Hace poco descubrí algo sorprendente: en Estados Unidos y Canadá venden centros de donuts. Me imaginé unas bolsitas vacías o más bien llenas de nada, pero ciertamente no era el caso. Vender bolsas con nada tiene algo de embaucador o de poético, pero esto era más bien un éxito comercial. Las bolsas contenían unos panecillos circulares de unos pocos centímetros, de un tamaño que se imagina uno casarían a la perfección en el centro de un donut.
Me
pareció que vender centros de donuts era la versión culinaria del discurso de Aristófanes
sobre el amor, ese que comenta Lacan en el seminario dedicado al tema de “La
Transferencia”. Es la versión repostera de los andróginos que tienen su otra
mitad en algún lugar del mundo y para quienes enamorarse era encontrar lo que
les hacía falta, la ficha faltante del rompecabezas. Vender los centros de los donuts
(o de bagels, porque también esos los venden), es un intento de hacer existir
la relación sexual, despojando al donut de la forma que lo constituye más
íntimamente, pues es justamente en torno a ese agujero que obtiene su forma
singular. Aloja un agujero que es a la vez su centro, pero que está por fuera
de él. Lacan trabajó alrededor de esta figura topológica, que se llama “toro”,
y planteó que el cuerpo humano era un “toro”.
La
superficie del cuerpo no es homogénea. El cuerpo está atravesado por agujeros. Si
quisiéramos recorrer con rigor la totalidad de la superficie del cuerpo,
ciertamente no navegaríamos solo por la capa exterior de la piel, sino que
tendríamos que introducirnos por cada uno de sus agujeros, de sus órganos, de
sus cavidades, encontrándonos una y otra vez en el interior y el exterior del
cuerpo.
El
bagel o donut se constituyen porque se ha extraído su agujero central. El toro representa
en la película la dimensión del todo, el Aleph de Borges, pero que es a la vez
la nada, pues es la pérdida de sentido del mundo. La película nos introduce
rápidamente en una gran confusión, en existencias paralelas, en la inmanencia
de realidades distintas, existencias divergentes, líneas evolutivas improbables
y disímiles que convergen en un mismo plano espacio-temporal.
Hay
mundos de la película que nos parecen especialmente bizarros, mundos en el que,
por ejemplo, las personas tienen manos de salchichas. Ciertamente eso es
extraño dado que nuestra realidad es otra, no entendemos el cuerpo humano así.
Pero tampoco somos del todo de esta realidad, de este mundo, “todo el mundo es
loco”, cada uno delira con su rareza. Muchas veces nos enfrentamos al caso de
personas que nos consultan para despojarse de sus rarezas, solo para encontrar
la ineliminabilidad de las mismas y afianzar el modo como éstas las constituyen
íntimamente, por fuera de un empuje a la norma que invita a su extracción y a
la normalización.
Podríamos
pensar que el reconocerse como parte de una línea evolutiva determinada (dedos
como los nuestros o dedos de salchicha o meñiques hiperpoderosos, no importa) y
compartir con otros esa identificación, es hacer parte de un discurso. No
reconocerse en ella, tener la certeza de advenir de una línea evolutiva
distinta y estar en un mundo con personas que hacen comunidad entre ellos, pero
no con uno, es la experiencia de alienación en la psicosis. El paranoico, por
su parte, en su lugar habitual de excepción, tendrá el delirio como recurso
para poderse explicar por qué su rareza excepcional ha hecho su aparición en
este espacio-tiempo. Si esta película fuese un delirio, podríamos decir que podría
lograr su estabilización a partir de organizarse en torno a ese agujero central
del bagel de la nada. Pero sería seguramente una estabilización precaria de un
mundo en el que los cuerpos pueden advenir marionetas, manejados por otros.
La
película nos muestra el conflicto entre Evelyn y Jobu Tupaki, que en la
realidad “principal” de la película es su hija Joy (alegría). Ella se había
enfrentado a una verdad en sus saltos por los múltiples universos que la
desconsoló, una verdad melancólica: nada importa. Cualquier decisión, cualquier
acción es irrelevante, no es más que otra de las infinitas opciones que se
suceden necesariamente en la coexistencia de multiversos. Todas las opciones
pasaran necesariamente, cada una en su multiverso y, por lo tanto, la
existencia, las existencias, no tienen sentido. Es posible solidarizarnos con
el desamparo de Jobu (Joy) frente al sinsentido de la vida. Pero ella tiene una
pata por fuera de su melancolía y está en el hecho de buscar un otro que pueda
ver lo que ella ve. Y la paradoja es que esa otra es nada menos que la más
mediocre de las existencias de Evelyn. Ella es la antihéroe por excelencia. Hay
un llamado al otro frente a ese desconsuelo que contraría su posición de la
cínica.
Hay
una escena conmovedora en la que, frente a toda esa confusión y no saber, se
abre una posición ética. La protagonista de la película, dotada de todos sus
talentos improbables en artes marciales, acá rescatados de su precariedad y
hechos norma, libra una lucha a muerte contra una serie de personas convocadas
por Jobu. Y su esposo, ese humilde oriental, le dice: ya basta. “Sé amable”, “Be kind”, “Be kind, especially if you do
not know what the hell is going on”. Es su clamor ético: no
entendemos; ante eso, seamos amables.
Posterior
a esa escena, la protagonista aborda las cosas desde otro ángulo: empieza a
encontrar en cada uno de esos seres improbables, una complementariedad. Hábilmente
procede a armar parejas entre esos quiméricos personajes o a darle cada uno con
su legítima rareza su objeto o un modo de satisfacción singular. Vamos viendo
que, a medida que sube esa escalera, va logrando propiciar para cada uno un
placer inédito en ese encuentro con el objeto o con el otro que es de alguna
manera un encuentro con el goce y una satisfacción de la falta. Darle a cada
uno lo que necesita, su modo singular de gozar.
Pero arriba, en la cima de la escalera,
nuevamente el recordatorio: no hay relación sexual. Persiste el bagel de la
nada, no hay objeto que cace en su centro. Insiste su vacío, nos traga la nada.
Pero Evelyn parece querer transmitir cómo alrededor de ese vacío, o incluso
gracias a ese agujero central, cada uno, en la precariedad de la vida, va
labrando su destino, uno más digno, uno en el que existir sea posible. Y hay
una voluntad que se afirma en cada existencia. Valorar los pequeños instantes
en los que algo tiene sentido. Incluso en la dimensión del sinsentido, aparece
el lugar para el humor, como recurso. Incluso, dirá, la ausencia de sentido, de
orden, implica que no hay normas. Por lo tanto, hay una afirmación de la
libertad.
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