sábado, 17 de octubre de 2015

Operando sobre lo imposible de soportar

Trabajo presentado en las III Jornadas de la NEL Caracas 16 y 17 de octubre de 2015

“Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.”

El final abrupto de este cuento de Kafka constituye una agudeza por lo inesperado: la desaparición de todos los referentes en los que se puede fijar la mirada. Antes de eso hay apenas tiempo para percatarse de que “el campo era una pradera rasa”. El desencadenamiento final ha sido anticipado por un acto: arrojar las espuelas y las riendas, lo que decide de la velocidad y de la dirección del caballo. Es dejarlo cabalgar por su cuenta “a través del viento” pues aun antes, de todas maneras, ya se está “constantemente sacudido sobre la tierra estremecida”. Al comienzo y en la penúltima frase los verbos están en condicional: “Si uno pudiera ser… apenas viera…”. En el medio ha pasado todo como si no se estuviera imaginando, como si en verdad uno estuviera cabalgando, sacudido, arrojando. La frase final es diferente, es una certidumbre “habrían desaparecido…”.

Este pasaje entre el condicional de la división subjetiva y la certidumbre del momento de concluir es lo que puede trabarse en el funcionamiento del neurótico. Si bien en nuestra práctica tomamos su sufrimiento como algo existente, actual y no fingido, también lo tomamos como un signo. Por ello tenemos esta doble posición: no lo desmentimos, pero estamos advertidos de que su consistencia está dada por un artificio sobre el cual nos autorizamos a operar.

Constituye un hecho de estructura que cuando llegue a consulta haya esperado demasiado y una contingencia ha sido sustituida por esta entidad imposible de soportar; un artificio que compromete su capacidad para amar, trabajar, o tan siquiera para sentirse tranquilo, y que lo mueve por fin a quejarse y buscar ayuda. Pero si ha esperado siempre un poco más de lo que hubiera hecho falta, es porque dicho artificio ha sido edificado para preservar de algo que se presume como algo que hay que evitar a toda costa. Ni la costumbre, ni la satisfacción que extrae de su nueva invención explican solas los sufrientes enredos en los que se ven envueltos los neuróticos en su proceso defensivo.

Es por nuestra apuesta y por nuestra escucha que esta entidad existe, pues es solo en nuestro discurso que se la toma como un síntoma analítico en potencia. El tratamiento de ese artificio dependerá de factores como el estilo del analista, el momento del análisis y la especificidad del sujeto que nos habla.

¿De qué se defiende el sujeto con tanto ahínco? ¿Qué lo conlleva a permanecer en la satisfacción sufriente que extrae de su síntoma? ¿Qué hace que prefiera el sufrimiento concomitante antes que su resolución?

Una primera aproximación lo puede dar el detalle del “esperar demasiado”. El neurótico no quiere dejar hablar a su síntoma, pagando con ello el precio de su complicación creciente. El dispositivo de la verdad se pone en marcha para lograr que el síntoma eventualmente sacie su sed de sentido, orientación que establece Lacan en el seminario XXIII. Esto es posible porque el dispositivo de la verdad tal y como es puesto en ejecución por el deseo del analista, apunta a la sonoridad del significante antes que a su carácter de productor de significaciones. La eficacia de esta sonoridad sobre el síntoma que el mismo psicoanálisis produce, es al mismo tiempo la condición del tratamiento y su modus operandi.

El cuento de Kafka simplifica notablemente algo que aparece en el mito de Escila y Caribdis. Odiseo debe navegar por un estrecho entre cuyos linderos se encuentran dichos monstruos. Siguiendo un consejo de su enamorada Circe, elige pasar cerca de Escila, perdiendo con ello una parte de su tripulación y no todo el barco como hubiera ocurrido si pasara cerca del remolino que produce Caribdis. Perder una parte en lugar del todo, es lo que Lacan nos muestra con el vel de la alienación. Una elección forzada, a la que los venezolanos en la actualidad estamos lastimosamente muy acostumbrados, si es que el malandro tiene la amabilidad de ponernos a elegir entre la bolsa y la vida.

No se elige perderlo todo sino que por no elegir, insistir en una posición fija, o quedarse dudando a uno se lo termine por llevar la corriente. En la contingencia de una decisión que le remita a su momento fundante, puede ser que el sujeto retroceda, contando con borrar sus huellas. Como aclara el cuento de Kafka y como lo muestra Odiseo, la elección está entre pasar o no pasar por el estrecho que lleva a la disolución del objeto del deseo en la cadena significante, esto es, a romper la ilusión de que se puede detener el transcurrir del tiempo.

Odiseo elige a Escila porque decide perder antes que no pasar. Kafka arroja las riendas y las espuelas para encontrarse desencontrado de sí mismo. La elección que requiere de coraje está en entre pasar o intentar detenerse. Esa no es una elección forzada, pues en ésta sí se juega la posibilidad real de detenerse con todas las consecuencias que ello conlleva. El psicoanálisis puede permitir a un sujeto pasar a ese lugar problemático donde el deseo desorienta, pues los significantes disponibles no pueden atraparlo, eso que llamamos en clave freudiana la castración. Pero el sujeto debe acceder a desbaratar su síntoma mediante la asociación libre y la interpretación analítica y a cambiar el uso de lo que va restando de una satisfacción sustitutiva a un signo de que está a punto de, mediante la lectura fantasmática de las contingencias de la vida, detenerse en relación con su deseo.

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