Una nueva
entidad apareció en el campo de la cultura desde el momento en el que Freud
estableció la huella mnémica con una doble función. Una función con relación a
la estructura simbólica del lenguaje, y otra función referida a la satisfacción
o goce de los seres que habitan ese lenguaje.
La noción de
estructura simbólica que subyace a una parte de la noción freudiana de letra
está relacionada con lo universal, y es traducible a lo adelantado por la
lingüística estructural durante el siglo XX. En este nivel pueden distinguirse
tres características desarrolladas en tres momentos diferentes por Freud: la
letra como pura diferencia, como susceptible de ofrecer múltiples instancias de
diferenciación y como evidencia conceptual de la separación óntica entre lo
psíquico y lo somático.
El cuarto
elemento de la noción de letra aunque es el fundamental, ha sido omitido por la
lingüística estructural y la epistemología posfreudiana. En ese nivel se
encuentra el acto, el sujeto de ese acto y el goce producido por él. Es la
letra constituida como dispositivo de descarga de goce. La reunión de lo
psíquico y lo somático bajo un régimen nuevo. Esta parte de la definición de
letra se opone a las otras tres como lo singular se opone a lo universal. Lo
que sucede en ese nivel, por ser análogos los dos niveles de la letra, deja un
trazo parcialmente traducible.
El acto
inscribe una huella, y mediante la operación epistémica de la distinción, un
sujeto puede descifrar parcialmente el acto que la inscribió. Este rastro, esta
huella, tiene la misma estructura que una escritura en el sentido de que
escribir constituya un cambio de discurso. Para el psicoanálisis el sujeto es
una definición irónica, es un supuesto en segundo grado, porque antes que el
sujeto está el acto, y el acto en sí mismo aparece como mutación en el campo de
la escritura.
Haremos el
recorrido de la configuración del “aparato psíquico” como una superficie de
inscripción de huellas. La definición de este aparato por parte de Freud
determina que a un tiempo aparezca el sujeto como supuesto y desaparezca el
objeto, dejando tras de sí una marca, una letra.
El primer
nombre de este sistema en Freud es “Aparato de Lenguaje”, pero luego de la
fundación del psicoanálisis se llamará “Aparato Psíquico”. Comentaremos el
Aparato de Lenguaje que aparece en la monografía “La Afasia”, en algunos
extractos del “Proyecto de Psicología” y la primera versión del Aparato
Psíquico que desarrolla en la “Interpretación de los Sueños”.
***
La Afasia es el
nombre de la actual publicación en castellano de una monografía escrita por
Freud en 1891 bajo el nombre de “La Concepción de las Afasias” y que no forma
parte del corpus de las Obras Completas en ninguna de sus dos grandes versiones
en este idioma[1]. No obstante, cada vez se reconoce con mayor claridad
cierta continuidad en la obra freudiana, como fondo de la ruptura
epistemológica que le permitió a mediados de la década de 1890 fundar el
psicoanálisis.
Este escrito,
en particular, muestra un interés en los hechos psíquicos, no obstante contarse
todavía entre sus trabajos de carácter neurológico. Nos interesa de este texto
especialmente la parte más “psicológica”: la explicación teórica de varios
procesos de adquisición de competencias tales como habla, lectura y escritura.
Desde el punto
de vista de Freud para 1890, “… la palabra es la unidad funcional del lenguaje;
es un concepto complejo constituido por elementos auditivos, visuales y
cenestésicos [sic]…” (1987, pág. 86) . Pero esta unidad al ser compleja tiene su base en
componentes más simples.
“… Generalmente
se consideran cuatro constituyentes del concepto de la palabra: la ‘imagen
sonora’ o ‘impresión sonora’, la ‘imagen visual de la letra’ y las imágenes o
impresiones glosocenestésicas y quirocenestésicas’…” (pág. 87). Estas diversas impresiones, se presentan de modo
diferente en cada una de las actividades relativas al lenguaje que realiza este
aparato.
En cuanto al
habla se trata de asociar una “imagen sonora de la palabra” a una “impresión de
la inervación de palabra”. El resultado de esto es que, una vez habiendo
hablado, se produce una “imagen cenestésica de la palabra”. Esto es, una
impresión de los órganos encargados de la articulación. Además de ello
producimos una “imagen sonora” nueva que podemos comparar con la primera,
proveniente del exterior.
Estas
asociaciones repetidas entre imágenes sonoras de palabra recibidas del exterior
e impresiones de inervación de palabra, más la producción de nuevas imágenes
sonoras cada vez más parecidas a la recibida, constituyen el aprendizaje del
“lenguaje de los otros” (pág. 87).
La palabra así
producida, y su sistema de imágenes e impresiones auditivas y cenestésicas no
están asociados a ningún significado. El deletreo sigue un esquema similar,
pero con componentes diversos:
Aprendemos a deletrear asociando las imágenes visuales
de las letras con nuevas imágenes sonoras que inevitablemente recuerdan sonidos
de palabras ya conocidos… Así, al deletrear en voz alta, también la letra
aparece determinada por dos impresiones sonoras que tienden a ser idénticas, y
por dos impresiones motoras que se corresponden estrechamente la una con la
otra. (pág. 88)
Y la lectura se
obtiene cuando podemos conectar
…recíprocamente, de acuerdo con ciertas reglas, una
sucesión de impresiones de inervación de la palabra e impresiones cenestésicas
de la palabra percibidas al enunciar individualmente las letras. Como
resultado, surgen nuevas imágenes verbales cenestésicas, pero no bien han sido
enunciadas, detectamos por sus imágenes sonoras que tanto las imágenes
cenestésicas como las imágenes sonoras así percibidas nos son familiares hace
mucho tiempo pues son idénticas a las que usamos al hablar… (pág. 88)
En este momento
aparece la primera mención del significado: “Luego asociamos con esas imágenes
verbales adquiridas mediante el deletreo el significado anexo a los sonidos
originales de la palabra. Entonces leemos con comprensión…” (pág. 88)
La
“comprensión” está en un segundo término con relación al habla y a la lectura,
por medio de una asociación diferente. Así, construyendo una teoría del
“aparato del lenguaje” del cerebro, que le permitiera explicar el
funcionamiento de ciertas perturbaciones del lenguaje, Freud pasa a considerar
la forma cómo los sujetos se hacen de las destrezas del habla, la lectura y la
escritura. (pág. 89) En este desgarrón previo a
la constitución del discurso psicoanalítico propiamente dicho, podemos ubicar
un elemento fundamental de la emergencia de dicho discurso.
Freud nos
propone tres tipos de lectura. La primera es como cuando un sujeto lee pruebas
de imprenta, pronto pierde el sentido de lo que está leyendo, deja de
comprender, por poner atención a las particularidades de las letras. En segundo
término está el sujeto que lee una novela, hace caso omiso de las fallas de
imprenta, se permite no saberse los nombres extranjeros y sólo los recuerda
muchas veces por una letra rara, este es el sujeto que comprende. (pág. 89)
La tercera de
las formas de lectura es cuando se lee en voz alta, se pierde la comprensión
por poner atención a la letra del texto que se lee, por decir esas letras con
precisión suficiente para que las entienda quien las escuche. En la disyunción
exclusiva que Freud nos propone, la atención queda dividida. El sujeto puede
dejar de poner atención a la letra para comprender. Cuando, por el contrario,
un sujeto pone atención a la letra no comprende, o tiende a perder la
comprensión conforme progresa en la experiencia. (pág. 89)
Lo que llamamos
habitualmente “letra” no es sino el efecto de otro proceso que hemos empezado a
descubrir. La letra como tal está inscrita en el “aparato del lenguaje”, una
superficie de inscripción que Freud en esta época suponía ubicada en el
cerebro. La letra freudiana fue en primer lugar un conjunto de “inscripciones”
o “imágenes” visuales, auditivas o cenestésicas que constituyen un conjunto de
huellas en esa superficie.
Quien se hace
de las competencias del lenguaje, lo hace repitiendo lo que viene de afuera del
sistema. Es en ese enigmático “exterior” donde encontramos el reservorio de las
letras, que permite construir palabras que todavía no tienen nada que ver con
el significado.
La palabra es, pues, un concepto complejo, construido
a partir de distintas impresiones… Sin embargo, la palabra adquiere su
significado mediante asociación con la ‘idea (concepto) del objeto’, o por lo
menos esto es lo que sucede si consideramos exclusivamente los sustantivos. La
idea o concepto del objeto es, ella misma, otro complejo de asociaciones
integrado por las más diversas impresiones visuales, auditivas, cenestésicas y
otras… (pág. 90)
El significado
está constituido por un sistema análogo al sistema de huellas que constituye la
base de la palabra, pero se distingue en su estructura. En un segundo momento
se establecen las asociaciones entre ambos sistemas.
…Según lo enseñado por la filosofía, la idea del
objeto no contiene otra cosa; la apariencia de una ‘cosa’ cuyas ‘propiedades’
nos son transmitidas por nuestros sentidos, se origina solamente del hecho de
que al enumerar las impresiones sensoriales percibidas desde un objeto dejamos
abierta la posibilidad de que se añada una larga serie de nuevas impresiones a
la cadena de asociaciones[2]. Esta es la razón por la cual la idea del objeto no
se nos presenta como cerrada, más aún como difícilmente clausurable, mientras
que el concepto de la palabra se nos aparece como algo cerrado, pero capaz de
extensión. (pág. 91)
Freud establece
la diferencia de estructura entre las dos clases de sistema. Lo que enseguida
llamará “asociaciones de objeto”, se caracteriza por una serie de impresiones
táctiles, visuales y auditivas, pero una serie potencialmente infinita. Por el
contrario, en cuanto al sistema que sirve de base a la palabra, las impresiones
visuales para lo impreso y lo manuscrito, cenestésicas y sonoras, se presenta
como un sistema cerrado, pero que es susceptible de expandirse.
Ambas
impresiones vienen de un “exterior” al sistema, pero la estructura de las
asociaciones de objeto es abierta, mientras que la estructura de las
asociaciones de palabra es una repetición de otra estructura anterior, y que se
encuentra fuera de la superficie de inscripción.
Finalmente,
Freud presenta un esquema que reproducimos aquí, este esquema muestra las
relaciones entre las diferentes clases de impresiones (visuales, cenestésicas,
auditivas) inscritas en el aparato del lenguaje, en dos grandes sistemas que se
asocian, pero que están constituidos separadamente. La asociación de estos dos
sistemas hace existir el significado, pero su constitución es similar, se trata
de huellas, de impresiones que marcan el aparato de lenguaje. Las relativas a
la palabra se asocian y son producto de una repetición, de una insistencia, y
constituyen un sistema cerrado pero extensible. Por otra parte las asociaciones
de objeto constituyen un sistema de huellas potencialmente infinito, abierto.
En la discusión
epistemológica Freud se ubica de una manera claramente diferenciada de su apoyo
empirista. Esta idea de una serie de inscripciones en una superficie supuesta,
atornilla al sujeto, pero destituye al yo, pues todo esto pasa de hecho sin que
ninguna “autonomía” del yo esté constituida.
La asociación
entre el sistema lingüístico y el del significado propiamente dicho, replantea
algunas preocupaciones epistemológicas de la modernidad, pues captando lo que
puedo captar de los objetos, que son sus propiedades, igualmente la experiencia
queda inscrita en mí de un modo absolutamente particular, y lo que constituye
el sentido de mis palabras no puede hacer estrictamente hablando consenso con
el de cualquier otro.
Las
consecuencias de ello es que tenemos un modo de comunicarnos que está basado en
un sistema general, los signos lingüísticos, pero los significados que
asociamos a este sistema general son particulares. En la base misma del sistema
del lenguaje está ya el equívoco.
El sistema
general está compuesto por signos asemánticos y lo que hace sentido, lo que da
contenido, siempre es producto de una experiencia intransmisible. Y es
intrasmisible porque el único modo de transmitirlo es el sistema lingüístico
que es asemántico. Cuando expresamos una idea evocamos, mediante un instrumento
que creemos compartido, un sentido particular, nunca el sentido de la supuesta
intencionalidad consciente. Y mientras más explicamos este sentido mediante las
palabras que compartimos, más equivoco introducimos.
Para 1895, Freud
estaba más familiarizado con los síntomas neuróticos de la época, y había
escrito importantes contribuciones al esclarecimiento de los problemas
psíquicos desde el punto de vista clínico. Sin embargo no había cerrado aún su
historia con la neurología. En ese año escribe el “Proyecto de Psicología” cuyo
propósito define como “… brindar una psicología de ciencia natural, a saber,
presentar procesos psíquicos como estados cuantitativamente comandados de unas
partes materiales comprobables, y hacerlo de tal modo que esos procesos se
vuelvan intuibles y exentos de contradicción…“ (Proyecto de psicología, 1998, pág. 339)
Aunque Freud
nunca quiso publicarlo mientras vivía, luego de su muerte se reconoció su valor
y fue publicado por primera vez en 1950. Fue su último intento por establecer
una continuidad entre sus trabajos neurológicos y su creciente interés por los
problemas subjetivos de sus pacientes. Sin embargo allí se hayan las hipótesis
fundamentales del psicoanálisis; las mismas que aparecerán de nuevo en el
Capítulo VII de la Interpretación de los Sueños cinco años después.
Como todo el
Proyecto tiene el propósito de fundamentar una “psicología” apegada a las leyes
de la física, presenta un sistema que tiene que arreglárselas con el movimiento
de la excitación provenida de un mundo exterior entendido como “el origen de
todas las grandes cantidades de energía, puesto que, según el discernimiento de
la física, él se compone de potentes masas en fuerte movimiento, que propagan
este movimiento suyo.” (pág. 348)
Pero también
provenientes de otro exterior diferente que es el “interior del organismo”, del
cual emanan constantemente excitaciones más leves pero que pueden acumularse y
lo presionan a trabajar (pág. 362).
Esta concepción
cuantitativa está en la base de la otra gran vertiente del concepto de letra en
Freud, que está relacionada con las nociones de satisfacción, de pulsión y,
posteriormente, en Lacan, de goce.
Encontramos la
letra definida como pura diferencia en dos lugares de este texto. En primer
lugar, Freud define la memoria como una inscripción, al igual que en “Las
Afasias”. Una inscripción que es efectuada por las cantidades de excitación
provenientes desde dos clases diferentes de exterior ya mencionadas[4]. Pero esa inscripción sólo funciona como memoria si
entendemos que ésta “…está constituida por los distingos dentro de las
facilitaciones entre las neuronas...” (pág. 395)
Esto quiere
decir que la excitación deja inscripciones sobre las neuronas, llamadas por
Freud “facilitaciones”. Estas facilitaciones son causadas por magnitudes de
excitación y para que puedan funcionar como un registro tienen que constituir
un sistema de diferencias tópicas.
Esta definición
de facilitación nos brinda una clave adicional que no habíamos encontrado en la
definición de asociaciones de palabra y de objeto. La neurona no es concebida
simplemente como una partícula del sistema. Esta concepción “física” cede su
importancia a un sistema de diferencias tópicas y a los trazos que soporta;
está definida por su pura negatividad, por su carácter diferencial y es llamada
por Freud “huella mnémica”. (pág. 367)
Esta es la
primera vez que utiliza este concepto, el cual une en una sola elaboración la
problemática del lenguaje con la problemática de la satisfacción.
El soporte de
este sistema de diferencias tópicas, causadas por flujos de excitación, y
destinadas a la descarga de excitación, es la huella mnémica.
Esquema Freudiano del Aparato Psíquico[5]
Este esquema
aparece en el Capítulo VII de “La Interpretación de los Sueños”. En él los
vectores representan el recorrido de la excitación desde la percepción (P)
hasta la respuesta motora (M). Antes de la respuesta motora, el aparato
psíquico se encuentra delimitado por un sistema que llama Percepción –
Conciencia (Pcc). (La interpretación de los sueños, 1998, pág. 534)
Para Freud la
conciencia está en el último lugar, justo antes de la acción. Pero antes de que
la excitación llegue a ella, pasa por el sistema de las huellas mnémicas (Mn)
que terminan por constituir el inconsciente (Icc) en una parcela cerrada que
está sometida a la represión. Como vemos este esquema repite la idea de los dos
exteriores. El sistema está constituido por dos factores fundamentales,
similares a los que constituyen el modelo del Proyecto: la excitación y el
sistema de las diferencias entre las huellas mnémicas. De modo que para que una
corriente de excitación llegue a la conciencia debe primero ser metabolizado,
interpretado por lo inconsciente. (pág. 536)
Queda todavía
por elaborarse el carácter de esta excitación y el sujeto que se supone detrás
de la modificación posible de estas huellas mnémicas que constituyen el
substrato último del sistema.
Las diferencias
específicas de la letra freudiana, con respecto a los sistemas de la
lingüística estructural del siglo XX, es hacer del sentido una construcción
compleja de asociación entre dos estructuras diferentes una del orden de lo
universal y otra del orden de lo particular. Pero al mismo tiempo hacer del
sistema de la escritura de dichas letras una máquina de extracción de la
excitación que el sistema siempre interpreta como un excedente peligroso.
Entre el
Proyecto y La Interpretación de los sueños se ubica el traslado metafórico de
las fuerzas físicas que actúan en el organismo y que venía desarrollándose
desde Las Afasias, hacia el esquema llamado óptico que sustrae el aparato
psíquico de su inscripción en el organismo.
Acercándonos a
la definición de la letra como pura diferencia, nos hemos topado con su otra
definición como dispositivo de descarga de excitación. Podemos ubicar entre el
texto sobre la afasia y el Proyecto, una ruptura que consiste en comenzar a
considerar la excitación como la causa de la diferenciación en el sistema de
los trazos. Esta ruptura aparece esclarecida con la emergencia de la noción de
“huella mnémica”.
A partir de
allí queda claro que la tarea principal del sistema que se llamó en primer
lugar aparato de lenguaje, después aparato neuronal, y finalmente aparato
psíquico, consiste en la descarga de la excitación que lo inunda. Lo viviente
debe metabolizar o descargar esta excitación y para ello repite lo inscrito
como primera experiencia de satisfacción. Dicha primera inscripción está
organizada por las huellas mnémicas que quedaron de dicha experiencia. Este
principio de descarga de la excitación por las vías inscritas en lo
inconsciente es la definición del principio del placer.
En “Más allá
del Principio del Placer”, Freud (2004) aborda el mecanismo de la repetición. Para dar cuenta
de este otro descubrimiento, construye un modelo bastante simple que sigue los
principios de la termodinámica. Se trata de una vesícula viviente internamente
indiferenciada, sensible a los montantes de energía o excitación que vienen
desde el exterior y que tiene como función mantener a raya las excitaciones
provenientes tanto del exterior como del interior, y que la amenazan con
llevarla a la extinción (pág. 24).
Esto lo hace
Freud tratando de dar cuenta de un descubrimiento clínico: cierta tendencia que
detecta en sus analizantes a repetir bajo transferencia experiencias
displacenteras. Es decir, buscando la explicación de cómo pueden algunos procesos
psíquicos sustraerse del hasta entonces teóricamente omnipotente principio del
placer.
Según su
modelo, la vesícula indiferenciada formada por sustancia estimulable producirá
una capa protectora que detendrá buena parte de las excitaciones provenientes
del exterior sin obtener marca, mientras que la otra parte de las excitaciones
provenientes del exterior pasarían a otros sistemas donde sí dejarían una
huella. (pág. 26)
Ante la
pregunta de cómo queda abolido el principio del placer, Freud se responde que
basta con que una cantidad lo suficientemente grande proveniente del mundo
exterior rompa esta capa muerta protectora y genere un proceso de
reinterpretación por parte de las marcas de satisfacción dejadas por procesos
análogos en el pasado, estos procesos se denominan “traumas”. (pág. 30)
La
reinterpretación es un modo de establecer el equilibrio interno. Se
reexperimenta el momento mítico de la pérdida del objeto de la satisfacción,
que es equivalente al momento del establecimiento de las huellas mnémicas
fundamentales del sistema. De tal modo que el principio del placer sólo queda
suspendido por un acontecimiento excepcional de irrupción de excitación
exterior. (pág. 34)
Al mismo tiempo
que la vesícula trata de protegerse de los montantes exteriores de excitación,
posee un quantum de energía propia y
por virtud del principio del placer, este quantum
también debe ser descargado. Pero como de él no puede defenderse con una capa
protectora utiliza el mecanismo de la proyección, es decir, hace como si
viniese desde afuera. (pág. 36)
De este modo la
noción de trauma pasa de ser definida como un acontecimiento excepcional a un
monto constante de excitación frente al cual la vesícula se encuentra
imposibilitada para deshacerse de ella. Ese quantum
de energía en exceso que traumatiza constantemente a la vesícula desde su
interior es lo que Freud denomina pulsión. La transformación de lo contingente
del trauma en lo necesario de la pulsión, invierte a su vez la lógica del
acontecimiento traumático, el cual devendría en un pálido reflejo de la energía
que desde el interior pugna con igualarse con el entorno. Si bien el trauma es
más intenso, la pulsión es permanente. Para “ligar” y descargar esta energía,
el sistema utiliza las huellas de sus primeras satisfacciones, de sus primeras
descargas. (pág. 41)
Freud
rearticula, en un estado avanzado de su teoría, su noción de la satisfacción
con su teoría del lenguaje. Las pulsiones son traumas permanentes del aparato
anímico. El proceso de ligar estos excesos de los cuales las pulsiones son
representantes se da independientemente del principio del placer, lo cual
quiere decir, que desde el punto de vista de este principio pueden
experimentarse tanto en contra como en el mismo sentido que éste, lo cual
explica la paradójica noción de una satisfacción displacentera en el sujeto.
Estos representantes se transfieren, se condensan o se desplazan libremente sin
ligazón en el inconsciente, es decir entre las huellas mnémicas dejadas en otra
ocasión. (1996, pág. 113)
La represión a
la cual Freud había adjudicado un papel preponderante en la etiología de las
neurosis, aparece ahora como el dique que obstaculiza el destino de la pulsión
más allá, aparte o, inclusive, en contra del principio del placer. Lo único que
podría cancelar el empuje de la pulsión sería la repetición de una experiencia
primigenia de satisfacción, que equivale al aniquilamiento de la vesícula
indiferenciada, su indiferenciación, esta vez, con respecto a los flujos
energéticos exteriores.
Ningún síntoma
o sublimación, ninguna transferencia o ligazón de estos representantes puede
darle plena satisfacción y la diferencia entre estas satisfacciones y la
satisfacción buscada produce un resto que Freud llama el “factor pulsionante” (2004, pág. 42) [6].
En virtud de la
represión, este factor pulsionante es forzado a modificar su orientación, es
decir, a realizar un trabajo repetitivo contrario a la satisfacción plena, lo
que equivale a decir, a producir más resto. (pág. 42)
La letra
freudiana presenta así su doble definición como rasgo distintivo y como
dispositivo de satisfacción. Es en esta doble definición donde podemos
encontrar un substrato para distinguir. Se distinguen modos de respuesta del
sujeto, modos de arreglárselas con su satisfacción.
Trabajos citados
FREUD, S.
(1987). La Afasia. Buenos Aires: Nueva Visión.
FREUD, S. (1996). Pulsiones y destinos de pulsión. En
Obras Completas, Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
FREUD, S. (1998). La interpretación de los sueños. En
Obras Completas, Volumen V. Buenos Aires: Amorrortu.
FREUD, S. (1998). Proyecto de psicología. En Obras
Completas, Volumen I. Buenos Aires: Amorrortu.
FREUD, S. (2004). Más allá del principio del placer.
En Obras Completas, Volumen XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.
[1]
Hablamos aquí de la traducción de Ballesteros publicada por Biblioteca Nueva y
la versión castellana de la compilación en inglés de James Strachey publicada
por Amorrortu.
[2] Aquí
Freud está citando a J. S. Mill, según nota al pie. (Nota 58, Página 91)
[4] Es
decir, un exterior “mundo exterior” y un exterior “organismo”. Cómo puede el
aparato psíquico llegar a conocer que son dos cosas diferentes fue materia de
discusión de Freud durante toda su obra, y esta discusión es la base del concepto
de Pulsión.
[6]
Encontramos en este “factor pulsionante” un antecedente fundamental del objeto a lacaniano. Adicionalmente
consideramos esta dinámica como un antecedente del discurso del amo, una
mecánica de la repetición por medio de un rasgo o huella mnémica, forzado por
la representación a producir un resto.
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