Autoridad y autorización.
El psicoanálisis de
orientación lacaniana, fiel a la indicación de Freud de no constituir una
cosmovisión, no tiene una respuesta general a las grandes transformaciones que
suponen la declinación de la función paterna y los efectos de ella sobre el
vínculo social, transformación que se está operando frente a nuestros ojos.
Pero sí tiene dos grandes respuestas en su ámbito de acción, que interesan y
conciernen a la crisis civilizatoria que atravesamos. El psicoanálisis mismo
que va más allá de una terapéutica de los sufrimientos que estas
transformaciones producen, y el problema de la formación de los psicoanalistas.
Con la
autofundamentación en el propio goce, el sujeto intenta un movimiento imposible
que termina por alienarlo de un nuevo modo. Este mecanismo está en la base de
la aspiración a individualidad de la que todos estamos más o menos presos en la
actualidad. El psicoanálisis como práctica, con su ética del deseo y de la
verdad, va aislando lo realmente singular para que se pueda tomar distancia de
ello. De modo que el psicoanálisis no lleva a una individualización ni a una
superación por la propia voluntad, ni está sostenido en una técnica de los
propios medios. El psicoanálisis se distingue netamente del mecanismo de la
autorización en el propio goce que propugna la época. Mecanismo que sin embargo
está en total consonancia con los modos de organización en pequeñas o grandes
masas y es su fundamento último.
El uso que hace el
analista del amor de transferencia, reenviando al sujeto que lo padece a la
reconstrucción de su historia, a la separación de sus propios ideales y al
cuestionamiento radical de sus modos de satisfacción, se distingue netamente de
cualquier forma de vínculo social, sea el jerárquico de las masas artificiales
que promocionaba la modernidad o el de las masas espontáneas al que empuja la
globalidad.
En el famoso “caso
Juanito”, Freud nos muestra cómo en uno de los diálogos, el padre logra hacer
aparecer la fantasía del niño de que su madre deje ahogar a su hermanita
mientras la baña, luego retrocede e introduce un juicio moral en el material
diciéndole: “y así te quedarías solo con mami, y un muchacho bueno no desea
eso” a lo cual Juanito da una de sus increíbles respuestas: “pero tiene
permitido pensarlo… si él lo piensa es bueno escribírselo al profesor”. El
profesor Freud, quien supervisaba el trabajo que hacía el padre con Juanito,
introduce una nota al pie diciendo: “¡Bravo, Juanito! No desearía para los
adultos un entendimiento mejor del psicoanálisis” (1 pág. 61)
Juanito entiende que
la vía para la resolución de su síntoma pasa por el bien decir. Entiende que
debe poder decir al profesor su deseo fratricida, yendo en contra de la
corriente de la represión. Pero convertirse en el receptor de semejante
material implica para el psicoanalista un cuidado ético estricto. No le está
permitido ni moralizar en el sentido atávico, es decir en contra del goce
trasgresor, ni en el sentido contemporáneo, es decir a favor de ese goce.
Las tres patas de la
formación analítica están organizadas para ello. Consisten en que un candidato
a psicoanalista debe hacer un análisis, supervisar su práctica con colegas
experimentados y competentes, y estudiar los desarrollos teóricos de la
disciplina, desde su fundación hasta nuestros días.
De estos tres
requisitos solo uno es aparentemente de exclusivo carácter privado: el análisis
personal, los otros dos pasan por dispositivos institucionales. Y digo que es
aparentemente de carácter privado, pues al demandar un análisis de formación,
uno debe elegir a alguien a quien se le supone formación psicoanalítica y que
debe por lo tanto formar parte orgánicamente de alguna institución dedicada a
proveerla.
En 1910 Freud se
encuentra con el siguiente problema: un médico autorizándose de las teorías
psicoanalíticas había comenzado a indicarle a sus pacientes histéricas, que
mantuvieran relaciones sexuales para curarse de sus síntomas. A esto Freud le
dio el nombre de “psicoanálisis silvestre” (2 pág. 221) . Como vemos el
mandato al goce como nueva moral, empezó a erigirse bastante pronto. En este
texto Freud, luego de las correspondientes aclaraciones teóricas y técnicas,
remite a la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional (2 pág.
226) .
Es decir, remite al tema de la formación y la autorización de los
psicoanalistas.
Se conoce ampliamente
en ambientes “psi” el aforismo lacaniano de que uno “se autoriza de sí mismo”
para ejercer la práctica analítica. ¿Constituye esto es una invitación al
psicoanálisis silvestre? ¿Iría Lacan contra Freud en esto, habiendo sido
expulsado de la IPA precisamente por ir hasta las últimas consecuencias en su
retorno a Freud? Estos “aforismos” lacanianos que calan tan bien entre los
universitarios, deben ser sometidos a una disciplina del comentario que los
lleve a la letra misma de lo que Lacan expresó, al mismo tiempo que respondan a
las preguntas que hoy nos formulamos. Porque las preguntas que nos hacemos
representan las resistencias que la causa psicoanalítica encuentra en la
cultura de hoy en día.
Lo que Lacan enuncia
es un principio según el cual “El psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo”
(3 pág. 261) para añadir casi
inmediatamente que “Esto no excluye que la Escuela garantice que un
psicoanalista depende de su formación” (3 pág. 261) . Siendo esta una
cultura del hágalo-usted-mismo, sería por lo menos extraño que Lacan planteara
una manera de hacerse psicoanalista que estuviera en consonancia con esta
época, mientras que Freud en sentido contrario tratara de monopolizar la
formación de los psicoanalistas en las sociedades que ideó para preservar su
descubrimiento, el inconsciente, y su invención, el psicoanálisis, de esas
resistencias de la sociedad que unas veces confrontándolo y otras veces
coqueteando con él, tienden a quitarle la fuerza subversiva y la potencia de
cambio que encierra.
El problema de cómo se
forma un psicoanalista no quedó solucionado porque Freud constituyera
sociedades, tanto como porque instituyó de una vez por todas que un
psicoanalista debe someterse a un análisis lo más extenso que sea posible para
poder advenir tal.
En esto sus sociedades
y su Internacional lo traicionaron, regulando el número de años, sesiones
semanales y supervisiones que hacen supuestamente a un psicoanalista. Con esto
escamotearon lo que para Lacan se convirtió en una evidencia, “El psicoanalista
no se autoriza sino a sí mismo”. Lo escamotean porque autorizan a alguien a
hacer algo para lo que Freud justamente había puesto un requisito que ninguna
institución puede garantizar, que es que ese análisis haya sido lo más extenso
posible.
Con este
cuestionamiento y otros más, Lacan es expulsado de la Internacional. ¿Pero cómo
responde Lacan a esto? ¿Quedándose “autorizado a sí mismo” en su soledad?
¿Aprovechando la formación que sin duda tuvo en la IPA, y que le dio un nombre
que en esa época sólo la IPA podía dar, para hacer una suerte de lacanismo a
partir de sí mismo? Aunque no cejó en subrayar que el impase con la IPA tenía
que ver estrictamente con lo que se desprendía de su enseñanza (3 pág.
263) ,
Lacan se refiere siempre y hasta el final al problema de hacer subsistir la
causa psicoanalítica, de la cual no tenía la idea de que pudiera triunfar y que
por tanto habría que cuidar hasta el último aliento de aquellos compromisos que
podrían degradarla (4 pág. 247) . Al final de su
vida, cuando viene a Caracas dice que aunque sus tres no son los de Freud, él
seguía siendo freudiano (5) .
Al fundar su Escuela
Lacan dice: “Fundo – tan solo como siempre lo estuve en mi relación con el
psicoanálisis…” (4 pág. 247) , pero esto es tan
cierto como que estuvo en ese momento acompañado por otros que nunca lo
abandonaron. Fundó así una nueva institución analítica, la escuela, con el
proyecto explícito de hacer la contra experiencia de esas sociedades donde el
discurso analítico era traicionado por las instancias que lo hacían permanecer
en el tiempo, a condición de desconocer el real sobre el que estaban
organizadas (3 pág. 263) .
Esa nueva institución
es pensada más bien como experiencia. Una experiencia a contrapelo de lo que
hace resistencia entre los psicoanalistas a los efectos de su mismo discurso.
Por este efecto paradójico de que es precisamente en los psicoanalistas que hay
que encontrar una forma de resistencia particularmente pertinaz, Lacan bautizó
a la IPA como Sociedad de Asistencia Mutua en Contra del Discurso Analítico (6 pág. 545) .
Ya aquí podemos
colegir alguna enseñanza, primero si bien el psicoanalista se autoriza de su
análisis, el psicoanálisis como práctica requiere de una red, de un soporte más
allá del consultorio. Que ese soporte no está dado por la formación
universitaria ya lo había aclarado Freud, pero que tampoco lo está por los
rituales de iniciación y rigideces programáticas de las sociedades, más del
lado del tipo de organización propio de las sociedades científicas, es algo que
le debemos a Lacan. Sin embargo tenemos que recordar que la formación analítica
no se hace por esto más laxa, sino mucho más exigente. Hoy tendríamos que
añadir que al parecer esa experiencia que es la Escuela, que nació contra la
rigidez de las sociedades, pero que se fundamenta en un amor analizado por la
causa psicoanalítica, puede parecer demasiado rígida.
En nuestra época la
pregnancia de la psicología de las masas es mayor aun que en la época en la
cual Lacan fundó su Escuela. Hay problemas que podemos decir que directamente
se han invertido. Por ejemplo, ¿qué es el anquilosamiento de una casta en una
determinada institución, si es barrida constantemente por los vientos de la
deriva tecnológica en la que estamos sumergidos? Hoy ninguna casta sobrevive al
hecho de que la juventud no sólo sabe más cosas que los ancianos y está en
posición de enseñarlos, sino que los ancianos sienten vergüenza de serlo y
ponen a los jóvenes precisamente en la posición del ideal que ellos
monopolizaron durante milenios. Ante esto nosotros sin duda no podemos apelar
sencillamente a un ejercicio de la autoridad, precisamente cuando el
psicoanálisis hizo su parte en el despeñadero de este dispositivo central de la
cultura.
Entonces habrá que
decir lo que para la época de Lacan era innecesario por evidente. Tampoco el
destino del psicoanálisis puede estar sujeto a organizaciones que funcionen a
partir de la identificación horizontal a un líder, como suele suceder hoy. Un
psicoanalista fuera de los dispositivos de la escuela, aun suponiendo que
cuenta con su análisis está exponiendo a personas que en el confían a una
degradación de la práctica. Solos o entregados a la lógica de grupo estaríamos
demasiado a merced de nuestros elementos no analizados. La lógica de la
escuela, desde el cartel mismo, está diseñada para asistirnos mutuamente, no
contra los efectos del discurso analítico, sino contra nuestra propensión a
pasarlos por alto. Uno de esos efectos es la absoluta responsabilidad que
tenemos al tomar la demanda de análisis de alguien.
El hecho de que
nuestro país haya decidido entrar a la globalidad por la puerta trasera y que
como generación estemos lamentablemente proclives a pagarlo, no significa que
todo de la globalidad sea negativo. Ahí donde los efectos de grupo son
demasiado poderosos para permitir a unos pocos individuos sostener el discurso
analítico, contamos con un sólido conjunto de escuelas en todo el mundo. Aparte
de la formación continua que he recibido en la Nueva Escuela Lacaniana en mi
ciudad, incluyendo análisis, supervisiones, cárteles y seminarios, el toparme
con los colegas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis en los congresos
internacionales, o que vienen como invitados, sea directamente en supervisión o
escuchando los testimonios de los problemas que se les presentan en su práctica
en sus respectivos países, ha hecho que mi formación analítica, haya pasado de
lo internacional a lo propiamente global.
La Escuela de Lacan,
ubica la falta no ya en la juventud o en la ancianidad, sino en la totalidad
del entramado social de la organización, de modo que para cada uno haga causa
el agujero que conforman los problemas cruciales del psicoanálisis y cada quien
tenga que rendir cuenta de su trabajo precisamente a partir de la fortaleza que
cree que lo acompaña.
Si bien la Escuela de
Lacan no es impermeable a experiencias de liderazgo y de programación, sus
dispositivos, los que son exclusivos de esta forma de organización, presentan
una alternativa real a los modos de funcionamiento de la Universidad, la
Iglesia y el Ejército como masas artificiales, o de cualquier grupo, camarilla
o red que funcione con la labilidad propia de las masas espontáneas. En la
Escuela de Lacan nos confrontamos a los problemas que este discurso plantea, en
su interior, como organización, y en relación con los otros discursos y con las
formas actuales de funcionamiento de lo social.
El tema de la
autorización de los psicoanalistas es en parte un problema de autoridad, pero
es sobre todo el problema de una experiencia insustituible por la que tiene que
pasar necesariamente el candidato. Para los lacanianos esa experiencia
necesaria es doble, el candidato debe pasar tanto por el análisis personal como
por la escuela de psicoanálisis.
Esta experiencia subsiste en la Asociación Mundial de
Psicoanálisis y más concretamente en nuestras ciudades en la Nueva Escuela
Lacaniana, que cuentan con los dispositivos inventados por Lacan, con la
orientación de Jacques Alain Miller, y un conjunto siempre renovado de colegas
con experiencia, para preservar y hacer actual el invento de Freud cada vez que
un sujeto viene a solicitarnos un análisis. Unos dispositivos que están todo el
tiempo en revisión, pues la formación psicoanalítica que dispensa la Escuela es
interminable.
Trabajos citados
1. FREUD, S. Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Obras
completas, Volumen X. Buenos Aires : Amorrortu, 2000.
2. —. Sobre el
psicoanálisis "silvestre". Obras completas, Volumen XI. Buenos
Aires : Amorrortu, 1999.
3. LACAN, J.
Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el Psicoanalista de la Escuela. Otros
escritos. Buenos Aires : Paidós, 2012.
4. —. Acto de
fundación. Otros escritos. Buenos Aires : Paidós, 2012.
5. —. El seminario de
Caracas. El psicoanalista lector. [En línea] 12 de 07 de 1980.
http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2007/08/jacques-lacan-el-seminario-de-caracas.html.
6. —. Televisión. Otros
escritos. Buenos Aires : Paidós, 2012.
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