jueves, 13 de mayo de 2021

La elección y el propósito


El ciclo revolucionario atlántico había puesto sobre la mesa el problema de la toma de decisiones en sociedades que ya no podían sostener la ilusión de la autonomía del individuo como soporte para la monarquía absoluta. La democracia y la república son la revelación histórica de la función del Otro, sin el escamoteo imaginario de la religión cristiana. La Declaración de independencia de los Estados Unidos de América de 1776, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y el Discurso de Angostura de 1819, fundan al mismo tiempo el carácter relacional e inmanente de la autoridad política, la historicidad de las formas de gobierno y la inversión de la fuente de la soberanía.

En poco menos de un siglo, a finales del siglo XIX, ya estaba estructurado el pensamiento social. Por el lado de Marx, cuyo pensamiento se desarrolla en la cumbre de la revolución industrial e inmediatamente después del ciclo atlántico de revoluciones republicanas, se continúa el desplazamiento del individuo moderno del centro de las estructuras económicas, políticas, jurídicas e ideológicas. Abre un segundo impulso de secularización, en el cual “El Hombre” cede el trono que había heredado de Dios en la temprana modernidad. El individuo se desacraliza, quedando sólo el sujeto como súbdito de “La Historia”. Ese retoño hegeliano de la imaginarización de la función del Otro comanda a este sujeto que está compelido a tomar una decisión en favor de un movimiento que no puede decidir y que a falta de la noción de entropía, solo puede seguir un curso de progreso.

Poco después de Marx, con la segunda revolución industrial ya iniciando, Durkheim inaugura una teoría social sin sujeto. Allí las “representaciones” que están sometidas a leyes análogas a las de la selección natural, se crean y se destruyen en un escenario histórico sin ningún futuro determinado, sin orden ni noción de progreso. Las representaciones establecen la probabilidad de que una persona se suicide, se convierta en criminal, o la de que profese una u otra fe. Se cumple así un tercer movimiento de secularización, desplazando definitivamente al individuo y a su sustituto “el sujeto”. Los marxistas nunca perdonarían esta ofensa de la sociología y han pasado 130 años tratando de reinstituir su deidad cristianiforme en el centro de un pensamiento común que ya no la soporta.

A partir de la sociología científica el poder del estado se reduce a un modo de influir en probabilidades que pueden medirse y el poder del mercado se especializa en manipular estas representaciones para producir comportamientos. Es el reino de las políticas públicas y del marketing, basados en aumentar o disminuir las probabilidades de ocurrencia de fenómenos, sostenidas sobre leyes estadísticas sin ninguna mediación subjetiva. Los estados y las corporaciones se llenan así de burócratas que contabilizan recursos y establecen vías de acción para influir en el comportamiento de poblaciones entendidas como puntos indiferenciados de los que se sabe más o menos cómo se van a comportar. En el extremo opuesto de la psicología cartesiana, mi alma es un punto… en medio de una nube estadística de puntos.

Esta teoría social sin sujeto se desarrolla en Canguilhem, Koyreé o Levi-Strauss en la primera mitad del siglo XX. Su paso de la matemática de los números a la matemática de los modelos no puede engañarnos, en ellos puede captarse una fascinación por lo social puro, por una historia sin necesidad de sujeto. Es de esta generación de la que se dice que efectuó una muerte del hombre y del sujeto, pero podemos ver que es un programa llevado adelante por el ciclo revolucionario atlántico, el agudo análisis económico y político de Marx y la sociología científica.

Este programa es una voluntad de gobernar lo singular, bajo la forma de darle un propósito en el movimiento del todo. Sea que ese propósito sea funcionalista, político o histórico, lo singular es profundamente odiado y despreciado por esta episteme y sus cantos en pro de la emancipación siempre han culminado en formas de gobierno del cuerpo más o menos autoritarios, desde democracias mediatizadas por la mercadotecnia, hasta formas de totalitarismo tan sádicas y enloquecidas que harían sonrojar a los peores emperadores romanos.

Para cuando apareció el psicoanálisis, todos querían su parte de ese pastel. Para unos parece cumplir con el programa de la desaparición del individuo moderno bajo la forma de ese giro copernicano del cual Freud se sentía orgulloso, el giro según el cual, con la explicación de cómo funciona una neurosis, el yo deja de ser el señor de su propio feudo, y pasa a ser un fenómeno más entre otros que no obedecen a una voluntad. Como las fuerzas productivas de Marx y las representaciones de Durkheim, las mociones pulsionales freudianas, bastante vecinas de la naturaleza de las necesidades, darían sepultura final al problema de la elección.

Para otros parecía que reivindicaba la metafísica de un sujeto que tomaba decisiones heroicas en contra de esas fuerzas que lo determinaban. Dios sabe que trataron de hacer del psicoanálisis el mayordomo de los grandes proyectos revolucionarios, que se ocuparía en el ámbito del Oikos de aquello para lo cual el marxismo se reservaba el ámbito de la Polis.

Sin embargo, el concepto de elección aparece en todas partes en Freud. Elección de neurosis, elección de objeto, el individuo moderno, soberano, no desaparece, sino que se desdobla, se fractaliza. Hay que suponer que en algún momento hay un deux ex machina que echa a andar todo el entramado. Con Lacan se radicaliza este asunto con el misterio de quién y desde dónde realizaría la Urverdrängung o la primera Verwerfung. Aun en los momentos más febriles del esquema “demanda-deseo-necesidad”, no se puede eliminar del todo una radical y problemática elección primigenia. El mito del primer grito vela la necesidad de reintroducir el problema de la elección.

Freud es como un caballo de troya en el cual se pasa de la tragedia del destino inconsciente a la comedia de las desventuras del yo en relación con sus tres amos el ello, el superyó y la realidad. El psicoanálisis se presenta como un aliado en la destrucción de la noción de elección, pero conforme avanza en su elaboración hace de este concepto algo más problemático y presente. Si la primera tópica es del orden de la monarquía absoluta del inconsciente, con la segunda tópica asistimos a un tipo de solución negociada propia de las democracias liberales entre el ello, el yo y el superyó. Acuerdos endebles que deben ser replanteados con el retomar del análisis en períodos determinados de tiempo, hasta que Lacan formule su doctrina sobre el pase.

Con ello Lacan reintroduce el problema de la libertad y de la felicidad de una manera problemática como corresponde con el descubrimiento freudiano. Nosotros existimos en el espacio discursivo abierto por esa elección imposible por la elección imposible, cada uno puede rastrear en su historia cómo llegó a decidir que un arreglo singular tiene la misma operatividad que “la realidad”.

Ahí se requiere coraje y astucia. El qué marca la sustancia de la interpretación analítica que apunta a hacerse responsable por un goce que está fuera de regulación. El cómo y el cuándo implican el cálculo para introducir en un Otro social altamente fragmentado y violento el problema de la elección que tiene casi doscientos años de intentos sostenidos por ser olvidado.

Los dos temas con los que nos las tendremos que ver en los próximos meses y que de diferente manera nos interpelan, están atravesados por esta problemática. La violencia que no cesa y la deriva de los asuntos planteados por la teoría del género están bañados desde el pensamiento social contemporáneo por una desresponsabilización sistemática que no podemos cohonestar. Por una parte, se le plantea al sujeto que es un producto y una víctima de los determinantes históricos y por la otra se lo exige con una moral que lo obliga a cambiar cosas que desde esa misma episteme se sitúan como fuera de su control.

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