miércoles, 30 de abril de 2014

I am no man



En la tercera película de la saga basada en el “legendarium” de Tolkien. La Princesa Eowyn pelea con el temible y arrogante Rey Brujo de Angmar. El diálogo pierde parte de la poesía del texto original pero gana una enorme precisión.

Ella le advierte que lo matará si le hace daño al Rey Theoden, su tío que la había criado como a una hija. El Rey Brujo se burla de ella en virtud de una vieja profecía: You fool, no man can kill me. Die now. (Insensata, nadie puede matarme. Muere!) Y ahí es donde aparece este juego de palabras que el guionista de la película arranca de la enunciación de Tolkien. Ella le responde: I am no man. (Soy "no man") Y clava la espada en la máscara que rodea el vacío, substancia del horror que causa el Rey Brujo, acabando con él.

Toda la secuencia del personaje había sido su triste resentimiento por no ser tratada como un guerrero, pero sin saberlo, ahí estaba la clave para asestar su golpe. Ella no se presenta sencillamente como una mujer, es la “no-man”. En inglés esta expresión también es equivalente a nadie, por eso se da el equívoco que aprovecha el guionista para convertir la profecía del texto tolkieniano en un oráculo digno de Delfos. Ella es la “no-hombre”, uno podría decir que de todos los modos que existen en la lengua para decir mujer (on dit femme), esta difama de una manera menos foolish, por algo fue la que usó Freud.


Esta escena no es nueva. Una mujer, desde su definición como negación de lo hombre, asesta el golpe definitivo al mal que se revela latón vacío. Insubstancial. Es la maldición sobre la serpiente antigua: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón” (Gén. 3, 15).

Esta otra profecía desemboca en el Santo Grial viviente. Solo la negatividad de lo mujer puede pisar la cabeza insubstancial del mal. Porque el mal en occidente no es nada más que la ausencia de bien. No hay dualismo. ¿Cómo se explica entonces el mal si es sin substancia? Para siquiera comenzar a entender este problema, hay que dedicar buena parte de la vida, como el Hombre de las Ratas, a la duda constante de si el padre no es en verdad un Capitán cruel.

Freud subvierte el planteamiento mismo del problema diciendo que lo que se ha tomado como demoníaco es realmente lo pulsional. Por lo tanto, lo que se ha llamado “mal” tiene substancia, y el bien es ideal, compromiso, cesión, máscara de una satisfacción inconfesable. Al final Freud tampoco puede sostener ningún dualismo. Su movimiento es cuasi-nietzscheano. Pero da una clave que escucha Lacan.

Hay substancia gozante, lo viviente goza. Si hay mal, es la arrogancia de la impostura fálica, el empeño en enmascarar el vacío con el sufrimiento, el sacrificio de la propia relación con el deseo...

Lo mujer sería salida, pero no religiosa, puesto que no hay La Mujer. Lo mujer devolvería al goce fálico a su tontería, tumbaría su belicismo del escabel de su fanfarronería heroica. Pero si el psicoanálisis no degenera en un feminismo es porque tiene en cuenta la maldición sobre La Mujer: “sentirás atracción por tu marido y él te dominará” (Gén. 3, 16). Por ello el deseo, lo no-hombre, no puede ser garantía de nada. Como Eowyn tiene su momento y luego pasa. Sostener al deseo como salida constante y definitiva es estar abrazado a la cobija del amor a la verdad. Habrá que releer siempre de nuevo qué haría falta hacer al momento de erigirse de nuevo la tontería fálica, la tentación del sacrificio, el regodeo en el sufrimiento, para poder hacer pareja con la causa del deseo sin maldecirla. Las claves de lectura resultantes pueden sostenerse en el tiempo, acabando con la sed por la verdad, propia de la histeria, y con el examen confrontacional de certezas para sostener el mito de la verdad, propio del obsesivo.

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