lunes, 21 de julio de 2014

Antophila


Carlos Márquez

Es un hecho que las abejas están desapareciendo de la faz de la tierra. Su nombre científico que significa "amantes de las flores", nos da la clave de su perdición, y de la nuestra. Su desaparición no será sin consecuencias para nosotros, que envenenamos su alimento y sus medios de vida.

Al parecer alguna gente les explica los "hechos de la vida" a los niños con analogías que involucran abejas en el proceso de polinización. Es interesante pues pareciera ser bastante más complicado polinizar una flor. Pero el pudor había envuelto estos "hechos de la vida" y la propia indisposición hacia ellos había planteado el problema de cómo hablarle a los niños, cuando el propio adulto no entiende bien en qué consisten, ni cómo es que de ellos puedieron surgir estos niños.

Lamentablemente si esto continúa, y si el pudor no termina de revestirse de transparencia puericultora, los que quieran usar esta analogía tendrán que decir: "antes, cuando existían flores y abejas..."

Las abejas, como todos los insectos llamados sociales, tienen sociedades casi enteramente femeninas, revelando la función de la diferencia sexual desde el punto de vista evolutivo, como algo que posibilita la variabilidad y la mutación de un modo más eficiente. Hembras la mayoría, solo una es madre, machos los hay según la temporada.

Si contamos a cada individuo viviente en la Tierra como uno, la reproducción sexual es minoritaria. La reproducción asexual abunda, su desventaja es que se producen individuos idénticos, de modo que la variabilidad tarda más en aparecer. La reproducción sexual consiste en hacer del accidente de la mutación una constante, un cálculo donde las probabilidades aumentan de generación a generación. A la larga, a mayor variación genética, mayor resistencia de las poblaciones al cambiante entorno del planeta

Muchos animales pluricelulares, incluidos muchos insectos, tienen la capacidad de producir individuos idénticos a partir de sus gametos femeninos, esto se llama partenogénesis. En la reproducción de las abejas y las hormigas, cuando es sexual, siempre se produce una hembra, y cuando es asexual, se produce un macho. De modo que para que haya diferencia sexual, y se preserve la especie, machos hijos solo de una madre, tienen que cruzarse con hembras hijas de madre y padre.

Aparte de la reproducción, las abejas hacen sociedades donde lo masculino tiene una función tan acotada, que la palabra zángano ha pasado a metaforizar a alguien inútil, flojo, vividor. El saber popular aquí, respaldado sin duda por 10000 años de recolección de miel y 5000 años de apicultura, es más sabio que esos científicos que llamaron "reina" al individuo que carga sobre sí la función de la reproducción de la colmena, la que funciona como madre.

Ella no reina en nada, está tan determinada como el resto del panal por su función, una función que multiplica su encerrada existencia hasta diez veces más que la esperanza de vida de una obrera. El acontecimiento del acoplamiento sexual, una vez en su vida, la encadena a una producción incesante de huevos por el resto de ella. Para las abejas no hay una que no esté atada a su función. Esta construcción lógica vale para machos, hembras, obreras y reinas. Vale también por cierto para el resto de las sofisticadas sociedades de insectos como las hormigas y las termitas. Cada una existe sólo en virtud de su función.

Las abejas bailan. Con sus cuerpos vibrantes comunican la posición de las flores en relación con la posición del sol, aunque esté nublado. Esas flores de cuyo secreto sexual son cómplices, asistentes, colaboradoras. Las plantas les pagan con néctar estos favores, pues aumentan la probabilidad de que llenas del polen masculino que llevan en sus patas en el desorden que hacen al recolectarlo, y mientras lo transportan para fabricar la miel, alguno caiga en el lugar correcto favoreciendo la variabilidad de sus semillas.

En el mundillo femenino de una colmena hay tiempo para pequeñas intrigas. Como no están tan especializadas como las hormigas, las abejas son hembras no completamente desarrolladas, pero aún pueden poner algún huevo, que como hemos visto no necesita estrictamente hablando de una fecundación para producir un individuo. Este huevo será destruido por cualquiera de sus hermanas, salvaguardando el orden generativo de la colmena y de la especie. A su turno a esta aspirante de madre no le temblará el pulso para destruir lo que produzca otra de sus hermanas.

Sin embargo, no deja de ser sugerente pensar qué se sentirá salir al vuelo de ese enjambre atiborrado, donde cada uno es esclavo de su función en soledad, al encuentro con las flores, presintiendo sin saber el misterio al cual se prestan.

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Síntoma y capitalismo II

1 comentario:

  1. Entiendo que el autor utiliza algunas cuestiones del mundo de las abejas y de su organización para realizar algunos aportes en relación con lo femenino y el psicoanálisis.
    También sabemos que la sexuación no atañe al reino animal, pero bien creo que podemos extraer metáforas del modo de vivir de algunos de ellos.De la maravillosa organización de las abejas, que confieso no tenía cabal idea, nos dice que viven en un mundo femenino, donde prácticamente lo masculino no cuenta. De todos modos son esclavas de la organización: "¿qué se sentirá salir al vuelo de ese enjambre atiborrado, donde cada uno es esclavo de su función en soledad?". Por eso para jugar con las fórmulas de la sexuación y lo femenino encuentro que lo verdaderamente héteros está en las flores, allí donde la esclavitud queda abolida, cuando salen a volar y se prestan a la contingencia en el encuentro con una flor

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