domingo, 10 de agosto de 2014

Discurso del capitalismo contemporáneo y psicología de las masas

Conferencia dictada en el marco de la Feria del Libro de Caracas, 9 de agosto de 2014

Carlos Márquez

Estos dos conceptos psicoanalíticos, el primero de Lacan y el segundo de Freud, muestran cómo puede funcionar una forma de socialidad, fórmulas más o menos eficientes de agregación de poblaciones y recursos, que excluyan de hecho, o al menos marginen sistemáticamente, cualquier posibilidad de vínculo social.

Estas nuevas formas de socialidad, solo pudieron hacerse visibles por el cambio de episteme que desencadenó el surgimiento del psicoanálisis. Éste, que en sí mismo es un nuevo vínculo social, ironiza este concepto al poner como su agente al tonel sin fondo por el cual se escabulle la significación, a esa consistencia lógica, fuera del significante, que el genio de Freud ubicó entre otras, con la fórmula del “ombligo del sueño”. Ese fuera de realidad que la educación trata de domesticar, el poder trata de encarrilar y la ciencia trata de atrapar en las redes del nuevo saber. Es eso lo que nosotros decimos que es el agente de nuestro discurso, y por eso, aunque constituye una nueva forma de vínculo social, funciona como su reverso.


Por el contrario, las nuevas formas de socialidad extradiscursivas no objetan al vínculo social, de manera sorprendente muestran poco interés en producir cambios relevantes en las formas constituidas, operan de una manera que no podemos calificar sino como parasitarias, víricas. Pueden terminar por hacer estallar esas formas, pero esa no ha sido la orientación de su comportamiento, ha sido un efecto contingente. Las redes de la corrupción, por ejemplo, o del narcotráfico, las grandes corporaciones o las pequeñas mafias de delincuentes, tratan de poner las reglas del juego a su favor, no quieren modificarlas, sino solo en la medida específica para que les sean útiles. Se apoderan así de estados, de confederaciones, de mercados, de ideologías, de religiones. Medran en las propias narices de la ley que ahora está a su servicio. Nadie se hace responsable, funcionan como maquinarias aceitadas. Si cuentan con el control de la fuerza del estado la usan, si no se inventan una fuerza al menos equivalente, con un cálculo muy preciso de efectividad y eficiencia.

Por supuesto este parasitismo hacia un orden desfalleciente, que se presenta ahora totalmente desprestigiado, como una cáscara hipócrita de intereses mafiosos que todo el mundo es capaz de observar, no hace sino dañar al mismo entorno de esta forma parasitaria de socialidad, y termina por arruinar la fiesta para todos. Estados fallidos, grandes quiebras corporativas, masacres por guerras entre carteles transnacionales del narcotráfico, ejércitos irregulares de insurgentes con armas de última generación, crisis económicas financieras globales o regionales que no han culminado cuando se declara una nueva crisis, son noticias a las que nos hemos acostumbrado desde hace poco más de 20 años, cuando la política de bloques dio paso a la quiebra definitiva de la política.

En “Sujeto, Capitalismo y Psicoanálisis” hice el seguimiento de una fractura discursiva que permite esta cohabitación entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo discursivo y lo parasitario, para ello me serví de la hipótesis de que para decodificar esta modificación hay que interrogarse por el problema de la verdad. Es ahí en el orden epistémico donde encontramos la clave para captar las modificaciones en los otros órdenes. En el orden político, desde un Estado Nación que produce guerra social a una entidad desconcentrada global que produce terrorismo. En el orden económico, desde un régimen burgués que obtiene como respuesta una incesante reivindicación de goce a un esquema corporativo que desencadena el consumismo. En el orden civil, de la autoridad centralizada del partido o la iglesia nacional donde se produce la respuesta subjetiva de una fuerte moral individual, a un esquema segregativo de redes que propaga el fundamentalismo. Finalmente en el orden familiar con el paso del Pater Familias cuyos efectos son de inhibición y síntomas, a una operación hermanante de parentalidad cuyo producto es la angustia.

Todo ello encuentra su clave en el paso de la operación cartesiana del Cogito, que busca un decir con precisión sobre el objeto primero y luego sobre el sujeto mismo, produciendo una matematización exhaustiva del mundo a una nueva operación desorientadora de particularización del fundamento, cuyo agente es esa contradicción de términos que llamé el sujeto autofundamentado.

Para eso había que hacer un recorrido desde la emergencia de la modernidad, hasta el corte que puede haber comenzado con Marx, pero que encuentra en la emergencia y decadencia del Positivismo Lógico un privilegiado punto de observación.

Un poco antes de que el positivismo lógico emergiera, se desarrollaba la invención del psicoanálisis, la emergencia de sus dispositivos clínicos e institucionales. Esta emergencia contribuyó de manera decisiva para poner a cuenta de cada uno mucho de lo que desde la fundación de la sociología se había planteado a un nivel político y académico. La declinación de los universales no recibió de la matriz viva del psicoanálisis, aquella que no tranzó con el ideal adaptativo, ningún guiño para su revitalización. Al contrario, de parte de esta vertiente pura del nuevo discurso en la que siempre se ubicó Freud y muchos de sus discípulos, luego Melanie Klein, para encausarse en Lacan y continuar en nuestros días con la Orientación Lacaniana de Jacques-Alain Miller, no tiembla el pulso para acompañar al sujeto a ese límite al que la nueva configuración discursiva lo orilla. Porque la declinación de los universales puede conllevar, en un proceso que a veces puede ser brutal, por laberintos intrincados donde acecha la tentación del sujeto a creerse autofundamentado, a un amanecer de lo singular. Y la emergencia, desarrollo y cuidado del psicoanálisis hasta nuestros días ha estado al servicio del cumplimiento de este amanecer.

Por ello Freud articuló la diferencia entre las masas artificiales, jerárquicas, centradas en ideales fuertes, y las masas espontáneas, a las que asignamos las características parasitarias con las cuales abrimos esta contribución. Es porque un psicoanalista tiene que calcular de qué masa se está desgajando un singular, no para reordenarlo a ella de una manera funcional, sino en el mismo sentido del síntoma que adolece, devolverle la pregunta por su verdad y la posibilidad de operar con respecto a esto que lo sobrepasa haciéndolo sufrir.

Esta distinción entre las masas artificiales y espontáneas está en el centro de mi segundo libro “Zombis, Rinocerontes y la verdad en psicoanálisis”. La irrupción del problema de la verdad del sujeto, equivale a la noción de inconsciente en psicoanálisis y el sufrimiento por una satisfacción que lo sobrepasa, es lo que llamamos el goce. Ambas vertientes se articulan en el síntoma psicoanalítico, que se convierte así en el modo de operar una separación que está prescrita según la conformación de cada uno a su manera, a su medida y a su tiempo. La curaduría del síntoma que plantea la clínica psicoanalítica, le permite su transmutación de algo que entorpece y no cesa de pedir explicación, en algo que es practicable y ha saciado su sed de sentido, permitiendo el uso alternativo de las fuerzas creativas del sujeto y su restitución no necesariamente adaptativa. Esta curaduría permite la existencia de un singular capaz de una nueva manera de establecer vínculos sociales, que ubique lo que en él se autofundamenta, tomando suficiente distancia de ello.

En esa distinción entre masas artificiales y masas espontáneas, entre vínculos sociales y formas parasitarias de socialidad, el psicoanálisis puede operar más allá de lo contemporáneo, en su mismo seno, una subversión vivificante, desmasificante, creadora de nuevas formas de inserción en los vínculos sociales. El psicoanálisis surge como la pareja de este cambio de episteme y de época, contestando al mismo tiempo lo viejo y lo nuevo. Lo viejo lo contesta convirtiéndose en el reverso de las masas artificiales, y lo nuevo dándole estatuto existencial al síntoma que sacude la permanente circulación donde el sujeto quiere dormir su vida.

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Formicidae
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