domingo, 23 de junio de 2024

La responsabilidad de construir y presentar casos


La construcción y presentación de casos responde a aquella premisa del control interno y externo que abre con el Acto de Fundación de Lacan el proyecto de una institución que pueda soportar los efectos de la formación y del discurso psicoanalítico. Esto plantea una serie de problemas topológicos sobre el adentro-afuera, así como sobre las transformaciones enunciativas que se operan durante el proceso de formación psicoanalítica.

Nada indica que el hablante no podría hablar solo, pero al hablarle al Otro se le sujeta y se equivoca, dice más de lo que piensa que dice y menos de lo que querría decir. Así se abre la posibilidad de que al devolvérsele algo de su propio mensaje invertido, capte un punto ciego en un análisis que dirige siempre sin saber muy bien cómo lo hace.

La Escuela está para hacerle pagar el precio por elegir a Lacan, por elegir autorizarse de su propio análisis y de su formación. Es el precio de que, si bien quiso decirse psicoanalista, o aceptar que así se le instituyera por la fuerza de una transferencia de la que es el objeto, es su responsabilidad irrenunciable la conducción de eso que seguimos llamando una cura. Expresión en la que insisto aprovechando el equívoco que Juan Luis Delmont introducía en Caracas, en tanto cura el curandero, pero también el curador. El psicoanalista es ahí quien dirige la cura que hace el hablante sobre su propio síntoma, su posición es la del curador de una obra en progreso.

Es de esto de lo que es responsable de manera irrenunciable, y no le vale para nada hacer uso del supervisor para zanjar una discusión sobre el diagnóstico o sobre lo que ha sucedido en dicho recorrido. Esté presente o no en la presentación del caso, este supervisor, pletórico de amor de transferencia, no borra la posición del psicoanalista.

Es la Escuela la responsable de hacerle retornar esto al mentado psicoanalista, desde una función de acantilado al que se le grita para que retorne el eco de su propia voz. Es entonces la Escuela acantilado frente a la cual nos paramos a decir sobre la soledad de nuestro acto. Y puesto que no existe La Escuela, que algo retorne es un hecho de caridad. Si bien el psicoanálisis debería curar del amor al prójimo, siempre hay la esperanza de que quede ahí un retoño cristiano, de modo que a quienes llamamos nuestros colegas no nos dejen en la indigencia del absoluto no-saber, o tengan la bondad de en ningún caso dejarnos hacer el ridículo creyendo que tenemos resueltos nuestros asuntos.

Esto introduce el problema de la transferencia que Ana Viganó aborda muy bien en su texto “Construcción de casos y control de la práctica como experiencias de formación para los analistas” donde dice que la función de la construcción y presentación de casos, “es que sirva a la transmisión de una enseñanza para la comunidad analítica”. (p. 155)

La transferencia es para esperar que se me arranque un pedacito de mi carne, para no salir completo por esa puerta después de hablar aquí delante de ustedes acerca de lo que hago. Elton John encontraría en la Escuela ese amor imposible al que le canta: que no lo desbarata, que no lo encierra, que no significa nada.

En la presentación de casos lo que capté lo traigo a control con la Escuela. Y aquellos a quienes me dirijo oyen ahí, cada uno desde su propio momento de la formación, de modo que lo que no oirán los más experimentados, puede que lo capten los recién llegados.

Es una responsabilidad, tal vez incluso un mínimo asunto de cortesía, que quien construye y presenta un caso debe dar los elementos de lectura del lugar desde dónde se pone para dirigir una cura. Por lo que tendría que intentar como mínimo plantear el problema de esos dialectos translingüísticos que son las estructuras clínicas y los datos necesarios para que se capte el marco del acto que está tratando de hacer pasar.

Como dice Ana, la perspectiva que conviene está orientada por las preguntas “¿qué es lo que el caso hace pasar?, ¿qué aprendemos con esto?, ¿qué nos enseña?, Incluso, aún, ¿qué devengo yo a partir de esto que pasa en la presentación del caso?” (p. 158)

Un analista por efecto de su formación sabe que olvida su decir y que tiene horror de su acto, y debería estar lo suficientemente advertido de que estos problemas tienden a empeorar conforme se siente más cómodo con la experiencia que va acumulando, de manera que su suficiencia le juega en contra. Por lo que la Escuela no es contingente a esa formación sino necesaria, tanto como el análisis y el control, a pesar de que las contingencias institucionales puedan hacer más difícil su función en momentos determinados.

Finalmente construir y presentar casos constituye un hecho de responsabilidad y de acción lacaniana en su forma más pura, pues es necesario que la sociedad donde practica determinado psicoanalista, sobre todo cuando ha sido nombrado miembro, sepa lo que éste hace, sus fundamentos y la concepción que tiene de su práctica.

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