La Asociación Mundial
de Psicoanálisis, institución de la cual soy miembro desde 2007, dedicó buena
parte de sus esfuerzos durante la década que acaba de pasar para lograr el
reconocimiento de la utilidad social del psicoanálisis. Era necesario, sobre
todo en Europa, con la ofensiva brutal de las terapias cognitivo conductuales,
y su enorme poder globalizado de lobby, salir de una existencia divorciada de
lo social y plantar cara a la nueva realidad. Hacerse reconocer por un Otro
estatal desde donde algunos agentes pujaban por una desaparición de su
práctica, aun en países como Francia donde su existencia histórica se remonta a
los alumnos analizados por el fundador del psicoanálisis, y la fuerza de la
orientación lacaniana es considerable.
Ese esfuerzo tuvo sus
frutos, la AMP es ahora una ONG reconocida por la ONU, y se ha declarado de
utilidad social en numerosos países. Las resistencias globalizadas y estatales
al psicoanálisis han tenido que tomar unas tácticas más locales, más
restringidas a tópicos, a determinadas “enfermedades” donde su ejercicio sería
supuestamente algo perjudicial o superchería. Esto obliga a una vigilancia
constante y a una política de elaboración y de exposición de sus frutos hacia
el público precisamente ahí donde se quiere hacerlo ver desaparecer.
¿Por qué siempre fue
necesario este esfuerzo, y renovarlo de tanto en tanto y siempre de una nueva
manera? ¿Qué pasa entre el psicoanálisis y “lo social” que produce esta suerte
de antipatía? Voy a postular una respuesta simple para entonces desarrollarla:
esta antipatía es un hecho de discurso. El psicoanálisis se postula como el
reverso del discurso del amo, como su subversión radical, tan radical que de
hecho no apela a ninguna masa, sea organizada o espontánea para llevar a cabo
esta subversión. Sólo requiere que estén dos, un psicoanalista y un sujeto
dispuesto a psicoanalizarse. Los amos en disputa por el poder político y por el
control social pueden ser más o menos tolerantes con esta nueva forma de uso
del amor y de emergencia de la verdad, pero tarde o temprano van a entrar en
colisión con ella. Desde su exclusión y exterminio en la Alemania nazi, la
Unión Soviética, el Cono Sur de los 70, hasta las domesticaciones que se
hicieron de él y con él en los Estados Unidos desde los años 50 hasta hoy, esta
antipatía tiene una historia tan variada como variados fueron los experimentos
sociales en el siglo XX y lo que va del XXI.
Uno de los elementos
de fenomenología de este hecho de discurso es el cambio de 180° que en materia
de moral sexual ha acaecido en el mundo occidental, y el hecho de que el
psicoanálisis por ello no solo no ha perdido espacios, sino que sigue
desarrollándose y expandiéndose por el nuevo tejido global de la sociedad
contemporánea. Si el psicoanálisis hubiera dependido para existir de un
determinado régimen de goce, hubiera desaparecido hacia los años 70, o por lo
menos hubiera superado las barreras sociales hacia su reconocimiento como un
discurso nuevo junto a la ciencia, el poder y la educación. Ninguna de esas dos
cosas sucedió.
De hecho por esa
época, interrogado Lacan sobre la “caída de los tabúes” y la ubicuidad del
sexo, él respondió: “La sexomanía galopante es solamente un fenómeno
publicitario. El psicoanálisis es una cosa seria que comporta, y lo repito, una
relación estrictamente personal entre dos individuos: el sujeto y el analista.
No existe psicoanálisis colectivo, como no existen angustias o neurosis de
masas…Que el sexo sea puesto a la orden del día y expuesto en todos los
rincones de las calles, tratado de la misma manera que no importa cual
detergente en los carruseles televisivos, no constituye absolutamente promesa
alguna de beneficio. No digo que esté mal. Ciertamente, eso no sirve para
asistir a las angustias y a los problemas singulares. Eso forma parte del
mundo, de esa falsa liberación que nos es proporcionada como un bien acordado
desde lo alto por la susodicha sociedad permisiva. Pero eso no sirve al nivel
del psicoanálisis.” (1)
Es curioso que Lacan
repita tres veces la idea de que esa exposición del sexo, más allá del bien o
el mal que comporte, no sirve para nada, no le sirve al sujeto para asistirle
en sus angustias o problemas singulares, ni le sirve en lo más mínimo al
psicoanálisis como tal. Es una falsa liberación, y él la denuncia como inútil.
Pero propone dos tipos de inutilidad, una en relación con la angustia de cada
uno y la otra con relación al psicoanálisis. Es decir, alguien podría pensar
que al no ser útil al sujeto frente a su angustia, el psicoanálisis podría
beneficiarse al fracasar esta forma masificada de cura, pero no, tampoco es
beneficioso para el psicoanálisis. No sirve absolutamente para nada en ese
nivel donde se da el encuentro entre el psicoanalista y el psicoanalizante.
Porque ahí no sirve lo que tapa la angustia, ni lo que fracasa en taparla. Si
bien en un análisis puede haber angustia, su entrada y su salida está
determinada por lo que sucede no con la angustia sino con el síntoma.
De modo que la astucia
del discurso que es preponderante hoy, esta metástasis del capitalismo a todo
el tejido social global, por tratarse de un fracaso en el tratamiento de la
angustia no cambia substancialmente nada de lo que tiene que ver con el
descubrimiento que hizo Freud. El síntoma es una forma de regulación que provee
cierto orden pero no sin satisfacción. Si como Lacan nos enseña el nombre del
padre es un síntoma, tiene esta misma característica, pero postula una sola
satisfacción para todos y el que se las arregla con eso bien y el que no mala
suerte. El que no, puede hacer un síntoma propio, que evidencia el fracaso de
la solución universal y abre el camino de una elaboración nueva, diferente de
la normalización.
Ante la declinación de
la función paterna, el síntoma particular se ha generalizado. De manera que o
nos inventamos un síntoma o sucumbimos a los otros modos de tramitar el
malestar, los fenómenos de masa como el pánico, el consumismo, el
fundamentalismo, o los fenómenos por los cuales nos extraemos violentamente de
la masa a costa de nuestro cuerpo, las diversas formas del autoerotismo que
tenemos a disposición y que están cada vez más legalizadas o normalizadas. No
solo las toxicomanías, el alcoholismo, sino las diversas adicciones con las que
en la actualidad encontramos en el desgaste del propio cuerpo un aparente
amarre. El juego, el trabajo, la “sexomanía galopante”, se convierten así en
las alternativas de esta subjetividad de pánico, de sensación del fin del mundo
donde hay que raspar hasta lo último antes de que todo se vaya al carajo.
A diferencia de la
subjetividad de pánico y del amarre en el desgaste del propio cuerpo, el
síntoma tiene esa cualidad vintage de
plantarse frente al Otro. Por lo tanto lo incluye y es al mismo tiempo la
evidencia de los mecanismos del fracaso que lo constituyeron. Por ello es la
clave y la guía del proceso psicoanalítico.
La constitución del
síntoma, que a estas alturas es equivalente a la constitución del Otro para un
sujeto, no pasa sin la represión[2], palabra que del alemán puede
traducirse también como “esfuerzo de desalojo”. Un esfuerzo que fracasa y mata
al mensajero pero no puede nada contra el mensaje. Distrae del mensaje, lo
cifra en el cuerpo para la histérica, en un pensamiento extraño o una
compulsión para el obsesivo o en una referencia terrorífica para el fóbico.
Freud aprovechó la
exposición de su caso Juanito para mostrar la utilidad social del psicoanálisis,
más allá de la educación y de la manera habitual de tramitar las neurosis
infantiles “a gritos”. Explicando la ventaja del análisis sobre la represión
dice: “El análisis, en efecto, no deshace el resultado de la represión: las
pulsiones que fueron entonces sofocadas siguen siendo las sofocadas; pero
alcanza ese resultado por otro camino: sustituye el proceso de la represión,
que es automático y excesivo por el “dominio” (“Bewältigung”), mesurado y
dirigido a una meta, con auxilio de las instancias anímicas superiores; en una
palabra: sustituye la represión por el juicio adverso (Verurteilung)”. (2 pág. 116)
El esfuerzo de
desalojo es un fracaso, la prueba es la existencia misma del inconsciente que
depende de este mecanismo enteramente. Aleja la representación de la percepción
que tiene el sujeto sobre sí mismo, pero el afecto ligado a la representación
reprimida se traslada a una nueva representación que es el síntoma.
Si la represión es
solidaria con el régimen paterno, al comenzar este a hacer aguas la represión
se reveló y ello hizo posible la existencia del psicoanálisis. Este discurso
está en diálogo con el producto del fracaso del esfuerzo de desalojo, con lo
que retorna de ese fracaso, esto es, las formaciones del inconsciente y los
síntomas. Esto hace que tanto el régimen de goce en el que primaba la represión
con la consecuencia de la obtención de un goce clandestino, como el nuevo
régimen en el cual la represión busca ser burlada para un acceso directo a la
satisfacción, encuentren en el psicoanálisis un fuerte escollo. Esta es la
razón discursiva de la antipatía.
Muestra que ambos
regímenes se alimentan de la extracción que se hace al sujeto, que son dos
modos de tramitar el uso del desgaste del cuerpo como plusvalía. Y esto se hace
no mediante la denuncia social o la aspiración revolucionaria, sino que golpea
justo en el corazón, mostrando al sujeto cómo se dispone a obtener satisfacción
de la ruina que le produce esa extracción, sosteniéndola. Es decir, que el
psicoanálisis cura haciendo inconsistente a ese Otro que denuncia la izquierda
light que hoy gobierna la opinión cultural global.
La ética que introduce
el psicoanálisis tiene que ver con una posibilidad de juicio de rechazo, de
condena que haga el sujeto sobre su propia disposición a hacerse extraer algo.
Para Freud se trata de sustituir un modo ineficaz de hacerlo por uno
definitivo. Sustituir el esfuerzo de desalojo, la represión, por un juicio
adverso. Como la represión lo ha mantenido prisionero a medias, el sujeto se
sigue satisfaciendo de aquello que se le impone como insoportable desde el
plano pulsional mediante el uso del fantasma. Con la reconstrucción del tejido
inconsciente que sustenta su síntoma, el sujeto tiene la posibilidad nueva de ejercer
un juicio de rechazo que antes le era imposible.
El síntoma nos sirve
de guía porque su creación es la evidencia de que muchas alternativas al modo
como se constituyó un determinado sujeto son posibles. Claro que es una mala
solución, pero es una solución que no le viene al sujeto de lo universal del
régimen paterno sino precisamente de su fracaso. Por lo tanto es posible otra
solución a este fracaso. Y es posible que el sujeto la pueda producir, pues él
y no otro ha producido esa solución fallida que se llama su síntoma. Además, al
demandar un análisis y hacer una transferencia, muestra que esa solución nueva
puede incluir un vínculo social, una nueva manera de vincularse socialmente.
¿Pero de qué está
hecho este síntoma que el psicoanálisis busca desbaratar hasta su límite más
real? El primero de los principios del acto analítico, ese documento parido en
la lucha por el reconocimiento de la utilidad social del psicoanálisis de la
última década, dice lo siguiente: “El psicoanálisis es una práctica de la
palabra. Los dos participantes son el analista y el analizante, reunidos en
presencia en la misma sesión psicoanalítica. El analizante habla de lo que le
trae, su sufrimiento, su síntoma. Este síntoma está articulado a la
materialidad del inconsciente; está hecho de cosas dichas al sujeto que le
hicieron mal y de cosas imposibles de decir que le hacen sufrir. El analista
puntúa los decires del analizante y le permite componer el tejido de su
inconsciente. Los poderes del lenguaje y los efectos de verdad que este
permite, lo que se llama la interpretación, constituyen el poder mismo del
inconsciente. La interpretación se manifiesta tanto del lado del
psicoanalizante como del lado del psicoanalista. Sin embargo, el uno y el otro
no tienen la misma relación con el inconsciente pues uno ya hizo la experiencia
hasta su término y el otro no.” (3)
Subrayaremos de este
primer principio en primer lugar el hecho de que el inconsciente tiene una
materialidad, que no es espíritu. Que esta materialidad está hecha “de cosas
dichas al sujeto que le hicieron mal y de cosas imposibles de decir que le
hacen sufrir”, esto está en consonancia con esa definición que hace Lacan del
inconsciente como algo que no es del orden de lo hecho o de lo que está por
hacer, sino del orden de lo no realizado. En un sueño puede captarse esta
dinámica. Es lo que Freud nos comunica con el sueño de su hija menor, quien por
haber enfermado es puesta a dieta durante un día. “La noche que siguió a ese
día de hambre se le oyó proferir en sueños: ‘Anna Feud, fesas, fambuesas, evos,
papía’” (4 pág. 149) .
A primera vista el
sueño repara la privación a la que se vio sometida durante el día. Pero desde
el punto de vista de la estructura, lo que hace es revelar que el inconsciente
es lo que va de la apertura en el momento en el que aparece un deseo y el
cierre que es la realización alucinatoria de la satisfacción a la que no pudo
acceder.
El deseo de fresas,
frambuesas, huevos y papilla, queda en un estado de no realización que el
inconsciente repara mediante la producción de este sueño. Es pues el deseo
retornando, la evidencia del fracaso de la represión. Para Freud el síntoma
tiene una estructura análoga, es la evidencia de la fuerza del deseo
indestructible, la prueba de lo no realizado que pugna por realizarse, cuya
diferencia específica en relación con las demás formaciones del inconsciente es
la persistencia en el tiempo. Podemos decir entonces que la materialidad del
síntoma está dada por algo del orden de lo no realizado. Con las palabras del
primer principio, cosas dichas al sujeto que le hicieron mal y cosas imposibles
de decir que le hacen sufrir.
De modo que la
desproporción entre el psicoanálisis y lo social, y la base estructural de la
antipatía, estaría dada por mostrar que la constitución del sujeto pasa por un
impase creciente en relación con su satisfacción. La no realización que se
expresa en los sueños y los síntomas cuesta caro al sujeto pero es
imprescindible, tanto para su constitución como tal como para su existencia en
el campo de lo social.
La antipatía muestra
cómo el psicoanálisis se encuentra a caballo entre dos regímenes de goce,
puesto que frente a la rígida moral protestante victoriana, Freud se alzó con
la evidencia de que el sujeto tenía que sufrir la peor parte del impase con la
satisfacción, mientras que frente a la nueva moral de la felicidad obligatoria,
Lacan muestra que la no realización, que es lo que realmente subyace a la
represión y el retorno de lo reprimido, quedan indemnes frente a estas nuevas
ilusiones y que no eran contingentes históricamente.
Esta antipatía con lo
social, al ser un evento de estructura, un hecho de discurso, no impide que
tratemos de demostrar la utilidad social del psicoanálisis. Es útil porque le
brinda al sujeto posibilidades de movilidad con respecto a sí mismo que
difícilmente pueda encontrar en otros discursos, muestra cómo las
configuraciones sociales son modalidades de satisfacción, reintroduce el
problema de la verdad en el cínico mundo contemporáneo y alivia de los mandatos
sociales tanto de renuncia al propio deseo, como de acceso irrestricto al goce
del propio cuerpo.
Esta disciplina
requiere de una sistemática, seria e interminable formación sostenida sobre
tres pilares: el estudio de los textos donde está cifrada la experiencia de los
colegas desde Freud hasta nuestros días, el análisis personal llevado hasta sus
últimas consecuencias y la supervisión de la propia práctica por parte de
colegas más experimentados.
Todo esto para
sostener la especificidad de un discurso que es tanto más preciosa cuanto es
más difícil de sostener frente a las presiones de lo social en el mundo
contemporáneo.
Trabajos citados
1. LACAN, J. Freud por siempre. Entrevista con Emilia Granzotto
para la revista Panorama. [En línea] 21 de 11 de 1974. http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf.
2. FREUD, S.
Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Obras completas, Volumen X. Buenos
Aires : Amorrortu, 2000.
3. LAURENT, E.
Principios rectores del acto analítico. [En línea] 2006. [Citado el: 01 de
enero de 2014.]
http://ampblog2006.blogspot.com/2006/09/principios-rectores-del-acto-analtico.html.
4. FREUD, S. La
interpretación de los sueños. Obras Completas, Volumen V. Buenos
Aires : Amorrortu, 1998.
[1] Tanto este como el siguiente texto son conferencias
que dicté a estudiantes de psicología de la Universidad Arturo Michelena.
[2] En
alemán Verdrängung
Ir a Siguiente
Ir a Tabla de Contenidos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario