martes, 22 de julio de 2014

Formicidae


Carlos Márquez

Las hormigas, a diferencia de las abejas, no hacen sino prosperar. Actualmente constituyen el 20% de la biomasa terrestre, es decir, del conjunto de la masa que corresponde a los seres vivientes. Es una ecuación que las iguala a los humanos, pero como son mucho más pequeñas hay que pensar que para que esto sea posible, tiene que haber entre 150 y 1500 hormigas por humano. Hay quienes calculan una relación de más de un millón por humano. Habitamos su planeta.

Las sociedades de hormigas también son enteramente femeninas con una estructura similar a la de las abejas, pero con mayor variación corporal entre las diferentes tareas en las cuales se especializa un individuo. Adicionalmente pueden constituir "federaciones" de colonias, en las cuales varias "reinas" ponen miles y miles de huevos. Las hormigas hacen la guerra, practican la esclavitud, la agricultura, la ganadería y otro montón de tareas análogas a las de las sociedades humanas. Cuando una hormiga se lastima una pata, otra puede amputársela para que siga trabajando. Su comunicación es química, usando una gama de olores para dar diferentes mensajes, a veces también usan sonidos para comunicarse e incluso sabores, cuando se pasan la comida de boca en boca. En una colonia normal hay más neuronas que en un cerebro humano, y funcionan como un cerebro, no de manera jerárquica sino en red. De modo que su "hipersocialidad", más allá de las fantasías monárquicas de los científicos victorianos, ha hecho pensar a más de uno que realmente se trata de un sólo organismo. Claro que esto tendría que ser una nueva clase de animal o de modo de estar vivo. Una suerte de animal pluricelular al cuadrado.

Los machos pueden tener otra función aparte de la reproducción, siempre y cuando sean estériles, como soldados cuidadores de la colonia y con mandíbulas más fuertes para ayudar en tareas rudas. Al igual que en las abejas, la reproducción sexual siempre da como resultado una hembra, pero los huevos no fertilizados dan como resultado un macho. Puede pensarse que en las hormigas hay cuatro sexos, hembras y machos, fértiles y no fértiles. Aunque hay especies compuestas solo de hembras. La flexibilidad y variabilidad generativa de las hormigas supera con creces la de las abejas.

Así, las hormigas no presentan esta característica de las contradicciones internas que aún se dan entre las abejas. Forman una especie de hipersociedad y una suerte de superorganismo. Con estas herramientas han conquistado casi cualquier territorio del planeta. La especialización sexual llega aquí al límite, muriendo los machos fértiles luego del apareamiento, que generalmente se da luego de las primeras lluvias de la temporada. Esta socialidad afinada como un reloj, es congruente con hacer de los portadores del gameto masculino una casta más, que se produce según las necesidades de la colonia.

Así que una especie que flexibilice sus capacidades sociales y generativas será mucho más adaptable y exitosa en términos evolutivos. Las hormigas en este caso no solo son hipersociales y superorgánicas, sino que, desde el punto de vista de la rudimentaria diferencia sexual típica de la mayoría de los seres sexuados, son postsexuales.

En la guerra que libramos contra las plagas desde que inventamos la agricultura, las abejas están sufriendo un daño colateral cuyos resultados para nosotros pueden ser irreparables, pues gran parte de la polinización de los cultivos depende de ellas. Pero las hormigas no pierden con nuestra civilización planetaria, sino que la aprovechan, desencadenándose un laboratorio evolutivo que las está llevando a nuevas realizaciones.

Todo esto al servicio del viejo propósito de transmitir genes. ¿Qué pasará con una especie cuyo designio es transmitir cuentos y trozos de poesía, una especie preformada para soportar y extender el poder de la palabra? La globalización plantea la posibilidad de hacer cesar la historia como lucha dialéctica, manejar los conflictos de modo que aunque sean sumamente cruentos, no se salgan de control y sean funcionales. Como dijo una vez un ilustre presidente norteamericano "llevar el terror a un nivel aceptable para las partes". Hacer de la humanidad un gran hormiguero parece ser el ansiado fin de la historia, donde utopía y anti-utopía se conjugan. Ahí donde la burocracia y el capital forman un liquen.

Para ello había que barrer con cualquier vestigio de esquema jerárquico, diferenciador, dialéctico. Pero no perdamos ni un segundo mirando hacia el ocaso con nostalgia. Dirijamos la mirada hacia el nuevo amanecer hipersocial, superorgánico y postsexual sin ninguna esperanza, pero con el realismo de que lo insoportable de sus exigencias de felicidad hace necesarias nuevas salidas, y de que su flexibilidad deja abiertos espacios contingentes para el desarrollo de esas nuevas invenciones sintomáticas.

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El psicoanálisis y el texto
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