miércoles, 22 de enero de 2014

Fragmento del informe de Antoni Vicens sobre lo sucedido en Bélgica

Primera parte del texto "De la resistencia al psicoanálisis a la división constitutiva de la Escuela. Lección política de un trozo de real" de Antoni Vicens

En las líneas que siguen intento resumir un acontecimiento que, si bien se puede considerar restringido al ámbito de Bélgica y a las resistencias hacia el psicoanálisis con las que han de tratar nuestros colegas belgas, afecta a todo el campo freudiano. El acontecimiento partía de una propuesta de legislación del Parlamento Belga sobre el tema de las psicoterapias y la salud mental que afecta al psicoanálisis. La cuestión, como sabemos, viene de lejos. No en vano nuestros colegas apelan al escrito de Freud de 1926 sobre el psicoanálisis llamado lego o profano, a la vez que nos recuerdan la obligación que tenemos de preparar nuestros argumentos para un porvenir no del todo conjeturable. A mi modo de ver, la lección política que se extrae de esta batalla que la mejor salida a un conflicto es no considerarlo en relación con ningún Otro maligno, algo así como un enemigo radical, sino incluyéndolo en la división subjetiva misma que configura la Escuela, tal como Jacques Lacan la propuso como novedad radical para asegurar un porvenir al psicoanálisis, tras el fracaso de las Sociedades existentes en su tiempo. Jacques-Alain Miller, en su “Teoría de Torino sobre el sujeto de la Escuela” (intervención en la SLP en 2000) propuso esta forma de entender la Escuela, como sujeto, sujeto dividido según una división interpretable. Esta propuesta la hacía después de haber distinguido claramente dos opciones políticas, ambas basadas en el carácter inevitable de un Ideal de grupo. La primera consistiría en construir ese ideal de Escuela sobre la oposición entre un Nosotros y un Ellos doblemente engañosa, en tanto que perpetúa una “alienación subjetiva al Ideal”; el grupo así cementado devendría doblemente alienado, incapaz de interpretar su propia deriva. En cambio, la solución lacaniana consiste en “enunciar interpretaciones”, que tienen como efecto una disolución del grupo y una remisión de “cada uno de los miembros de la comunidad a su soledad, a la soledad de su relación con el Ideal”.


A mi modo de ver, si nuestros colegas belgas llevaron adelante su acción hasta este primer éxito, fue porque se situaron en la segunda opción y eligieron una estrategia consecuente: la que consiste en transformar un ataque en un debate interno. Esa estrategia construyó, por así decirlo, dos frentes. De un lado, evitar toda identificación con el adversario, es decir evitar llevar la cuestión a una lucha imaginaria del estilo nosotros/ellos; del otro, asumir el trozo de real al que apuntaba lo que, más que un ataque, había que considerar, a partir de ese momento, como una interpretación. Mala interpretación, añadimos, sesgada por toda clase de intereses, entre los cuales no faltaría el del “bien común”, como suele suceder. El debate entonces debía apuntar, y así lo hicieron, hacia la rectificación de esa interpretación salvaje y su reescritura en los términos que hemos recibido de la enseñanza de Lacan.

Si el resultado de este episodio puede considerarse relativamente cerrado, el debate al que dio lugar debe proseguir, pues la diferenciación entre psicoanálisis y psicoterapia toca al punto de real constitutivo de una Escuela de psicoanálisis. Nombrémoslo para empezar como el deseo del psicoanalista, ligándolo al deseo de Freud, a la enseñanza de Lacan, a la transmisión de Jacques-Alain Miller y a los esfuerzos de todos ellos por dar alojamiento institucional a los practicantes de esta nuestra imposible profesión.

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