martes, 1 de enero de 2019

Galileo bricolero

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En su obra de 2017, llamada “2017”, y que fue lanzada antes de su caída en desgracia en medio del fenómeno conocido como #MeToo, el pensador norteamericano de orígenes húngaros y mexicanos Louis Szekely, luego de justificar el aborto como un derecho de las mujeres a asesinar bebés para limitar la compulsión de sus contrapartes masculinos a replicarse a sí mismos, y de plantear el suicidio como una solución en medio de una vida llena de problemas acuciantes, con el único defecto de que sólo puede ser utilizada una vez, se dedica a reflexionar sobre el triunfo del cristianismo.

Es irónico, o tal vez no lo sea, que el nombre de su obra fuera “2017”, siendo que su argumento principal sobre el triunfo del cristianismo sea el conteo de los años, que al parecer se realiza en todas partes tomando como referencia el nacimiento de Jesucristo. Szekely omite la pérdida de significado de este número, disfrazada inclusive como “era común” en el uso políticamente correcto de las fechas. Uso que tiene un efecto de censura, pero que revela a su vez la colonización de la cifra mercantil sobre el número pleno de sentido que conmemora el momento exacto en el cual el logos eterno comienza a contarse en la historia.
Alain Badiou, quien desde mi punto de vista carece de la fineza de Szekely, planteó en un artículo que el triunfo del cristianismo estuvo determinado por la construcción del aserto “Jesús resucitó”, que aunque se aproxima a una cifra, no lo es. En todo caso le atribuye la fundación de este discurso, mediante la formulación de ese aserto al perseguidor de cristianos, colaborador del protomartirio y luego converso, Saulo de Tarso.

Ciertamente no utilizo aquí la noción de discurso en el sentido más preciso y restringido que le da Lacan a partir de la segunda mitad de la década de 1960. Esos tejidos que para continuar su crecimiento micelial se alimentan de los cuerpos vivientes, de modo tal que en una experiencia analítica podemos encontrar y hasta cierto punto desenmarañar y levantar las hifas de hasta tres especies que han parasitado y configurado a un solo individuo.

El talante creativo de Saulo de Tarso se revela en mucha de su poesía, en el esfuerzo por integrar lo que Badiou llama un “acontecimiento” como parte de una tradición ya para ese momento milenaria, en su estilo epistolar, en las invenciones personalísimas que instituye como principios de una nueva organización del mundo. Hay sin embargo un punto que me vino recientemente a la memoria y que es el centro de este texto.

Estaba pensando en Galileo. Algo cambió con él ciertamente. La explicación de Koyré de que Galileo fue posible porque en el mundo metafísico de las ideas se modificó la idea de precisión, es exquisita. Pero no es plenamente satisfactoria. Qué hace que alguien haya dirigido la mirada hacia un cielo estrellado que ya se tenía por preciso y muy conocido por decenas de miles de años, a través un divertimento óptico que usaban los nobles para espiar a sus vecinos. Si algo era preciso, nos dice el mismo Koyré, era el cielo estrellado más allá de la luna.

Entonces el descenso de la precisión del cielo a la tierra se explica como dice Koyré, pero no el gesto de dirigir la mirada hacia Júpiter y encontrar las primeras cuatro de sus “lunas”. Y es que “luna” es casi un nombre propio hasta ese momento, como lo fue César, que luego se convirtió en el nombre de una función. Mirar a Júpiter, ver que estaban girando a su alrededor cuatro puntos luminosos, llamarlos lunas, derrocar así la estúpida idea milenaria de que todo tenía que girar alrededor de un centro, fuera la tierra o el sol, requirió mucho más que el cambio propicio en las estrellas del discurso.

Requirió coraje y por supuesto una voluntad de usar lo que se podía usar en un momento determinado. Los ojos y las manos como origen de un nuevo conocimiento, el aparato que luego se llamaría “telescopio”, la palabra “luna”, la amistad con los poderes eclesiásticos, la ironía en contra de los profesores. El descubrimiento del mecanismo del péndulo sí se parece más al descenso de la precisión al mundo sublunar, pero no contando con los medios para contar el tiempo usa lo que tiene literalmente a mano, usa su pulso.

Estos dos ejemplos me hicieron pensar que Galileo se distingue por ser un bricolero. Su especificidad está en usar lo que puede en un momento determinado, para organizar nuevas cosas. Igual que Saulo de Tarso. La diferencia quizá estaba en que mientras que para uno la verdad se había revelado, para el otro la verdad estaba en el porvenir. Y aunque fueran justos los juicios que los poderes de este mundo les hicieron a ambos, sólo uno de ellos salvó el pellejo, aunque realmente no tenía cómo sostener lo que estaba en juego con las propias reglas del discurso que estaba inventando.

Galileo bricolero usa lo que puede, de tal manera que no hay nada que no pueda ser utilizado. Rompiendo con una milenaria estructura de prohibiciones en relación con el hacer, el saber y el decir. Su límite, que se revela en el juicio que se le sigue, está en que el uso no es universal. Esta formulación del bricolero, femenina en su estructura, “no existe algo que no pueda ser utilizado, pero no todo tiene uso” se me hizo familiar. Está casi idéntica en I Corintios 10, 23 "«Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica."

Es una asociación tramposa la mía. En primer lugar el universal “todo” no es equivalente a “no existe alguno que no”. No hay traducción posible entre las dos funciones de los dos lados de la sexuación. Hay discontinuidad aunque sólo sea por el énfasis, mientras “todo” cierra, “no existe alguno que no”, abre. Pero la diferencia principal entre el bricolero y el apóstol está en la enunciación. Para el apóstol la verdad ya se reveló, todo lo nuevo debe ser incorporado a la interpretación ya establecida de antemano. Sirve como ley de selección u ordenamiento. De tal modo que el “no todo” de Saulo no tiene nada de femenino. Está preñado de la excepción, hay algo que decidió desde el principio: el sujeto supuesto a saber.

"¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?" es el versículo inmediatamente anterior. La liberación que trajo el cristianismo duró así de poco. En cambio la liberación bricolera de la palabra, que abre a la feminización del mundo, perdura y se profundiza. Es algo que acompaña al crecimiento globalizado, cáustico y uniformizante del capitalismo. Es el único medio de resistencia eficaz, la única alternativa real y está encarnada en el discurso freudiano.

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