martes, 26 de mayo de 2020

¿Es el cuerpo a cuerpo un signo del psicoanálisis?


Lo primero que escribí sobre la posición del psicoanalista en la pandemia fue interpretado por Beatriz García como un grito. Efectivamente para mí significó decir basta a un impulso que experimentaba a soltar las amarras que hace tiempo constituyeron una salvaguarda para ir construyendo mi manera de hacerme del lugar de psicoanalista.

El ejemplo de cómo el hermano mayor del discurso psicoanalítico, el discurso de la ciencia, se descoyuntó en medio de este desorden del mundo producido por el virus me dio la ocasión para el segundo texto, que me publicaron en el blog de Zadig LML. Tener una idea de cómo bajo el peso de la demanda del mercado y de las masas, los discursos pueden perder sus más fundamentales defensas nos debe orientar en no responder de manera demasiado apresurada a lo que el mundo puede hacer con el psicoanálisis si no se cuida.

Después de todo desde de la crisis del 29 el discurso del amo sufrió unas mutaciones cuyas consecuencias estamos lejos de terminar de vislumbrar. El discurso de la ciencia tiene tiempo lidiando con sus propios problemas y el discurso universitario coloniza diversas áreas de la existencia social con consecuencias para sus configuraciones tradicionales. El discurso de la histérica se contagia a nivel global, cambiando todos los días las tradiciones sexuales y las prácticas sociales y amorosas.

No es entonces realista pensar que el discurso psicoanalítico vaya a quedarse siempre igual, de modo que ese grito no me debe llevar a una posición conservadora en el sentido de inmovilista. En todo caso es necesaria una posición nueva que plantee un conservadurismo realista, una voluntad de no soltar todo de una vez al ritmo de los movimientos del mundo, pero que sepa que los discursos se mueven y que sus agentes no podemos hacer mucho para evitarlo.

Este conservadurismo realista debe estar sostenido por una geometría fractal, que replique los principios en nuevos contextos, que haga que el cristal del discurso pueda crecer y desarrollarse ahí donde su medio le plantea nuevos retos, amenazas y oportunidades, sin por eso perder lo que lo hace específico.

Sin duda que la masificación de la Internet en los años 90, cien años después de la emergencia del discurso psicoanalítico, es una de esas modificaciones que no iba a dejar de tener consecuencias para todos los discursos, y también para aquellas cosas que cayendo de los discursos dejan de estar bajo su imperio. Esto es, los síntomas y demás modos de gozar de los hablantes.

Si los síntomas y demás modos de gozar de los hablantes sufrieron el impacto de ese ingenio tecnológico, hay que convenir en que la relación entre el psicoanálisis y la Internet no se iba a limitar a los beneficios políticos que tienen para el movimiento las nuevas capacidades de difusión y de comunicación que se pusieron a disposición sobre todo de las sectores educados.

Hay que pensar que si ese invento tocó los modos de gozar, también tocó lo específico del campo del discurso psicoanalítico, su esencia misma, su campo de acción, su estructura. Con la avalancha de las redes sociales y la democratización de los medios tecnológicos para comunicarse mediante llamadas de voz y mirada instantáneamente, un nuevo salto cualitativo se montó sobre la plataforma de la información generalizada, los correos electrónicos y las listas.

Cuando comencé mi práctica en Caracas, la migración masiva de venezolanos no había comenzado. Se podría decir que el segmento de mercado que iba a mi consulta no se planteaba para nada migrar. Había también estos sujetos que iban a terminar de decidir irse del país. Había otros cuyos familiares se habían ido y los presionaban para irse y venían a aclarar los síntomas que habían hecho a partir de este conflicto.

En algún punto comenzó la migración masiva que involucraba a la gente que solía ir a mi consulta, a la parte más estable de la misma. El problema de salir del país se convirtió en conversación constante entre los pacientes y entre los colegas. Y comenzó la pregunta por esta gente que yéndose no querían perder el vínculo. A más de uno al comienzo lo remití sin darle oportunidad de otra cosa. Pero algo estaba pasando que los colegas se preguntaban cada vez más por estas modalidades de trabajo mixto que involucraban el trabajo cuerpo a cuerpo cuando volvían a la ciudad, con el trabajo a distancia cuando volvían a sus nuevas vidas.

Tengo que decir que durante el tiempo que me psicoanalicé en otro país diferente del mío, alrededor de cinco o seis años, solo hubo un par de llamadas telefónicas en momentos excepcionales. Antes de eso mis analistas estaban en Caracas donde yo vivía. Es decir que yo no tenía particularmente facilitada esta nueva realidad. Ni tampoco por mis disposiciones con las nuevas tecnologías, que no se me dan de una manera especialmente fácil.

Entonces cuando comenzaron las demandas de trabajo remoto de gente que había estado en mi consulta, tuve que sopesar muy bien. Hasta cómo y cuánto cobrar era un problema. Tomé la costumbre de que cuando alguien se iba del país, dejaba que ellos pidieran el correo o alguna forma de comunicación, no lo ofrecía yo de una vez. Si esa persona luego de un tiempo se comunicaba conmigo, le ofrecía que fuera a donde un colega de mi confianza. Solo después de esta doble selección, si tomaba la iniciativa de comunicarse y si insistía en hablar conmigo y no aceptaba ser remitido, es que le concedía una entrevista para calibrar lo que estaba pidiendo.

Ahí podía ser una llamada por una angustia o por un momento, o podía venir la propuesta de hacer llamadas periódicas. Todas estas precauciones llevaron a que de todas las variaciones de gente que se iba de Venezuela, solo una minúscula parte podría ser tomada en este trabajo que sin embargo me traía muchísimas preguntas como psicoanalista.

La verdadera facilitación de esta nueva práctica es que en determinado momento los psicoterapeutas comenzaron a ofrecer sus servicios en línea como una modalidad legítima, haciendo que la demanda fuera posible, ahí donde la oferta no se había planteado. Visto así se explica el velo de tabú que cayó sobre esta práctica durante mucho tiempo.

¿Cuándo alguien utiliza esta modalidad para no saber nada de su inconsciente? ¿Cuándo lo hace para no encontrarse con un psicoanalista en su nueva situación? ¿Cuándo es un trabajo que se realiza para no perder el vínculo con su lalengua, brindando una estabilización que previene una catástrofe? Son muchos los problemas que aparentando ser técnicos, realmente remiten a asuntos de principios del psicoanálisis.

Cuando me tocó a mí salir de Venezuela, le avisé con tiempo a quienes iban a mi consulta. Algunos no fueron más desde ese día, otros se quedaron hasta que estaban las maletas puestas en mi puerta. Lo importante es que ninguno me pidió continuar el trabajo a distancia. Es que algo en la enunciación de la noticia cerró esa puerta. Cómo iba a ofrecerles yo seguir trabajando conmigo si pertenecía a una comunidad de psicoanalistas de tres o cuatro generaciones que en ese momento estaba fuerte. De modo que a los que me lo pidieron, los remití con algún colega de la sede en Caracas.

Pero ya desde esa época estaba trabajando así de manera remota con unos pocos y las preguntas siguieron. Me gustó una precisión de Alejandro Reinoso en su intervención reciente en el seminario de la NEL. Ahí decía que de esa manera podría haber un trabajo con el sujeto del inconsciente, pero no con el parletre. Que el acontecimiento de cuerpo está impedido seriamente si no hay una proximidad del cuerpo. En todo caso esta precisión me ilustra más que la posición un poco cínica que dice que después de todo está presente la voz y la mirada, como si estos objetos no hubieran estado operando cuando las cartas no viajaban a la velocidad de la luz. O que al haber transferencia e interpretación, todo es más o menos lo mismo.

Lo cierto es que operar solo sobre el sujeto del inconsciente de manera remota no es lo óptimo, pero es una opción que ahora tenemos disponible, es parte de nuestra wirklichkeit. Es más que desangustiar por medio de una llamada, pero menos de lo que un psicoanálisis puede brindar al ser hablante contemporáneo. No es ya una psicoterapia, pero no es todavía un psicoanálisis. No se producen psicoanalistas y tampoco llega a ser un psicoanálisis aplicado a la terapéutica. Ahora comenzamos a sentir la necesidad de darle un estatuto a esta práctica que ya existía, pero que de pronto se volvió una vía muy facilitada por la situación de la pandemia.

En Japón la iglesia católica pasó a la clandestinidad en 1630. Durante más de doscientos años no había ningún sacerdote que pudiera realizar los sacramentos como la eucaristía y la confirmación. Sin embargo los laicos se apañaron para seguir bautizando, ya que el ministro de este sacramento no tiene que ser un varón consagrado y cualquier bautizado puede bautizar. También llevaban el conteo del calendario litúrgico y escondieron las imágenes de la Virgen María en las alacenas, fuera de la vista, de tal modo que pasó a llamarse la madre de la alacena.

A pesar de martirios y persecuciones periódicas, en 1865 cuando volvieron los misioneros había 30.000 cristianos. Las prácticas y las creencias se desdibujaron con el tiempo y una buena parte no volvió a la ortodoxia católica, sino que practicaron una nueva religión sincrética. Pero otra parte se volvió a organizar alrededor de los misioneros. Doscientos años antes los sacerdotes católicos les habían dicho que la iglesia retornaría a Japón y que lo sabrían por tres signos: que los sacerdotes serán célibes, que habrá una estatua de María y que obedecerán al Papa en Roma

Es un ejemplo de cómo puede la comunidad que encarna un discurso perseverar más de una generación cuando se tienen claros los principios que la fundan, aunque sus prácticas sean reducidas a una expresión menor por un tiempo y corran el riesgo de desdibujarse. ¿Cuáles son los signos del psicoanálisis? ¿El hecho de que un análisis deba transcurrir cuerpo a cuerpo al menos en parte de su recorrido es uno de ellos?

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