Bagel de todo - Carlos Márquez

Si nos dejamos llevar por los prosdiorismos, de las cuatro fórmulas con las que Lacan organiza por fin lo que llama la sexuación, sólo uno no es un universal y no es el que pensamos habitualmente.

La pista ya está dicha en la manera de formularse. “Sólo uno” y “no es” es lo que se escribe como que “Existe al menos uno no sometido al goce del idiota”. Este enunciando es la transcripción del problema de Dios, del que occidente creyó por alguna razón, la que le es propia, que iba a descansar por fin antes de verse inundado por él desde su propia extimidad que construyó con la globalización, a fin de cuentas, un planeta toroidal no es imposible de pensar. El problema de Dios hoy impregna cada cosa, en cada lugar, todo a una vez.

Este cuidado es el que hay que tener con las traducciones, que los traductores traicionan al moverse de una lengua a la otra. Porque el “todo” de la película no aparece en las dos primeras partes del título y de la película, sino en la última. Las traducciones, como las mujeres, es bueno que sean buenas, pero cuando son malas es mejor. A este respecto, véase lo que hace Lacan con el ayenbite of inwit, que parte de una muy mala traducción de “remordimiento de consciencia” (again bite of inner wit) que un religioso hizo en el siglo XIV, para arreglárselas con una lengua inglesa que tenía muy pocos recursos, considerando que a partir de esa época creció a costa de su romance con nuestras lenguas.

En las dos primeras partes del título aparece es “cada”. “Cada cosa” y “en cada lugar”, y cuando aparece en el tercer acto, que es donde debe aparecer, en la traducción cae necesariamente de “all at once”, que más valdría pensarlo como en Fuenteovejuna “todo a una”, o “todo de una vez”, que nos introduciría al problema del Todo y del Uno, at once.

Everything es ya una construcción reiterativa pues every plantea ever each, cada elemento de un grupo. Pero al perderse el each en la contracción, hay que reintroducir the thing, Das Ding con la que Lacan nos regaló primero su objeto a, que es el protagonista de esta película.

Everything es cada objeto de un grupo de La Cosa. Pero el conjunto de los elementos no llega a ser la Cosa. Al menos Joy, cuyo nombre es en sí mismo una oda a la ironía, creía que podía hacer con ever each una Thing, para luego confundirse con ella. Esta pulsión es la que la lleva a la construcción de The Everything Bagel que, como se dice en inglés, is a thing, que se puede comprar en cualquier parte donde vendan bagels. El bagel de todo lleva muchos ingredientes, pero cuando Joy dice everything, quiere decir everything.

Porque su plan malévolo de villana es unirse con su madre en el bagel que resulta del colapso en un punto singular de toda la materia, la energía, el pensamiento y el sentimiento. Se identifica así en tanto mujer con la única ley científica que de Dios existir habría escrito con su puño y letra, la ley que le sirve de sinthome, la entropía.

Pero lo que hace bagel a ese agujero negro es precisamente la parte del agujero, por donde casi cae en el clímax de la película. Para ser salvada por el amor materno, y que salgan los créditos porque los clichés vuelan por todas partes como las patadas y los objetos en la estética de artes marciales que imprimen los Daniels a su divertida película.

Sin embargo, esta salida de créditos es engañosa, pues al menos en un universo la película como tal podría terminar allí: el amor materno puede salvar el día. La cosa es cómo leerla sin el ayenbite of inwit, sin el mordiscón del inconsciente, que es el que hace posible disfrutarla en colectivo en ese gregarismo con el que nos defendemos de la soledad absoluta en la que nos encontramos como Joy.

¿Quién es el sujeto de la enunciación? Como los Daniels se burlan del cine de autor, multiplicándose cada uno por dos para que no podamos encontrar el nombre de quien crea la película como tal, hay que ir a encontrarla en la lógica que le subsiste. Pues la marca se intentará borrar, que es lo que define al inconsciente, pero el borrón de la marca es intransferible.

Evelyn es el sujeto del enunciado en la película, hay que pensar que por medio de ella se intenta resolver un problema: tiene una hija adolescente. Y como la adolescencia es llevar al extremo el síntoma que se es de la pareja parental, su hija es una desengañada precoz.

Su desengaño amenaza todo el multiverso dado que, si todo es posible, nada importa. Contra el peso de ese argumento es imposible debatir. Pero les non-dupes errent, o como podríamos traducir, los que se las dan de vivos andan como locos.

En el fondo Evelyn, nuestro sujeto del enunciado, sabe que la hija tiene razón. La hija representa para ella su propio mensaje invertido, que como hemos dicho, es lo que constituye a un adolescente.

De modo que Joy es la adolescente que era Evelyn cuando se deja engañar por el amor, y al mismo tiempo es el resultado del desengaño que es la vida cuando se hace depender del amor el valor de la vida. Porque el poco de sentido que el amor le pueda dar a la vida no es suficiente frente al peso del hecho de que nada importa.

Y “nada importa” se puede escribir como que “no existe algo que no quepa en un bagel”, o como podríamos decirlo mejor, “no existe algo que no sea paja”, lo que nos lleva de nuevo al goce del idiota, a la masturbación que es adonde conduce el hecho de que el goce sea siempre autoerótico, y que el vínculo social aun en su máxima expresión de seriedad como lo puede ser el estado, representado magistralmente por la agente de la oficina de impuestos, no es más que la continuación de la paja por otros medios.

Ser una con la madre en una disolución infinita sería la dicha solución con la que Joy dice que puede poner fin a su desdicha. Al final de cuentas como Freud apuntó, la madre es la odiosa - ¡oh diosa! -responsable de no darle lo que la nombraría mujer y Evelyn insiste en dárselo con el nombre mismo de Madre, reduplicando la frustración de ambas.

La potencia destituyente de Joy es la que pone para Evelyn todas las cosas en movimiento, al no aparecer en la comparecencia con la agente de impuestos. Evelyn alucina entonces a un hombre que sí sea un héroe, que se le mida al padre en el que ella consigue hasta ese momento el poco de sentido que la hace no ahorcarse sobre la mesa del comedor llena de recibos.

La potencia destituyente de Joy es el reverso investido de la diligencia instituyente de Evelyn que no se priva de privarse de cualquier cosa con tal de demostrarle al padre que ella vale algo, a lo cual Joy replica esperando de ese mismo padre, su abuelo, el reconocimiento de su modo de amar.

Ambas están girando en torno al universal femenino, el que se escribe diciendo que no existe algo que no quepa en un bagel. Lo que cambia entre Joy y Evelyn es el acento de la investidura de este enunciado, en la hija la destitución pasa por un Otro entendido como el universo de todos los significantes para llegar a ella misma al final, en la madre atraviesa su mismo cuerpo para mantener al marido en la posición de un tonto.

Lo cual nos muestra que, en la mente de los Daniels, es decir, en el sinthome que lleve la voz cantante en ese matrimonio, ambas constituyen dos tiempos del mismo sujeto del enunciado.

Son las dos facetas de la misma locura cuyo enigma solo se resuelve al límite de la destitución del Otro, en el caso de Joy, la madre, en el caso de Evelyn, el marido. De quien sí se puede decir que es todo un héroe: el pobre padre y marido que tiene la fuerza para poner a su mujer en el lugar de la causa de su deseo, a pesar de ella, aunque eso implique ponerse como destituido a sí mismo al presentarle los papeles del divorcio, para que ella al menos alguna vez lo mire con ojos locos.

Es por vía de este marido que Evelyn puede pasar de madre a mujer, y por lo tanto transmitirle algo que valga la pena a la hija. Pues el marido destituido conviene más que el padre instituido para representarle la sutil fuerza de lo que en ella puede hacer objeción al todo-bagel.

El sujeto de la enunciación, que es el tramoyero de la obra, nos presenta su propia solución con la que quedamos satisfechos en la sala de cine, pues nos parece que está a la altura del extremo al que se llevaron las cosas: si no existe algo que no quepa en un bagel, si cada significante no es más que una potencia de significación, y cada significación no es más que la impotencia que le imprime el goce del idiota, es decir, si cada cosa es paja, entonces habrá que encontrar en cada significante lo que hace de límite a esa ley de hierro. Es decir, el campo de la necesidad de la significación fálica es idéntico al campo de la posibilidad que la desborda.

Dado que, por la contingencia de tener el falo, los hombres monopolizan el participio pasado, a las mujeres por renunciar a tenerlo, les queda el participio presente, donde “lo que a guisa de falo le estorba” a cada una (Lacan, Aun, Pág. 92). O traduciéndolo a un lenguaje más común: si bien es un hecho que la historia la escriban los victoriosos, es posible que el futuro pertenezca a los derrotados.

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