El goce fálico y el Otro.
El síntoma a partir de Lacan
y de la orientación lacaniana contemporánea se plantea como una invención del
hablante-ser, como un modo de arreglárselas con la no existencia de la relación
sexual. Es un modo costoso para el sujeto, que subvierte el regulador de su
relación con los objetos de satisfacción y la matriz de su realidad, es decir,
subvierte su constitución fantasmática. A partir de allí se trata de saber si
se pueden seguir los desarreglos y re-arreglos sintomáticos de un hablante-ser.
Cuando estos son personajes públicos, que hacen sus recorridos a partir de
obras, de producción artística o de otro tipo, nos brindan una gran oportunidad
para entender conceptos que para los mismos psicoanalistas resultan difíciles y
oscuros.
Siempre es más fácil intentar
aplicar un saber a una obra, pero a esto hay que resistir decididamente. El
comentario de textos parte de la convicción freudiana de que el artista está
más adelante que el psicoanalista en los temas que son de interés para él, de
modo que debe seguir las huellas y no imponer al material una determinada
doctrina. Ningún llamado a la “objetividad” sobre la obra. Pero sí se trata de
humildad, de deseo de aprender sobre el tema que interesa, y sobre todo de
transmitir la sorpresa de un hallazgo, que plantea una novedad para quien se
topa con ella. De este modo la teoría psicoanalítica no se presenta como un
metalenguaje, sino que transmite su utilidad como instrumento y como
desencadenante de nuevo material.
Uno de esos problemas de
difícil acceso es el de la feminidad, clave de la orientación de cualquier
tratamiento psicoanalítico y de la manera como los psicoanalistas pueden
intervenir en la cultura más allá de su consultorio. Con Lacan aprendimos a
aproximarnos al problema de la feminidad a partir de la literatura, la música,
y de entre los escritores y los músicos, aquellos que dan cuenta de esta
experiencia que recibe el nombre de misticismo. Bjork, quien me parece una de
las más grandes místicas contemporáneas, hablando sobre algo que nombra el “gran
momento de la sensualidad” dice "It
takes courage to enyoy it"[1].
¿Por qué hay que tener coraje para disfrutar de eso?
Podríamos pensar que toda
neurosis es una estrategia para rodear, para expulsar el problema que
representa esta Otra cosa, muy vinculada a la experiencia de lo femenino. Hay
que preguntarse el por qué. ¿Por qué se prefiere pasar por el infierno de
identificarse con el objeto (a), o de poner al ser amado en ese lugar, antes de
tener el coraje para disfrutarlo, o por lo menos para disfrutar el disfrute,
más allá del falo, de una mujer? Me parece algo misterioso, excesivo. Es una
defensa totalmente desproporcionada, y que usan escarnecidamente contra sí
tanto hombres como mujeres, sin miramientos, sin mediaciones.
Entre los psicoanalistas
lacanianos, orientación en la cual me inscribo, hay una discusión sobre la
ligazón que hay o no hay entre el llamado goce femenino, el superyó y el
estrago. Estas discusiones tienen para nosotros el valor de un síntoma de
nuestra particular relación con los conceptos. La extrañeza que ponen de
manifiesto es fundamental para el trabajo de aclaración de los conceptos. Pero
además de la claridad que se gana, a la que contribuyen los colegas en la
discusión, estas distinciones que se deshacen una y otra vez son el testimonio
de una dificultad que atañe a los conceptos mismos. De manera que al lado del
empeño en aclararlos, hay que interrogarse constantemente por su fracaso. Esta
feminización de los conceptos solo vale con tal de que no nos dejen en el
"todo vale", más cercano a la perversión polimorfa del macho,
repetición en clave contemporánea de la comprensión que trata de atrapar al
objeto con una "teoría" sobre su "materia".
Pues si el "goce
femenino" no es un mito lacaniano sobre la mujer, es porque se puede escuchar
en la experiencia, donde no puede ser sino Babel. “Goce femenino” no puede ser
un concepto sino conservando la ironía de esta tentativa. Así que si queremos
tomar el éxtasis místico como paradigma de eso, una mujer puede entrar en éste
estado por un embarazo o por amamantar, mostrando que el hijo puede ser algo
diferente del sustituto del falo o del objeto del fantasma, cosa que para otra
está reservada con el amor a su marido, y para otra solo es posible en su
"soledad", y para otra puede faltar completamente.
Podemos tomar al éxtasis como
lo contrario del autoerotismo, pues ahí no se está propiamente “solo”. Pero
aunque es eterno mientras dura, se acaba, y San Juan de la Cruz da testimonio
de que esto sí puede ser una experiencia desoladora, hasta insoportable.
Indeterminación mientras se está ahí, insoportabilidad de su carácter pasajero,
imposibilidad del cálculo para gozarse en eso, dan cuenta de una toma de
distancia que impide promocionarlo como una salida universal, como un nuevo
supremo bien que se opondría a un goce fálico malo.
Para aproximarnos a las
implicaciones entre los dos tipos de goce, el fálico y el femenino, asomémonos
a una colaboración que sucedió a finales de los ’90 entre dos artistas muy
diferentes. A partir de la película “Dancer in the dark” hay un corte muy claro
tanto en la obra de Lars von Trier como en la de Björk. En cuanto al primero
basta compararla con “Breaking the waves” e “Idioterne”, sus inmediatas
antecesoras. En ambas la “heroína” se deja poner como un objeto en nombre de la
virtud, hasta que hay un momento de acto o separación, un momento de
rectificación subjetiva. Selma, la heroína de “Dancer in the dark”, por el
contrario no abandona ni un solo momento su posición subjetiva. Es una deseante
furibunda tanto en el mundo real, donde se dedica con encono a salvar a su hijo
de la ceguera degenerativa que ha heredado de ella, como en el mundo
fantaseado, al cual escapa para convertirse en la protagonista de piezas de
musical tipo Broadway. No es que satisfaga con sus fantasías lo que no puede
hacer en la realidad, puesto que ese deseo también se ejecuta con una modesta
puesta en escena de “The sound of music”.
El resultado final del
rumoreado choque creativo entre Björk y von Trier fue algo muy parecido a una
tragedia clásica. Selma, como una nueva Antígona, se deja llevar hasta la horca
con tal de sostener su deseo de mantener funcionando los ojos de su hijo.
Después de todo ella sí mató a ese policía que debía protegerla y siendo su
amigo, la robó poniendo en peligro lo único que efectivamente le importaba. De
modo que negarse a pagar el abogado que haría conmutar su pena de muerte en
cadena perpetua con el dinero salvado para la operación de su hijo, usando como
atenuante la canallada de su amigo el policía, es para ella un desperdicio. Eso
haría torcer su pathos, su destino, su camino decidido. Establece un acto
heroico, donde ella cae como desecho por sostener un deseo.
Con esta Selma heroína, Björk
le muestra al genio de Dogma, que su objeto lo enceguece, y que ella está
dispuesta a dejar el pellejo, sin haber sido nunca una actriz, para hacerlo ver
más allá de sus mujeres idiotas tomadas como objeto. Porque cuál es la ceguera
que hay que curar sino esta del fantasma puesto en acto en la obra de arte del
perverso. Ahí entonces el director, el amo de la escena, cae de la posición del
policía que se aprovecha de la ciega a la del niño que hay que salvar, una
posición que la histérica sí está dispuesta a sostener, donde el falo queda a
resguardo, separado del goce del macho, elevado a la potencia de lo sublime. No
es que ella hubiera salido triunfante de esta operación, pues según los mismos
rumores la prima donna habría tenido
que ir a “terapia”, dado el costo subjetivo de interpretar a Selma.
En todo caso, la desfalleciente
Gracia que cae en ese pueblo desolado en los días de la depresión, llamado
“Dogville”, y que al final se revela como el amo absoluto, muestra la marca de
esta sublevación de la novedad femenina del siglo que está terminando, frente
al fantasma del director. El basta de Selma es la condición de que la mujer
boba, objeto con el cual la mirada perversa de von Trier se enceguece, se
convierta ella misma en la dueña de la escena, cumpliendo esa transformación de
la meta pulsional de pasiva en activa, que pondría en acto un goce macho de la
hembra. Con su metralleta ayuda a acabar con el pueblo que abusó de ella en
medio de un experimento moral que ella con su aparente pasividad ha llevado
hasta sus últimas consecuencias.
Sin duda este nuevo objeto
que se erige, este falo mafioso, mortífero que es una de las facetas de la
liberación de “la mujer” contemporánea, restituye la ceguera sobre lo otro que
pone en escena el desgarrador grito final de Selma. Pues al igual que Antígona,
ella no afronta con solemnidad la pérdida de su vida.
La Selma de Björk sostiene
entonces a la mujer de von Trier en un equilibrio incómodo entre la pasividad y
la actividad, entre la víctima y el victimario, más allá de las ensoñaciones,
de los tropiezos, de las traiciones.
Por el lado de Björk y de su
obra, también tenemos novedades. Sobre “Vespertine”(2001) que es su primer
disco luego de “Selmasongs”(2000), la banda sonora de “Dancer in the dark”,
debo decir que pasé un año completo escuchándolo sin poder entenderlo. Esperaba
quizás una evolución de “Homogenic”(1997), que había sido una evolución de
“Post”(1995), pero el nuevo disco me producía un efecto entre lo aburrido y lo
insoportable.
Fue a partir de un tropiezo
con el texto de Lacan que se me hizo posible acceder a su novedad. En el
seminario “Aun” dice: [La mística] es una cosa seria, y sabemos de ella por
ciertas personas, mujeres en su mayoría, o gente capaz como san Juan de la
Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado del (para todos…). Uno
puede colocarse también del lado del no-todo. Hay allí hombres que están tan
bien como las mujeres…A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de
falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe de haber un goce que
esté más allá.” (1 pág. 92)
Un efecto de interpretación
que me abrió a la experiencia de este disco. Sin duda se trataba menos de
disfrutar de la voz estridente y de los sonidos electrónicos que de evocar una
experiencia.
En “Homogenic”, esta
evocación con la que se encuentran “paisajes emocionales”, cuando “el acertijo
encuentra resolución” en los versos de Jóga, o con la declaración de un momento
donde “All is full of love”, no podría captarse sólo con el acceso a esta
elevada poesía. Es por los silencios que ya estaban entre los sonidos
electrónicos, pero que más decididamente escanden esa misma poesía mientras
“pedaleo por las oscuras corrientes, hallando los planos, la copia exacta, del
placer en mí”, en la canción “Pagan Poetry” de “Vespertine”.
Estos silencios que van a
encontrar su máxima realización en Medulla (2004), que lleva la obra musical de
Björk, que ya había tocado con sus balbuceos a San Juan de la Cruz, a la altura
de una Hildegarda de Bingen. Es en esos silencios donde se muestra de qué está
hecha la consistencia de la música más allá de las voces y los instrumentos,
porque ese silencio no es nada sino el espacio para que el cuerpo reverbere,
obligando a la música a elegir entre convertirse en un obstáculo o en un marco
para que el goce suplementario que está en el cuerpo se manifieste. Es decir, a
pactar con el falo para representar a un cuerpo por propia decisión
irrepresentable, o a marcar como borde el espacio por donde su vida se hace
notoria en su misterio.
Este silencio muestra también
que no es nada sin el discurso, por ello no hay que ir a buscar allí ninguna
esencia, como las intuiciones orientalistas contemporáneas suponen. Más que
liberador del cuerpo es cuerpo liberado. No se trata de un goce complementario,
pues el falo no tiene complemento, cerrándose así el paso a lo reivindicativo.
Sin embargo, Lacan usa para esto la palabra “suplementario” (1 pág. 89) . Es la condición que
hace posible el paso del tiempo en un lugar de donde Freud lo había dado por excluido,
de modo que las modificaciones posibles en un análisis alcanzan el hueso de una
existencia.
Esquema de la sexuación de Lacan (1 pág. 95)
En el esquema de la sexuación
de Lacan, del lado masculino se enuncia que todos estamos castrados, es decir
todos somos hombres, sujetos, súbditos, mortales y que hay alguno que encarna
el mito de que no está castrado, del que no es súbdito de la ley. El vector que
va del sujeto al objeto del fantasma, puesto en el lado femenino, establece una
repetición, es la búsqueda de la excepción, de lo no sometido a la ley que lo
determina, por parte del súbdito del lenguaje. Una vez alcanzado se calma la
búsqueda, se obtiene una orientación, no dura mucho la cosa, pero hay una vuelta
sobre el cuerpo que marca un límite.
Del lado femenino el vector
que va de la mujer, que no existe, al falo, que se ubica del lado masculino, es
una iteración. Escapa al sentido, busca lo que haría de ley de la variedad que
ella misma establece existiendo fuera de la serie. Aquí no hay límite necesario
ni vuelta sobre el cuerpo, solo la obstinada búsqueda de algo que dé cuenta de
la propia variabilidad.
Es una lectura femenina sobre
su propia indeterminación, no mediada por ninguna excepción, que busca algo que
dé cuenta de la propia variabilidad e indeterminación. Es una búsqueda de lo
que de antemano está señalado taxativamente como no existiendo, por lo tanto el
resultado es un fracaso repetido e ilimitado. Pues así como el objeto a, puesto del lado femenino para
el macho, retorna bajo su misma lógica de excepción, el falo puesto del lado
masculino por una mujer, le retorna como pura variabilidad, como insuficiencia
absoluta para dar cuenta del problema que ella plantea.
Del otro lado, con el otro
vector, está el significante de la falta en el Otro, que marcaría el lugar
donde el Otro no existe, es decir, otra interpretación, otra lectura donde por
fin aparece el misterioso ma pantes.
El significante del Otro que no existe tiene el valor de un marco, de un borde
donde aparece un golpe de vida que no se ha negativizado por la repetición o
por la iteración. En la sexuación masculina, el “al menos uno que no” es un
mito y solo retorna a la vida en una esclavitud a un objeto delimitado del
cuerpo del Otro, bajo la forma de una perversión. En la sexuación femenina este
significante es la marca que permite la difícil localización de un oasis en el
desierto que ha dejado el significante y que es expresado muy claramente por el
“no existe alguno tal que no esté castrado”. El Significante de una falta en el
Otro responde: “pero no todo está castrado”
La segunda lectura abre para
las criaturas sexuadas a la manera femenina una vía diferente de la repetición
o la iteración. Ubicar este borde, esta marca es función preeminente del
síntoma. Para el varón el objeto a
puede pasar a metaforizar esta marca, en la forma por ejemplo de una mujer que
le permita acceder a la Otredad absoluta más allá del mundo plenamente
significantizado en el que vive. Para una mujer hay una relación directa con
esta marca, ella puede encontrar en el amor a un hombre, a un hijo o hija, a su
trabajo, o en su cuerpo algo diferente del falo con el que re-itera. Esta marca
es un camino que se había perdido y que se re-encuentra.
Re-petición, re-iteración,
re-encuentro. Estos son tres nombres que proponemos para los vectores del
esquema de la sexuación de Lacan. La feminización del mundo entonces planteará
para el psicoanálisis el reto de pasar de la re-petición, es decir, la
localización por el objeto parcial de un punto de orientación, y por lo tanto
del circuito de la demanda y del deseo, o de la re-iteración de la búsqueda
incesante de un regulador que falla, es decir de una repetición que escapa al
sentido y la finalidad, a abrir la vía de la invención al encontrar a partir de
esas dos maneras de fracasar el re-encuentro con un marco que localice lo
viviente para un determinado hablante-ser. Siempre para uno determinado,
siempre cada vez para él mismo. Nunca de una vez por todas, nunca para todos,
ni para un pequeño grupo, ni para una pareja, ni siquiera para un individuo.
Esta es la vía del psicoanálisis, que se monta en la ola estructural de una
feminización del mundo para ir, como de costumbre, siempre un poco más allá.
Pero cómo se manifiesta ésta
otredad del propio cuerpo, que bascula entre dos maneras de leerse. “In here burns an eternal fire… I just have
to remember to keep it away from a crack pipe”[2]. Con estas palabras Charlie
Sheen cerraba el discurso final de su “Roast” en “Comedy Central”, apenas unos
meses después de su escandalosa salida de “Two and a Half Men”.
Una llama eterna que lo hace
decir que es un “ganador” por tener a “una familia que aun lo ama” a pesar de
haber perdido todo lo demás. Lacan pone al sujeto del lado masculino, casado
con su objeto a, que está del lado
femenino. Si el significante es lo que representa a un sujeto para otro
significante, el sujeto de vuelta no puede definirse como representado, sino
que se las arregla para hacerse representar. Pero del lado femenino tenemos
esta escritura que plantea la inexistencia de un universal para el sexuado
femenino. Esta inexistencia del universal plantea otra forma del universal por
el lado del “no existe ninguno que no”.
Si está condenada a la
indeterminación, no es porque esté reprimida en el discurso, sino porque no
existe en él. No aceptando la excepción que da consistencia a un universal
positivo, como los hombres, queda fuera del conjunto social. El Otro como
tesoro de los significantes es un desierto para el cuerpo, allí cada cosa
encuentra su lugar. Pero qué es la falta en el Otro sino el espacio de un golpe
de vida inesperado, insensato. Entonces el significante de la falta en el Otro
tendría que ser más la delimitación de un lugar imposible, que un significante propiamente
dicho, más un borde o un marco que la mortificación de la cosa.
El agujero en la playa con el
que un niño trata de hacerle entender a San Agustín la imposibilidad de
contener con el pensamiento el misterio de la Santísima Trinidad, el marco del
cuadro que contiene el mar donde esos niños ingleses se sumergen para llegar a
Narnia. Un significante que en virtud de que no está hecho para significar,
sino para localizar, recibe la flama vivificante de lo que está destinado a
contener sin poder contenerlo.
Es un lugar de fracaso, sin
duda. Por lo tanto un lugar inacabado, ruina de lo que fue, cimentación de lo
que será, barrido constantemente por las oleadas que provienen de esa
indeterminación radical donde se sostiene ella que se empeña en no existir. En
el litoral las ruinas se sumergen y vuelven a aparecer, marcando el ritmo
atemporal de un re-encuentro.
Al fin y al cabo el
significante de la falta en el Otro es un significante, y por lo tanto puede
ser cualquiera, de modo que esa llama eterna, innombrada, que habla por Charlie
encuentra en su familia un localizador, un temporizador imperfecto. Con esto
eleva a su padre a la condición de significante de una falta en el Otro,
precisamente por no ubicarlo como excepción para identificarse.
Pero recordar mantener esa
flama lejos de su pipa de crack no pasa de un chiste cruel sobre sí mismo, esa
misteriosa función de protección con la que el superyó trata de proteger al yo
según Freud, es decir una humorada. Pues con el incalculable cambio de la marea
su indeterminación decidida desde el origen de los tiempos perderá su única
orientación vivificante, y se abrirá entonces para él la puerta a lo peor. Del
lado macho, como su pareja, colocará a su pequeño pipí, o alguno de sus
sustitutos, y tratará de hacerse representar por él, tan solo para percibirse
como hombre, en el sentido de sujeto de derecho. Tratará de hacerse representar
de un modo repetitivo y estúpido, en una re-iteración incesante, para construir
sobre eso la suplencia de lo que del lado de los hombres se hace al repetir el
fantasma. La diferencia es que del lado femenino el objeto a no hace de excepción, no plantea un límite. El lado
femenino tiene como supuesto que no existe ninguna excepción, por lo tanto este
vector empuja a un estrago.
¿Es a esta reiteración
estragante a lo que le canta Martin Gore cuando canta “Home”? Desde hace tiempo
tomó el control creativo de Depeche Mode. Aunque Gaham sigue siendo la voz
principal, su compañero siempre se ha reservado un par de canciones por álbum
para cantarlas él mismo, algunas de ellas escritas por otros, la mayoría por
él. Una canción sugerente sobre este tema es “The bottom line” que se encuentra
en el álbum “Ultra” (1997).
“Como un gato arrastrado por
la lluvia, que vuelve a salir a hacerlo todo de nuevo, yo volveré por más. Es
algo que está fuera de nuestras manos, algo que nunca entenderemos” La primera
estrofa muestra una forma de repetición que se encuentra fuera del sentido. No
es que yo hago esto porque estoy traumatizado y porque fui infeliz en mi
infancia. Resistir a esa reiteración de la lluvia que arrastra, tampoco tiene
mucho sentido.
“Es una ley oculta: la
manzana cae, el destino llama, yo te sigo” Aparece así por primera vez el “tú”
al cual le canta. Tiene la fuerza de una ley de la física, o puede ser análoga
a lo que llaman destino. En ese “yo te sigo” no hay verbo en condicional, ni en
futuro. Es una definición del ser por un acto. “Como un peón en el tablero
eterno, quien nunca está muy seguro de qué es lo que lo mueve, caminaré ciegamente.
Y el cielo está frente a mí, tu cielo me hace señas seductoramente” Desarrollo
de la idea de que no hay manera de saber de qué se trata este empuje, un gran
premio se perfila, seduce, causa el deseo… pero… “Cuando llego ya se ha ido”. A
pesar de ello, el estribillo vuelve a plantear una decisión del ser, ahí donde
yo no sé ni cómo ni cuándo he decidido: “El río corre, el sabio conoce, yo te
sigo”.
“Estoy ansiando, estoy
ardiendo, siento las ruedas del amor girando.” Con un impredecible cambio de la
melodía, como él lo suele hacer, introduce su agonía de este deseo que se
consuma en sí mismo, para luego hacer reaparecer el carácter de ley natural
obstinada, sin sentido y potencialmente mortífera: “Como una polilla en la luz
brillante del amor, arderé cada noche”. Pero si se consume cada noche, y fuera
la muerte eso, ¿cómo podría volver la noche siguiente? Debe tratarse de otra
forma de desaparición, de consunción del cuerpo. Es diferente de la lluvia que
arrastra al gato, esto es del orden de la decisión que hace destino, no del
destino al que uno tiene que conformarse.
En el equívoco que introduce
al comienzo del estribillo se muestra una clave. “I’m dying to” que puede leerse “estoy muriendo de eso o por eso”,
pero más adelante lo escribe aprovechando la homofonía “I’m dying too”, con un golpe de la escritura revela que, “muero
también”, el único que desfallece no es él, sino que el Otro lo hace también en
el mismo momento. Es pues un Otro desfalleciente, no uno fuerte que pide un
sacrificio de amor. Finalmente puede leerse “Me estoy muriendo en demasía”,
“Muero por eso, también como tú, en demasía”. “El sol brillará, the bottom line, yo te sigo”. Esta
expresión equivale a “en suma” o “en definitiva” es una metáfora extraída de la
contabilidad… “a fin de cuentas yo te sigo”. Por ello ese “te sigo” es más que
una acción, es un acto que define un ser evanescente, que orienta en medio de
la indeterminación de un modo adecuado a ella.
Un gato arrastrado hacia
adentro por la lluvia sale y vuelve a comenzar, pues del otro lado está el sol,
el cielo (heaven) que seduce y cuando
uno llega se va. Este Otro que desfallece con uno, y que no goza del propio
desfallecimiento, constituye una forma de muerte que reenvía a la eternidad,
pues es la única forma de tratar un cuerpo donde no existe la excepción
significante. Ese Otro es lo que escribimos como el significante de la falta en
el Otro. Mientras que la lluvia que arrastra es la iteración del goce fálico.
Despersonalizado entre un ser arrastrado y un acto que no entiende, pero que le
permite resistir, su indeterminación encuentra una acotación en ese “I follow you”
El gato es arrastrado una y
otra vez, pero para él hay otra vía. En esa otra vía parece que hubiera una
repetición mortífera, pero realmente es vivificante y parte de una decisión del
ser. Esta apariencia de desaparición en parte podría dar cuenta del horror que
se experimenta frente a esta vía.
Como habíamos planteado, en
la relación de La tachado – La mujer
que no existe, el universal femenino que no hay – con el Fi mayúscula se encuentra la iteración con las letras, que hace
suplencia de lo que del lado masculino se estructura como fantasma. Pero las
criaturas ubicadas del lado femenino tienen otra vía para cortocircuitar los
efectos potencialmente devastadores de este vector. El vínculo posible con el
significante del Otro tachado plantea que la indeterminación de La tachado puede encontrar un límite en
un significante que puede ser cualquiera (no existe alguno que no), pero que
para ese La tachado en singular tiene
la virtud de que es un golpe de vida, un Otro que no le exige sacrificio, sino
que se desvanece de la existencia con ella.
En algunas de las letras de
Gore se puede escuchar este evento milagroso de que alguien puede estar
encadenado al goce fálico, y aun así tener otra vía abierta a una Otredad
vivificante que se puede comparar con el éxtasis, que es una “muerte” que
desafía a la pulsión de muerte y que hace la vida sabrosa, descubriendo la
fuente del amor. Es un límite que burla el registro de la castración, sin
quebrar una ley que en ese nivel sencillamente no existe.
En “Home”, también cantada
por él y en el mismo disco, da gracias a algo o a alguien por mostrarle dónde
está su hogar. Pero si lo escuchamos bien, parece una ironía o un horrible
canto de masoquismo. Pues a eso a lo que agradece no es nada más que lo más
familiar que se vuelve extraño, lo siniestro aislado por Freud. Sin embargo,
eso le señala el hogar, lo que “debió haber sabido desde su primer respiro”. Lo
que lo “empuja hacia abajo”, lo que lo fija, le señala con su equivocación la
existencia de un lugar que puede llamar su hogar. Es decir, mintiendo lo real,
la verdad lo señala. Señala ese significante que aparece en el litoral y marca
el lugar donde el cuerpo, único Otro real del hablante ser, puede manifestar su
vida. Es en esta vertiente oscura donde mejor puede captarse la fuerza de la
debilidad que plantea el significante de la falta en el Otro. En Björk,
exhausta de su histeria frente a la fuerza del perverso que la quiere reducir a
objeto, termina por abrir la vía de lo que siempre estuvo allí pero nunca se
vio tan claro. En Charlie Sheen, habiéndolo perdido todo, en la permanencia de
su familia puede esa “llama eterna que lo habita” encontrar un refugio y una
acotación. En Gore, equivocándose encuentra el camino de un “eso soy” que
sostiene y vivifica a pesar de los embates de la re-iteración.
En psicoanálisis podemos
captar cómo una vez que alguien hace un síntoma, la indeterminación absoluta
hace su aparición. Hay una apertura violenta hacia la feminidad, haciendo
tambalear para los hombres su repetición en relación con un objeto de
satisfacción que funciona como excepción, y también el equivalente femenino de
este automatismo, el de la re-iteración del fracaso en hacerse determinar con
el significante fálico. De lo que se trata en la cura analítica no es de una
curación, sino de una curaduría de esa relación con esos significantes para que
pasen de intentar ubicarse como excepciones a las cuales uno se identifica, a recorridos
por bordear sin pretender representar lo vital.
Facilitando el acceso a este
Otro significante extraño, el significante de la falta en el Otro, el analista
acompaña de modo inverso al superyó, alentando sin empujar, sancionando el goce
mortífero sin culpabilizar, sosteniendo al sujeto frente a las vicisitudes de
la vida sin consentir. Mostrando con su acto la vía de ese Otro significante
que puede acompañar y acotar la indeterminación absoluta que se ha manifestado
con su síntoma, para finalmente acceder a desvanecerse con su resolución.
Trabajos citados
1. LACAN, J. El Seminario de Jaques Lacan, Libro 20: Aun. Buenos
Aires : Paidós, 1991.
[1] Del album Debut de 1993: Big time of sensuality
[2] “Aquí adentro se consume una llama eterna… sólo debo
recordar mantenerla lejos de mi pipa de crack”
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