El factor de corrección.[1]
En el marco del IX Congreso de la
AMP[2],
Clotilde Leguil hizo una reseña de Blue Jasmine, la que para el momento era la
última película de Woody Allen. En su lectura el personaje escandía la trama
con momentos de acto, de invención, de improvisación, en los cuales su
vestuario cambiaba por el azul los tonos sepias característicos de las demás
escenas. Dio la casualidad de que en el vuelo de vuelta a Caracas estaba
disponible en el avión. Me costó seguir la idea del cambio de vestuario, ese
detalle se me perdió en medio de la tormenta subjetiva que es la trama. Aunado
a esto, cada uno de los momentos de improvisación me costó ubicarlos como
momentos de acto o invención.
Tuve esta experiencia íntima de
que el otro debía estar equivocado. Me chocó la diferencia entre la película
que yo había visto y la reseña que había escuchado de ella. Pero viniendo de
alguien a quien no tengo por qué suponerle sino aguda inteligencia y claridad
conceptual en nuestro campo, debía entonces estar equivocado yo. Un par de
semanas después volví a ver la película, sin duda el hecho de que no fuera en
una pantalla de avión ayudó con lo del color, pero aun así seguí arropado por
la caída continua del personaje, de tal modo que cada improvisación tenía para
mí poco valor de acto y producía cada vez un aumento de la entropía. Excepto la
función del relatar una y otra vez sus propias proezas, como un modo de
anudamiento que se mantiene hasta el último instante, cuando luego de un close-up, comienzan los créditos.
¿Cuál es pues la lectura correcta
que puede hacerse de la película? Y de haber una lectura correcta, ¿En relación
con cuál elemento podemos hacer bascular la corrección de esa lectura?
La formación analítica consiste
primordialmente en afinar constantemente la práctica de la escucha. La escucha
analítica, se dice, es una lectura. Una lectura de edición, que busca más el
ritmo, los saltos, la cadencia, que los efectos de significación comúnmente atribuidos
a lo escrito y que aparecen como su función principal en los usos cotidianos
que damos a estas prácticas. Estamos a la espera de un golpe repentino que
viene a subvertir ese ritmo, esa cadencia. Un golpe que aunque impredecible, no
es único en la vida de un sujeto pues es a partir de ellos que ha tratado de
construirse una pieza musical donde encuadrarlos.
De modo que tanto lectura como
escucha son maneras aproximadas de hablar de lo que pasa en el discurso
analítico. Esta aproximación no se hace más precisa con el recurso de que la
lectura es una escucha y la escucha es una lectura. Más bien habría que
plantear que algo nuevo sucede y que redefine estas prácticas. Ha habido un cambio
que ha permitido que existan de un modo totalmente nuevo y a su vez lo que
sucede en un análisis aclara lo que son estas prácticas.
A partir de asumir que ha
modificado con su emergencia funciones y prácticas elementales de la cultura,
puede el discurso analítico situarse en una conversación acerca de otras que
aparecen en los demás discursos muy bien definidas, sin perder su propia
especificidad y aportando una perspectiva única que las reubica, renueva y
revitaliza, cuando son de nuestro interés. Por ejemplo la práctica de la investigación
en ciencias sociales y humanidades.
Propongo que sobre la investigación
en psicoanálisis hay que partir del siguiente principio: O hay investigación, o
hay psicoanálisis. Excluyendo así cualquier posibilidad de cohabitación entre
ambas prácticas. El encuentro con lo escrito en el discurso analítico está
suficientemente alejado de cualquier otra experiencia como para que uno pueda
dudar legítimamente de darle el nombre de investigación.
La lectura psicoanalítica se opone
a la investigación que tiene un vector que se dirige directamente a la verdad.
Se distingue porque no busca lo verdadero. Sospecha de todo “insight” como
resistencia de lo real a ser leído. Más bien los efectos de verdad constituyen
un indicador de que la lectura está mal orientada. La lectura psicoanalítica
sirve al sujeto para, más allá de las vicisitudes de su síntoma y de las
contingencias de la vida, mantenerse en la ruta de trabajo que prescribe su
deseo y por ello es necesario que rechace la relación de amor más o menos
tormentosa que siempre se establece con la verdad.
Relativizar la verdad es lo propio
de este tiempo, pero aquí también el discurso analítico aporta una aclaración.
Hagamos una triple distinción en torno a las estrategias que están en curso: En
el régimen paterno, teníamos una triple identificación entre lo real, lo
natural y lo verdadero. En el discurso del capitalismo contemporáneo se relativizan
las verdades unas con respecto a las otras, eludiendo de este modo el encuentro
con lo real. En el fundamentalismo tenemos la irrupción de los absolutos
débiles sostenidos sobre el capricho del Uno o de una casta.
En nuestro discurso en cambio la
verdad es relativa a lo real, y lo es en tanto se opone activamente a su
emergencia. Pertenecemos al partido de los que quieren que lo real tenga un
lugar en este mundo. Por eso no pertenecemos al de la ciencia que quiere una
verdad domesticada, ni al de la religión que plantea una verdad que libera al
sujeto mediante una revelación. Nuestro partido es el del realismo lacaniano.
Lo real existe en trozos, un real, otro real, otro… en ese nivel cualquier
visión de conjunto, esto es, cualquier teoría social, económica, política,
sencillamente no funciona. Puesto que postulamos que del real que a cada quien
le toca, cada uno ha de hacerse responsable, no hay ciencia de lo humano en ese
nivel, sino ética. Y más aún denunciamos que cualquier teoría social o visión
de conjunto, que excluya el esclarecimiento del sujeto del inconsciente que la
ha producido, no puede sino estar preñada del carácter delirante del propio
fantasma, que es en última instancia el dispositivo de la producción de la
verdad para cada sujeto y conjunto social.
Hace tiempo plantee “se lee para
que quede escrito”. Es un aserto que me guió desde entonces. Equivale al
aislamiento de una letra, operación que denominé “distinción” y que puse como
finalidad de la investigación en psicoanálisis. Este aserto define la lectura
universalmente, de modo que me permitió transitar el camino del doctorado,
planteando una conversación con la universidad y mostrando que hablábamos en
los mismos términos.
Podría escribir ahora: Se lee para
leer, se lee para que se lea, se lee para hacer legible, es decir, una
tautología, una finalidad por fin cuestionada. El escrito es contingente, viene
después si acaso, da un testimonio que puede cambiar con el tiempo. La lectura
y la escucha en psicoanálisis no son contingentes, son necesarias, la
orientación entera del discurso está dada porque se mantenga abierta,
incurable, la lectura que el sujeto hace sobre su síntoma, sin cerrarse por las
construcciones derivadas de su fantasma. Podríamos decir entonces que “se lee
para que se lea, y puede ser que algo quede escrito”.
La finalidad es un no-cierre de la
lectura, y en el transcurso hay encuentros contingentes con una escritura que
al perder la centralidad, queda liberada para ponerse al servicio de abrir la
lectura cada vez que se va a cerrar con el sentido habitual que se repite. Una
lectura ex-clava de los efectos de verdad. Una lectura que se usa para que los
efectos de verdad sean rechazados. Si la lectura y la escucha pueden
convertirse en un destino de pulsión, es porque plantean la posibilidad de la
apertura permanente.
Lo que se escribe es contingente
pero no por eso es improvisado. El cuidado del estilo para Lacan testimonia de
ello. Si la finalidad es mantener abierta la lectura, en nuestra orientación
hay que decir que se escribe para causar el deseo de leer a Lacan. Si el
psicoanálisis tiene el carácter de un síntoma para la cultura y se contagia
como un virus, lo que se contagia es un modo de leer que con Lacan encontró un
modo paradigmático por mantenerse singular y por convocar a la emergencia y al
ejercicio de la singularidad del lector.
La lectura singular de cada uno ha
de ir desde el sentido que emana del objeto hacia su literalidad y el
concernimiento absoluto que tiene para mí, de modo que todo lo que he creído y
amado, pensado y vivido, encuentra en ese núcleo de goce su última referencia.
Pero esta referencia no es aun el factor de corrección. Más bien debemos
orientarnos por la imposibilidad de una lectura de conjunto acerca de lo que
sucede, lo que no nos autoriza a leer cada uno desde “su subjetividad”,
compartiendo la diversidad de nuestros respetables puntos de vista, como el amo
débil actual comanda. Nos convoca a ponernos en conjunto para ejercer un
control de la lectura de cada uno, en un dispositivo analítico llamado la
conversación, mucho más cuando hay el peligro de que esa lectura tienda a
regodease con la pesadilla. La conversación en situaciones como la nuestra debe
llevar a la pesadilla, más allá de lo que significa, a su cumplimento, esto es,
a realizar su designio de despertar.
Se trata de poner a trabajar el
deseo de causar el deseo de leer, y poner el propio cuerpo a disposición como
apoyo para esa tarea. En primer lugar sostener el deseo de leer su inconsciente
por parte del sujeto en el dispositivo. En segundo lugar, el deseo de leer el
propio modo de estorbar el anidamiento del deseo del analista en el dispositivo,
mediante la supervisión, y por último, el deseo de leer la realidad efectiva en
la conversación que el grupo analítico tiene que hacer continuamente acerca de
las condiciones de posibilidad del ejercicio del psicoanálisis. Estos tres
deseos de leer se anudan en la escuela, con el deseo de leer a Lacan, a Freud a
quién él lee y a Miller que es quien lo lee.
Leer es lo que se hace con el
síntoma. Se lo lee a él, a partir de él, con él y a pesar de él. En sus
desplazamientos, agudizaciones y reapariciones sólo dice una cosa; no se
refiere a una verdad, sino a una imposibilidad lógica. Se lo trata mediante un
acto que debe operar donde la hendidura en el ser amenaza con cerrarse con la
propia efusión de sentido. El acto entonces plantea una separación, un decir
que no a un sentido taponador, ahí donde aparece con más fuerza el sentimiento
de certidumbre, ahí donde la verdad se revela plena y lúcida. Entonces el
factor de corrección de la lectura no es el objeto en su literalidad,
excresencia de la operación analítica sobre el fantasma. Ni es un deseo del
analista siempre presto a flaquear. Tampoco el síntoma que es con lo que se lee
y lo que se lee. Ni el acto, pues necesitaría a dicho factor para orientarse.
El factor de corrección de la
lectura con el cual orientamos nuestro acto, que organiza nuestro discurso, que
permite desembrollarnos con el síntoma, y relativizar la verdad que emana del
fantasma, es el “no hay” (1 pág. 32) . Si esta época se
empeña en decir que no hay factor de corrección, nosotros respondemos que el
factor de corrección es el “no hay”. Si se le responde a esta época imponiendo
como factor de corrección el “hay uno” de alguien, sustituyendo el problema de
la verdad por el capricho, desencadenando con este pasaje al acto la tortura,
el encarcelamiento y la muerte de los cuerpos hablantes, nosotros respondemos
que “no hay”.
El “no hay relación sexual” de
Lacan, heredero del complejo de castración freudiano, elevado a la categoría de
universal negativo, de tope lógico de los discursos, de desacralizador de los
nuevos dioses, que se expresa en el síntoma que para cada uno hace de real y al
que los fantasmas individuales y colectivos evidencian con su fracaso en
hacerlo callar.
Es el factor de corrección de
nuestra lectura y lo que podemos aportar como acción lacaniana. Es nuestro
estribillo, nuestro Nevermore, que
repetimos hoy al filo de una lúgubre media noche, pero que habremos de seguir
repitiendo aun después de que amanezca.
Trabajos citados
1. MILLER, J.-A. El lugar y el lazo. Buenos Aires :
Paidós, 2013.
[1] Este
texto y el próximo fueron intervenciones que hice en el Seminario de Escuela de
la Sede Caracas de la Nueva Escuela Lacaniana
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