobre la película Her de Spike Jonze en la Escuela de
Psicología de la Universidad Central de Venezuela.
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