viernes, 24 de abril de 2015

"Las que no existen..."

Conferencia en el Café de los Sábados de la Fundación Francisco Herrera Luque, en colaboración con Backroom Caracas.

“De un lado de la humanidad están aquellos que existen, saben hacer y hacen saber. Saben hacer con el saber industrias, puentes, tamiz y pañales desechables, guerras, bebés probeta, medicinas, bombas, autos, tortura, fortuna, enfermedades, fast food y cigarro. Y del otro lado están las que no existen y solo hacen con lo imposible, desafiantes de Dios: desesperación, suicidio, pasión, locura, ferocidad, ficción, poesía, éxtasis. ¿Por qué? Porque no hay La.” (Luterbach, 2012, 13)

Este “De un lado y del otro” que usa la psicoanalista brasileña Ana Lucía Luterbach en su libro “La erótica y lo femenino” es una referencia al esquema de la sexuación que Lacan postula en su seminario 20. Este esquema está ahí para cualquiera que lo quiera ver. Es uno de los que Lacan llamaba sus matemas, pues transmite sin sentido, y da la ley de su propia interpretación.

“Las que no existen y solo hacen con lo imposible” llama Ana Lucía Lutterbach a las que se ubican del lado femenino. Quien se ubica del lado femenino de la historia, de la humanidad, está constantemente lidiando con lo imposible. Hay diferentes maneras de hacer esto, pero como “no hay La”, es decir, no hay el universal que dé la ley de la variabilidad de las posibilidades de lo femenino, habrá quien quede en esta tarea en una situación menos ventajosa que otra, dependiendo del momento histórico. Al estar excluida la posibilidad de existencia de esta ley, no hay criterio de comparación entra una y otra, sino que si acaso quedan registradas sus invenciones o los efectos de quien sucumbe, de quien enferma en su manera de lidiar con lo imposible. Por ello los psicoanalistas nos orientamos por el síntoma, porque lo imposible aparece allí como lo imposible de soportar para un determinado hablante.

Sin duda una de los lugares donde preferentemente se expresa la diferencia y articulación entre estas dos clases de seres hablantes o mejor dicho, entre un conjunto que forma clase y otro que no, es en la experiencia amorosa. Es porque constituye un lugar privilegiado para el encuentro con lo imposible. Y esto vale tanto para hombres como para mujeres. La diferencia según la cita de Ana Lucía es que los que se ubican del lado femenino “solo hacen con lo imposible”, mientras que los otros tienen más posibilidades de distraerse.

Pero en el amor no hay distracción, por una alquimia exquisita para el varón encontrarse con una mujer puede convertirlo en un deseante, dejar de ser un significante en una serie y convertirse en un falta-en-ser. En un trozo de ser que cree que hay algo que puede completarlo más allá de sus propios atributos. El amor feminiza al hombre, que de querer tapar el agujero con su priapismo adolescente, cree que ha encontrado un objeto que calce con su falta recién descubierta.

El encuentro amoroso puede observarse en el arte y la literatura, he elegido dos relatos de Tolkien que forman parte de su Quenta Silmarillion, para mostrar algo de este encuentro. El primero, entre Thingol, el rey elfo, y Melian la Maia:

“…Y sucedió una vez que [Elwë] llegó solo al bosque…, iluminado por las estrellas, y allí escuchó de pronto el canto de los ruiseñores. Entonces cayó sobre él un encantamiento y se quedó inmóvil; a lo lejos, más allá de las voces de los lómelindi, oyó la voz de Melian, y el corazón se le colmó de maravilla y de deseo. Olvidó entonces por completo a su gente y los propósitos que lo guiaban, y siguiendo a los pájaros bajo la sombra de los árboles, penetró profundamente en Nan Elmoth y se extravió. Pero llegó por fin a un claro abierto a las estrellas, y allí se encontraba Melian; y desde la oscuridad él la contempló, y vio en el rostro de ella la luz de Aman.

“No dijo Melian ni una palabra; pero anegado de amor, Elwë se le acercó y le tomó la mano, y en seguida un hechizo operó en él, de modo que así permanecieron los dos mientras las estrellas que giraban por encima de ellos medían los largos años, y los árboles de Nan Elmoth se volvieron altos y oscuros antes de que ninguno pronunciara una palabra.” (Tolkien, 2001, 60-61)

El segundo, entre Beren el hombre y Lúthien la elfa:

“Se dice en la Balada de Leithian que Beren llegó tambaleándose a Doriath, con cabeza cana y como agobiado por muchos años de pesadumbre, tanto había sido el tormento del camino. Pero errando en el verano por los bosques de Neldoreth, se encontró con Lúthien, hija de Thingol y Melian, a la hora del atardeder, al elevarse la Luna, mientras ella bailaba sobre las hierbas inmarcesibles del claro umbroso junto al Esgalduin. Entonces todo recuerdo de su pasado dolor lo abandonó, y cayó en un encantamiento; porque Lúthien era la más hermosa de todos los Hijos de Ilúvatar. Llevaba un vestido azul como el cielo sin nubes, pero sus ojos eran grises como la noche iluminada de estrellas; estaba el manto bordado con flores de oro, pero sus cabellos eran oscuros como las sombras del crepúsculo. Como la luz sobre las hojas de los árboles, como la voz de las aguas claras, como las estrellas sobre las nieblas del mundo, así eran la gloria y la belleza de Lúthien; y tenía en la cara una luz resplandeciente.

“Pero ella desapareció de súbito; y él se quedó sin voz, como presa de un hechizo, y durante mucho tiempo erró por los bosques, impetuoso y precavido como una bestia, buscándola. La llamó en su corazón Tinúviel, que significa Ruiseñor, hija del crepúsculo, en la lengua de los Elfos Grises, pues no conocía otro nombre para ella. Y la vio a lo lejos como las hojas en los vientos de otoño, y en invierno como una estrella sobre una colina, pero una cadena le aprisionaba los miembros.

“En la víspera de la primavera, poco antes del alba, Lúthien bailó en una colina verde; y de pronto se puso a cantar. Era un canto vehemente que traspasaba el corazón como el canto de la alondra que se alza desde los portones de la noche y se vierte entre las estrellas agonizantes, cuando el sol asoma tras las murallas del mundo; y el canto de Lúthien aflojó las ataduras del invierno, y las aguas congeladas hablaron, y las flores brotaron desde la tierra fría por la que ella había pasado.

“En ese momento el hechizo de silencio cesó de repente, y Beren la llamó, gritando Tinúviel; y los bosques devolvieron el eco del nombre. Entonces ella se detuvo maravillada y no huyó más, y Beren se le aproximó. Pero cuando Tinúviel lo miró, la mano del destino cayó sobre ella, y lo amó; no obstante, se deslizó de entre los brazos de Beren y desapareció en el momento en que rompía el día. Entonces Beren cayó desmayado en tierra como quien ha sido herido a la vez por el dolor y la felicidad, y se hundió en el sueño como en un abismo de sombra; y al despertar estaba frío como la piedra, y sentía el corazón árido y desamparado. Y con la mente errante andaba a tientas como quien ha sido atacado de súbita ceguera y trata de atrapar con las manos la luz desvanecida. Y así empezó a pagar el precio de la angustia, por el destino que le había sido impuesto; y en este destino estaba atrapada Lúthien, y siendo inmortal compartió la mortalidad de Beren, y siendo libre se ató con las cadenas de Beren; y ninguna Eldalië había conocido una angustia mayor.

“Sin que Beren lo esperara, ella regresó al sitio donde él estaba sentado en la oscuridad, y hace ya mucho en el Reino Escondido puso su mano en la de él. En adelante vino a verlo con frecuencia, y se paseaban secretamente por los bosques desde la primavera hasta el verano; y ningún otro de los Hijos de Ilúvatar tuvo alegría tan grande, aunque el tiempo fue breve.” (Ibíd., 193-195)

De estos dos encuentros se pueden tomar varias semejanzas. La presencia del ruiseñor, el canto como lo que produce un encantamiento o lo que libra de él. Si añadimos el encuentro amoroso entre el hombre Aragorn y la elfa Arwen, donde él la llama “Tinúviel” creyéndose ante una visión de Lúthien, el ruiseñor está presente en cada uno de los grandes encuentros amorosos que escanden las edades de la historia de Arda. No es de extrañar puesto que los Ainur crearon al mundo cantando, y los Elfos hicieron su éxodo hacia occidente cantando. Es la consistencia que el objeto voz da a este mundo inventado por Tolkien. En todos estos casos excepcionales un mortal se encuentra con una inmortal. ¿No podemos ver allí una representación de la diferencia abismal entre un ser enteramente simbolizado, imbuido en el complejo de castración, cuyo acontecimiento decisivo es el encuentro con un objeto que recorta del cuerpo del Otro y que representa, vela y revela su inconsistencia y otro ser que solo a medias y sujeto a una decisión, está en esta organización?

Beren la nombra Tinúviel, es decir, ruiseñor. La nombra puesto que no la conoce, por el objeto que lo completaría. La nombra pero el que queda atrapado es él. Cuando ella canta él queda liberado, cuando ella lo ama queda atada. Esa dialéctica que se da por primera vez entre un ser mortal y una inmortal plantea el carácter raro del encuentro amoroso. En la noche, cuando canta el ruiseñor, cuando el cielo es más que el lugar de la ausencia del falo resplandeciente que mira desde el cielo, en la infinita variabilidad de las estrellas reducidas a una pantalla binaria, ella posa la mano sobre la de él para quedar ligada a su destino.

Más allá de las semejanzas estructurales entre ambos encuentros, cabe subrayar la singularidad de sus resultados. El paradigma al cual podemos dar el carácter de ley de estas diferencias y semejanzas está escrito en otro libro diferente, pues Tolkien nombra Lúthien a su amada esposa, y se hace llamar Beren él mismo, es el epitafio de una sola palabra, en las tumbas donde están enterrados uno al lado del otro compartiendo su destino mortal. Un destino del cual él sabía que para ella fue una elección que ha tomado por amor, porque ella solo se ha ligado a sus angustias por propia decisión, pues si un hombre solo puede estar determinado, sea por su relación al falo o por su amor a una mujer, una mujer puede decidir en cambio entre más opciones. Puede intentar hacerse determinar a toda costa, pero puede también quedar indeterminada.

Testimonian a favor de la idea de que los elfos de Tolkien están del lado femenino de la sexuación, no obstante que muchos de ellos sean muy grandes guerreros o reyes, no sólo el canto y el amor a las estrellas y a la noche desde el momento de su despertar en Cuiviénen. También el hecho curioso de que las dos grandes series de guerras de la Tierra Media hayan sido desencadenadas por su inexplicable apego a las joyas. Primero los Silmarils, y luego los anillos de poder. Porque en este segundo caso que los enanos, siempre avariciosos, aceptaran ese regalo de Saurón no extraña, que a los hombres se los seduzca con el poder que los anillos supuestamente les darían tampoco es raro. Pero qué necesidad tenían los tres señores elfos de caer en la seducción de sus enemigos no una sino dos veces y por obras de sus propias manos, sino es porque no podían hacerlo de otro modo.

La fascinación que el significante fálico ejerce sobre las que no existen, es decir, la fetichización de ciertos objetos llevada hasta la sublimación, hacerse determinar así, para al menos formar parte, es la pasión de abandonar algo de la singularidad y transferirla al objeto único precioso. Y encadenarse así al destino de un objeto, sea una joya o cualquier otra cosa preciosa como su propia imagen en el espejo, que la represente en un mundo del que se sienten irremediablemente extranjeras, puesto que siempre el mundo será de los hombres. Es una pasión que puede muy bien devastarla o devastar la tierra, como sucede con el mercado de diamantes y sus consecuencias. Porque la fetichización de la mercancía es uno de los procesos concomitantes con la feminización del mundo, que tiene como horizonte no una aldea global sino un enorme hormiguero.

Esta feminización del mundo es una de las consecuencias más sutiles que Jacques-Alain Miller saca de la declinación de las jerarquías organizadas alrededor de la identificación al rasgo del padre muerto. Eso que Freud llamaba las masas artificiales, y que hasta la modernidad tardía constituían prácticamente la única forma de socialidad reconocida en nuestra cultura.

El modelo de integración social cambia, aprovechándose para esto el hecho de estructura de que una mujer puede decidir hacerse determinar por un objeto fetichizado, elevado a la condición del falo simbólico. Sin duda, alguna ventaja extraerá de allí. Por lo pronto hacerse determinar detiene la deriva de estar por estructura excluida del mundo, por ser irrepresentable.

Pero también una mujer puede decidir quedar indeterminada, y esto es lo que teme tanto esa excrecencia del actual relativismo amoroso, ese fundamentalismo que llamamos machismo, al cual se lo denuncia por su atavismo como si no fuera una invención novedosísima, como si lo hubiéramos heredado desde no se sabe qué época. Y le tiene tanto horror a esta posibilidad de mantenerse irrepresentable que conserva en potencia una mujer, que tiende a desembocar cada vez más en el pasaje al acto feminicida. De este modo el feminicidio se convierte en la clave para interpretar todo efecto de segregación. Es el paradigma de toda segregación sistemática de masas, como el desencadenamiento de la tentativa de acabar con lo diferente que se ha vuelto insoportable.

De modo que lo que hoy se propone a las que no existen, desde los diversos dispositivos societales, pero por extensión a todos los hablantes que por el quiebre del viejo orden quedamos también en una posición precaria en la estructura, es la dialéctica de la Determinación-indeterminación, es decir, quedar prisionera o desencadenarse. Frente a esto está la invención de un lazo diferente, que no sea una prisión, pero que no deje a cada uno a merced de su libertad absoluta. Un nuevo lazo con un significante que no aliene sino parcialmente, cerniendo el agujero en lo simbólico por donde el cuerpo se manifiesta.

Como en el cielo al que le cantan los elfos de la primera edad de la Tierra Media se distribuyen las estrellas, antes de que fueran creados el sol y la luna, así se distribuyen una a una las mujeres en la existencia, singularísimas, inclasificables. Revelando a los hombres nuestra propia inclasificabilidad y por lo tanto sintomatizándonos, con una vertiginosidad muchas veces angustiante, como la que imprime la energía oscura a la expansión del universo. Y esto no sucederá sin violentas reacciones, y no solo por parte de los fundamentalismos de índole religiosa.

El amanecer de lo singular, que es la irrupción de lo real de lo femenino en la historia, es un hecho constatado y precipitado al mismo tiempo por el psicoanálisis. A esto está consagrado enteramente nuestro discurso. Pues es en virtud de lo femenino que puede decirse, como dice Tolkien, que “…Desde fuera del mundo, aunque todas las cosas puedan preconcebirse en la Música o pre-verse en una visión lejana, a los que en verdad penetran en Eä las criaturas siempre los sorprenderán, como algo novedoso que nunca fue anunciado.” (Ibíd., 53)

Textos citados
Luterbach, A.L., (2102) La erótica y lo femenino. Buenos Aires: Grama.
Tolkien, J.R.R., (2001) El silmarillion. Buenos Aires; Planeta/Minotauro.


1 comentario:

  1. "Como algo novedoso que nunca fue anunciado...." La maravilla de Lalangue, el acto de escribir, lo femenino que impulsa a la escritura. Un texto cuya arquitectura masculina, se maravilla frente a lo irrepresentable.-
    Hace falta saber hacer con lo imposible para atravesar, diría, horadar esta época.

    Abrazos, Carlos Marquez

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