domingo, 17 de marzo de 2019

"Esto no me lo merezco", sobre psicoanálisis y derechos humanos



A finales de la edad media por primera vez se demanda el derecho de que algo del producto del trabajo retorne al trabajador. Esta mutación del discurso del amo, que Lacan llama “discurso del capitalista”, consiste en poner la demanda del individuo en la dominante de un nuevo tipo de vínculo social. Al capitalismo mercantil y un incipiente régimen de derechos, añadamos en esos inicios la posibilidad de saber con precisión y de transformar el mundo conforme a ese nuevo saber, que es lo que llamamos la ciencia.

La temporalidad sistólica y diastólica de la historia del discurso del amo entra en fibrilación. Haciendo partícipe virtual de los mismos derechos a cada uno, se rompe la homeostasis del discurso del amo, culminándose con reacciones violentas mediante la reentronización de un padre vivo. Poniéndose un palo en la rueda, la reacción a este discurso busca un retroceso del sujeto de la demanda a un mítico sujeto de la necesidad. Sus efectos son el asesinato en masa, la destrucción de la riqueza social, el rechazo de los dispositivos enunciativos de la verdad y sufrimientos inimaginables de una intensidad creciente.

La exaltación del individuo y la promoción de su demanda culmina con la declaración de los derechos humanos en 1948, la creación de un universal concreto, que inscribe en el ser de cada uno un catálogo de condiciones inmanentes e irrenunciables que reparte, en igualdad para todos, una dignidad simbólica que antes era un privilegio de algunos.

El régimen de circulación infinita, sostenido sobre la multitud de los fantasmas individuales, no hace sino marcar los modos diferenciales de acceso a la satisfacción. La producción continua de la demanda hace irresistibles al capitalismo, a la ciencia y al régimen de derechos, mientras que su configuración esencial denuncia incesantemente su propia injusticia. Una humanidad que por primera vez existe como tal, consiste en un ejército de demandantes insatisfechos, todos portadores de los mismos derechos muy mal repartidos, donde la felicidad es muy difícil de encontrar.

Unas cuantas décadas antes de la declaración de los derechos humanos, el psicoanálisis introducía una subversión del sujeto, haciéndolo cargar con esa abertura insoportable. Es un tratamiento que no intenta detener al capitalismo, sino ironizar la demanda mostrando que no es sino un modo entre otros de tramitar la pulsión. El tratamiento por el sinthome introduce un alivio y puede conducir a un nuevo arreglo ahí donde el amo ya es impotente desde hace siglos, y donde “lo social” no cesa de mortificar lo viviente.

Aunque con Freud sospechemos que el régimen de los derechos humanos se soporta en una masiva renuncia pulsional, los psicoanalistas necesitamos que dicho régimen funcione para que las víctimas del infortunio al decir "esto no me lo merezco", puedan abrir mediante su queja el acceso a su inconsciente. Hay que tomar los derechos humanos como ese vacío donde puede alojarse, junto con la perniciosa igualdad de dignidad, la posibilidad de una dignidad de lo inigualable.

En Venezuela la existencia durante cuarenta años de un régimen de derechos, imperfecto como lo fue, permite una generación después que la gente esté en las calles diciendo "esto no me lo merezco" y que siga habiendo demandas de análisis y de formación en las diferentes comunidades psicoanalíticas. Venezuela se encuentra en este momento en la encrucijada entre el vertedero histórico de los estados fallidos y el reintegro en el régimen de circulación global de derechos y mercancías. Los venezolanos estamos haciendo todo lo que podemos para cambiar el padecimiento infernal en el que estamos ahora por el infortunio corriente de la humanidad.

En vez de perder el tiempo denunciando al capitalismo y fantaseando con mundos imposibles que rápidamente se convierten en horrorosas pesadillas, debemos continuar la tradición freudiana de ingeniárnoslas para llevar el psicoanálisis a más niños, a más mujeres, a más trabajadores, a más locos, llevarlo a los marginados y a los expatriados. Porque a pesar de esta plétora de derechos, muchos siguen siendo explotados, abusados sexualmente, atiborrados de medicamentos, convertidos en mercados o en mercancías.

La subversión de cada uno requiere de un operador que, luego de pasar por los momentos iniciales del horror, con la inhumanidad característica del santo que produce el psicoanálisis, solo moderada por la ocasión y la especificidad, pueda formular esa pregunta iniciática que abre las puertas a nuevas dimensiones de la existencia: cuál es tu responsabilidad en la miseria de la que te quejas.

Miller plantea no retroceder frente a la posibilidad de una humanidad analizante. Al capitalismo no se le responde con una revolución, sino con una subversión del sujeto que le permita un desenganche de su propia demanda. Dediquémonos a que los hablantes lleguen a nuevas formas de conciliación consigo mismos, y cuando el régimen de derechos humanos esté en peligro de zozobrar, defendámoslo como la única posibilidad que existe de abrir un vacío.

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