miércoles, 9 de julio de 2014

...que otra vez triunfó...

Carlos Márquez

Un significante, al menos en el uso que damos los psicoanalistas a este concepto, es una palabra que por su posición en el discurso, en un momento determinado, revela el poder de la palabra. El poder de la palabra deviene de su estructura material, que es de inmaterialidad, o más precisamente, de materialidad negativa. Al contrario de las partículas que obtienen su materia del Bosón de Higgs, el significante funciona como una partícula que sólo en apariencia tiene materialidad.

Su apariencia de materialidad viene de un cierto consenso sobre su valor, no regulado por ninguna entidad central, es como si el dinero no tuviera un Banco Central y funcionara guiado exclusivamente por las reglas de intercambio. Su poder está sostenido sobre casi nada, sobre un efecto contingente que se naturaliza con el uso.


Un significante es entonces una palabra, o gesto, o algo que pueda mostrar la evanescencia de la significación, el equívoco que se esconde con los consensos sobre el uso de las palabras con el cual funcionamos cotidianamente.

Cuando tenemos cerca a un niño de cuatro o cinco años que tiene que aprenderse un dispositivo poético sofisticado como el himno nacional, tenemos un lugar privilegiado para captar cómo se baña en la lengua un viviente. Al constituir un poema, lleno de imágenes retóricas, ideas abstractas y palabras poco comunes, el niño intenta captar por el oído lo que se dice, repitiéndolo frecuentemente va logrando adecuar lo que se sabe con lo que se escucha, pero mientras tanto se va acercando paulatinamente, inventándose palabras e inclusive historias conforme los sonidos sin sentido cristalizan en él.

Estas palabras funcionan como letras de una escritura extraña que van decodificándose con ayuda de su inmersión en el lenguaje común. Como el himno se presenta en la escuela con una autoridad diferente de otros poemas o canciones, el niño tiene poco chance para preguntar, debe aceptarlo tal cual lo escucha y repetirlo de manera ritual. Lo cual acrecienta el valor experimental que le adjudicamos.

Tomemos por ejemplo la primera estrofa del Himno Nacional de Venezuela:

Abajo cadenas
gritaba el señor
y el pobre en su choza
libertad pidió
a este santo nombre
tembló de pavor
el vil egoísmo
que otra vez triunfó.

Luego del coro que da gloria al bravo pueblo, plantea la unidad de clases en contra de la tiranía de los españoles. Como efectivamente parece que sucedió, primero fueron los "señores" los que se quisieron emancipar, y luego fue "el pobre en su choza" quien "libertad pidió". Este santo nombre, el de la libertad, hizo que temblara "de pavor el vil egoísmo que otra vez triunfó".

Aquí entra en juego el poder del significante. Pues el himno se presenta como el canto de la gesta heroica que le dio a la "América toda" la libertad y la independencia. Este "otra vez triunfó" debería entonces leerse como "alguna vez", "antes", o "en otro momento anterior". Es decir, debería llevar la marca de una historia que avanza hacia adelante, hacia un futuro de libertad, que cambió definitivamente con la gesta de los padres emancipadores.

Pero el sentido común que le damos los venezolanos cotidianamente al "otra vez", inclusive como interjección, es más bien el de "de nuevo". De modo que la primera estrofa hace temblar de pavor al significado poético, y al hacerse común lo que se escucha es el sordo sonido de una guerra de independencia permanente en la cual el vil egoísmo no hace sino triunfar una y otra y otra vez.

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