sábado, 8 de noviembre de 2014

La acción lacaniana en la universidad

Texto publicado originalmente en la Revista The Wannabe N° 11 de la Nueva Escuela Lacaniana

Carlos Márquez

A veces, los psicoanalistas anidamos en la universidad. ¿Cómo se puede resistir el rito, el estándar, los manuales de normas, los programas, cosas tan alejadas e incluso contradictorias con la formación analítica que dispensa la orientación lacaniana? Encontrar a un sujeto entre las quejas y la afición al saber que cunden entre los miembros de esa comunidad puede ser un hobby, una "distracción poderosa" de esas a las que Freud daba el valor de combatir el malestar en la cultura. ¿Pero esto es suficiente hoy?

Añadamos la viralización del discurso universitario más allá de los claustros. Podemos verla detrás de las estrategias de control de diferente textura que se extienden por las sociedades avanzadas, como la evaluación, pero que toma fuerza con nuevas formas de autoritarismo, con una burocracia sabelotodo que ocupa cada vez más espacio en nuestros países latinoamericanos. Hay que recordar que Lacan le adjudica a lo que sucedía en la Unión Soviética la forma de este discurso. Esa forma de capitalismo burocrático, donde cualquiera que apriete el tornillo del control y el despotismo puede quitarse la culpa por lo que hace simplemente con acudir a un bien superior sabido por "el partido", "el líder" o cualquier otra entidad abstracta. Porque eso no es propiamente el discurso del amo. El cuarto de vuelta que hace posible al discurso universitario requiere de un amo muerto en el lugar de la verdad, el "autor", sobre el que se sostiene toda la red de un saber que se lanza sobre lo vivo para domesticarlo.


La burocracia es una patología del discurso del universitario, como lo que sucede con las especies que entran en un ecosistema nuevo, que causan estragos porque no tienen ningún control. No es de extrañar entonces que el sujeto, al igual que cuando la universidad se inventó, encuentre refugio dentro de ella, una vez que el discurso que la sostiene se ha diseminado por todo el orden social. Resistir al discurso universitario se vuelve un problema de los psicoanalistas pues en un orden de cosas determinado por el falso discurso del capitalismo, los mecanismos propiamente universitarios se vuelven instrumentos de control masivo de la población y de los recursos.

Lacan nos mostró la desterritorialización del discurso universitario, y sus efectos. Pero también nos mostró cómo resistirlo. El santo causa risa, se opone directamente a la lógica de la justicia distributiva que sostiene la práctica de la evaluación. La escritura de la enunciación del discurso universitario nos mostrará la vía de lo que no hay que hacer. La seriedad universitaria es propensa a solazarse con el humor, esa excrecencia de un superyó parásito que está a punto de perder a su hospedador. Los mejores humoristas prosperan a la sombra de los nuevos amos, hasta que estos les pierden la paciencia. Son de hecho gente muy preparada y sabia que tiene un empeño decidido en educar moralmente a su audiencia mostrando lo disparatado de las convenciones sociales que extiende el nuevo poder. Esto produce enajenación radical con respecto a los nuevos amos, frente a los cuales no se cede ya en nada cesando toda capacidad de intercambio simbólico, ¿pero no es precisamente lo que el fundamentalismo de esos nuevos amos espera que pase?

La pareja fundamentalismo-humor es una trampa producida por universitarios, para universitarios, y amplifica los efectos de eso de lo que se burla sardónicamente como si se tratara de la llegada de los bárbaros, cuando son sus mismos compañeros de promoción ubicados en las cumbres de la nueva burocracia. Como función del superyó, el humor está al servicio del masoquismo de las masas que se consuelan riéndose de una desgracia que se exagera, haciendo insoportable una existencia ya de por sí difícil dado el cambio de discurso. Antes, claro está, de que el pánico las lleve a abandonar sus posiciones.

El pánico es una de las lecturas de ese enigma que Lacan nos deja con el sujeto en el lugar del producto del discurso universitario. Enceguecido, enardecido, incapaz de ver cuál es el amo que realmente lo comanda, pues le es inaccesible desde su posición, su falta en ser le aparece como absolutamente insoportable puesto que él "tiene derecho". En la universidad, esto se metaboliza en la política, en la investigación, pero también en la producción de síntomas, lo cual posibilita las demandas de análisis de adultos jóvenes. Pero fuera de ella se recalienta en una desesperación de masas permanente.

La acción lacaniana en la universidad no puede servir para enceguecer, para hacer soportable la miseria, como el humor. Es un hecho de agudeza y tiene más que ver con el hacer que con el decir. Es lo que se consigue al romper la cadena significante mostrando el carácter de semblante de los fundamentos del mundo, haciendo mutar su valor de uso de velo para la extracción de goce a la que uno se somete, a instrumento para sobreponerse a lo que no anda. Consiste en hacer girar el discurso de modo que el objeto que se ha cedido para ser domesticado por el saber, ocupe el lugar del cenit del discurso para que se plantee la pregunta por la relación entre ese objeto y la falta en ser de la que se adolece.

No ya el sujeto escamoteado por una identificación. No más el que no quiere saber nada de su verdad, pero pretende que el amo le enseñe sobre la suya. Mucho menos el sujeto desencadenado en crisis permanente que no se hace cargo de lo que de él está presente en la producción de su propia miseria. El nuevo sujeto tendrá la posibilidad de desujetarse de otra manera, por la vía de hacerse responsable de su satisfacción. Y entonces no reirá ni con la inocencia de los tontos ni con la risa burlona de los sabios, sino con una risa como la de aquel santo que reía con "la risa de alguien que no tiene pulmones" y que suena "como el susurro de las hojas caídas".

La acción lacaniana en el discurso universitario sería una resistencia que muestre lo risible que resultan sus exigencias, una risistencia.

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