sábado, 7 de marzo de 2020

De la Causa Sui como lapsus de la causa


Comentario aluvional del seminario “Causa y Consentimiento” de Jacques-Alain Miller.

Problema
¿Qué es primero en la cadena causal, el significante o la Cosa?
Premisa: La causa es lo que cojea, lo que falla.

Una parábola del mercadeo
En los años setenta la General Motors recibió una carta en la que un cliente les decía: "en mi familia tenemos la tradición de comer helado todos los sábados después de la cena. Van a creer que estoy loco pero desde que compré un Pontiac, el carro falla cuando compro helado de vainilla. Con cualquier otro sabor no pasa eso". La carta dio mucha risa en la empresa y llegó al presidente quien mandó a investigar. Un ingeniero se fue con el tipo de la carta e hizo la rutina de comprar el helado. Efectivamente el día en el que compraron el de vainilla el encendido del carro falló. Cuando compraron el de otro sabor, no.

El ingeniero se obsesionó con esto y fue tres noches más. La segunda compraron chocolate, y el carro no falló. La tercera vez compraron helado de fresa y el carro encendió. La cuarta noche volvieron a comprar vainilla y no encendió. Entonces el ingeniero descubrió que el helado de vainilla estaba más cerca de la caja. El tiempo que tardaba el conductor entre apagar el carro y volverlo a encender era menor y los gases de combustión no se habían disipado, entorpeciendo la ignición. La causa no era que el carro fuera alérgico a la vainilla. Un final feliz para el ingeniero, que seguramente pudo dormir reduciendo la causa a una ley, para la General Motors que cambió el mecanismo de arranque de sus carros y para el consumidor al que le dieron un carro nuevo, que no fallaba cuando compraba helado de vainilla.

La causa cojea hasta que se reduce a un saber. Mientras esto no sucede, la causa puede ser tan delirante como “el carro es alérgico a la vainilla”.

¿Cuándo se es más libre?
Con un chiste sacado de las redes sociales voy a mostrar que se es más libre frente al Uno solo que frente a la cadena S1-S2.


Cuando la madre de los gemelos escucha “Denise” piensa que podría ser hasta un bonito nombre, y que su hermano no se comportó como el idiota que ella conoce desde siempre. Es con el nombre del otro gemelo que la madre se da cuenta de que el tío de los niños los convirtió en un chiste para siempre. A partir de “The Nephew” como S2, el S1 “Denise” se fija como “The Niece”.

Frente al S1 se es más libre sobre el sentido, cuando entra el S2, el sentido del S1 queda fijado, lo que era tolerable, puede hacerse insoportable y eternizarse. Así el proceso analítico se encarga de desmontar las cadenas significantes organizadas alrededor del fantasma, para liberar hasta cierto punto la posibilidad de decidir sobre los usos que se le pueden dar al S1.

La elección de la causa
Si elegimos la causa real como primera, como “precientífica experiencia del ser” (Heidegger), nos deslizamos a la religión. Si elegimos la causa significante algo no termina de funcionar, porque ¿Quién elige al significante que me constituye? Es mi responsabilidad, pero ¿desde dónde lo elegí? ¿Cuándo lo elegí, si en ese momento no me había constituido? Esta es sin embargo la elección menos mala, pues nos mantenemos a raya de la religión. Nos permite debernos a un universal, lo cual es intuitivamente correcto, además de desbaratar el narcisismo. Pero se trata de un universal histórico, el cual en virtud de la actualización que opera la transferencia, permite ser cuestionado hasta cierto punto.

Sin embargo, nada puede en estricto sentido decidir lógicamente si el significante me produjo o yo lo elegí desde un goce singularísimo e inefable. Como es un indecidible desde el punto de vista racional, la elección es ética. Vivir con ese agujero causal, con esa indecidibilidad, con esa indecibilidad, con esa imbecilidad (“falta de bastón”); vivir así, sin además estar todo el tiempo angustiado, es posible.

El fundamento del poco de libertad al que puedo tener acceso está en esta indecidibilidad. Y en el consentimiento a la causa real, como subrogada de la máquina significante, que se revela como el dios de un creacionismo irrisorio. Del real subrogado, de Eso se constatan sus efectos, sobre todo que quiere siempre otra cosa.

Pero antes de esa Cosa está el significante que la produjo y que marca el estilo de las propias elecciones, aspiraciones, fantasmas y hasta de los modos de preguntarse por la causa.

Ese significante es destilado (des-estilado) en un análisis, para purificarlo de la propia voluntad. Ese significante que pudo haber sido elegido o pudo haber caído ahí por pura contingencia, quién lo sabe con certeza, es el estilo destilado. A ese y a su producto inefable se debe consentir. Es al lugar de causado por ese significante que se debe advenir destilado, que es mejor que destinado, a donde la religión se desliza.

La Trinidad y el trinomio.
En la religión verdadera, al principio está el verbo como generado eternamente por un real que es su propia causa, que se presenta como un "soy lo que soy" ante Moisés y que promete a Abraham que en virtud de su fe sus hijos serán tan numerosos como las estrellas del firmamento. Del amor entre el real prediscursivo y su Palabra, procede por espiración un mensaje enigmático que deshace la Babel de lalengua para siempre y para todos. Este paráclito llega como relevo del logos, ahí donde es elevado como la tau frente a las serpientes, para mostrar que es el Alfa y el Omega, donde se recapitulan todas las cosas, para atraer a todos hacia Él.

Muchas páginas se escriben aún sobre esta historia de amor, si no fuera por el abuso de poder que consiste en establecer un solo real para todos y además llamarlo “padre”, no habría manera de salir de esta equivocación de la causa. Pero esta epidemia trinitaria goza de buena salud, es lo que Lacan pensaba que iba a terminar por triunfar.

En el medio del camino de su triunfo se encuentran los síntomas de aquellos para quienes la causa no puede decidirse entre el verbo y lo real, es decir los neuróticos, lo cual introduce la sospecha de que tal vez ese real no tendría que ser necesariamente universal, aunque haya sido causado por la lengua. También están los psicóticos, aquellos que se inventan su propio dispositivo por no consentir a esa cadena causal universal.

El síntoma neurótico y la psicosis son dos maneras de impugnar el carácter de universal de lo real y el carácter supuestamente increado y ahistórico del significante. Es por su sólida especificidad que lo normal se revela como inconsistente, pues su mera existencia demuestra que la mayoría, la salud y el funcionamiento no son más que elecciones coyunturales.

A partir del cuestionamiento que introducen, un nuevo trinomio se perfila, que no es ya una Trinidad, sino un arreglo hecho de retazos entre el estilo, la Cosa y el sujeto supuesto a saber.

A diferencia de los psicóticos, para los neuróticos la libertad se realiza en consentir, que es la cicatriz de nuestra naturaleza religiosa. Estamos llamados a consentir la causa inefable que se nos presenta bajo el nombre de lo femenino, a lo que decimos “hágase tu voluntad”, al menos para que podamos conciliar el sueño, para que podamos despertar del empuje a despertar.

Como el psicoanálisis nos da el bastón destilado del estilo, decimos "hágase tu voluntad, a mi manera" como Frank Sinatra. Y así vamos un poco menos imbéciles por el camino.

Para seguir…
El falo materno es aquello que solo existe en función del significante y que solo por eso se espera encontrarlo dónde no está, haciendo signo de nada para alguien. Lidiar con eso depende del coraje de cada uno. Del sujeto supuesto saber pueden quedar los semejantes, cada uno con su bastón y su inefable, a los que conseguimos de manera preponderante en la Escuela, pero no sólo, tomándolos como soporte para calcular las interminables salidas de los enredos de nuestro propio síntoma. Por lo tanto, en vez de tratar de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, la ética que sostiene el vínculo con los demás puede estar orientada por tratarlos como objetos… como causas de deseo.

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