El Amanecer de lo Singular - El psicoanálisis verdadero y en falso


El psicoanálisis verdadero y en falso.[1]
Ricardo Benaim pinta rodeado de niños mostrando cómo hizo su obra “Ushuaia y Atalayas australes”, al mismo tiempo la amplía, la re-produce. Lo hace vertiendo puntos de pintura azul o verde sobre pintura blanca y espera a que cada gota tome su propio camino. Evidentemente no sabe qué va a pasar con cada gota, pero sería un error pensar que Ricardo no sabe lo que hace o que cualquier cosa que salga vale. Tampoco sabe si bastará una gota o un chorro, o cuánto tiempo se tomará por pieza. Bastará un rato, un poco de pintura, esperar, mover aquí y allá.
Él crea oleajes. Lacan decía que la interpretación psicoanalítica debía producir oleaje, se lo dijo a los universitarios de Yale en los años 70. “En ningún caso una intervención psicoanalítica debe ser teórica, sugestiva, es decir imperativa; ella debe ser equivoca. La interpretación analítica no está hecha para ser comprendida; está hecha para producir oleaje…” (1)
A Lacan le gustaba molestar a los universitarios. Hay que molestarlos ocupándose de ellos con seriedad, expuestos como están a un superyó particularmente feroz. No se trata aquí de ser un seductor y fingir que a uno le interesa, sino de dejarse interesar por lo que a uno le interese de lo que tienen para decir, no escatimando las respuestas que uno puede dar de lo que sabe, sobre todo cuando se lo sabe a partir de esa caricia cáustica del paso del tiempo sobre el cuerpo que llamamos experiencia. “Es de mis analizantes que yo aprendo todo, que yo aprendo lo que es el psicoanálisis. Yo les tomo prestadas mis intervenciones, y no a mi enseñanza, salvo si yo se que saben perfectamente lo que eso quiere decir.” (1) Con los universitarios hay que aplicar el mismo principio, tomar prestado de lo que está ya ahí, y no tanto de lo que se sabe.
Esta es la doctrina de la interpretación lacaniana a partir de los años 70. La orientación que propone para este modo de interpretar es que “en la medida en que ustedes eligen bien sus términos, que van a importunar al analizante, encontrarán el significante elidido, aquél del cual se tratará”. (1)
Aquí vemos la caída de un significante unario como producto en el discurso analítico, y la creación de oleaje como algo que suscita el problema de la verdad en el sujeto. Acudiremos para entender esto a un principio de lectura que explicita Miller: “…del mismo modo que la segunda tópica de Freud no anula a la primera, sino que la tiene en cuenta. Del mismo modo, Lacan no vino a borrar a Freud, sino a prolongarlo. Los reajustes de su enseñanza se llevan a cabo sin desgarros utilizando los recursos de una topología conceptual que asegura la continuidad sin imposibilitar la renovación.” (2)
Esto nos alejará de la tentación de pasar por el último Lacan sin pasar por el primero, del mismo modo que Lacan tuvo que rectificar a aquellos que querían leer la segunda tópica para olvidarse de la primera. La interpretación, como la práctica donde fenomenológicamente puede captarse con mayor claridad lo que hace un psicoanalista y los principios a los cuales se debe, nos permite ubicar este principio de ruptura en la continuidad en la lectura y estudio que debemos hacer de Freud y de Lacan.
La interpretación entendida por Lacan en los 70 como algo que debe “producir oleaje” causa la caída de un significante unario como en el matema del discurso psicoanalítico de los tardíos sesenta, y a su vez suscita el problema de la verdad como puede leerse en Dirección de la Cura de 1956. Así leemos en un proceso de aclaración continua e inacabada que dura hasta hoy, en una apertura permanente que funda nuestro discurso en los textos y prácticas desde el comienzo sin tradicionalismos, y nos permite la innovación sin rupturismos. Continúa Miller diciendo: “Nuestra reflexión se va tejiendo con un zurcido de piezas diversas de épocas diferentes, tomadas de Freud y de Lacan, y no tenemos por qué renunciar a llevar a cabo este zurcido para ir ajustando el psicoanálisis al siglo XXI.” (2)
En el dispositivo analítico, en la lectura que hacemos de los textos, en la enseñanza que podemos adelantar en la escuela de psicoanálisis, pero también en la acción lacaniana que efectuamos fundamentados en ella, en todos estos ámbitos se trata de usar la interpretación como un señuelo. Importunar al sujeto con términos bien elegidos de lo que dice, le hará producir el significante elidido del cual se tratará.
Para 1958, año en el cual escribe “La dirección de la cura” (3) y “El psicoanálisis verdadero y el falso” (4) con apenas unos meses de diferencia, Lacan se encontraba en una lucha abierta contra un tipo de psicoanálisis que en ese momento estaba en pleno desarrollo.
Si “La dirección de la cura” nos da una perspectiva sistemática y detallada de su pensamiento en ese entonces, el otro texto nos da una visión de relámpago, sintética. Respondiendo con su apretado tejido a la cuestión de qué es un psicoanálisis y cómo se lo escamotea.
Casi al final del texto, luego de esta discusión que arma y que sin duda hace lucir con mayor precisión sus postulados, vuelve sobre el punto de que la resistencia más decidida al psicoanálisis no está más en los legos sino en los psicoanalistas mismos (4 pág. 189). Esto vale para esa generación que se entregó a una reingeniería de la invención freudiana, pero ¿vale también para nosotros?
Esta pregunta toma pertinencia una vez que se pone en contexto lo que Lacan dice, pues ese contexto para nosotros ha cambiado, en parte y sobre todo gracias a él y a la orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller y la Asociación Mundial de Psicoanálisis. ¿En este contexto también podemos decir que en los psicoanalistas mismos es que hay que encontrar la resistencia al psicoanálisis hoy? Si damos una respuesta negativa sospecharíamos con pleno derecho de nuestra propia infatuación, puesto que sabemos que lo que resiste a lo real también nos habita a cada uno. Pero si respondemos demasiado deprisa que sí, que nosotros mismos como psicoanalistas constituimos el principal obstáculo para nuestro discurso habría que dar razón de esta respuesta, pues de nada nos sirve un acto de contrición por un pecado que pertenece a otra generación.
¿Cómo puede uno convertirse hoy en obstáculo para un discurso al que dedica lo mejor de su vida? Es una manera de plantear el problema que tiene su dramatismo, y por lo tanto su atractivo, pero más allá del efecto de estilo, es una manera de plantear un problema. Para bajarle dramatismo encontraré en el mismo texto la certidumbre anticipada que propone Lacan. En su época, dice él, pese a la “imbecilidad de los ideales” de sus contemporáneos, hay un “principio de verdad” por el cual el psicoanálisis subsiste: “la privilegiada confianza en la palabra… Probablemente con esto baste” (4 pág. 190)
En “La dirección de la cura” nos había dicho que el tiempo de la sesión “consiste en hacer olvidar al paciente que se trata únicamente de palabras, pero que esto no justifica que el analista lo olvide a su vez”. (3 pág. 566)
Es decir, mientras nos quedemos del lado de la palabra, Lacan de 1958 nos garantiza que aunque erremos, estaremos en el psicoanálisis. Así, al final del texto nos revela una pieza del enigma que nos ha planteado desde el título de su conferencia y de la consigna que elige para comenzarlo: “Para distinguir el verdadero del falso nos referimos a una noción del psicoanálisis auténtico…” (4 pág. 181)
El psicoanálisis falso lo es porque se aparta del campo de la verdad, que es propio del psicoanálisis, tanto en lo que concierne a su “descubrimiento como en el orden en que opera con fines curativos… El psicoanálisis verdadero tiene su fundamento en la relación del hombre con la palabra… [este] es el eje respecto del cual deben juzgarse y calibrarse sus efectos… no solo como cambios más o menos benéficos, sino como revelación de un orden efectivo en unos hechos que hasta entonces permanecían inexplicables y, a decir verdad, como aparición de hechos nuevos.” (4 pág. 181)
El psicoanálisis verdadero lo es porque es el auténtico, y es el auténtico porque no se aparta del campo de la verdad que la función de la palabra establece. Pero si bien en todas estas citas da privilegio a la verdad, no aclara cual es su estatuto en psicoanálisis. Es al final cuando nos dice “…no porque la palabra no sea el vehículo natural del error, el elegido de la mentira y el normal del malentendido, sino porque se despliega en la dimensión de la verdad, y así la suscita, aunque sea para el horror del sujeto” (4 pág. 190)
Aparece en toda su amplitud el carácter de función del problema de la verdad en psicoanálisis. No se trata de un ideal de honestidad o de transparencia. No se trata de que el psicoanalista se las juegue en nombre de la verdad contra la mentira del sujeto, ni siquiera contra el autoengaño del yo. Finalmente, no se trata de una verdad que hay que decir, lo que hay es que suscitarla. Es que plantear el estatuto de la verdad tiene un carácter subversivo porque a un tiempo desestabiliza el discurso en el cual se acomoda el neurótico en su sufrimiento y cuestiona el régimen mismo de la verdad. Si sólo hace una de estas cosas, si sólo trata de desacomodar el funcionamiento del sujeto, o si solo plantea un cuestionamiento de sus modos de relacionarse con la verdad, el psicoanalista está mal orientado. Sin este doble movimiento el psicoanálisis degenera en una psicoterapia, en una reeducación mediante el ejercicio de un poder, en un psicoanálisis falso.
Así se puede apreciar la emergencia de Lacan en la redacción de estos textos, su generación no solo había olvidado la función de la palabra y de la verdad sino que había hecho de la armonía en las relaciones del yo con la realidad, el paradigma de su operación (4 pág. 186). Este es el psicoanálisis falso que con razón nosotros podemos ver como superado, puesto que cuando actuamos así, sea en el examen que hacemos de nuestro acto, sirviéndonos de la supervisión, podemos captar que eso que hemos hecho no es digno de un psicoanálisis.
Hay que creer en la eficacia del problema de la verdad, que se abre de un modo inevitable al dejarse guiar por los poderes de la palabra, no creer en la verdad como un valor por sí mismo. Habría que añadir frente al subjetivismo y el relativismo rampante de hoy que ciertamente esta perspectiva implica no descreer de la verdad, y menos para hacer sentir mejor. Cualquiera de las dos tentativas constituye una desviación del campo de la verdad y “Ese apartarse, cualesquiera que sean sus intenciones efectivas, exige un olvido y un desconocimiento. Y tanto el uno como el otro lo condenan a unos efectos perniciosos” (4 pág. 181) Además de que “querer reducir ésta [la neurosis] en su veracidad irreductible solo puede conducir a un retroceso del síntoma hasta las raíces mismas del ser, a la destrucción de aquello que el sufrimiento testimoniaba” (4 pág. 186)
La operación analítica requiere una orientación por parte de quien la ejerce, la dirección de la cura se organiza según una tríada que involucra “el triple punto de vista del lugar de la interpretación en el análisis, del manejo de la transferencia y de las normas mismas en que se fijan las finalidades y la terminación de la cura” (4 pág. 185) Es decir, no puede entenderse la interpretación sin sus relaciones con la transferencia, sea la establecida o la que está en ciernes, la positiva o la negativa y con la orientación política del quehacer psicoanalítico.
Cada interpretación testimonia de esa tríada, y de cómo la concibe el analista, de cómo concibe los fines de su acto. En un punto del texto Lacan confronta dos preceptos que han dado forma a nuestra cultura, el hinduista Tât twam asi: que puede traducirse “Eso eres” y el cristiano “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con el freudiano Wo Es war, soll ich werden.
Los dos primeros los sintetiza en uno nuevo: “Como a ti mismo, eres aquello que odias porque lo ignoras” a lo cual respondería Freud: “En el lugar del Otro, el lugar de lo que era el sujeto, es preciso que allí se asuma” (4 pág. 188) Es este precepto el que orienta el acto analítico. ¿Cuál es ese lugar, que organiza y orienta la interpretación y el manejo de la transferencia? Esa es la cuestión que me parece que cambia en la última enseñanza de Lacan y que cambia el estatuto de la interpretación.
Porque cambia todo con el cambio del Otro a un otro, del lugar del Otro simbólico al “eso” que Freud de hecho escribió. Eso que eres, por lo cual no puedes amar a tu prójimo como a ti mismo porque realmente en el fondo te odias en eso que ignoras. Sólo que a eso no podemos llegar sin el pasaje por el Otro.
En virtud del Otro simbólico al cual el psicoanálisis invoca, aun más allá de la época del padre, que es el lugar de la verdad supuesta, una vez aclarado para siempre por parte de Lacan qué sería un psicoanálisis falso, nos quedan dos elementos: primero, el psicoanálisis verdadero, es decir, el que invoca a la verdad para que se muestre cómo vacila y cómo en su vacilar se apuntala el goce y se fija el deseo; segundo los pasos en falso que damos los analistas, quedando la realización de nuestro acto del lado de lo contingente. No nos queda más remedio que arreglárnoslas con el psicoanálisis verdadero y en falso.
La intencionalidad política de esto es buscar un efecto de incredulidad y de extrañeza de sí, más que de incomprensión o de desorientación. La inquietud que debe suscitar abre el campo de la verdad, para que se manifieste en él la vacilación que le es propia y se abra un tiempo precioso que se le arranca al sufrimiento que experimenta el sujeto cuando su división se tramita exclusivamente por un síntoma. El analista, que metaforiza el síntoma, que se pone en su lugar, es un síntoma acompañante al que puede dirigirse la pregunta por el “qué me quieres” que de hecho despliega el campo de la verdad. En virtud de la transferencia opera el doble movimiento de encarnar al Otro simbólico del que se espera una respuesta a la demanda de amor y de alojar al objeto a que es la clave del exceso que ha tomado la propia existencia.
Si hay en este sentido un paso en falso del analista, no es el de equivocarse en una tarea tan delicada, sino el de creer que se va a dar en el blanco y que se sabe cuál es el blanco. Dar en el blanco, como en el caso de Ricardo Benaim, es verter en él algo nuevo para que se susciten los recorridos del vacilante campo de la verdad, o para que se produzca el percatarse de los funcionamientos que organiza un saber que funciona maquinalmente. Su acto es performativo, como la interpretación psicoanalítica, que muestra lo que quiere mostrar y también cómo se muestra y de qué está hecha ella misma.

Trabajos citados

1. LACAN, J. Entrevista a Jacques Lacan en la Universidad de Yale. ElSigma.com. [En línea] 24 de 11 de 1975. http://www.elsigma.com/entrevistas/entrevista-a-jacques-lacan-en-la-universidad-de-yale/11644.
2. MILLER, J.-A. El Inconsciente y el Cuerpo Hablante. wapol.org. [En línea] 2014. [Citado el: 09 de 09 de 2014.] http://wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=13&intEdicion=9&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=2742&intIdiomaArticulo=1.
3. LACAN, J. La dirección de la cura y los principios de su poder. Obras escogidas I. Barcelona : RBA, 2006.
4. —. El psicoanálisis verdadero y el falso. Otros escritos. Buenos Aires : Paidós, 2012.






[1] El núcleo de este texto lo constituye mi participación en unas Jornadas de Carteles de la Sede Caracas de la Nueva Escuela Lacaniana


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