domingo, 2 de agosto de 2015

Saqueo

Tenía catorce años cuando esta maldita palabra hizo agujero. “Están saqueando en el Centro Comercial Miranda”, escuché. Más temprano, ese día habíamos ido al colegio con la advertencia de que iba a haber protestas por el aumento del pasaje. Un autobús quemado en el terminal y todo volvería a la normalidad, pensábamos. No pudimos atender a clases, los muchachos de los otros liceos habían ido a buscarnos para que nos incorporáramos a las protestas en la Avenida Intercomunal. Como la prometida autopista a Oriente llegaba hasta Guarenas, esa avenida era la única vía para comunicar a Guatire y Barlovento con la capital. Lo que había era una batalla campal con la policía metropolitana. Las monjas cerraron el colegio y bajo pena de expulsión, nos ordenaron meternos en los salones. La adrenalina y el miedo me recorrían el cuerpo, junto con el deseo de irme a la protesta. Me frustraba estar ahí encerrado en lugar de estar protestando, forjando el futuro, pero a mitad de mañana mi tía nos fue a buscar y me tuve que ir a la casa.

Un recuerdo confuso de estar corriendo por el centro comercial de la residencia y sentir las piedras pasando por encima de nuestras cabezas. Los estudiantes estaban desatados en las calles, corrían por todas partes, lanzaban piedras, gritaban. Nos fuimos con mi tía a su apartamento, desde allá arriba se podía ver todo el pueblo de Guarenas. En la terraza del último piso fue que escuché esa frase “Están saqueando en el Centro Comercial Miranda”. Saqueos había en el imperio romano, o en la guerra de independencia. ¿El 23 de enero había habido saqueos? No sabría decirlo.
¿Por qué saqueaban? Mi corazón izquierdista dio un vuelco. En mis ilusiones había una conmoción social, los estudiantes estaban protestando, reivindicando, ¿sería el comienzo de la revolución que yo fantaseaba en medio del aburrimiento del colegio de las monjas? Pero saquear…

El Centro Comercial Miranda, ahí estaba El Fortín donde me compraban el uniforme, la única Crema Paraíso en kilómetros a la redonda donde una vez dejé olvidado el bulto del colegio en medio de mi feroz neurosis infantil, el mejor cine de la ciudad dormitorio. No pasó mucho rato antes de que comenzáramos a ver los saqueos en la misma cuadra. La gente se había venido e iban a subir al consejo municipal, creo que todavía no era alcaldía. Iban a protestar contra el aumento del pasaje y la policía no los dejó subir al pueblo arriba. Ahí, al inicio de la calle Comercio, al lado de la zapatería Sefor que ya estaban saqueando, el dueño de la mueblería se había encerrado. Cuando abrieron el boquete a la santamaría, salió un disparo y le dio en la mano al saqueador. Me alegré. Bien-hecho. Me avergoncé de alegrarme ¿por izquierdista o por católico? Si tienen hambre qué hacen saqueando una mueblería y una zapatería. Todos estos pensamientos al mismo tiempo. El primer disparo que vi en vivo y directo, creo que el último hasta ahora. Un milagro siendo que vivo en un valle de balas, la ciudad está brava, como dice Desorden Público.

Con el rato, después del almuerzo, me aburrí de ver a la gente subiendo al barrio 27 de julio con vacas peladas por los carniceros y muebles y neveras y de todo, y me quedé dormido. Ese mismo día o el día siguiente en la tarde me despertó el sonido de las botas militares y los tanques de guerra llegando a Guarenas por la autopista. Todavía no conocía la palabra "tanqueta", pero la fiesta se acabó.

Vino una época de colas para comprar. Había que hacer cola para comprar directamente de los camiones, porque los supermercados estaban saqueados y quemados. No había ni clases sociales, ni clases en la escuela. Todo el mundo hablaba de lo mismo. Mi máquina de interpretar estaba a mil. Que si los pobres, que si los excluidos, que si el paquetazo, que si un huevo había aumentado a 5 bolívares, que si no había aceite ni leche.

Los rumores de la represión en Caracas, los decomisos y la gente lanzando desde sus apartamentos en los bloques las neveras que había saqueado, la Guardia Nacional y la policía metropolitana llegando a los ranchos a sangre y fuego. Puras malas noticias. Y nosotros en nuestra isla residencial, rodeados de barrios, tratando de entenderlos y viéndolos diferente. Fulanita que vive en el edificio salió a saquear, qué vergüenza. ¿Porque era una pérdida de caché o porque no tenía el mismo derecho que los de los barrios que sí pasaban necesidades? ¿Por qué saqueaban mueblerías y zapaterías? ¿Por qué, acaso no tienen derecho a querer cosas bonitas? Ajá, pero podrían trabajar para comprárselas. Por favor, veníamos del gobierno de Lusinchi y la barragana. ¿Radio Rochela no repetía religiosamente la misma cantaleta demoledora que El Nacional y que Últimas Noticias? ¿Quién se creía el cuento de que era trabajando como se conseguía algo aquí? Cierta clase media se lo creía, y se lo sigue creyendo. Pero esos días nos dimos cuenta de que estábamos en franca desventaja, o de que por lo menos teníamos que comenzar a contar con “ellos”.

Que cuántos muertos hubo, que si viste el reportaje de Radio Caracas, que si te acuerdas que al ministro de la defensa le dio un yeyo en vivo en plena cadena nacional. Que dónde estaba el ministro del interior. Que el caracazo debía llamarse guarenazo, pero quién le iba a dar crédito a ese pueblo. En términos técnicos la cosa comenzó en la Provincia de Caracas, que según Carrera Damas no ha hecho sino extenderse desde la independencia hasta engullir prácticamente todo el territorio nacional.

Saquear Caracas, ¿no había sido este el máximo premio desde siempre? El deseo primordial de todos los piratas, de todos los caudillos, de todas las montoneras, de todos los ejércitos de criollos, de pardos, de orilleros, de negros, de todos los partidos. Saquear Caracas e instalarte en el poder hasta morir o irte a un exilio dorado, incomprendido, porque nadie había entendido los ideales que les habías traído. Es que no estaban preparados. Uno trata y trata con este país y nada. Tantas riquezas, tantas bellezas desperdiciadas. No aprenden, vale. Pero haces como dice el evangelio, te sacudes el polvo de las sandalias y esperas al juicio final para ver cómo arde peor que Sodoma y Gomorra. Alguien te extrañará y dirá: “Te acuerdas del gobierno de fulanito, ese sí sabía qué hacer”. Y otros continúan el saqueo, mientras tú estás afuera, mirando con reconcomio al país que debió desaparecer en fuego y azufre, pero que se resiste a sí mismo como se resistió a tus ideales. Y se empeña en vivir. “Si a eso le llaman vida”, susurra tu reconcomio entre tus dientes. “Esto es lo que hay” responden los Amigos Invisibles.

1 comentario:

  1. Me hizo recordar la sensación de caída de la fachada que me produjo aquello en ese momento; una sensación de intemperie y obscenidad. Recordándolo, el chavismo me luce como un extenso y prolongado saqueo.
    El colmo es que ahora, los mismos que lo glorificaron, pretendan hacer del saqueo –igual que del malandraje- chivo expiatorio, tras haberlo usado de carne de cañón.

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