domingo, 15 de mayo de 2016

Saltar del vacío

Participación en el seminario "Cómo leemos las aventuras de Alicia" que coordinan Raquel Baloira y Alexander Méndez con motivo del 150° aniversario de la publicación del libro.

“…el arte no es otra cosa que un intento de saltar del vacío...
…hay que saltar del vacío, tomar un lápiz,
un pincel, un montón de arcilla y garabatear…”
Alejandro Castro (1 pág. 9)

Una letter ladder, para salir del pozo que uno mismo se construyó por leer mal, por no percatarse de que en lugar de algo monstruoso lo que hay es una letra que de manera inevitable no existe. Sobre esa letra que falta se teje una fantasía que condena a la miseria de la fijación con los objetos. Hacer del agujero una trampa es posible solo cubriéndola con una manta que es moraleja. Al pisar la moraleja se cae en el vacío o se salta al vacío.

Ya habiendo caído esa diferencia pierde toda importancia, puesto que de las consecuencias no queda otra que hacerse responsable. Porque caer al vacío es irresistible, con las letras que sí existen, puede construirse una letter ladder, una escalera de letras para escapar del agujero, para salir de la trampa, para saltar del vacío.[1]

Y vaya que no hay valla, la baya tienta para que vaya uno a caer. Luego a tientas intentar detentar alguna desdentada ostentación.

La moraleja concentra la potencia del muro del lenguaje que se complace en derruirse mientras ostenta su fuerza con el murmullo y el barullo. El hablante se ve llevado a meterle el hombro para terminar aplastado por su poder de pacotilla. Como el de la reina de corazones, cuyo jardín de ensueño ha captado el deseo de Alicia, hasta que por fin puede entrar para verse enredada entre sus tejes y manejes. Una rosa blanca es una rosa blanca, y para cortar una cabeza hace falta que esté pegada a un cuerpo. El muro del lenguaje se crece y se goza en la dialéctica de cómo rodear estas “verdades que son ciertas, aunque no evidentes” (2), puede emparedarlas pero no vencerlas. Son imposibles de soslayar. Son inevitables.

¿Cómo un discurso que prepara para lo inevitable puede considerarse subversivo? Esa es la historia del discurso psicoanalítico. Pues es tanto más subversivo cuanto más delira el muro del lenguaje frente al cual se dispone con una sonrisa que no se desvanece después de más de cien años. Él es la alegría singular que se desprende del malestar. (2)

Por eso cada una de las moralejas de la Duquesa hay que tomarlas al revés, hasta destruir la idea misma de moraleja, es decir, de máxima universal que permita sobrellevar los encuentros contingentes como si fueran casos.

“Todo tiene moraleja, siempre que seas capaz de encontrarla” (3 pág. 90) dice la Duquesa. La primera que dispara es candorosa: “¡Oh, es el amor, es el amor, lo que hace girar al mundo!” a lo que Alicia le responde murmurando, citando las propias palabras de la Duquesa en el anterior encuentro, que se ocupe de sus propios asuntos (3 pág. 91). La Duquesa aprovecha la palabra “ocuparse” para lanzar la segunda moraleja: “Cuida el sentido, que los sonidos se cuidarán solos” y Alicia piensa “¡cómo le gusta encontrarle moralejas a las cosas!” (3 pág. 92)

Esta segunda moraleja, de una corrección política exquisita, no solo es falsa sino profundamente peligrosa. Si algo se puede entender después de esta conversación es por qué la cocinera le lanzaba los platos por la cabeza. Esa sería la moraleja. Cuando alguien venga a decirte que cuides del sentido, porque las palabras se cuidarán solas, lánzale platos por la cabeza, amenázala con un picotazo de flamenco. Dile, “tengo derecho a pensar” y finalmente desecha ese regalo tan barato[2].

Porque de lo que hay que cuidar, como se cuida de un jardín, es precisamente de los sonidos, de las letras que conforman las palabras. El sentido anda de su cuenta, es imposible saber dónde vas a terminar cuando te distraes con él. Cuidar del sentido es, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo. Por ello las fallas en los sonidos de quien habla son preciosas para nosotros, son la pequeña puerta por la que se entra a la tierra del asombro y de la interrogación[3].

¿Es esto lo que hay que transmitir sin descanso a los niños hoy? ¿Qué las órdenes y los gritos, las arbitrariedades y las seducciones que conforman el muro del lenguaje no son más que un mazo de naipes y que no hay que tenerles miedo[4]?

Frente a este coraje, no la obscenidad de la reina sino la debilidad del rey es el escollo más peligroso. Lo llamamos en nuestra lengua “declinación de la función paterna o del nombre del padre”. Un rey débil es el juez más cruel, que está detrás de las faldas de la reina gritona pero es implacable para juzgar. Este rey débil es lo que llamamos un superyó. Libera a los condenados por blandenguería antes que por justicia, pero cuando le toca condenar es implacable. Frente a él, el gato prefiere abstenerse y Alicia responde cortante. Las dos cosas son lo mismo. Cuando todos los reyes estén desnudos y lo sepan, y no les importe, y se hagan más populares cuanto más desvergonzados, habrá que llevar al hablante a sostener su posición, sea niño o no. Pero para poderla sostener, primero tiene que encontrarla, extraerla de entre las fisuras del muro del lenguaje.

Lo inevitable es lo que vence al muro del lenguaje, lo que puede dar cuenta de su verdad mentirosa. Lo inevitable es un nombre de lo que llamamos lo real. Lo que es lo que es. Alicia durante su sueño puede crecer o decrecer, sin control primero o con control después, lo que nos da una pista de lo que es un efecto terapéutico. Pero lo que llama al despertar, lo inevitable, es que va a crecer. Al decir de Lacan el libro “prepara a Alice Liddell a encontrarse con problemas precisos…” (2).

¿Nos puede preparar a nosotros a responderle a esta época de padres débiles y jueces crueles? ¿Podemos aprender la manera como lo hacen los artistas, pero para propagarlo, para convertir al psicoanálisis en una fuerza global que combata este muro del lenguaje, una niñita a la vez?

Trabajos citados
1. KIZER, M. Saber hacer: apuntes sobre psicoanálisis, arte y cultura. Prólogo de Alejandro Castro. Caracas : Sala Mendoza, 2015. Vol. Cuadernos de la Sala N°2.
2. LACAN, J. Homenaje a Lewis Carroll. [trad.] Juan Luís Delmont. París : s.n., 1966.
3. CARROLL, L. Alicia en el país de las maravillas. Barcelona : Edicomunicación s.a., 1999.





[1] Estos primeros párrafos, incluyendo el pun de la letter ladder, se refieren a la película de Winnie the Pooh de 2011. Cuando el niño Christopher Robin deja una nota mal escrita (“Gon out bizi, back son” “salí a hacer una diligencia, vuelvo pronto”) el osito y sus amigos interpretan que al niño lo había secuestrado una criatura malvada llamada Backson (Ponto, en castellano). Como le atribuyen la afición por pequeños objetos de valor, hacen un camino con ellos en el bosque, abren un hueco en el suelo y ponen una manta encima para que funcione como trampa. Como es de esperar todos caen en el pozo y para salir al final Winnie the Pooh, inadvertidamente usa una escalera hecha de letras (a letter ladder), para salir de allí.
[2] Las últimas tres son cosas que hace efectivamente Alicia, en su diálogo con la Duquesa.
[3] Asombro es lo que significa wonder como sustantivo, mientras como verbo significa interrogarse.
[4] Esta frase, que es la que elige Rosana Faría para la obra de arte que presenta en la exposición que sirve como marco para el seminario “Cómo leemos Alicia”, es algo que primero se dice Alicia a sí misma, cuando se encuentra con la corte de la Reina de Corazones en el capítulo VIII (3 pág. 82), y luego en el momento del desenlace, cuando las cartas se le lanzan encima en el momento cumbre del sueño antes del despertar, hace uso de eso para librarse, en el capítulo XII (3 pág. 125). Esta elisión de una frase da un buen ejemplo de cómo funciona la represión.

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