PRÓLOGO
Ana Viganó[1].
Siempre me han gustado los amaneceres. Y El amanecer de lo singular es ante todo
el amanecer de un libro, lo cual es más que buena noticia en tiempos en los que
una y otra vez los agoreros de la incertidumbre pronostican su desaparición.
Juego. Me gusta hacerlo y como diría Márquez, no tengo
por qué ocultarlo. La tan mentada desaparición en los baúles del recuerdo
destinados a una época pasada refiere no sólo a los libros impresos o aun a la
noción misma de qué es un libro y sus variaciones.
Frente al avance imparable de la tecnología digital,
la transformación cognitiva que hizo su entrada triunfal con la lógica de
ventanas emergentes en las computadoras y confirmó su realeza con la llegada de
Internet y la arborización de links; la mutación de la costumbre narrativa por
el contenido informativo comprimido en flashes, tuits o el minuto a minuto de
un partido de fútbol que una vez concluido, pierde absoluta relevancia de
escritura; frente a frente con ello, el libro es un sobreviviente rebelde que
insiste.
Pero la amenaza de aniquilación refiere todavía y sin
dudas al psicoanálisis mismo cuya inminente muerte ha sido proclamada equívocamente
más de una vez. Y aún hay más. La idea de lo singular es la que se ve amenazada
como nunca en estos tiempos, quizás porque estos tiempos son también fruto de
una manera de concebir lo singular que ha cambiado la historia. Allí donde la
época y sus paladines promueven una retroalimentación continua orientada como
nunca a que la individualidad se realice como autogestada, a que los sujetos
crean que las riendas están en sus manos y que con ellas dirigen sus destinos a
fuerza de pensamientos insistentes y frases programáticas; a brío de mapeos
genéticos y neuronales que albergan la esperanza de un plan de ruta objetivo y
objetivable o a golpes de químicas siempre dispuestas a suplir la dimensión de
responsabilidad sobre los propios deseos y goces; allí donde la tecla delete puso ante nosotros la posibilidad
de virtualmente hacer y deshacer, tocar y retocar, borrar los tropiezos sin
huella ni caminos de rectificación o corrección, e incluso imaginar que
reiniciar es siempre posible sin marcas, que amaneceres pueden sucedernos a
puro empeño de voluntad y determinación, la idea de un amanecer de lo singular
es la apuesta por una dimensión que toma de la teoría del acto su fuerza, pero
que ubica una topología en la que espacio-tiempo y acontecimiento cobran una
relevancia inédita.
Por eso el autor desliza su pluma intentado, a veces,
mostrar. En ocasiones, el recorrido fluirá en las vías de la demostración. Y en
otras más, vencer alguna contienda es su consigna. Y me detengo un momento en
ello. Porque no se trata solo de las contiendas que la vida le ha puesto a
Márquez en estos años y en las que se ha visto concernido y por ello convocado
a debatir. Creo que tampoco se trata solo del gusto de Márquez en relación a la
enseñanza e investigación -propias también del campo del que proviene su
formación universitaria en ciencias sociales-. Vencer es, desde que Freud inventara
al psicoanalista y con él una nueva forma de lazo social irreductible a las ya
existentes y crucial en su novedad histórica, el significante que ubica que
tanto la práctica puertas adentro de los consultorios como la presencia de los
psicoanalistas en las ciudades en donde esta práctica sucede establece un campo
de batalla en el que paradójicamente no se trata de ganar ni de triunfar de
ningún modo -recordemos que para Lacan, si algo puede triunfar en todo caso se
tratará de la religión-.
Supervivencia es lo que Lacan propone y que puedo leer
aquí como forma de vencer, haciendo ex-sistir el psicoanálisis y con él la posibilidad
de un singular siempre del orden de la invención única e irrepetible, que no
sea fagocitado por la maquinaria de los universales ni los particulares, ni por
los circuitos de un goce que se pretenda elevado a la condición de cielo -o de
infierno-, bien nombrado en las páginas que siguen como la autofundamentación
en el propio goce.
Así es como vemos amanecer un autor, que es también
psicoanalista.
Y entendemos entonces que Márquez inicie su travesía
por un “desde dónde se lee” que no puede sino llevarnos a la ética en juego de
inicio a fin. Un “desde dónde” que enlaza la noción de un cierto amor genuino y
peculiar tanto a los decisivos momentos de inicio y final del recorrido
analítico -amor en los plenos y múltiples sentidos de la palabra, y muy
especialmente en lo que hace al sujeto enamorado por sus tormentosos enredos
con la verdad- sino que también enlaza a quienes optamos por esta práctica en
las filas de un “partido de los que quieren que lo real” -al que se opone la
verdad aun siempre relativa a éste- “tenga un lugar en este mundo”.
Varias páginas bordearán las variaciones de la verdad,
lo verdadero, lo falso, lo real y la transferencia. En cada una de ellas puede
el lector encontrar esclarecimientos inteligentes bajo formas claras de
transmisión, propias del estilo del autor y su propia satisfacción en juego que
destila su escritura y que él mismo no teme esconder, por fortuna.
Pasarán hoja tras hoja por Woody Allen, Blue Jasmine y
el factor de corrección; el Papa, la fisión y la fusión nuclear; los
fundamentos de una Escuela de psicoanálisis y los efectos de formación que
velan por la supervivencia de analistas en el siglo XXI; la hermenéutica, los
efectos de sentido, contrasentido y el sentido paradójico; la mutación de la
física en el siglo XX y su modo de proponer una comprensión del universo que
incluya como defecto de cálculo la variable especulativa de una manera nunca
antes concebida en la historia del pensamiento. Y estarán aquí, a ojo de buen
cubero, en la mitad del libro.
Si éstas son las páginas que lo abren, las que lo
cierran no pretenden cerrar más que la experiencia de recorrer párrafo a
párrafo el objeto que el lector tiene ahora entre sus manos. Pero de ninguna
manera proponen cerrar la dimensión de experiencia de lectura -concepto
fundamental no solo para el acto de leer sino para la experiencia misma de
atravesar un análisis-.
Seguirán leyendo luego de cerrar el libro.
Porque volverán sobre sus páginas haciendo sus propios
zurcidos, bordados y extractos. Porque seguirán resonando ideas en busca de
lozanas flexiones y reflexiones. Porque “lo indómito”, que la segunda parte
presenta, se despertará en los lectores que consientan a dejarse tocar por la
fuerza de los ejes rectores de cada capítulo, instando a encontrar nuevas
escrituras.
Auguro. Deseo. Anticipo. Prevengo.
Transitarán entonces -si han decidido hacerlo-, por el
hombre de los lobos y la fijación de goce; las invasiones zombis en la
literatura y el cine, y la idea de epidemia como forma de existencia social; el
lugar del padre y el goce femenino; San Juan de la Cruz, Björk, Dogma y el goce
suplementario; Two and a half men, Depeche Mode y el significante de la falta
en el Otro; las fórmulas de la sexuación y la clave del paso del tiempo; la
repetición y la iteración; Romeo y Julieta, Her, el amor necesario, trágico e
imposible; el cuerpo que estorba y la Otredad; para caer en la cuenta al filo
de las últimas páginas, del amor -nuevo amor- aun.
A veces montaña rusa, a veces calidoscopio, la
secuencia no pierde rigor ni entretenimiento lo que agradecemos tanto los
lectores ya formados en algunos de los conceptos trabajados, como aquellos que
apenas se animan a saber sobre el psicoanálisis y echan a andar con este libro sus
primeros pasos.
Recopilación de once escritos producidos cada uno por
su propia causa reconocible en cada caso -Márquez lo anuncia en su Introducción-
pero reconducible a una causa común que habla quizás del autor incluso más de
lo que aquí he apuntado, y que atraviesa los textos haciendo de ellos una serie
orientada. Es un libro que contagiará el deseo, en la singularidad de cada
lector. Piezas sueltas que configuran una forma distinta según se las ilumine.
Y a ello estamos felizmente convocados: a dar nuevas
luces e inédita proyección a esta causa que le anima, con la causa de cada uno.
Causa que se revela
análoga a los números primos que Márquez nos recuerda citando a Freud: no
susceptibles de ulterior división, indescifrables en sí mismos pero llaves del
desciframiento posible de todo lo demás; solitarios estructuralmente -¡cómo no
recordar aquí a Paolo Giordano y su novela!-, pero capaces de volverse germen
del lazo, conjurando la maldición de la soledad para volverla b(i)endi(c)ción
de lo posible en la frontera de lo imposible.
[1] Psicoanalista argentina, miembro de la NEL (Nueva
Escuela Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis),
actualmente reside en México D.F.
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