viernes, 2 de noviembre de 2018

El Hamor



Conocemos el amor moderno, lo llamamos romántico. La queja de que no es ya trágico sobra, porque si seguimos a Víctor Hugo en el Prefacio de Cromwell nada en la modernidad es ya trágico. Nietzsche también nos advierte de las marchas y contramarchas, de las condensaciones y desplazamientos que los géneros sufren con el transcurrir del tiempo. De modo que lo que llamamos con el nombre de un género, es ahora otra cosa.

El amor más cercano a la tragedia es el de Romeo y Julieta. Y todavía se discute si eso constituye verdaderamente una tragedia según los cánones. Le falta la hamartia. Yo protesto porque la veo con claridad en el encuentro en la fiesta. Lo que la hace una tragedia que no es tragedia no es su estructura sino su tema. Nunca fue objeto de discurso trágico el amor entre un muchacho y una muchacha. Había influencia de los dioses para que a partir de sus apuestas inhumanas Paris raptara a Helena y había cólera de Aquiles porque le quitaron su botín de guerra, la esclava Briseida. También había su furia destructiva y gloriosa por la muerte de Patroclo.


Para Víctor Hugo el drama es la invención de la modernidad, que integra lo grotesco para que lo bello, siempre repetido, ya descubierto por los clásicos, hiciera su aparición triunfal en el centro de lo representable. La faz del siervo sufriente de Isaías, irreconocible por los golpes, prepara la ascensión del Salvador resucitado. Si lo bello es siempre idéntico a sí mismo, y fue definido en la época clásica, tanto que las primeras representaciones de Jesús se hacen bajo el modelo del Apolo del helenismo, lo grotesco está abierto, siempre se puede explorar, siempre se puede descubrir, porque es parcial, no es uno sino fracción. Además lo grotesco tiene un vaso comunicante directo con la comedia. Lo bello es natural, pero lo grotesco es real.

Se puede pensar entonces que el neurótico muchas veces es el desplazamiento fuera de época, hacia un momento en el cual es discursivamente insostenible, del amor cortés o del amor dramático de la modernidad. ¿La cultura no hace sino hablar de amor en sus productos mainstream? Hay que tener los ojos hervidos para no ver que en el fondo de este canturreo incesante es el desencuentro lo que está a punto de revelarse siempre en cada encuentro amoroso y que las más valiosas de esas producciones son las que lo insinúan. ¿El Complejo de Edipo, no es el colmo de la tragedia en nuestra vida? Claro, pero este sufrimiento que hace que Edipo se nombre a sí mismo como "El Desdichado", para Freud lo sufren bastante bien los niños entre los tres y los cinco años.

Y aquí está la clave entonces. Si el amor romántico, dramático, es lo propio de la modernidad, nuestro amor tiene diferentes formas. Podría decirse que es cómico, pero no es comedia lo que nos transmiten los neuróticos cuando nos hablan del amor. Tampoco ciertamente los fenómenos contemporáneos en los que la violencia sexual entre los cuerpos, reservada para la guerra en otros momentos históricos, sucede a plena luz del día en las ciudades de nuestra civilización.

El amor posdramático y postromántico no es cómico tanto como nonsense. Y el nonsense puede escalar desde lo francamente hilarante hasta lo más oscuramente gore. Nadar en lo hilarante del nonsense del amor sin ahogarse en su gore, es una propuesta ética que vale la pena explorar ahora que lo grotesco hizo metástasis y lo bello o es mercancía, o cosa de otra época, o el efecto de un encuentro instantáneo en medio de lo que no tiene ningún sentido. Y con respecto a lo que no tiene ningún sentido, uno puede desesperarse o soltar la carcajada.

Pasamos al hamor.
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La imagen pertenece a la película "How do you know" (2010)


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